VORACES. Nueva Novela. 1.

Era un garaje con fachada pintada de color amarillo y techo de chapa. La puerta por la que entraban y salían los camiones con los contenedores estaba pintada de negro. El cuidador que presenció nuestro despertar, el que tuvo que lidiar con eso, digamos, se llamaba Gastón. Vivía en la casa de enfrente al garaje y pasaba los días, a sus treinta y pico de años, treinta y nueve para ser exactos, leyendo en otro garaje; el que había guardado en otra época el coche de su abuelo. Sus familiares estaban todos muertos y Gastón también quería morirse, pero ese momento nunca llegaba. Había tramitado sin éxito la eutanasia, incluso pedido por Ebay uno de esos aparatos donde los humanos se metían para morir por esa época, pero el aparato nunca había llegado. Lo habían estafado. 

Puedo acceder a una conversación de Gastón con el estafador. En nuestro país habían aplazado la entrada de productos importados y un intermediario que iba a ingresar el aparato al país se lo había quedado. Gastón, un poco irritado, le pregunta si por lo menos lo iba a usar para sí mismo (al estafador). Y el estafador le contesta, con ironía, que lo lamenta mucho, y que su máquina no llegaría por no haberse (Gastón, claro) ido a vivir a Miami. Que se jodiera dice el estafador en la grabación, por no estar en Miami como él y, en cambio, haberse quedado en Argentina. 

Gastón cuelga el auricular del teléfono y se queda dando vueltas por el ex dormitorio de su abuela, haciéndose a la idea de que debe olvidar a su máquina eutanásica. Eran problemas comunes que tenían mis coterráneos en esa época. Y según los registros, en otras también.

Así que por esos días en que le ofrecieron el trabajo de cuidar a X, uno de nuestros antepasados, Gastón soñaba con todo tipo de máquinas finales. En general, eran modelos alternativos al de la máquina eutanásica que había encargado, cuyo costo no podía afrontar. 

No sabía que mientras estaba sentado leyendo, alguien de la empresa Riviera lo había mapeado y había planeado qué tipo de vida y qué futuro tendría para ser útil al objetivo de la empresa que patentó nuestros primeros modelos. Fue un día en que terminó de leer Otra vuelta de tuerca por quinta vez, cuando un empleado de Riviera le dejó una carta, que su perra se encargó de destrozar, en el suelo del garaje. Gastón juntó los pedazos y la rearmó. La carta decía que tenían una gran sorpresa para él. 

Sólo debería cruzar la calle para encontrarla.

por Adrián Gastón Fares.

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