Anotaciones del cuaderno de Pompeo Tiesto.
Sabía que al resto los iban a atrapar. Mejor era enfrentar la prueba. Mastronardi hijo es un hombre de fortuna, en cambio, El Rubio y el Mati, ni hablar Carlitos, son un desastre. No tenía nada que perder y unas calaveras que yo sepa no pueden matar a nadie. Pero no sé si estaba preparado para tanta cosa rara. Mientras estaba atado en la silla las demás cabezas comenzaron a desprenderse. Algunas tenían pelos largos que quedaban colgando. Otras eran cráneos pelados, así nomás. Con el cuello hacia atrás observé que hasta detrás de la rata había una pequeña cabeza que debía corresponder a un niño, incluso tenía un rulo. Hasta ahí el asunto era comprensible por lo que había escuchado aparentemente los Mastronardi habían enterrado en el entablado que correspondía al balcón sobre la escalera central de la concesionaria a sus familiares. Es decir el pasillo estaba repleto de cadáveres. No debían ser familiares de estos tiempos, sino antepasados. El resto es difícil de contar.
Las quijadas de las calaveras comenzaron a abrirse una a una. Un polvo que parecía por momentos dorado, por otro blanco comenzó a caer de las quijadas, como si estuvieran vomitando los años que habían pasado desde que habían muerto. Antes de que entraran los policías, que estaban ocupados persiguiendo a los demás, logré zafarme de las sogas, ponerme de pie, y sacar unas bolsas de supermercado que llevaba en la mochila. Busqué con frenesí una pala y la encontré en el cuarto de limpieza. Empecé a barrer todo el polvo y, en un momento, noté un brillo iridiscente en el polvo que seguía cayendo por las quijadas abiertas. Casi un arcoiris.
Con una pala junté todo el oro y lo embolsé. Salí y lo enterré afuera de la concesionaria, en un lugar que no pienso escribir acá para que no se sepa. Luego volví y me sorprendí. Las calaveras habían retrocedido en el entablado y sólo quedaban los huecos. El mecanismo era perfecto. A continuación me amarré con el resto de las sogas en la silla. Esperé a que llegaran los policías.
No sé qué es la identidad y el asunto por el que la profesora le pagó al Rubio para que robemos. Tampoco quise delatar a esa Drusila a los policías.
No sé qué es la identidad pero ahora sé que en cuanto salga voy a poder dedicarme a la música.
En todo caso, mi identidad será la de millonario.
Dejo escrita una canción, la versión nueva de mi antiguo hit radial.
En los pasillos de Caraza
encontré la luz
Y cabelleras de muertas que están vivas
ofrendas familiares
cariño en polvo
al fin en mi vida hay algo de justicia
no es para envidia
cantemos todos juntos
también te puede pasar a ti
de un día para el otro
todo cambia y se transforma
es la alquimia de las diosas miradas sin permiso
Oh patronas de los signos naturales
Y de los artistas
Vengan a mí, oh hermosas mujeres
Vengan por el pasillo de cemento a la vista
donde escribí mis primeras canciones
Yo rezo por la gente humilde
y por el conocimiento secreto,
que ofrendo en esta cumbia.
Un pasito para atrás,
y otro para adelante,
fuerza en los talones,
todo lo que sube baja
y lo que baja sube.
Sube como mi amor cuando hace calor
y baja como mi nieve cuando se derrite en tu pico
montañoso
Sube como mi amor cuando hace calor
y baja como mi nieve cuando se derrite en tu pico
montañoso
Muévelo, nena x 5
Bájalo x 3
¡Hasta el piso!
Súbelo x 3
Sin más que decir.
Pompeo Tiesto.
Fin.
1995. Adrián Gastón Fares (2022).