Ven a ese colibrí con alas irisadas, se sostiene frente a las ventanas, suspendido, ustedes deben dominar ese arte, el arte de suspender la belleza. Esto me recuerda el caso de la cantante de trap. ¿Quieren escucharlo?
¿No hay otro, Marisqueta? Me parece que ya conocemos el caso, dijo Sono Meta.
No creo que sepan cuán enrevesada es la verdad.
¿Ella ya lo sabe?, preguntó Chessmate.
No nos gusta escuchar casos de manipulación de personas, protestó Brisa.
Es que no hay otros, contestó Marisqueta.
Bueno, aceptó Brisa. Con tal de que antes del recreo la exposición del caso este completa. El recreo es un lugar para disfrutar, no queremos ir con sospechas de nuestro propio pasado inspirados por una conspiradora incipiente como vos.
Nada de incipiente, si algo fui en mi vida fue consecuente, dijo Marisqueta.
Córtela. Exponé, nomás, pidió Brian de Brian.
¿Conocen el Luna Park?
¿Te referís a la estación espacial o al otro?
Al otro, al de acá cerca.
Pero ahora es un zoológico de animales irreales. Mecanismos salvajes.
Sí, pero antes no. Empezó como un palacio de los deportes, era para boxeo y esas cosas, pero luego tocaron muchas bandas, entre ellas The Smashing Pumpkins, Franz Ferdinand, recuerdo que con Orc una noche…
Chsss, protestó Brisa.
En fin, tocaban bandas y solistas, incluso bandas que eran clones de otras bandas, pero el sueño de la protagonista de este caso parecía ser tocar ahí. Cantar ahí. Era solista, armaba buenas frases con el free style, luego decidió comercializarse mejor, mezcló rap con reggaetón, se dedicó al trap.
Ya sabemos lo que es el trap, igualmente esa definición es incorrecta, dijo Sono Meta.
Bueno, sigo, la chica quería tocar ahí, tenía todo el talento del mundo. Orc solía pasear por ese lugar, solía ir a meditar al árbol que hay en el parque que hay detrás. Subía las escaleras, se encaramaba a alguna rama, se sentaba y para Orc era como estar en la higuera de su tía abuela.
¿Y entendía lo que el árbol decía?, preguntó Chessmate.
No, en esa época todavía los árboles no hablaban, quiero decir que no habían decodificado el lenguaje de los árboles como ahora, por lo tanto era algo inofensivo estar ahí sentado. Tengan en cuenta que todavía no sabemos si el lenguaje de los árboles está bien interpretado, puede ser que todo lo que dicen que los árboles dicen sea mera invención…
Ok, ya entendí, zanjó Chessmate.
Y bueno, a ella la vio un día que volvía de visitar la tienda Harrods y de encargarse un autoregalo.
¿Qué era esta vez?, preguntó Brisa.
Un micrófono para karaoke. Cosas que no iba a usar. Vieron como es Orc, se pedía cosas porque le daban alegría recibirlas. Tenía esa especie de asíntota de niño, ese síndrome de abandono a lo Inteligencia Artificial, Kubrick-Spielberg, ¿vieron?, algo Collodiano, o al revés, era porque en realidad había vivido una niñez que era mucho mejor que el resto de su vida, a diferencia de Blas, que bueno, así terminó, pero la cosa es que para mantener esa niñez intacta, su empatía decía Orc, debía autorregalarse cosas, había días que recibía los regalos y otros que se encerraba en los Escapes Games. Mantenerse en esa especie de equilibrio era vital para él.
Entendido, dijo Brisa. Seguir por favor.
Venía de pedirse con una tarjeta con el nombre de una mujer de unos setenta años ese regalo, y debía esperar una hora para que lo envolvieran a su gusto y se lo entregaran en el edificio en que trabajábamos. Así que se sentó en el árbol a pensar. Y justo pasaba la aspirante a figura musical. Los hombros bajos, el cuello inclinado, musitando sola palabras que Orc no entendió pero a la vez sí. Componiendo canciones. Eso lo alertó de que estaba ante un posible nuevo caso. Orc la siguió. Sin que la chica se sintiera en peligro. La chica se detuvo frente al Luna Park, donde había una fila de personas que esperaban entrar a un recital, miró el anuncio de una cantante de pelo fucsia, con un mechón blanco. Exhaló y suspiró. Orc vio que una de las adolescentes que estaban en la fila la señalaba a la chica, y otra también. Vio que ambas se reían al unísono. Gemelas. Listo, dijo Orc. Caso. Ese día iba a pasar algo terrible. Orc estaba seguro. Debía seguirla porque antes de entrar en la casa la chica iba a recibir a la vez una muy buena noticia falsa y le iban a hacer algo malo. Muy malo.
Listo, dijo Orc. Caso. Ese día iba a pasar algo terrible. Orc estaba seguro. Debía seguirla porque antes de entrar en la casa la chica iba a recibir a la vez una muy buena noticia falsa y le iban a hacer algo malo. Muy malo.
Eh, dijo Sono Meta. ¿No dijimos que no queremos escuchar problemas de nadie?
Pero esto termina bien, dijo Marisqueta, al menos para la chica. No es como esos casos de Blas en que todo…
Bueno, continuó entonces, continuó a su vez Sono Meta, mientras se miraba la muñeca para chequear la hora. Debajo de la piel translúcida brillaban los números. Ese día había tomado la suficiente beta alanina para recargar el reloj biológico.
La chica iba cantando y se detuvo en un semáforo de la ex peatonal Lavalle.
Perdón, la ex Lavalle, todo eso es una continuación de Puerto Madero ahora, un barrio nuevo, que fue inaugurado en realidad por un ex Presidente patilludo que preferimos no nombrar, allá por los noventa del siglo pasado, todavía está la grúa con la inscripción de la inauguración, se excedió Brisa.
En mi época había cines en Lavalle, para esa sólo había quedado el Monumental. No importa. El tema es que la chica estaba esperando ahí a que cambiara el semáforo y Orc la alcanzó. Orc sabía que iba a suceder algo, así que dejó que la chica se adelantase. No podía interferir. Unas palomas que se alzaron en vuelo distrajeron a Orc y cuando volvió a ver a la chica ella notó que ella tenía el celular pegado al oído y escuchó que ella decía:
«¿En serio? ¿Gané? Nahhh… ¡Gané!»
Y en ese momento cruzó la mirada con Orc, que se emocionó porque la emoción que tenía la chica cruzó hacia él como si fuera un viento alegre. Orc olió la alegría, me comentó.
¿Pero cómo huele la alegría, Marisqueta?, preguntó Brisa.
No tengo idea, Orc no me dijo cómo… Lo importante igual es que esa alegría duró lo que Orc esperaba. Un minuto. Unas palomas que se alzaron en vuelo por un colectivo con un motor muy ruidoso distrajeron a Orc y cuando volvió a ver a la chica había cambiado la situación. La chica estaba de pie, azorada, mirando la baldosa con una estela que recordaba al ex cine Ocean. Eso la debía distraer de lo que había delante. Por esa calle solían dejar ingresar a algunos coches y un coche estaba atravesado en la peatonal. Tenía la puerta abierta y el chófer, que se había pasado al asiento del acompañante, se agarraba la cabeza con las manos. Cerca, había un cuerpo tirado. El teléfono celular se le cayó de las manos a la chica cuando lo vio. Alguien le habló. La persona, una mujer de pelo canoso pero joven, dijo de manera medio teatral, que ella era psicóloga y trabajaba para que esas cosas no ocurrieran. Otro, que estaba cerca, un hombre bastante mayor con la cara delgada y las mejillas coloradas, comentó que todo era culpa de la publicidad y las aspiraciones exitistas falsas que creaban en la juventud, ya saben, antes eran los televisores los que apabullaban un poco, no tanto como ahora el predictivo del celular con publicidades encubiertas, pero más o menos igual. La chica giró en redondo y por un momento miró a Orc. Ella quería escapar, no aguantaba la situación, si bien no había sangre a la vista, era evidente que lo que tenía enfrente era el cuerpo de una chica aunque no se le veía la cara, el capó del coche estaba hundido, como si hubiera golpeado ahí antes de caer y luego rebotara y quedara despatarrada en el piso. El coche había descarrilado. Todo indicaba un suicidio. Un suicidio para una cantante, para una artista. Alguien sensible, empática. Algo que iba a tener que aguantar cuando regresara a la soledad de su casa, pensó Orc y luego me contó. Pero él estaba ahí. Estaba ahí para evitar que la chica se creyera esa mentira. Se acercó a la chica y le pidió que por favor no se pusiera mal, que todo eso era mero teatro. Dijo:
«Eso que ves ahí es un muñeco. Tranquila.»
¿Y la chica se tranquilizó?, preguntó Sono Meta.
No funciona tan rápido, vieron como es, por más que algo esté armado, la mente tarde en volver a su posición de descanso, es como los cambios en un coche.
No use expresiones de paradigmas que ya no existen, protestó Chessmate. Hace rato que no hay cambios en los autos, usted debe decir, tardó en discernir lenguaje de reacciones químicas en el cerebro. Signos, hechos, que adquirieron otro significado cuando Orc le dijo que era todo una farsa, algo artificial, ¿no?
Bien dicho. En fin, no se reponía. Orc dio unos pasos de baile incluso para que ella viera cómo a él no le afectaba para nada la situación. Los transeúntes que había, que eran bastante pocos, lo miraron bastante mal, como si fuera un desubicado. Pero la chica había retrocedido y estaba acurrucada contra la pared de un edificio. Hecha casi un bollo. Así que Orc volvió y le recalcó que era TODO MENTIRA. Él le iba a demostrar que eso no era un suicidio. Nadie se había arrojado al vacío. Que mirara.
Orc caminó hasta el coche de último modelo, le apoyó la mano en el hombre al personaje que estaba ensimismado, algo que él hacía en sus casos para que notaran que él había descubierto que estaban actuando y que podían ya salir de sus papeles, después de todo actuar también afectaba, y algunos de los contratados por Blas no habían terminado mentalmente bien. Se creían sus propias actuaciones.
Esta vez Orc caminó hasta el cuerpo y como si fuera a dar vuelta un muñeco, le dio un ligero puntapié en la cabeza. Entonces el estómago se le dio vuelta. Lo que vio fue a una chica con los ojos desencajados y enrojecidos, con magulladuras en la cara, la nariz abollada, ya saben, un golpe que la había matado. No era ningún muñeco, era un cadáver real. Orc buscó a las palomas en el cielo pero no las encontró. Quería aferrarse de cualquier cosa. Pensó en volver y decirle a la chica que él tenía todavía razón, que lo que había ahí era un muñeco. Pero él no era bueno actuando. No podía actuar. No le salía. Apretó fuerte el puño, porque esta vez Blas se iba a salir con la suya, había dejado traumatizada a la chica para siempre con esa doble treta, el premio y el suicidio, él no podría hacerle ver que todo era un invento. No había manera de demostrarlo. Y la chica iba a pensar que lo que había ganado era real. Iba a esperar.
Volvió hasta la chica y le dijo que esas cosas pasaban, que lo mejor era que lo tomara como un signo de que la llamada que había recibido tal vez no era lo mejor para ella. Orc no sabía cómo decirle que ese concurso era falso e inventado por Blas. Iba a ser demasiado para ella. Por lo tanto, Blas había ganado. La chica la iba a pasar mal.
Como verán, Orc era muy malo convenciendo a alguien de que algo tan tremendo no era terrorífico. Así que decidió irse. Había perdido. No podía hacer nada. Le deseó lo peor a Blas. Esta vez había ido demasiado lejos y había provocado un suicidio o más bien simulado con un cuerpo real. Pensó en volver y usar un poco de su fuerza física. Pero, ¿con quién? El chófer ya había abandonado el vehículo y se había perdido entre los policías que empezaban a rodear la zona.
Orc pensó que esa noche no iba a ser fácil. Esperaba que despacharan bien su micrófono de karaoke, aunque no le gustaba cantar, iba a tener que usarlo para sacarse la bronca que tenía. Y la tristeza. Ya saben, el mundo lo había traicionado otra vez. Blas no tenía ninguna regla. Ninguna ética. Nada.
Marisqueta, ¿puede bajar un poco el tono del contenido de esta aventura de Orc? Mire como se está poniendo la cara de Brisa, dijo Brian de Brian.
Los ojos de Brisa parecían dos platos vacíos.
No se preocupen, eso es lo peor, voy a continuar con mi narración.
Chessmate estaba arañando la mesa con sus afiladas uñas postizas, un chirrido que Marisqueta parecía no escuchar, pero que mantenía a salvo a los otros alumnos de que sus ojos quedaran tan abiertos como los de Brisa.
Por suerte, Orc no se encontró solo al volver de presenciar tamaño desastre, estaba yo con una paleta de helado de gelatina en la mano, de un gusto nuevo, mezcla de frutas tropicales, para encajársela apenas entrara. No quería que Orc recurriese a sus cigarrillos hindúes. No tenían filtro y le manchaban los labios. Esos labios que yo…
Acábela de una buena vez por todas, dijo Chessmate dejando de arañar la mesa y apuntando con las manos y las uñas a Marisqueta.
¿Eso es una amenaza?, preguntó Marisqueta.
No, pura actuación, dijo Chessmate que intentó reír sin lograrlo.
Bueno. La cosa es que Orc se pasó la noche sin dormir. Con la nariz pegada a su pizarra blanca no dejaba de garabatear nombres y líneas que los conectaban. Quería descubrir quién en la policía había ayudado a Blas a cometer uno de sus siniestros más alevosos. ¿Ferrero? ¿Dalmacio? Sin duda, alguna antigua orden también había ayudado en el caso. Orc era un experto en todo tipo de órdenes secretas, desde el paleolítico hasta la actualidad, se sabía todas las deformaciones de la realidad que la mente humana era capaz de realizar cuando no actuaba en soledad. Darse importancia era vital para la gente y usaban cualquier cosa para engañar a los demás y sentirse superiores.
¿Y encontró la respuesta?, preguntó Sono Meta, alisándose el vestido con un mano y con la otra aflojándose el nudo de la corbata.
La verdad que no. No tenía idea. Yo fingía que dormía en el sofá y lo observaba. En un momento, como un perro cansado, se recostó al lado mío, pero lo sentí tenso, aunque sentir un cuerpo humano cerca fue reconfortante para mí y más si era el cuerpo de Orc.
Qué términos que usa, Marisqueta, dijo Brisa.
Ya sé, son los que hay. Los que me salen, digo… Luego, Orc se levantó, enfrentó el pizarrón, giró en redondo y se me quedó mirando fijamente. Su boca se estiraba en una especie de dolida sonrisa. Los labios formaban una raya oblicua. Los ojos centelleantes. Ahí supe que lo había perdido. Lo había descubierto todo. De ahí en más nunca me trató de la misma manera. Esa noche Orc había perdido la poca inocencia que le quedaba.
¿Puede limpiarse esa lágrima?, dijo Sono Meta.
…
Gracias. Usted dice que esa noche, Orc, descubrió que la que estaba detrás de todo eso era usted. Que el que había ido demasiado lejos no era Blas, que incluso Blas era, como ya contó, algo creado por usted y otros tipos difusos.
Por lo tanto, continúo Chessmate, Orc se dio cuenta, porque descubrió la misma expresión en usted que en la cantante de trap, de que usted había hablado la misma tarde con la chica, de que ambas se habían influenciado en sus gestos, aunque fueran mínimos detalles faciales, algo había cambiado en usted.
Usted, completó Sono Meta, que había encomendado a la chica que se hiciese pasar por una aspirante a cantante de trap. Y además con ayuda de su ex amante, el comisario Robledo Seagate, había arreglado todo el asunto. Robando un cuerpo en la morgue judicial, arrojándolo a la vía pública, pagando al chófer del coche, disponiendo todo para que Orc sienta culpa y no la chica, que era, claro, otra actriz contratada por ustedes.
Sonó el timbre del recreo.
Marisqueta había girado su cuello, no quería enfrentar la mirada de los alumnos, exhaló y suspiró largo.
Muy bien, diez.
Los alumnos tardaron esta vez en levantarse. Parecían querer seguir escuchando sobre Orc y no salir al recreo. Pero el timbre volvió a sonar, desde el patio del recreo llegaba una canción de Dire Straits, Sultanes del ritmo, que habían reversionado hacía poco en un hiperjuego.
Y se dieron cuenta de que debían dejar a Marisqueta sola.
Esta vez el recreo iba a durar lo que ellos quisieran.
por Adrián Gastón Fares.