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VORACES. Nueva novela. 3.

El tercer día de visita descubrió que los Miércoles era el turno de la original de las Y. No sabía de dónde la habían traído al barrio, o si venía desde el centro, pero antes de cruzar, la vio acercarse a la puerta, seguir la flecha como él y meterse en el garaje. Sabía que estaba prohibido interceptarla para conversar, así que se dio vuelta y volvió a su casa. Estuvo mirando a través de los visillos de la persiana para ver cuánto tardaba la chica en salir. Fue más rápida que él. Sentado en el garaje, mientras leía un libro —Los papeles de Aspern, de Henry James—, se preguntó qué cuento contarían las Y.

Luego fue al almacén, compró algunos productos de limpieza sueltos, que venían en botellas de gaseosa. La almacenera era una mujer entrada en años, con el pelo negro recogido, muy pálida. Se llamaba Augusta. Pensó en contarle a Augusta sobre la nueva ocupación que tenía —después de todo, no éramos un secreto— pero pensó que no le creería que en el barrio habían ubicado un contenedor Riviera, así que no dijo nada. Además estaban esperando otros clientes y pensó que podía llegar a estar a sus espaldas, esperando ser atendida, la Y original. Sabían que no debían cruzarse así que prefirió volver rápido a su casa. En el camino saludó a sus vecinos, una familia con una niña que siempre lo miraba de mala manera —Gastón no entendía por qué— y al motoquero que se la pasaba los días arreglando su motocicleta. Antes de entrar a su casa, se giró para saludar al hombre mayor que pasaba las tardes como él en el porche de entrada, a veces charlando con un vecino, ingeniero, de la esquina, otras mirando la nada fijamente. Gastón temía llegar a convertirse en ese hombre pero también lo tranquilizaba el hecho de que hubiera otros solitarios como él. Ese día se le ocurrió cruzar para preguntarle a Lorenzo, así se llamaba, si él había pedido también la máquina eutanásica, pero no se animó. Tal vez ya la hubiera recibido y él se sentiría mal por no tener la suya. Aquella noche Gastón tuvo una gran actividad REM, soñó con cementerios, una chica morena que llevaba un vestido blanco —pero con pecas— y un retrato oval.

El jueves comió un churrasco, tomó un café, dio vueltas por la casa pensando en que tenía que arreglar el motor de la cortadora de césped para ocuparse del fondo y a las cuatro y media de la tarde se enfrentó a los X. Se sentaba en el zafu de manera que pudiera ver el perfil derecho de uno y el izquierdo del otro, dando la espalda a las Y. Hizo chasquear el pulgar con el dedo medio. Mis antepasados salieron del modo reposo y dijeron:

Resulta que en una noche lluviosa Juan, un pintor, caminaba, con las manos en los bolsillos, por la acera de la pared del cementerio, pensando en lo solo que estaba cuando divisó en la esquina a una chica morena vestida de blanco. Al llegar hasta ella la chica le dijo que se llamaba Sara y le preguntó si podía caminar con él porque también estaba sola. Juan le propuso ir a tomar una cerveza a uno de los bares que estaban cruzando la calle. Subieron la escalera, Juan siguiendo a Sara. Luego pasaron una velada muy agradable, descubrieron que tenían muchas cosas en común y todo terminó con un beso y una promesa de reencuentro antes de que la chica se subiera a un taxi y desapareciera. Juan volvió al paredón del cementerio muchas veces en los días siguientes y no encontró a Sara. Estaba desahuciado. Juan sabía el apellido de la chica, que le había dicho que vivía con su madre, así que decidió ir a buscarla a la casa, no muy lejos del cementerio. Golpea la puerta de la casa y sale la madre. Juan dice el nombre y apellido de la chica y la madre se larga a llorar. La chica había muerto muchos años atrás. Juan le pide ver una fotografía de Sara a la madre. La madre le trae un retrato oval. Juan lo ve y se desmaya.

Los X bajaron los párpados, estiraron los labios como si estuvieran contentos con la repetición y se quedaron en modo de espera. Gastón giró en el zafu casi en ciento ochenta grados para ver si había algún cambio en el modo reposo de las Y. Vio los perfiles opuestos de ambas y trató, infructuosamente, de contar la cantidad de pecas que tenían. Parecían ser las mismas en la dos (eran las mismas). Luego Gastón abrió un paquete de bocaditos de avena que se había llevado para la ansiedad. Tenían sabor a arándanos y venían con un poco de nicotina, la justa necesaria para contener las ansias de usar los cigarrillos electrónicos. Gastón se había cansado de cargar las baterías y los tenía en la casa en un armario con vitrina donde se podía apreciar la evolución de los aparatos desde cacharros pesados y con diseño steampunk a una especie de escarbadientes.

Una vez que llenó su ansiedad de nicotina, Gastón, de cara otra vez a los X, pensó en qué podía hacer para que dijeran algo nuevo en vez de la historia que ya conocía. Les preguntó cómo se llamaba él. Contestaron al unísono: Gaston, sin acentuar la o. Les preguntó si sabían cómo se llamaba la cuidadora de las Y. Siguieron con la media sonrisa de tranquilidad y no contestaron nada. Suspiró y miró, confundido, a mis antepasados. Dio por terminada su tarea, se levantó y retornó a su casa. Al cruzar la calle se detuvo para dejar pasar a la vendedora de golosinas de algodón de azúcar. El color fluorescente rosado de los copos, a través de las bolsas de plástico que los protegían, resaltaba más de lo habitual en ese día de nubes grises. La mujer no lo miró y siguió pedaleando en su bicicleta. A Gastón le molestó que no lo saludara. Nunca lo había saludado y si volvía la memoria atrás, para él, parecían que habían pasado siglos desde que la mujer había aparecido con su bicicleta y las golosinas. A la derecha del portón del garaje de contenedores había una reja con dos perros de pelaje amarillento que le ladraban continuamente. Gastón los miró de mala manera y cruzó la calle. Pensó que lo que faltaba era que estuviera la niña vecina que tenía esa cara con la boca apretada y la mirada fija siempre, como si estuviera triste y enojada. Por suerte no había nadie en la vereda de los vecinos y Gastón pudo entrar a su casa sin llevarse esa imagen desagradable adentro. Hizo ejercicio, dominadas, fuerzas de brazos, abdominales, lo mismo que hacía todos los días para mantenerse en estado físico. Por las dudas, se decía a sí mismo, debía mantenerse en forma. En otros tiempos, había tenido que enfrentar a varios ladrones en la calle. Uno lo había amenazado con una hoja de afeitar. Otro le había dado un cabezazo en la nariz.

Ahora, el mundo estaba sospechosamente tranquilo para Gastón. El malhumor de las personas había ido en crecida pero lo que leía en las noticias era de lo más pacífico. No entendía cómo la gente seguía cerrando las puertas cuando la inseguridad de la zona había quedado restablecida hacía muchos años atrás cuando ubicaron cámaras con láseres —que pronto dejaron de funcionar— en todos los palos de luz. Hasta habían reemplazado las luces frías por otras cálidas y el barrio parecía más antiguo que nunca. Gastón veía pasar a los caballos arrastrando carros. A niños subidos en caballos galopando como si estuvieran en el medio de la pampa. Y eso le gustaba, pero no porque pareciera algo gauchesco o propio de la zona, sino porque activaba recuerdos de los westerns que Gastón había visto en la universidad. A esa altura, Gastón no sabía si los chicos andaban a caballo para imitar a sus antepasados o si era porque lo habían visto en alguna película de acción.Ese día Gastón tomó sus proteínas, encastró la licuadora en su base para hacerse un licuado que era una mezcla de leche con las paltas que recogía en el fondo —caían del árbol de su vecino, una persona que había quedado traumatizada después de la guerra pero que era de lo más amable; algo que a Gastón le llamaba la atención— y bananas. Luego sabemos que Gastón tocó la guitarra y escuchó un poco de música en la computadora. Después repasó una película de Hitchcock. Se durmió y antes de despertar por la mañana tuvo una pesadilla. En el sueño estaba tomando una cerveza con una chica morena, en la terraza del bar frente al cementerio, y no entendía bien lo que le decía la chica pero sabía que estaba muerta, lo que le daba ganas de salir corriendo de la situación, no fuera que terminara como Juan, desmayado delante de la madre, pero no podía hacerlo. Como en los sueños de los humanos, algo lo retenía en su asiento alto.

por Adrián Gastón Fares.

VORACES. Nueva novela. 2.

Aquel día, casi inaugural para nosotros, digamos, Gastón cruzó la calle y se quedó mirando la enjaulada cámara de seguridad del garaje. La puerta no se movió ni salió nadie. Estuvo ahí diez minutos esperando que algo ocurriese y escuchando a las cotorras chillar en lo alto. Después vio que había una flecha escrita en la puerta, con pintura blanca, que señalaba para la derecha. Entendió que quería decir que debía abrir el portón. Lo empujó con la mano izquierda, separándolo de la bisagra la distancia suficiente para poder pasar al interior del garaje.

Encontró dos camiones aparcados con sendos contenedores de color bordó. La luz que entraba por las ventanas altas era difusa. Un rayo de sol se aplastaba contra el contenedor del camión que estaba a su izquierda. Gastón caminó hasta el fondo del garaje y encontró la escalera que daba a la puerta del contenedor. Subió los tres escalones, abrió la puerta y encontró una pecera —así llamábamos a los entornos en que nos estudiaban por esa época. 

Una pecera era un ambiente con luz blanca cenital, cuatro asientos, un almohadón redondo en el suelo y un sistema de ventilación. Gastón activó un interruptor. Las luces se prendieron y se vio a sí mismo sentado en una silla. Frente al androide que era una copia de él, había otro androide igual a Gastón en otra silla. En sillas paralelas a las de estos dos androides encontró dos figuras más sentadas. No se asombró por verse a sí mismo como androide, por esa época ya todos daban por sentado el experimento que estaban realizando con la inteligencia artificial y sabían todos cuáles eran las reglas. Las personas sólo esperaban que no fueran reclutados para esa empresa financiada por el estado. Sí le asombró ver las otras dos figuras. Dos androides con forma femenina, pelo lacio, figura delgada, las manos sobre las rodillas. Estuvo un rato tratando de recordar si la figura le recordaba a alguien. No había caso. 

Nunca había conocido Gastón a una persona de pelo lacio castaño, pecas, ojos que parecían grandes y redondos como los de un animé. En el medio del cuadrilátero formado por las sillas estaba el zafu, el almohadón de meditación. Gastón entendió que debía sentarse ahí. Así lo hizo, tomando el manual de instrucciones que sobresalía de debajo del almohadón. Leyó sin poder creer que hubiera sido reclutado para esa tarea.

El manual le explicaba la suerte que tenía de haber sido elegido entre tantos para ser duplicado. Luego seguía la advertencia, ya sabida pero que leyó como si no la supiera. Era su responsabilidad cuidar de los prototipos, si le ocurría algo a los X, sus copias, el que sufriría las consecuencias sería él. Era como un prospecto de esos que vienen con los medicamentos. Luego explicaba cómo era el funcionamiento de los androides. En esa época, debajo de la uña del dedo meñique de la mano derecha estaba nuestra fecha de fabricación. Las réplicas se encendían haciendo sonar los dedos, para ser exacto: con un repicar de dedos. Se apagaban con dos. Gastón estaba interesado en cómo estaban construidos pero el manual no especificaba nada de eso. Lo que estaba impreso con tinta roja era la tarea. Debía encender a los androides y escuchar la historia que iban a contar. Anotar si había variaciones en esta historia que denotaran algún cambio en el funcionamiento, una sinapsis que delatara que habían reconfigurado sus redes neuronales. Mis antepasados sabían hacer operaciones matemáticas y repetir algunas frases. Incluso hacer preguntas simples. Todas esas funciones se usaban en electrodomésticos. Los androides no tenían programadas estas funciones. El interés estaba en los cambios en el lenguaje. Y en la estructura narrativa.

En la pared del contenedor, en una lámina, estaban las reglas del cuidado. Los cuidadores, los originales de los androides clonados, o sea él y la chica, no podían coincidir dentro del contenedor y estaba prohibido también que se comunicaran en el exterior. Enmarcada en la pared, debajo de la fotografía de la réplica de Gastón estaba anotada una X. En la fotografía de la réplica de la chica, una Y. No había mucho más que mirar y Gastón bostezó, como si fuera un chiste la tarea monótona y aburrida que le habían encomendado. La de escuchar vaya a saber qué de una réplica de sí mismo. Chasqueó los dedos para ver cómo funcionaba el asunto.

Los X abrieron los ojos. Miraron para un lado y el otro y luego los cerraron. Gastón tuvo que volver a hacer el chasquido. Seguían con los párpados cerrados. Probó tres veces y todo seguía igual, así que Gastón se levantó para retirarse. Tenía pensado escribir a Riviera para decir que no aceptaba el trabajo y que podían deshacerse de sus réplicas. Pero cuando estaba por bajar la escalerilla del contenedor Gastón oyó que los X decían, a la vez, Resulta que.

Gastón se volvió sobre sí mismo y observó a los androides que habían detenido su discurso y parecían estar pensando. Soltaron su discurso de golpe como si se hubieran atragantado al comenzar y después escupieran la historia que tenían que contar:

Resulta que en una noche lluviosa Juan, un pintor, caminaba, con las manos en los bolsillos, por la acera de la pared del cementerio, pensando en lo solo que estaba cuando divisó en la esquina a una chica morena vestida de blanco. Al llegar hasta ella la chica le dijo que se llamaba Sara y le preguntó si podía caminar con él porque también estaba sola. Juan le propuso ir a tomar una cerveza a uno de los bares que estaban cruzando la calle. Subieron la escalera, Juan siguiendo a Sara. Luego pasaron una velada muy agradable, descubrieron que tenían muchas cosas en común y todo terminó con un beso y una promesa de reencuentro antes de que la chica se subiera a un taxi y desapareciera. Juan volvió al paredón del cementerio muchas veces en los días siguientes y no encontró a Sara. Estaba desahuciado. Juan sabía el apellido de la chica, que le había dicho que vivía con su madre, así que decidió ir a buscarla a la casa, no muy lejos del cementerio. Golpea la puerta de la casa y sale la madre. Juan dice el nombre y apellido de la chica y la madre se larga a llorar. La chica había muerto muchos años atrás. Juan le pide ver una fotografía de Sara a la madre. La madre le trae un retrato oval. Juan lo ve y se desmaya.

Los X hablaban al unísono, sincronizados, era una única voz. Gastón ya conocía ese cuento, una leyenda urbana. Entendió que habían sido cargados con algún cuento básico. Pensó en si las Y tendrían la misma historia de base cargada. No podía saberlo porque la única que podía activarlos era la chica original, que él desconocía. Entiendo que esa leyenda urbana le debía de parecer sospechosa, como si le hubieran jugado una broma de mal gusto al tal Juan. Gastón tenía esa manera de pensar, por algo lo habrán elegido para que cuidara a nuestros antepasados. Debió pensar que se aburriría mucho con la perspectiva de escucharla todos los días. Y estaba molesto, como sabemos por lo que decía en los días siguientes cuando hablaba solo con los X porque habían usado la palabra divisó en vez de vio. Debía pensar que era imposible que la chispa se encendiera con esa historia trillada contada torpemente una y otra vez.

Ese día inaugural, acercó su nariz a los X para ver a qué olían. Lo asustó un poco que en esa época, como en la actualidad, no oliéramos a nada. Y habrá pensado que no sólo no le había llegado la máquina que había pedido sino que encima ahora tenía que cuidar de dos réplicas de él. Aunque no creía que el asunto fuera demasiado lejos. Gastón volvió a su casa, o sea cruzó la calle, y durmió apaciblemente, como si nada importante hubiera ocurrido. Al otro día después de almorzar decidió cumplir la con la visita diaria a los X. Empujó la puerta del garaje, entró al contenedor, activó a los androides y mis antepasados volvieron a contar la misma historia sin ninguna variación. Gastón se aseguró de que quedaran bien apagados los X —aunque apenas concluían la narración de Sara y de Juan entraban en inmediato reposo— y miró de reojo a las Y. Le parecieron muñecas de cerámica dormidas. Volvió a su casa y sacó a pasear a su perra hasta la plaza que había en 25 de Mayo. Los registros dicen que esa noche durmió bien, y que antes de dormirse, miró una película de Hitchcock.

por Adrián Gastón Fares.

Nota del autor:

Agradezco si pueden firmar esta petición por mi problema con la inclusión e integración en discapacidad (como sabrán tengo asperger y sordera) y me han quitado un premio que gané en cine:

change.org/gualicho

Gracias,

Adrián

PD:

Felices Fiestas!

1995. El paradigma perdido. 14 (fin).

Anotaciones del cuaderno de Pompeo Tiesto.

Sabía que al resto los iban a atrapar. Mejor era enfrentar la prueba. Mastronardi hijo es un hombre de fortuna, en cambio, El Rubio y el Mati, ni hablar Carlitos, son un desastre. No tenía nada que perder y unas calaveras que yo sepa no pueden matar a nadie. Pero no sé si estaba preparado para tanta cosa rara. Mientras estaba atado en la silla las demás cabezas comenzaron a desprenderse. Algunas tenían pelos largos que quedaban colgando. Otras eran cráneos pelados, así nomás. Con el cuello hacia atrás observé que hasta detrás de la rata había una pequeña cabeza que debía corresponder a un niño, incluso tenía un rulo. Hasta ahí el asunto era comprensible por lo que había escuchado aparentemente los Mastronardi habían enterrado en el entablado que correspondía al balcón sobre la escalera central de la concesionaria a sus familiares. Es decir el pasillo estaba repleto de cadáveres. No debían ser familiares de estos tiempos, sino antepasados. El resto es difícil de contar. 

Las quijadas de las calaveras comenzaron a abrirse una a una. Un polvo que parecía por momentos dorado, por otro blanco comenzó a caer de las quijadas, como si estuvieran vomitando los años que habían pasado desde que habían muerto. Antes de que entraran los policías, que estaban ocupados persiguiendo a los demás, logré zafarme de las sogas, ponerme de pie, y sacar unas bolsas de supermercado que llevaba en la mochila. Busqué con frenesí una pala y la encontré en el cuarto de limpieza. Empecé a barrer todo el polvo y, en un momento, noté un brillo iridiscente en el polvo que seguía cayendo por las quijadas abiertas. Casi un arcoiris.

Con una pala junté todo el oro y lo embolsé. Salí y lo enterré afuera de la concesionaria, en un lugar que no pienso escribir acá para que no se sepa. Luego volví y me sorprendí. Las calaveras habían retrocedido en el entablado y sólo quedaban los huecos. El mecanismo era perfecto. A continuación me amarré con el resto de las sogas en la silla. Esperé a que llegaran los policías. 

No sé qué es la identidad y el asunto por el que la profesora le pagó al Rubio para que robemos. Tampoco quise delatar a esa Drusila a los policías. 

No sé qué es la identidad pero ahora sé que en cuanto salga voy a poder dedicarme a la música.

En todo caso, mi identidad será la de millonario.

Dejo escrita una canción, la versión nueva de mi antiguo hit radial.

En los pasillos de Caraza

encontré la luz

Y cabelleras de muertas que están vivas

ofrendas familiares

cariño en polvo

al fin en mi vida hay algo de justicia

no es para envidia

cantemos todos juntos

también te puede pasar a ti

de un día para el otro

todo cambia y se transforma

es la alquimia de las diosas miradas sin permiso

Oh patronas de los signos naturales

Y de los artistas

Vengan a mí, oh hermosas mujeres

Vengan por el pasillo de cemento a la vista

donde escribí mis primeras canciones

Yo rezo por la gente humilde

y por el conocimiento secreto,

que ofrendo en esta cumbia.

Un pasito para atrás,

y otro para adelante,

fuerza en los talones,

todo lo que sube baja

y lo que baja sube.

Sube como mi amor cuando hace calor

y baja como mi nieve cuando se derrite en tu pico

montañoso

Sube como mi amor cuando hace calor

y baja como mi nieve cuando se derrite en tu pico

montañoso

Muévelo, nena x 5

Bájalo x 3

¡Hasta el piso!

Súbelo x 3

Sin más que decir. 

Pompeo Tiesto.

Fin.

1995. Adrián Gastón Fares (2022).

1995. El paradigma perdido. 13.

Anotaciones del cuaderno del Chino.

La pistola de Carlitos apuntaba a Roberto. Acá llegamos a conocernos y no me dan miedo ni Carlitos, ni el Mati ni el Rubio pero en ese momento parecía que nos iban a despellejar. La amenaza de los aborígenes no era nada comparada a una persona con un arma moderna en la mano. No sé de dónde sacó los reflejos Alberto, pero apareció de repente y lo próximo que vi fue a Carlitos con la boca abierta y tomándose un costado. Alberto lo había traspasado, en el lado derecho del abdomen, con la espada samurái. Lucas seguía colgado del cuerno del bisonte. Barbara contenía un grito. Me acerqué a ella como para apaciguarla pero no me animé. Laura pareció querer hacerle frente al Mati, que en realidad se estaba dando vuelta para escapar. El Rubio también reculó. Fue en ese momento que Lucas cayó del cuerno y quedó despatarrado en el piso. Todos cejaron en sus intentos de alejarse unos de otros y se reunieron alrededor de Lucas. El rubio, que parecía conocerlo, estaba más preocupado que nosotros. Sin embargo, Lucas sólo se había lastimado un párpado. El resto del cuerpo estaba intacto. Nos dimos vuelta porque una voz nos llamaba desde la puerta. Yo no la escuché pero seguí a los demás que giraron sus cuerpos. La voz, que era un aborigen atiborrado de cenizas, con los ojos saltones dijo:

-Ese premio no lo puede tolerar cualquiera. Solamente puede tolerarlo alguien que en la vida haya pasado las peores dificultades. Penurias económicas, abandonos de los padres, etc.

Ni hay que decir que el aborigen parecía un profesor disfrazado, no tanto por el atuendo, que era muy fiel a lo que uno puede imaginarse, sino por la manera de hablar. Al lado del aborigen estaba Mastronardi hijo. Un hombre de unos cuarenta años con una barba candado, camisa, y zapatos.

-Lucas es en vano que busques el premio. Otros familiares lo intentaron. Esta concesionaria está maldita por el premio. El que lo encuentre va a tener que afrontar la locura. Es mejor que ya esté loco de antes o que haya pasado como bien dice mi amigo aborigen las peores dificultades. Hay cosas en este mundo que superan a nuestra humilde imaginación, querido primo.

Lucas se estaba levantando y desempolvando los pantalones. Abrió la boca para refutar a su primo pero no dijo nada.

En ese momento el bisonte cedió y cayó detrás de él. Desde el agujero que había dejado la cabeza del animal nos miraban dos ojos brillantes. Primero pensamos que era el reflejo de las luces de la calle en los ojos de unas ratas que se escondían allí. Pero no lo era. Me acerqué para observar desde abajo y reconocí a dos diamantes incrustados en las cuencas de los ojos de una calavera que tenía la boca abierta y los pelos largos, que una vez liberados por el bisonte, caían casi hasta la altura de Lucas.

Todos temblamos. El rubio dijo que se iba corriendo de aquel lugar, que a él lo había contratado una profesora para molestar a los chicos y no tenía nada que ver, se disculpó con Mastronardi hijo y nos preguntó, algo muy raro en una persona de su clase social, cuál era nuestra identidad.

Laura contestó que lo estaba pensando y los trekkies dijeron que ahora ellos eran parte del clan Uta y aspergers, sin lugar a duda. El Rubio se horrorizó un poco como si eso afectara el pago por su trabajo o si hubiera fallado. Confesó que los profesores no estaban de acuerdo con que un tal Albatracio les hubiera dado esas fotocopias y que de alguna manera había que arreglarlo. Lo hacían por el bien de ellos. En ese momento Mastronardi hijo dijo que lo mejor era que escaparan del lugar y que eligieran a uno para que la maldición de la concesionaria, una maldición que los había mantenido ganando dinero por mucho tiempo, siguiera su curso, ya que habían molestado a sus antepasados.

Laura le preguntó si eso quería decir que la calavera esa era alguna bisabuela suya o algo así y Mastronardi dijo que sí, y que eso sólo no era, había más. Si no querían quedar aterrorizados para siempre debían escapar antes que el mecanismo siguiera su curso. En ese momento otro bisonte cayó al piso. Vimos otro brillo, esta vez como de esmeralda. Mastronardi hijo nos señaló los coches, el aborigen se sacó la peluca y se dio vuelta, dispuesto a retirarse. Cuando subimos a los autos escuchamos sirenas de policía. Así y todo logramos escapar unos diez kilómetros hasta que nos rodearon.

Pero antes debimos elegir quién se quedaría en el lugar. Y el Rubio, Mati y Carlitos (que no paraba de sangrar) no dudaron y eligieron a Pompeo.

Cerramos la puerta y lo dejamos con Mastronardi hijo que volvía de uno de los coches con unas sogas en las manos. Mientras la puerta se cerraba vimos cómo Mastronardi hijo separaba una silla, tomaba a Pompeo de las manos, prometiéndole que si superaba la prueba se quedaría con algo único, y lo ataba.

Pompeo no se resistió.

por Adrián Gastón Fares.

1995. El paradigma perdido. 12.

Anotaciones del cuaderno de Roberto.

De chico me pasaba la tarde leyendo a Agatha Christie. A Alberto le gusta más Sherlock Holmes pero a mí me gusta más Hércules Poirot. Miento. Me gusta más Miss Marple. También leí muchas veces esa narración de Poe, El escarabajo de oro.

Primero debo aclarar que nunca creí en la veracidad de esa historia familiar de Lucas. ¿Un premio que viene de la nada? ¿Puesto en la boca de un puma para que alguien en el futuro lo encuentre? Es por lo menos, sospechoso.

Así que lo primero que hice fue cerciorarme de que Laura no hubiera inventado lo del premio. Uno nunca sabe. Una vez en posesión del papel tuve que aceptar que mi desconfianza era impropia. Estaba escrito lo que había leído.

La carta no tiene pistas. Llama la atención que estén en mayúsculas las palabras Tenacidad y Valentía. Todavía creo que si no nos hubieran interrumpido con Roberto estábamos en lo cierto. Debo admitir que escribo esto y la lapicera me tiembla un poco. No quiero adelantar nada para que cuando me lean sientan lo que nosotros sentimos. Tal vez logre hacer un cuento o un guion, quién sabe, con esto que nos está ocurriendo, si es que logramos mantenernos a raya y alguien nos saca de esta celda común.

En la concesionaria, inmediatamente desplegué la hoja y la sostuve en alto mientras giraba en círculos. Mis ojos se movían frenéticamente e iban de la T a la V y luego a las paredes. A la derecha y a la izquierda de la puerta principal no encontré ningún vestigio de las letras que estaba buscando. Tampoco entre las cabezas de animales disecados. Miré a Roberto que estaba enfrente de las espadas samuráis y negó con la cabeza.

Recién ahí recordé La carta robada, ese famoso cuento de Poe. La solución tenía que estar a la vista. Adaptada a este contexto lo más extraño de esta concesionaria son las cabezas de animales. Y ya habíamos encontrado algo en el puma. Pensé que las pistas debían estar en las demás bocas que cuelgan debajo de los balcones que siguen a la gran escalera. El problema era que ese entablado es bastante ancho. No hay manera de agacharse por ejemplo por debajo de las barandas y pasar las manos para llegar a la boca de los animales disecados. Viendo que la empresa resultaba peligrosa, comuniqué a Lucas lo que había deducido. No pensé que se lo iba a tomar tan en serio. O sí, pero no pensé que iba a tener tanta… valentía.

Enfrente de las cabezas de animales cuelgan dos lámparas de cristal gigantes. Una en ala derecha del pasillo superior y otra en la izquierda. Debí escribir grandes y no gigantes. Lo que quería dar a entender es que el caño con el que están colgadas era, por lo menos para Lucas, suficientemente resistente como para aguantar el peso de un ser humano. Todavía desafiante, Lucas me preguntó con qué cabeza convenía empezar. Hay cinco de un lado y cinco del otro. Pensé en algún número que me sedujera y dije, con mucha seguridad:

-La tercera.

-¿La tercera de dónde?

Debo admitir que me costó más decidir si la izquierda o la derecha. Noté que el ala de la izquierda tiene una peculiaridad. Al final de la hilera de bisontes hay una cabeza tan pequeña que pasa casi desapercibida. La sombra de la última cabeza de bisonte la deja en la penumbra. Tuve que enviar a Alberto a que se fijara y me dijera si lo que yo veía era así.

Y era así. Era la cabeza de una rata. Una rata blanca. Con la boca abierta y los dientes afilados (y un poco grandes para una rata, deben ser un añadido del taxidermista). Me pareció que ese detalle estaba para confundir. Cualquiera hubiera elegido empezar por ahí. Así que le dije a Lucas que la tercera cabeza de la derecha. Todavía me pregunto si elegí bien o no.

Lucas apretó la boca y asintió. Tal vez fue un poco irresponsable que yo asintiera todavía más. Caminó hasta un mueble que hay en una esquina, abrió una alacena y sacó una botella amarillenta. Tomó un trago largo de eso. Y avanzó hasta la escalera con la botella en una mano. Se detuvo. Volvió, dejó la botella en la alacena y la cerró cuidadosamente. Luego alcanzó la escalera ímpetu, subió y se nos quedó mirando desde arriba (en realidad miraba a Laura; pensé que su mirada por un momento vacilaba, como si estuviera esperando que Laura lo detuviera con algunas amables palabras).

Pero cuando volví a mirar a Lucas ya estaba encaramado sobre la baranda del balcón de la derecha, se bamboleaba con las manos desplegadas haciendo equilibrio (me recordó a un surfista que intenta domar una ola). Enseguida, por suerte, o no, dadas las circunstancias, se lanzó hacia la lámpara (hay que decir que la lámpara no está lejos del balcón) Nos miró desde ahí, sin saber qué hacer, abrazado de la lámpara. Cualquiera hubiera pensado que la lámpara se iba a mecer. Pero parecía ser más resistente de lo pensado. Y Lucas con la mano no alcanzaba los cuernos del bisonte. Vi que con los pies tocaba el entablado y se impulsaba hacia atrás con el objetivo de que al volver con fuerza hacia adelante la lámpara lo dejara tomar los cuernos de la cabeza y así también poderla desclavar. Todo pasó muy rápido, pero la lámpara se soltó y cayó. Lucas quedó colgando con una mano en cada cuerno (y debían estar afilados porque a Roberto le cayó una gota de sangre en la cara).

Por la emoción noté que me empecé a marear. Roberto y Bárbara pegaron un grito. Roberto perdió los estribos. Se fue corriendo hasta la otra punta de la habitación. Lo perdí de vista por un momento. Debía estar frente a las espadas.

Lucas gritó:

-¡Por los Mastronardi!- mientras hacía fuerza para desclavar la cabeza y caer así irremediablemente al piso. Pero no lo conseguía.

Fue ahí que la puerta principal se abrió de repente. La patada fue certera. Al darme vuelta vi que me estaban apuntando con un arma.

por Adrián Gastón Fares.

1995. El paradigma perdido. 11.

Anotación del cuaderno de Martín. Continuación.

Noté que Bárbara y el Chino volvían a cruzar miradas. La tensión entre Laura y Lucas no había disminuido, lo que sólo era más sospechoso de esa nueva dinámica que se había formado entre los dos, de la que los trekkies me comentaron que parecía la de la agente Scully y el agente Mulder. Los demás estábamos un poco molestos por no tener nadie a quien tenerle bronca ni a quien mirar. Aunque creo que me refiero a mí porque los trekkies parecían estar encantados con la situación. Vi a Alberto hacer lo mismo varias veces. Tomaba el prendedor de Star Trek que tenía a la altura del corazón, lo desenganchaba, lo miraba y lo bañaba con su aliento para luego limpiarlo en la solapa. Luego volvía a colocarlo, no sin pincharse alguna que otra vez.

-¿Hace falta ahora que veamos las películas con ese texto de Albatracio?

A todos nos recorrió un escalofrío. Hasta yo fui consciente que ni El graduado se salvaba del asunto. Hoffman gañe una y otra vez. El gañido estaba descrito como un síntoma en el texto de Albatracio. Ese pálpito lo chequeé luego con Laura. No sabíamos qué decir. Estábamos totalmente espantados porque algo tan obvio hubiera pasado desapercibido para medio mundo. Comenté eso.

-Eso es lo que pensás vos, no sabés si pasó desapercibido. Las películas no vienen con instructivos de con qué analizarlas. Participan muchos, alguno tira una idea, otro otra, y así, como sin querer, construyen una especie de subtema.

-Pero ésas de la lista no parecen necesitar ninguna. Hasta El exorcista…- dijo el Chino.

-Basta- dijo Laura-. Eso es tomar las cosas de manera demasiado literal.

Todos nos quedamos callados y Laura tragó saliva.

-Mejor pensemos en la casualidad de que la pizza traiga esa inscripción y de que la cruz esté levemente inclinada.

-Por favor -dijo Lucas.

-A mí me hizo pensar que en un monte como el Calvario una cruz no se puede sostener mucho tiempo erguida sin que la derriben los vientos- dijo el Chino.

-Puede ser -dijo Roberto- que en el Gólgota esa cruz se haya desmoronado y que el que estaba colgado ahí haya visto, por un momento, el mundo inclinado, digamos, dado vuelta como decía la caja de la pizza. Luego esa tradición de ver al mundo dado vuelta en algún momento de la vida logró sobrevivir hasta la Edad Media, donde fue codificada como un momento natural de la vida de cualquier persona… Y es un poco lo que nos está pasando a nosotros ahora con estas fotocopias, ¿no?

-Siguiendo con Jesús, está la posibilidad de que lo hayan crucificado cabeza abajo. Y desde ahí la sangre se le fue a la cabeza. Tuvo una revelación. De repente vio que los que seguían ahí vivitos y coleando escupían al piso, eran desagradables unos con otros, ni siquiera lo miraban -agregó Alberto.

-En ese momento ya era tarde para él. Y ahí pronunció sus famosas palabras.

-¿Qué? -preguntó el Chino.

-Sus famosas palabras, ésas que no recordamos- contestó Roberto sin darse cuenta que el Chino no quería que le recordaran las últimas palabras de Jesús sino que simplemente no había escuchado bien.

-Se dan cuenta que esto no tiene sentido. Son casualidades. Las casualidades existen y son eso, meras casualidades como propuse… -dijo Laura mientras, algo nerviosa, había tomado la pizza que quedaba y la tenía en la mano mientras masticaba un pedazo y mantenía la mirada clavada más allá de las ventanas de cristal.

Pensé en el brillo que generaban las lámparas amarillentas en el piso de gravilla.

-Como esta que estoy viendo ahora -continuó Laura-, un tipo con barba larga, facciones delgadas, hombros cargados que está siendo empujado hasta el baúl de un coche. Los que lo empujan son muy parecidos al profesor Rojas y a Gatti, los ayudantes de Drusila. Y el empujado es casi igual a Albatracio. Pero no puedo asegurar que lo sea. Para eso deberíamos salir. Y en cualquier caso, puede ser que Albatracio justo estuviera pasando por la calle y que lo estén secuestrando unos ladrones para pedir recompensa. Pero pensar que eso es algo más que una casualidad, no es algo sano-. Su mirada se enturbió como si de golpe ella se hubiera zambullido en una oscura verdad-. Pobre, Albatracio.

-Creemos que se sacrificó por todos nosotros- dijeron los trekkies mientras se llevaban las manos a los prendedores o al corazón, pude observar.

De repente, todos nos sentimos muy cansados y agobiados. Fue Lucas el que fue a encender la radio y luego descorchó el vino.

Sonaban Los violadores. Una canción que desconozco. Hubiera preferido algo de grunge. Lucas sonrió y hasta pareció olvidarse del asunto del premio por un momento. El vino parecía negro a través del plástico de los vasos. Por un momento, Lucas posó la mirada en Laura y la sostuvo (algo que hacía muy seguido, pero esta vez Laura no alejó la suya) y Bárbara y el Chino se miraban de reojo. A mí no me quedaba otra que mirar a los trekkies, que no sé dónde tenían la mirada clavada.

De repente, se escuchó un sonido de rasguño en la grabación de Los violadores. Unos acordes de piano inundaron la sala. Una música muy tranquila y que podíamos reconocer, más alguien como yo que cada tanto viajaba a la costa en micros.

Richard Marx. Sin duda la radio había saltado a FM Horizonte. Era esa pegajosa canción Right Here Waiting.

Lucas protestó pero escuchamos la canción como si fuera una novedad.

Oceans apart, days after day

And I slowly go insane.

Lucas y Laura parecían mirarse a través de sendos vasos de plástico que parecían no bajar de sus labios aunque ya estuvieran vacíos. 

If I see you next to never

How can we say forever?

Bárbara tenía la cabeza inclinada y aunque sus rodillas apuntaban al Chino su mirada reposaba en un vértice del techo de la sala. El Chino también estaba pensativo, con las pestañas bajas.

Oh, can´t you see it, baby?

You ´ ve got me going crazy

Wherever you go, whatever you do

I will be right here waiting for you

De repente, Lucas estrujó el vaso de plástico y lo arrojó lejos. Bueno, no muy lejos. Se levantó y con los brazos en la cintura dijo:

-Voy a encontrar ese premio porque me llamo Lucas.

Los trekkies que estaban por sentarse por primera vez desde que llegamos, se levantaron y aprobaron la decisión de Lucas.

Cuando cesó la canción, también cesó ese momento que pareció un poco mágico.

por Adrián Gastón Fares.

1995. El paradigma perdido. 10.

Anotación del cuaderno de Martín.

-Acá no vamos a jugar a ninguna búsqueda del tesoro -dijo Laura mientras se levantaba con los dos puños cerrados apuntando al piso.

Lucas la miró por encima del hombro mientras se acercaba a la heladera.

-Qué ganas de lastimarme tenés vos.

-¿Lastimarte? ¿Escucharon? Vengo de una familia de arquitectos.

Todos la miramos sin saber qué contestar. Menos Alberto.

-Eso significa que está familiarizada con ese tipo de escaramuzas familiares, en general son juegos inocuos, ya saben qué inventaron los arquitectos y constructores.

-¿Qué inventaron? Edificios, catedrales -dije yo.

-Alberto se refiere a algo de lo que no conviene hablar. Y está equivocado. No es la familia la que suele jugar con los futuros arquitectos. Eso ocurre cuando desafían alguna de las tradiciones vigentes y a la vez son provechosos para el ramo. Ayn Rand, etc… ¡Etc…! Pero Lucas, que yo sepa, no va a ser arquitecto y, a la vez, esto suena a un juego de familia. Lo más probable es que no encuentre nada.

-Peor es perder el tiempo haciendo esa monografía que ni sabemos con qué texto empezar -dijo Lucas, que ya tenía una cerveza en la mano-. Tengo razones de sobra -agregó girando las palma de la mano libre de modo que señalaba lo que tenía enfrente- para afirmar que mi familia tiene más de lo que parece. Miren, ahí hay una cruz que está torcida. Puede ser una pista.

Tenía razón. En el dintel de la puerta principal había una cruz levemente inclinada. De repente, sentimos un golpe sordo en la puerta. Era el repartidor de pizza, que nos dejó las tres cajas y nos miró mal por no dejarle propina.

Hicimos un interludio en las preguntas que la situación generaba. Volvimos a agruparnos alrededor del sillón de Lucas. Desatamos con paciencia los piolines que ataban las cajas. Algo poco habitual por lo menos en mí que suelo preferir cortarlos con un cuchillo. Y luego engullimos unas pizzas chatas y secas. Los trekkies ni se sentaron en el piso. Desde esa posición Roberto dijo:

-¿Para qué imprimen esa frase en la base de la caja?

Bárbara estiró el cuello para mirar una de las cajas, que descansaba sobre la mesa ratona.

-Es grasa. O sea, la grasa dejó escrito eso.

-Pero dice algo-dijo Alberto.

-Lamentablemente, sí – dijo Laura.

-Dice: El mundo dado vueltas – leyó Bárbara.

-Hay un papel debajo de la última porción de la otra caja. ¿Quién la quiere?

Todos contestamos que estábamos llenos. Laura tomó el papel. Era otra fotocopia que parecía pertenecer al manojo de las de Albatracio. Laura la iba a leer en voz alta pero todos nos quejamos. Pedimos un resumen.

-Sigue con lo de Uta y Asperger. Pero acá queda claro que está hablando de un síndrome, así le dicen, propuesto por el tal Asperger, un pediatra austríaco, y que puso en valor una psicóloga británica que se llama Uta en 1991. Ven, hasta tener algo legible no se puede opinar. Lo que no entiendo es por qué me siento tan identificada con esto. ¿A todos les pasa lo mismo?

-Todos nos sentimos Utas por un momento -dijo Bárbara.

-Yo todavía lo siento-dijo Alberto.

Convenimos en que el síndrome de Asperger nos caía como anillo al dedo.

(esta anotación de Martín continúa en otra hoja de su cuaderno…)

por Adrián Gastón Fares.

1995. El paradigma perdido. 8.

Anotaciones de Lucas en uno de los manojos de fotocopias.

Creo que Laura leyó algo que debí haber encontrado a los cinco años. Puede ser también que fuera para mi tío o mi primo. Sin embargo, nadie comentó nunca nada en mi familia de un premio. Y antes que enfrentar la lectura de estos apuntes inútiles me pareció mucho más útil emprender el desafío de ese papelucho.

Parece que el destino era que lo encontrara un niño, o una niña, solitario. Ahora somos un grupo y, aunque propuse que dividiéramos las ganancias, mis compañeros se negaron y dijeron que iban a ayudarme a encontrar el premio sin nada a cambio.

Aunque tal vez ya de mucho no sirva, dejo constancia que he encontrado el susodicho papel, por las dudas.

La letra, con vocales redondas, no parece de hombre. No tengo idea qué antiguo Mastronardi pudo haber escrito lo que Laura leyó. Tampoco me parece algo importante.

Los trekkies nos hicieron jurar lealtad en una especie de ceremonia que armaron que me causó gracia, y un poco de miedo. Aproveché para hacerlos abrir las demás cervezas que al final terminaron en mi poder. La única empecinada con seguir con el trabajo práctico de Albatracio era Laura. Juró con desgano como si se tratara de un juego para ella. También susurró algo que ese tipo de nota no podía estar tan mal escrita. Afirmó que pudo ser escrita por una persona fuera de sus cabales. 

De repente, agobiada, rompió a llorar. Le habrá afectado encontrar tantas incoherencias en tan poco tiempo. Observé cómo pasó del fervor por Drusila a desestimar lo de los indígenas y proponer, con firmeza, que debíamos terminar el trabajo por el que nos juntamos esa noche.

Aunque tal vez ya sea un poco tarde vuelvo a certificar a través de esta carta que yo, Lucas Mastronardi, he sido el que hallé el papel en el cogote del puma y que mis amigos, a cambio de nada, se proponían ayudarme a encontrar el susodicho premio.

Aguante los Mastronardi.

Yo, Lucas.

Anotación de Laura inclinada al costado de la página en fibra azul:

PAYASO.

por Adrián Gastón Fares.

1995. Capítulo 5.

Anotaciones del cuaderno de Laura.

Soy un secreto. Un secreto que vio la luz de este mundo el día que dejaron de ocultar ese secreto. En algún momento mi abuela tenía un secreto que guardar y no lo hizo. Mi abuelo tampoco. Y ahí, en poco tiempo, nació mi padre. Me gusta pensar que lo mismo pasó con mis abuelos maternos. Y después con mis padres. Mientras mis padres no me nombraron yo no existía. Pero cuando se pusieron a formar nombres, nombres que son palabras también y que eligieron de palabras, desempolvaron ese secreto que llevaban con ellos en algún lugar, me gusta pensar, de sus cerebros y ahí me formé yo. No antes ni después. 

Me llamaron María Laura. Como María se da por sentado me quedó Laura. Un nombre más salvo que seas Petrarca, decía mi padre. 

Escribo esto porque no me gustan los secretos. Si el secreto hubiera prevalecido yo no existiría. Hay momentos en que quise no existir y pensé que escribiendo mis nombres y borrándolos iba a funcionar y yo desaparecería, pero nunca funcionó. Más bien sentí que me dividía al escribir mis nombres.

Al bajar de la oficina en la planta alta de ese lugar tan simplemente diseñado, encontramos otro zapato blanco con taco y hebilla de plata. Lo agarré al voleo y lo llevé a la planta baja. Lo puse sobre la mesa ratona que hay a un costado del sillón. Me apuré porque temí que hubiera desaparecido el manojo de fotocopias que nos habían dejado en la puerta.

Leí las costumbres de los indios Uta en voz alta. Era como si el texto dijera a la vez muchas cosas y también nada. También es un poco escatológico para mi gusto. Leí que los indios tenían una forma de distinguir a las personas que ellos consideraban distintas o particulares. Solían ser los adivinos de la tribu luego. La mayoría tenía lo que hoy en día llamamos invalidez. El texto describe cómo se podía diferenciar a un adivino de los demás integrantes del clan. No quedaba otra que fijarse en las deposiciones. Si una deposición, hecha siempre en el agua, caía de una manera que el lado izquierdo de la misma era más grande que el lado derecho entonces encontrábamos a un posible aspirante a adivino. El antropólogo que lo escribió cuenta que luego solían emparentar a personas e incluso unir a los aspirantes a adivinos de diferentes sexos para conservar esa estirpe que eran útil para la tribu. Y lo que nos hizo ruido a todos e hizo que relacionáramos este raído manojo de fotocopias con el otro de Albatracio fue que el antropólogo también describe la vida de los adivinos y resulta que convenimos en que no variaba mucho en sus costumbres, se dedicaban todo el día a estudiar los signos de la naturaleza de manera casi, agrego yo, obsesiva. Era como si el único interés que tuvieran fuera adivinar. Por otro lado, eran los que consolaban a los miembros del clan, por lo tanto debían ser muy empáticos y además lo que hacían era contar historias. Eran Narradores (el antropólogo escribe la N con mayúscula)

Aunque admito que la N estaba un poco deslucida en la fotocopia y en vez de Narradores parece decir Varradores (término que yo desconozco y los chicos obviamente también) El palito izquierdo de la V es un poco más largo que el derecho. Cuando comenté eso al finalizar la lectura los trekkies me pusieron la fotocopia de Albatracio en la cara. Estaban demasiado excitados para mi gusto pero tenían razón. En el margen inferior de las fotocopias de Albatracio había, en cada hoja, otras V. No numeraban nada ya que las dos hojas tenían la V. Y la V tenía también el palito izquierdo más largo. Nos miramos entre todos. ¿Era una mera coincidencia o los dos textos estaban describiendo al mismo tipo de persona? Para colmo, el texto de Albatracio decía que las personas descritas compensan con la parte derecha del cerebro porque en la izquierda hay una extraña dilatación de la materia gris o la blanca. O sea que la parte izquierda, en este caso del cerebro, es más grande. Entonces, si nos habíamos visto representados por el texto de Albatracio; ¿no nos correspondía también nuestro lugar en el otro? ¿Cuál era ése lugar y cuáles podrían ser las señales físicas que lo definen? Nos miramos entre todos.

-Dice Varrador, no Narrador -dijo el Chino, visiblemente afectado por la posibilidad que estuviera equivocado.

-No me suena esa palabra, tiene que ser Narrador -dije yo.

-¿Pensaste que es posible que Drusila no haya sido la que dejó eso acá? -me preguntó Lucas.

-Parece una maniobra de distracción -afirmó el Chino-. Notaron que de repente estamos hablando de inocentes tribus que nada tienen que ver con nosotros y antes como que nos sentimos tan reflejados con el texto de Albatracio que a más de uno se le salta una lágrima.

-¿Ustedes creen en las coincidencias? -pregunté al grupo.

-No -contestaron casi todos menos Lucas que había levantado el índice pero lo bajó enseguida como que no valiera la pena contestar. Hace esas cosas desagradables.

-¿Quién estuvo más en la Universidad, quién sostuvo la cátedra de Estructuras narrativas más años? Quise entrar a la cátedra de Drusila pero no había cupos.

-Drusila tiene libros publicados -dijo Martín.

-Bien -dije- entonces debemos tener en cuenta esta ofrenda de la profesora.

Sentí que el Chino y Bárbara apartaban una mirada que habían sostenido más de lo común. Martín me miró y se guardó la mano en los bolsillos. Los trekkies parecían haber vuelto a la realidad de este mundo e intercambiaban comentarios sobre cómo enriquecer la fan fiction que escribían con la nueva información. Vi que la atención del grupo se dispersaba. Hasta pensé que Lucas iba a volver a proponer la visita al supermercado.

-Me parece que tenemos que considerarlo todo. Tenemos un texto, claramente de Psicología, donde describen un tipo de persona. El paradigma que proponen parece ser diferente al de Lacan, por ejemplo. Nada del deseo del deseo del otro dijimos… Acá el fantasma parece más corpóreo.

-Las personas descritas parecen más el fantasma que creó Oscar Wilde -dijo Roberto.

-Nah… Y el otro texto describe un sistema de creencias por lo tanto ni siquiera podemos hablar de paradigma. Sin embargo, es el estudio de un antropólogo. Tal vez los profesores se pusieron de acuerdo y el objetivo es enriquecer tanto un paradigma como… bueno… como el sistema de creencias de los indios Uta.

-El otro estamos seguros que fue escrito en un lugar llamado Asperger -dijo Roberto- pero el texto de Drusila sobre el antropólogo no dice dónde vivieron estos aborígenes.

-Argentinos no parecen- dijo Lucas.

-A mí siempre me interesaron las costumbres de los Selknam, también llamados Onas -dije-. ¿Por qué no pueden ser argentinos? ¿De Tierra del Fuego por ejemplo?

-Puede ser -afirmaron los trekkies.

Me miran de esa manera que me deja claro que están bastante enamorados de mí. Hasta imagino que secretamente se odian entre ellos. El tipo de enamoramiento que tienen se traduce en respeto. Sé que si digo algo van a terminar dándome la razón. No saben expresarse de otra forma. No voy a ponerme a analizar ahora al grupo para decir que la misma dinámica se repite con el Chino y Bárbara y, aunque es mucho más reticente, hasta Martín actúa conmigo de la misma manera. Lucas directamente me mira el culo ni bien puede. Es el único del grupo que se atreve a sostenerme la mirada. Tal vez por eso fue el que dijo:

-¿Vos estás sugiriendo que esperemos a que nos dé ganas de ir al baño para descubrir si somos como los privilegiados del clan de los Uta? ¿Que uno vaya a mirar lo que hizo el otro y todo eso?

-Si tiene razón, ¿cómo sabemos que cada uno dice la verdad sobre lo que descubre de ahora en más en el baño?

-La verdad es importante para cada uno -dije; recordé a mi padre que suele contestar de esa manera cuando hay alguna duda filosófica en la familia- así que debemos confiar en lo que cada uno ve.

-Bueno, en tal caso, yo hice bien cuando les dije que era mejor comer y beber. ¿Alguien tiene ganas de ir al baño?

Todos, avergonzados, negaron con la cabeza.

-Creo que lo importante es ahora que decidamos si analizamos las películas con el texto de Albatracio o con el de Drusila. Votemos.

-¿Hay alguna duda sobre el que deberíamos elegir?-dijo Martín.

-Yo tengo mis dudas sobre Albatracio ya lo dije. No me importa que su texto esté más cercano a Kuhn y el otro a…

-Indiana Jones -dijeron los trekkies riéndose entre ellos.

-Ya que toda monografía es una prueba, mejor sería que lo pongamos a prueba al profesor y analicemos las películas con el otro, lo ocultemos y entreguemos una monografía como si hubiéramos hecho lo que él quería. Un profesor nuevo, así como nada. ¿No les parece un poco irreverente su actitud a darnos textos desconocidos?

-Pero el de Drusila también es desconocido -dije.

-Estoy segura que eso pertenece a Lévi Strauss. Estructuralismo. Eso es algo serio y lo otro no.

Ninguno del grupo estuvo de acuerdo en seguir con el texto de Drusila sin antes realizar las pruebas pertinentes y ver si nos producían la misma reacción que sentimos, incluso yo, debo admitirlo, con el texto de Albatracio. De repente, desanduve el camino que había propuesto y dije:

-Tienen razón, es demasiado seguir con el texto de Drusila. Hagamos lo que tenemos que hacer. Total después las monografías las termino siempre yo sola.

-Eso no es verdad -dijeron el Chino y Martín casi al unísono.

-Las que elijo el tema yo. Siempre es así.

-¿Por qué te pensás que estás acá? -comentó Lucas-. Dejemos estas dudas turbias de lado.

-¿Qué? -preguntó el Chino. Nunca entiende nada. Pero esta vez lo acompañé y yo también dije:

-¿Qué dijiste?

-Creo que dijo que cuando leíste el texto de Drusila las sombras comenzaron a crecer a nuestro alrededor- se sinceró el Chino sobre lo que había entendido.

Lucas movió la cabeza, como si no quisiera gastarse en definir lo que había dicho.

-Hagamos el trabajo que tenemos que hacer. Es la manera más fácil de aprobar -dijo, con esa mirada que me interpela-. Y el tema ese, increíble, de los indios y Drusila lo hablamos después de tomarnos algo. Miren que la pizzería cierra en media hora como mucho.

-Nos va a hacer bien -dijo Barbi- Tenemos que aclarar la mente. Salir nos va a hacer bien.

por Adrián Gastón Fares.

1995. El paradigma perdido. 4.

Anotaciones del Cuaderno del Chino.

Bárbara, que había apoyado un codo en el piso y tenía la cabeza ladeada para poder sortear una de las columnas, fue la última en levantarse. Yo la seguí. Lucas abrió la puerta y lo único que entraron fueron hojas de árboles amarillentas. No había nadie. Pensamos que debía ser algo que el vendaval había arrojado contra la madera. Laura sugirió que tal vez la persona que había golpeado se había escondido en algún lugar del jardín. Pero Lucas cerró la puerta antes de que alguno se aventurara afuera. 

Todos le dimos la espalda a la puerta menos Laura. Cuando me di vuelta la vi de cuclillas mirando el suelo. Lucas le preguntó si había entrado algún bicho. Pero lo que Laura tenía entre las manos eran unas fotocopias amarillentas. Le pregunté a Martín qué estaba diciendo Laura. Estaba concentrado escuchando y giró la cabeza recién la segunda vez que lo interpelé.

-Es una fotocopias de los rituales de los indios Uta.

-¿Y quién la escribió?

-No sé. A ver.

Martín se acercó a Laura y le quitó las hojas de las manos.

-¿Rituales de los indios Utas por Amancio Valverde? -gritó.

Lucas, ya sentado en el sillón, hizo una mueca de menosprecio.

-Deben ser cosas de mi tío. Se metía en cada lado para cazar. Hasta que conoció a la mujer. Ahí la mujer lo empezó a cagar a pedos si mataba animales. Habrá intentado quemar eso en la parrilla para que no lo vea la jermu pero bueno… ahí está.

-¿No es demasiada casualidad? -sugerí.

Todos asintieron con la cabeza.

En lo alto escuchamos un ruido sordo. Parecía una estantería que se vino abajo. Libros sobre libros. Nos miramos entre todos para ver si alguno se animaba a subir la desproporcionada -de acuerdo al espacio restante- escalera y antes de que yo volviera a mirar hacia arriba, Laura ya había dejado atrás la mitad de los peldaños. Los trekkies la seguían como dos escoltas. Lucas levantó el cuerpo del sillón, sosteniéndose con una mano en el apoyabrazos, murmuró algo que sugería que eso sí le preocupaba y volvió a recostarse.

-Ratas -gritó estirando el cuello hacia atrás como para que Laura lo oyera.

Cuando me quise acordar por un impulso indescriptible yo estaba arriba también. Miraba por encima del hombro de Laura. Había abierto la puerta de la oficina con el cartel Mastronardi hijo. Vi un escritorio enfrentado a la puerta y detrás una de las hojas de la ventana estaba abierta. Nos acercamos al escritorio y descubrimos que había una huella. Una pisada. Debían ser unos pies descalzos y muy transpirados porque el soplo de aire que entraba por la ventana todavía no la había secado. Vimos cómo se fue borrando. Entonces Lucas apareció, se nos adelantó a todos y cerró el ventanal.

-¿Qué dijo? -le pregunté a Martín.

-Que es un basurero ahí atrás.

-Se nota -dijo Roberto. Acababa de recoger algo de las patas del escritorio. Era un zapato blanco. Con tacos y todo. Estiró la mano para ofrecérselo a Alberto, que retrocedió inmediatamente.

-Está en mi derecho rechazar un zapato cuya huella parece ser tan nauseabunda -dijo Alberto.

Bárbara se lo quitó de las manos a Roberto. Yo me acerqué porque quería conocer su opinión del asunto.

-Este zapato es el que usa Drusila. La jefa de la otra cátedra de Estructuras narrativas.

Lucas se movió rápido. Tomó el zapato, entreabrió la ventana y lo lanzó fuera.

Laura apoyó la palma de la mano sobre el lugar donde había estado la huella del pie.

-Admiro a Drusila.

Los trekkies fruncieron la nariz. Yo también.

En ese momento me di cuenta de que ese brillo que en la planta baja teníamos en los ojos se había esfumado. Lo noté hasta en la mirada tenue de Laura. Y luego en la de todos los demás. Necesitaba verme en un espejo. No se me ocurrió donde podría haber uno y no me animé a preguntarle a Lucas dónde podría estar el baño.

por Adrián Gastón Fares.

La conveniencia del eterno (y soñador) paciente.

Hace unos días fui al psiquiatra para que me recete la medicación que tuve que tomar desde que hace 8 años confundieron un diagnóstico de autismo con otro sin diagnóstico (recayó en la falta de prótesis auditivas la explicación de mi Asperger de nacimiento)

El psiquiatra me preguntó: ¿Por qué fuiste a un psiquiatra para pedir un diagnóstico de Asperger? La respuesta fue la verdad. Que yo no fui a un psiquiatra. Fui a un neurólogo llamado Víctor Ruggieri y que el neurólogo (todavía hoy no entiendo bien por qué) me derivó a un psiquiatra llamado Luis Herbst para que ponderara si lo que yo tenía era depresión o Asperger.

El psiquiatra llamado Luis Herbst, entonces, sopesó y me evaluó y llegó a la conclusión de que yo tenía Asperger. Fui con toda mi familia y se llevaron de regalo un souvenir (la serie The big bang theory) para que me comprendieran. Yo pude comprender que tenía Asperger o que había nacido así, que eso convivía o explicaba mis problemas auditivos (no al revés) y que mi padre era posiblemente autista (o Asperger; que compartíamos rasgos con toda mi familia) Es lo que uno descubre si aplica la leyes de la genética y la observación diaria o desde el nacimiento desde adentro de un grupo familiar.

Ese día ya lejano de 2014 hubo comprensión y entendimiento y tuve una respuesta a las preguntas que tenía sobre mí mismo. Pero…

Parece que a alguien se le ocurrió que el Asperger no servía para explicar lo que yo era. Vino de la Obra Social en la que yo iba a entrar a trabajar en poco tiempo. Una empleada con un cargo importante le sugirió a mi madre que el Asperger no existía, otra empleada (una psicóloga que dirigía el área de salud) sostuvo ante mí (cuando le dije que mi familia era autista) que el asperger era una bolsa de gatos, y yo me vi eyectado hacia una verdad que ya conocía: que tenía problemas auditivos, que era parcialmente sordo.

En ese entonces yo ya había enfrentado los problemas auditivos que suelen a veces aparecer con el asperger (sin saber hasta el 2014 que tenía asperger) y no me hacía falta volver a saber que era sordo y cuán sordo era (por decirlo de una manera que a mis amables lectores les sea más amable)

Pero, de nuevo, como el error científico parece tener el vicio de tener una estructura circular y recurrente, mi Asperger volvió a convertirse en una mera sordera hasta el año pasado que pude recuperar el diagnóstico. En el medio fueron ocho años de pasar por especialistas que no se dieron cuenta (o no me dijeron) que yo tenía Asperger y que mis familiares, por lo tanto, tenían posiblemente autismo. Tuve que probar algunos psicotrópicos que pensé que iban a dejar más estúpido, pero evidentemente no tuvieron el efecto esperado (bueno, eso parece; el problema es que tienen un efecto neuroléptico que hace que uno perciba con menos fuerza (por lo que pudieron dejarme más sordo, digamos) y que también parecen tener consecuencias cuyo consumo es más riesgoso a largo plazo que el beneficio que dicen tener e incluso para su objetivo no cumplido; dejarlo a uno peor)

Los que negaron la existencia del autismo van desde un otorrino, un fonoaudiólogo, a una psicóloga y especialistas en el campo de la salud mental. Es el día de hoy que no logro entender entre el dinero invertido y lo que ellos ofrecieron a cambio y no logro entender cómo no puede enmendarse un error tan claro con una simple frase: nos equivocamos. Y por lo menos que devuelvan el dinero que quitaron a una persona que ya tenía un certificado de discapacidad (CUD) por hipoacusia neurosensorial, pérdida de audición con trastorno discriminatorio del habla.

Ahora bien, mis investigaciones sobre lo que me pasaba a nivel perceptivo no empezaron con la audición sino con la vista (el uso de lentes de contacto, estudios para revisar la presión sanguínea en los ojos) y en la época de la universidad (cuando se complejiza el entorno) sí recayeron en la audición y luego el tinnitus. Así y todo, no cerraba la ecuación de lo que yo quería resolver en cuanto a mis dificultades con el entorno (llamado también mundo) desde el nacimiento.

Como el error parece llevar a nuevos descubrimientos erróneos o por lo menos obvios en 2021 vuelvo a caer en las comprensivas manos de una psiquiatra con una supuesta formación en autismo. Su conclusión me hizo descubrir un misterio que yo ni siquiera había sospechado desde que me dediqué al cine desde mis dieciocho años y a la literatura: Que era artista. No tenía Asperger, ni autismo. Y la consecuencia pasaba a ser causa (creo que solemos ser artistas por muchas razones cuando hay autismo de alto funcionamiento o Asperger, una de ellas es el aislamiento y otra es la sensibilidad a flor de piel que tenemos; como también nos seduce la ciencia por las mismas razones)

Suspendí las sesiones porque no pude sacar a la profesional de la creencia de que (ni con la aseveración de un neurólogo, Martín Nogues, de que yo tenía rasgos asperger) tenía Asperger. Esto me dejaba a mí sin poder comprender a mis familiares (lleva a problemas graves que hacen que terminemos para siempre de… pacientes) ni a mi mismo (los mismos problemas que pueden llevar hasta que a uno por exponerse a ruidos fuertes o estímulos quede más sordo, por citar tan sólo un ejemplo de los que se puede encontrar releyendo a Olga Bogdashina, Temple Grandin, Simon Baron Cohen y a padres, madres y personas con autismo y asperger).

Siento que de alguna manera, estos últimos ocho años de vida fueron una lucha extraordinaria, impropia del desarrollo de una vida con la ciencia actual a mano, o sea, un sufrimiento más fruto de no aplicar los paradigmas vigentes de la ciencia en el trato con los pacientes. Una especie de juego mortal que realizan los médicos y que lleva a descubrir el horror tarde o temprano.

He escrito películas, cuentos y novelas de terror, pero ninguna se parece a la que nos obligan a escribir actuando de la manera que actúan los especialistas en medicina que no hacen lo que tienen que hacer (lo que se les paga por hacer) Y por aquí me dicen que es tarde para que devuelvan el dinero invertido, por lo que a las personas con discapacidad nos dejan más pobres y menos sabidos (si no hubiera reaccionado yo e investigado por mi cuenta tanto como lo hice)

Tarde o temprano la verdad sale a la luz, cuando la verdad sale tarde se conforma una trama que tiene los matices del misterio y del horror sobrenatural. Uno descubre que el mundo estuvo patas para arriba toda la vida y esa es una verdad que vale la pena descubrir cuanto antes.

La verdad, por lo menos para la medicina (como debería ser, no como ellos dijeron) es que yo nací con discapacidad (sordera, asperger) en una familia con discapacidad (probablemente autismo)

Iba a ser todavía más difícil que aceptaran mis problemas auditivos (como lo fue, toda una lucha) si primero no me ayudaban los médicos o el entorno a descubrir que existía el autismo y cómo impacta en las familias y en el entorno que uno va conformando por ser de determinada manera.

por Adrián Gastón Fares.

PD: Canción que escribí cuando tenía 15 años para guitarra.

No se encuentra un lugar

Parece que ya no estoy más

Estar apartado

Quedo marcado

La tierra se mueve mientras yo

Estoy sentado (en el aula)

Estar apartado

Quedo marcado

Y mientras nadie mire atrás

Sólo la luna me dirá

En qué lugar estás.

////////////////////////

Sigo tocándola en mi guitarra casi todos los días…

Discapacidad. Sigo sin inclusión social. Sin futuro.

Escribo esto sin mis prótesis auditivas, mientras escucho mi tinnitus.

Para actualizar mi situación con la discapacidad. En el enfoque médico, primero.

Debo dejar en claro que ya fui diagnosticado con Asperger (recuperé el diagnóstico que, por errores médicos, perdí en 2014).

Obtener el diagnóstico nuevamente no fue fácil.

Tuve que visibilizar mi situación en mi Facebook porque una psiquiatra se empecinó en que yo era Artista y Sapo de otro pozo (pero que no tenía Asperger porque resulta que las personas con Asperger no tienen imaginación; en su paradigma) También para esa psiquiatra parece ser que está bien que yo continúe en la miseria, en la soledad y el aislamiento (no fue capaz de ayudarme con mi diagnóstico pero me halagó -y quitó dinero- contándome el cuento de que soy artista)

Por suerte, un psicólogo de PANAACEA fue más concluyente con respecto a mi diagnóstico de Asperger y más expeditivo (también un neurólogo del Fleming).

Por lo tanto, el Asperger coexiste con la hipoacusia (y el tinnitus catastrófico como el que escucho mientras escribo esto sin mis audífonos) No escribo esto para dar lástima. Lo escribo para convencerme a mí mismo de que debo luchar por mis derechos. Y visibilizar lo que me está ocurriendo.

En lo social. Que es lo más preocupante. Sigo sin ninguna perspectiva de futuro, sin inclusión laboral, y sin poder disfrutar de mis esfuerzos y mis logros en el campo del cine y de lo audiovisual. Eso incluye postergar el tener una familia propia o poder construir un entorno sano para mí. Y ya tengo 44 años.

Tampoco he podido publicar nada de lo que escrito en este blog. La literatura es la única opción artística y de empleo que encuentro ante la imposibilidad de lo audiovisual. Pasó de ser un afición desinteresada (que podía o no darme resultados para construir un oficio) para mí, algo que hacía entre guion y guion, a lo único que queda.

Toda esta historia, lamentablemente, empezó a los 32 años, cuando, luego de años de no tener detección temprana de mi hipoacusia (yo nací con Asperger y con hipoacusia, pero no voy a bromear pidiendo en Argentina detección temprana del Asperger; entiendo que era imposible) fui diagnosticado con hipoacusia neurosensorial de moderada a severa (con trastorno discriminatorio escribían antes en el Certificado Único de Discapacidad).

En ese momento, con una conciencia más clara sobre mi discapacidad, empecé el camino (erróneo) de dar lástima y apoyarme en las instituciones que brindan inclusión para encontrar un empleo.

Así es que me paseé en esa época por el CONADIS, COPIDIS. A la vez, escribía cartas pidiendo ayuda a funcionarios políticos. Nunca dejé de escribir y producir contenidos para cine. Todo eso (mientras tenía trabajos precarios que no vinieron de ninguna institución) terminó en un premio para realizar mi segunda película luego de Mundo tributo. Mi ópera prima de Ficción llamada Gualicho (los que me leen ya estarán al tanto de esa historia)

Resulta que gané el premio del Instituto de Cine Argentino (INCAA) y resulta que me hicieron trabajar dos años en el proyecto. El resultado es que cobraron dinero todos los que trabajaron en mi proyecto (el que yo desarrollé desde 0) y yo nada. Por otro lado, aunque tengo los derechos de ese proyecto, no pude aprovechar todo el trabajo dedicado a esa película porque el INCAA no quiso responsabilizarse de cómo la productora presentante de la película trató a una persona con discapacidad. Como esa persona minó la inclusión de una persona con discapacidad.

Y lo mismo puede decirse de la institución (el INCAA) en la que uno expresó el gran problema que uno iba a tener si no ayudaban a encaminar mi inclusión en mi campo de conocimientos una vez obtenido un premio en ese campo de conocimientos. La última charla que tuve en la institución el año pasado (a donde acudí a rescatar el expediente digital de mi película) fue con el señor Gerente de Jurídicos, quién me sugirió que abandonara esa película, que tirara todo mi trabajo y esfuerzo, y que, de paso, reflexionara en la alquimia para sobrellevar el pesar de ser una persona con discapacidad, sin inclusión social, y una película que debe olvidar (como si uno ya no hubiera tenido que olvidarlo casi todo en esta vida; los proyectos que venían después, poder vivir de una manera digna, con resultados acordes a los sobreesfuerzos de la discapacidad, etc.)

De ahí que los demás proyectos cinematográficos y audiovisuales que desarrollé (Mr. Time, Embrión, Mochila, Las órdenes, El brote, más otros encargados) sigan sin poder filmarse.

Nadie me dio una oportunidad.

El Estado Argentino no responde.

Las instituciones que deben cuidar de la inclusión de personas con discapacidad (con una amplia y CLARA desventaja social) no existen. O yo no existo para ellas.

Luego de haber escrito tantas novelas, cuentos, proyectos de cine, series, de haber trabajado en posproducción en mis inicios incluso, no puedo comprender en lo más mínimo qué es lo que está ocurriendo para que yo termine como estoy ahora, escribiendo en un modo de protesta íntima, sin mis audífonos (pensando para qué luché por las prótesis auditivas; ¿para esto?) Para hacerme reaccionar a mi mismo.

No entiendo qué le pasó a mi país, ni qué es lo que nos pasa a las personas con discapacidad que todavía no podemos hacer valer nuestros derechos y nuestros esfuerzos.

Esto no da para más.

Lo dejo en claro. DISCAPACIDAD SIGNIFICA DESVENTAJA. DESVENTAJA significa que debe haber AYUDA para que podamos desarrollarnos y construir entornos sanos. Sólo así podemos recuperar la oportunidad con la que nace cualquier ser humano: la de tener una vida digna.

Adrián Gastón Fares.

Yo que nunca fui, soy. Décima parte, final.

Y entonces en la oscuridad los maniquíes se arrojaban sobre nosotros en los sueños que ya no soñábamos. Caminábamos de un lado hacia el otro en pasillos largos, rebotando como si estuviéramos en un pinball de esos con motivos de películas de terror. La falta de luz nos hacía mal. La soledad nos hacía mal. Corrimos hacia una punta del pasillo, abrimos una puerta y nos dijeron: Lleva mucho tiempo recuperar lo perdido. A nosotros que no teníamos nada.

Corrimos hacia otra punta, volteamos otra puerta y nos encontramos acompañados por personas que reían sin saber por qué. Alguno que no hablaba. Otras que estaban tristes sin saber la razón. Pero nosotros sabíamos por qué estábamos tristes. Nos dijeron que teníamos bronca, que teníamos toda la razón del mundo en tener bronca. Y ahí escribimos sobre el futuro mientras otros escribían sobre nosotros. Armaban una historia que sólo ellos leían (hasta que la pedimos para corroborar qué decía) que está llena de palabras como culpa, no presenta mejoría, interactúa bien con sus compañeros, de repente mejorábamos, otras veces lo escrito es como una canción indistinta. Lo sabían se ve. A veces nos mecían con palabras de aliento, para que sobreviviéramos porque valíamos más vivos que muertos.

En las eras del encierro, a veces traían a una persona que se quedaba mirando el vacío. No duraba mucho porque nadie sabía qué hacer con él. Así como llegaban se iban. Y nosotros también nos fuimos porque no sabían qué hacer con nosotros.

Corrimos otra vez, esta vez por otro pasillo, abrimos la puerta que daba al rellano de la escalera, abrimos la puerta del ascensor. Bajamos. Salimos a la calle. Dimos vuelta todo el cuerpo para ver lo que se decía en la pared de ese edificio y alguien había garabateado Hay curas que matan.

Nosotros contábamos con vos. Contábamos con ustedes. Contábamos con nosotros.

¿Cuánto te pagaron? ¿Qué te compraste?

Creíamos en sus palabras. Creíamos en sus solfeos. En su hablada y anaquelada ciencia. Creíamos en sus miradas, en sus risitas benévolas. Y cometieron tantos pero tantos errores que la verdad, como un globo que el viento se lleva de casa en casa, fue recorriendo todos los rincones, rozando a uno y a otra, volando de lugar en lugar como si las casualidades no existieran.

Pronto todos lo supieron, fue de voz en voz; las habitaciones donde nos encierran tienen escondidas muchas llaves.

Y así abrimos los ojos y enderezamos la espalda. Crecimos, nos volvimos más altas, más altos. Más fuertes de tanto enfrentar incoherencias, injusticias. Necedades.

Se destaparon nuestros oídos. Escuchamos ese siseo que produce la tierra, que producen las raíces cuando crecen y los muertos cuando se pudren.

Pero ya esto no es nuestra vida. Otra vida es la nuestra que pasa en otro lado, a la vez, como un sueño paralelo sin maniquíes, o como una liebre avistada al cruzar entre los árboles, interceptada por la mente por un segundo, fácilmente olvidable, y así pasó nuestra vida mientras tanto capturada en otras manos.

¿Cuáles son las puertas de escape de esta irrealidad? ¿Cuándo fueron construyendo esta casa alrededor nuestro? ¿Cuándo les pusieron las ventanas y las persianas? ¿Cuándo colgaron las luces? Nos molestan a la vista, los fotones caen en picada. ¿En dónde y cuándo arrancan los coches que terminan cruzando por la calle de nuestra casa y los vemos cuando nos asomamos por las ventanas? ¿Hacia dónde viajan?

Había todo un universo de palabras esperándonos. De letras desparramas por el piso que alguna vez habíamos ya puesto en fila contando una historia que tenía un lindo final. Pero no les convenía reescribir sus historias.

Ahora volamos otra vez. Cada vez más alto, aprendimos a descender al centro de la tierra también, a cruzar zanjas nuevas, a saltar, como el globo de la verdad, de azotea en azotea. A subir a las cúpulas de las iglesias y a soplar las campanas. Nos hicimos amigos de mucha gente y olvidamos a muchos otros que no tardaremos en recordar, olvidando si alguna vez nos hicieron mal o bien, si fueron amigos o enemigos.

A los que jamás vamos a olvidar es a los nuestros que cayeron en el camino. Los perdidos en el camino de esta artística diferencia, los batracios que terminaron ahogados en sus pozos. Los que se llevaron las luces, paso a paso, hasta el fondo del mar. Nosotras los fuimos a buscar, tomamos la luz, nos abrazamos a los silenciosos peces y en el légamo paseamos por las calles de un barrio sumergido.

Hay callejones de grafitis ahí, ríos verticales de tintura fluorescente, y si nosotros buscamos, si cada una de nosotras busca puede encontrar las palabras en esa calle angosta que concluye en un paredón. Si cada uno de nosotros busca con la mirada puede encontrar, ver, discernir una dedicatoria triste y persistente, como esas que mirábamos de refilón desde las ventanas de los colectivos.

Son letras enroscadas, corazones mal trazados, de cuyos huecos siempre algo se puede escapar.

Forman esta frase:

Por siempre nosotros.

Fin.

Adrián Gastón Fares

PD. Yo que nunca fui, soy, esta dedicada a todas las personas adultas que, a pesar de haber nacido con alguna condición/discapacidad han vivido sin diagnóstico, por no existir un paradigma afín o por no haberse respetado ese paradigma si ya existiera.

Sobre autismo y discapacidad neurosensorial.

En estos días fui a un neurólogo (uno de los mejores de mi país) que confirmó mis rasgos de Asperger (según algunos profesionales en el próximo manual de psiquiatría el Asperger va a ser reincorporado) A la vez, me dijo que mi pérdida auditiva no tiene relación, según él, con el Asperger. Que los dos pueden coexistir.

Por otro lado, estoy teniendo una discusión un poco demodé, para mi gusto, con psiquiatras. Sostienen que yo no puedo tener asperger porque tengo demasiada imaginación (y los autistas no tienen, según ellos, imaginación) Me indigna porque no tiene nada que ver con todo lo que vengo estudiando del tema. Noto cierta descalificación, o menosprecio, hacia las personas con autismo, de los profesionales (no de todos claro, en los que leo no existe ese prejuicio) que me molesta muchísimo. Yo no veo esa falta en todo lo que estudié del tema y no lo puedo encuadrar en ningún enfoque de los que estudié.

En conclusión, yo creo que mi tinnitus y pérdida de audición pueden ser una consecuencia del Asperger o Autismo o que pueden ser tranquilamente lo mismo (todo autismo; ciertamente es una discapacidad neurosensitiva o neurosensorial) El autismo/asperger tiene ventajas y desventajas. También una curva de maduración distinta a las de las demás personas, que no afecta a la creatividad (siempre está presente) La curva de aprendizaje social sí está presente. Eso no significa que de un día para el otro el Autismo (que ven la mayoría de los profesionales tan solo como un trastorno del desarrollo, por lo tanto eso implica que un adulto con asperger, que lleva una vida en apariencia normal, no puede ser autista) desaparezca.

Comprobé que el uso de audífonos no modificó mis rasgos Asperger, incluso puede ser que los haya remarcado (o liberado aún más).

Nadie sabe explicar a qué se debe el tinnitus, ni la pérdida de audición que no es física en mi caso (solamente he escuchado referencias a la pérdida de células pilosas, pero no está claro).

Lo que tengo en claro es que nadie parece saber nada sobre las pérdidas de audición neurosensoriales y del Asperger y autismo en adultos. Mis esfuerzos por llegar a un diagnóstico claro, que pueda ayudar en mi situación, que sea más cercano a mi identidad (que siento más cercana al asperger/autismo que a la sordera, de la que también estoy al tanto y siento cercana, pero no es lo mismo) cayeron en saco roto. Es descorazonador.

La distancia entre mis lecturas científicas sobre el tema y lo que encuentro en el ámbito de la atención médica me asombra y preocupa.

PD: A todo esto, ya fui diagnosticado con Asperger en 2014…

A. G. F.

El hombre sin cara. Relato corto.

Un hombre sin rasgos faciales nació en el barrio de Once de Buenos Aires. Los médicos que lo extrajeron del cuerpo de su madre le advirtieron a ella que no tenía rasgos faciales, pero aclararon que gracias a Dios tenía todos los sentidos intactos. El niño había llorado y todo, luego de un minuto, ya que a través de los poros de su pielcita, salió disparada una nube de vapor, como si algo hubiera activado un rociador, que se esparció por toda la sala de la clínica.

Según el médico su verdadera cara estaba debajo de gruesos pliegues de lampiña piel, pero de alguna manera la información visual y auditiva, que son las más importantes para los humanos, ya que el olfato no parece muy útil, llegaba al cerebro, que estaba en algún lugar de esa cabeza que parecía un huevo rosáceo.

Cuando llegó el momento de pasear con el cochecito de bebé, la madre le dibujó antes con un marcador indeleble unos ojos, una nariz y una boca. El padre retocó un poco el dibujo de la madre y los dos quedaron muy contentos con el resultado. La gente quedó encantada con el resultado en la calle. Le sonreían y hasta lo acariciaban.

Aprendió a mover los rasgos como pudo y en la escuela, haciendo mucho esfuerzo, pudo estirar tanto la parte inferior del huevo que tenía de cara, lo que hubiera sido su mentón, que logró separar una hendidura parecida a una boca, justo donde tenía la boca dibujada. El tiempo pasó y el hombre sin cara creció y pasó como uno más entre los pares, salvo algunas bromas de los pocos que podían darse cuenta que su cara era un dibujo. Durante el colegio secundario el acné revistió la piel de donde hubiera ido el rostro de cráteres y eso ayudó a que otros se sintieran identificado con él. Después de todo, las caras están en proceso de erupción en esos años.

Con el tiempo, después de graduarse en Bellas Artes, el hombre sin cara se convirtió en un intérprete excepcional, aprendió a recitar obras de teatro clásicas de memoria, escribió las suyas, fue premiado, elogiado, e incluso ganó algo de dinero. Tenía ese don de contorsionista en su cara. Era un experto en la imitación. Y no sólo eso, a veces lograba transmitir estados de ánimos jamás experimentados por el público ya que podía plegar la piel de una manera nunca antes apreciada por los espectadores de teatro.

En ese momento, en la cresta de la ola de su popularidad, consiguió enamorar a una chica que con el tiempo se convirtió en su pareja. La misma chica lloró ante las menciones y premios colgados en las paredes del apartamento del hombre sin cara, donde vivía solo, con varios espejos, desde que se había mudado de su Once natal. El hombre sin cara no entendía por qué la chica había llorado, porque a él parecía irle bien.

Al poco tiempo el dinero no alcazaba. Y el hombre sin cara malgastaba en miles de lapiceras y marcadores de tinta indeleble su desequilibrada fortuna. Un primo lejano lo ayudaba en secreto económicamente y eso bastaba a esa familia para mantener la ilusión de que no habían tenido un hijo sin cara. Pero la chica ya no toleraba la situación y la gente decía que había que tener un futuro, que debía tener un PLAN B el hombre sin cara, y hacía rato que el hombre sin cara no quería hacer otra cosa que dibujar, escribir, actuar e incluso bailar; todo lo cual estaba escrito en la obra de teatro que quería presentar cuanto antes.

Así y todo, por esa época la pareja decidió festejar su unión espiritual, ya que la física no paraban de festejarla, y si bien no eligieron casarse, hicieron una fiesta en el apartamento de la suegra del hombre sin cara. Para la fiesta, fue invitado un familiar, el primo lejano que era una especie de mecenas de nuestro protagonista, que había crecido con el hombre sin cara, que había visto a los progenitores del mismo pintarle las facciones, porque era de esos hombres que siempre están en el momento justo y en lugar indicado para influir en la vida de los demás.

Es más, se vistió de lujo para la ocasión, él que era sucio y vulgar, y llevó un sombrero de vaquero, que le daba un aire de patriarca superado. Una mirada del primo lejano dejaba sin valor la de los padres del hombre sin cara. El brillo de esos ojos sagaces y resentidos era capaz de convencer al mundo de que nunca se habían destrenzado los continentes. El amor nunca tuvo un contrincante tan entrenado, tan erguido, tan lastimado como para clamar venganza.

El hombre sin cara, en la terraza donde se festejaba la unión de los amantes, se quejó de que faltaba vino para el festejo, algo de lo que se iba a encargar el primo lejano, incluso había dicho que su finalidad era alegrar la fiesta con los vinos que él mismo producía. El primo dijo, tomándose la punta de su sombrero.

–No tenés cara para decirme esto. No tenés cara.

El hombre sin cara no sabía que contestar. Empezó a sentir un remolino ardiente que nació en su estómago y subió hasta su pecho. Él había hecho las cosas bien, él había administrado las cosas para que ahora estuviera a punto de cumplir y realizar su gran obra. Las sumas que enviaba el primo lejano eran una limosna. Y hasta él había trabajado en sus viñedos al principio sin paga. Pero el primo lejano repitió.

–No tenés cara.

En ese momento el padrastro de la pareja del hombre sin cara se miró con su esposa y todos bajaron la cabeza, desilusionados del hombre con cabeza de huevo.

Unos días después, cuando seguía preparando una obra de teatro que se llamaba El hombre sin cara, el cielo ennegreció y se desató una tormenta, El hombre sin cara estaba ensayando en un galpón que había convertido en sala y se dio cuenta que era el cumpleaños de su querida y debía pasar por la florería. Olvidó su paraguas. La lluvia fue tan fuerte que borró las facciones que tenía dibujadas. Fue tanta el agua que cayó, y tan lacerante, que llegó a borrar incluso las que habían dibujado sus padres. La ciudad se inundó de agua y el semblante del hombre sin cara de tinta.

Las cejas se despintaron, cayeron sobre la nariz en una mancha que ya no tenía límites claros, la nariz se desparramó sobre lo que hubieran sido sus mejillas como si fueran los redondeles rojos de un payaso, y la boca cayó hasta la punta del huevo que debería haber sido su mentón. Aún así llegó a comprar el ramillete de flores para festejar el cumpleaños de su pareja.

Así que entró en su apartamento con las rosas y su pareja empezó a gritar. En vez de decirle que su cara se había desfigurado por el agua, le tiró un trapo y dijo que no podía seguir en la situación en que estaban. También le dejó en claro que era una maldición para sus padres, y para su primo lejano sin dudas, y que evidentemente tenía serios problemas psicológicos que había tratado de advertirle que fueran enmendados. El hombre sin cara sabía que tenía algunos problemas por no haber tenido cara, pero no eran nada comparables a los que tenían los demás. No había manera de explicar su vida.

El hombre sin cara terminó llorando y temblando en su apartamento frente a su pareja que le anunció que lo abandonaba y que se iba bien lejos porque su madre había comprado un pasaje para llevársela de viaje y alejarlo de él lo más rápido posible.

Solo en la casa, el hombre sin cara fue a una caja de madera que tenía en el placard, la abrió y sacó el certificado de hombre sin cara que le habían expedido el estado argentino hacía muy poco tiempo, mientras conocía a la que ahora era su ex pareja. No era el único, pero otros simplemente tenían un huevo en vez de cara, y desde niños andaban así, con una tez oscura, a veces con llagas de restregarla contra la pared para tratar de sentir algo de forma directa, otras veces bronceada por el sol, cuando elegían vivir alejados de la sociedad. Sabía que algunos sentían tanto que elegían esconder la cara en algún armario.

Con el certificado de hombre sin cara, y sin parar de llorar, el hombre se dirigió a la cocina, abrió la hornalla y quemó el certificado, que incluso le había sido entregado por su querida cuando llegó por correo. Luego tomó el jabón blanco de lavar la ropa, fue al baño y comenzó a lavarse la cara, hasta que no quedó ni las cicatrices de las repetidas manchas que había dibujado su madre hace tantos años, y las que él había vuelto a marcar tantas veces con ahínco; las que parecían ojos, una nariz y una diminuta boca, que él mismo había aprendido a fruncir haciendo esfuerzos desmedidos, como el mejor contorsionista, se fueron alisando y la cara quedó casi como un huevo rosado, enrojecido en su totalidad ahora y no sólo en algunas partes por la fricción del jabón y la de sus propias manos. El huevo que tenía de cara parecía ahora un gran ojo restregado.

Fue a una psicóloga, de ascendencia griega, que le dijo, como si fuera el mismo Zeus, que nadie debía quererlo si no quería estar con un hombre sin cara. No era una obligación que su ex pareja lo quisiera; con eso pareció estar descubriendo América la mujer. Luego fue a otro que le dijo que el mundo era injusto. Y que él debía ser descendiente de los primeros homínidos fallidos, esos que relataba el Popol Vuh, con caras yermas como la suya.

Desesperado, visitó a un homeópata que le dijo que tomando unas gotitas de un líquido podría empezar a recuperar sus rasgos. Todos los defectos del hombre sin cara que no tenían que ver con no tener rostro comenzaron a agigantarse ante él como terribles pesadillas que se proyectaban en la pared desnuda del apartamento donde vivía. Necesitaba salir de ese lugar cuanto antes.

Se había dado cuenta del gran sobreesfuerzo que estuvo haciendo toda su vida para encajar, para salir adelante, porque él era el primero de todos que sabía que en lugar de una cara tenía una planicie que tuvo que aprender a domar para expresar sus variadas emociones. Al principio golpeaba con su cabeza la de los demás, para dar a entender que le gustaban. Algunos, y con razón, lo tomaban a mal. Descubrir lo que ya se sabe es lo más aburrido del mundo. Y la tristeza y el sopor de lo monótono inundaron al hombre sin cara. El futuro estaba vacío.

Como el agua ahora parecía perseguirlo, el día que salió de su apartamento dispuesto a conquistar el mundo otra vez no paraba de lloviznar. En las calles céntricas de Buenos Aires, trató de encontrar a otro hombre sin cara, a una mujer sin cara también, pero fue en vano, todos parecían haber escapado de alguna manera de ese lugar. Sabía que no todos los hombres sin cara tenían cabeza de huevo, así que andaba mirando a los que tenían sombreros, a las que andaban con paraguas escondiendo la cabeza, a las niñas cuyo cabello parecía de utilería, a los niños que llevaban máscaras aunque no hubiera ninguna fiesta ni era carnaval, a los viejos que tenían una pipa más grande que su nariz, y más que nada, a los tatuados, con cuidado, porque algunos decían que traían mala suerte. Pero nada.

Entonces trastabilló y cayó en una zanja sucia, ya cuando estaba por el barrio de Palermo, y había caminado más de cinco kilómetros de donde vivía. Ahora sus facciones eran un caos organizado por el barro de la zanja. Pudo verlo en el baño de un bar y luego se alejó para meterse en el estudio donde estaba ensayando la obra. Juntó fuerzas y con la cara que parecía ser un lodazal, pero guarecido esta vez de la lluvia y de las personas, comenzó a proferir el discurso que había preparado para la obra que iba a interpretar con su amada ausente.

Odiaba realmente más que nunca a su primo lejano. Estaba dispuesto a ir a buscarlo y arrastrarlo de los pelos por todo su viñedo de uvas agrias. Pero él no era así. Sabía que la vida se desplegaba, se alisaba, se contraía, se ahuecaba, arrugaba, se desprendía y que esa verdad era inherente a todo, como si lo que lo separaba de su primo lejano fueran esas tierras resecas y partidas que generan las sequías. Y pensó que esa terracota inutilizable era la que tenía su primo en su corazón.

No había nadie en el galpón que usaba de sala de ensayo. Las ratas paseaban por las vigas y sorteaban los reflectores. Las palomas anidaban en el techo de zinc.

El hombre sin cara se mantuvo de pie una hora e interpretó todos los papeles de la obra que había escrito. Luego advirtió que por el techo, que debía estar agujereado, caía un pequeño hilo de agua. Caminó hasta el agua azul verdosa y dejó que lo salpicara para darle así un nuevo aspecto a su redondo y liso semblante. Entonces buscó una vieja silla de madera que había en un vértice de la habitación y se sentó. Levantó su mano derecha, extrajo de sus bolsillos un marcador y dibujó una cara en cada una de las yemas de sus dedos.

Una yema sonreía, la otra expresaba frustración, en el dedo medio había una asombrada, una frívola la seguía y en el meñique una carita absorta. Se quedó mirando su meñique por mucho tiempo, hasta que logró que la cara absorta comenzara a moverse.

De alguna manera, logró que la piel de su dedo meñique se estirara, cambiara de forma, comenzara a hacer una transición entre las caras que estaban dibujadas en las otras yemas. Y se distrajo tanto con eso, que la noche sobrevino, el día, las semanas, los meses y enflaqueció hasta quedar hecho un esqueleto. Un día su cabeza se desplomó del peso.

Lo encontraron, hecho un esqueleto, sin piel y con la cara que los médicos habían dicho que tenía bajo el huevo que debió contener una cara. El rostro descubierto, como el de los demás humanos, era único, y hasta en la deformidad de la muerte conservaba la pasión que lo había guiado en sus pasos por este mundo de gente que, en general, llevaba una cara bien visible.

Y así termina el relato de la vida del hombre sin cara.

Por Adrián Gastón Fares

Para que quede claro. Conclusión sobre la relación entre autismo, pérdida de audición y tinnitus.

Quiero explicar (me parece una responsabilidad explicarlo) que no haber entendido un diagnóstico de “Autism Syndrome Disorder” o del “Trastorno de Espectro Autista” que me fue dado en 2014, a los 36 años, excluí la posibilidad de que pudiera coexistir TEA, en el rango antes llamado Asperger, con mi hipoacusia y tinnitus (acúfenos; zumbidos constantes). Debieron sumarse los diagnósticos.

Estaba en ese momento, hace 7 años, bastante seguro del diagnóstico, de hecho fui rejuntando los datos yo mismo requeridos para el mismo (no encontraba explicaciones posibles a mis síntomas, y la explicación con respecto al tinnitus y las especies de mareos nunca me convencieron)

Creo que primero tenía que concentrarme en los oídos, en encontrar audífonos útiles; de cualquier manera, varias causas e influencias me llevaron a negar ese diagnóstico de 2014. 

Debí haber abrazado ambos diagnósticos porque los síntomas de los dos diagnósticos estaban claros.

Hoy creo haberme equivocado en dejarme llevar por opiniones de profesionales de otras áreas, que no estaban vinculados al diagnóstico del ASD o TEA y negaron la posibilidad de que coexistieran el TEA y la hipoacusia neurosensorial.

Había gente empecinada en que yo no tuviera sordera ni autismo, se ve. Pero como no conocer la verdadera identidad de uno es contraproducente; esas son cosas que nunca deberían ocurrir. No se juega con las personas con discapacidad (pero qué se puede esperar en un mundo donde mucha gente odia hasta a una niña con autismo. Respuesta: Nada)

Por otro lado, debería ser más integral todo, pero sé que es difícil, más cuando se busca una explicación en la juventud / adultez.

En cualquier caso, confío en mí:

Viendo escáneres del cerebro que me realizaron por el tinnitus y la hipoacusia neurosensorial, por la que tengo certificado de discapacidad, revisando resonancias magnéticas con medio de contraste, tomografía eléctrica cerebral (brain electrical tomography, sistema LORETA; vigilia, reposo, visual y auditiva), leyendo el resultado de esos estudios, comparando información, adaptaciones, no adaptaciones, síntomas y diagnósticos, llegué a la conclusión que mi hipoacusia y el ASD pueden coexistir. 

O uno explicar al otro (lo más común sería que el ASD explique la sordera) En ese caso sería un mecanismo de compensación como los que explica Olga Bogdashina tan bien en sus libros. 

No puedo negar que leer los libros de Temple Grandin (El cerebro autista), más otros de neurociencias, me ayudaron a pensar el problema.

Puede ser que tenga a la vez (de hipoacusia y tinnitus), APD (Auditory Processing Disorder). El libro When the brain can´t hear, de Teri Jams Bellis, me ayudó a entenderlo. Esa dificultad para enfocar la escucha está presente en mí (además de la pérdida de audición en los agudos, que coincide con el rango del tinnitus

En tal caso, eso explicaría el porqué llevó tanto tiempo mi diagnóstico (APD recién se diagnostica en la actualidad a los 7 años de edad) .

Y el ASD/TEA leve aquí en los años ochenta del siglo pasado no se diagnosticaba: a uno le decían que le faltaba calle (no me faltó calle de chico, sí luego fui un adolescente muy solitario). 

El ASD / TEA explicaría bien mi infancia, mi adolescencia (ya clara sordera también por la dificultad adaptativa incrementada), juventud y… bueno, espero ser joven todavía.

Queda por revisar los escritos que fui publicando en este blog sobre mi vida y la sordera (ahora agrupados en el Índice de este blog en Escritos sobre mi vida) y verlos como una aproximación a una verdad, como también lo es esta aproximación a una verdad que para mí resulta evidente.

Y hay que leerlos de ahora en más teniendo en cuenta el “TEA” y todos los diagnósticos y síntomas generados por la hipoxia en el nacimiento, el nacimiento con fórceps y/o la herencia genética (las anteriores causas posibles de mi hipoacusia y tinnitus).

por Adrián Gastón Fares.

PD: Recomiendo ver la película sobre la vida de Temple Grandin en HBO Max.

También vuelvo a recomendar el documental The reason I Jump (La razón por la que salto).

Y, como lo había hecho en 2014, recomiendo el libro de Olga Bogdashina, Percepción sensorial en el autismo y síndrome de Asperger.

Nota: No siempre el autismo tiene que ver con evitar el contacto visual. En el caso que se dé con tinnitus / pérdida de audición no queda otra que mirar la cara del interlocutor, especialmente tratar de leer los labios para comprender lo que nos están diciendo.

Sobre la importancia de construir un nuevo paradigma para las personas con discapacidad.

Hay cosas que se aprenden enfrentando obstáculos. Como todo no tiene que ser tan difícil en la vida y como enfrentar obstáculos siempre puede generar algún daño colateral innecesario, a veces es mejor leer.

Las personas con discapacidad a veces no tienen tiempo para leer. No pueden, no los dejan o no sé qué pasa pero estoy pensando la razón por la que no han sabido luchar por sus derechos y no han sabido, en general, dejarnos un mundo mejor a los que veníamos tras ellos. Sé que algunos y algunas lo hicieron (Helen Keller, por ejemplo).

Ahora, escribiendo esto, me doy cuenta que han tenido que enfrentar obstáculos muy difíciles, como la falta de un paradigma que los ampare.

Entonces, sin Thomas Kuhn, sin Veblen, sin Burke, sin Sontag, sin Said, sin Levi-Strauss y sin Foucault, claro, las cosas se hacen más difíciles. Discernir se hace más difícil, más cuando uno tiene un doble trabajo, el de entenderse a sí mismo, y el de comprender al mundo.

No es tan difícil comprender al mundo, diré, como comprenderse a sí mismo. Diré también que personas con discapacidad que se han comprendido a sí mismos, de alguna u otra manera, sin decirlo, han dejado una huella imborrable en la cultura y se han olvidado de la desigualdad (salvo en sus cartas póstumas, como la de Beethoven que fue escondida por sus familiares y salió a la luz no hace mucho, creo recordar)

Por lo tanto, es más importante comprenderse a sí mismo, que al mundo, por lo menos para dejar huellas imborrables en la cultura. Pero para cambiar las cosas: no. Hay que comprender la dinámica del llamado entorno o mundo (aunque el filósofo Gabriel Markus diga que el mundo no existe, con más razón, existen una serie de paradigmas con los que podemos entablar una conversación)

Volviendo a lo que pensé en una nota anterior es evidente que la discapacidad no adquirida, de nacimiento, es el resultado de haber nacido con algún problema que se iba a evidenciar tarde o temprano en cuanto la exigencia de adaptación se presentara. Y que el síntoma donde se evidencia más, no es más que eso, es un síntoma (como ya saben muchas personas que sí están estudiando el tema ahora: lo que me hace suspirar de alegría) 

Por ejemplo, en mi caso, la sordera (la hipoacusia o tinnitus, digamos; leer notas al final: adelanto que creo que el tinnitus/hiperacusia es la causa de mi hipoacusia y no al revés como deduce el paradigma médico vigente, por ejemplo).

Es el pico, es lo que salta: es una secuela. Otra podría ser los sabañones, por ejemplo. O la casi imperceptible asimetría física que tengo, como muchos. Me las arreglé para vivir con algo de asimetría corporal, y con sabañones, pero me costó más escuchar. Por eso el certificado de discapacidad y el diagnóstico tardío y la mar en coche, como decían antes. Pero no me asombran las dilaciones médicas a esta altura. Ver nota 1.

Lo que sí me asombra es que no se haya ido más allá con el tema de la diferencia de nacimiento. Que no se hayan armado paradigmas al respecto mucho más humanos y accesibles. 

Me asombra que no se hayan hecho distinciones entre discapacidades adquiridas tarde (ey, mi abuelo no escucha bien tampoco y a mí me dan ganas de decir: ¡qué me importa!; no es lo mismo, tu abuelo seguro que vio Los Simpsons y los escuchaba, no tuvo que vivir el ser joven y no escuchar bien, por ejemplo; hay una distinción en eso, no se puede comparar y es un chiste que no me preocupe la pérdida de audición en adultos mayores, claro, me importa: pero no es lo mismo que nacer con pérdida de audición) y las repercusiones en la identidad de la diferencia con la que uno ya nace.

Si algún humano hubiera trabajado en eso, a mí me sería más fácil con solo decir que nací diferente, o con alguna discapacidad, ser comprendido. Gastaría menos tiempo en discutir conmigo mismo y con los demás para explicar algo que siento como una verdad evidente, cuyo abandono me parece injusto.

Ahora bien, entre comprender y ser comprendido, siempre voy a elegir lo primero.

Adrián Gastón Fares.

PD: me importa que los adultos mayores no puedan escuchar bien, de hecho, vi cómo la sordera, con el tiempo, afectaba a personas queridas y todavía hoy recuerdo eso con dolor, en un caso era una persona que vivía con otra discapacidad. Yo no sería el mismo si no la hubiera conocido. No tomaría mate. No conocería una gracia que pude conocer. Y, lo más importante, sería mucho menos dichoso de lo que a veces soy.

Nota 1: No estoy tan seguro que mi hipoacusia sea neurosensorial. Puede ser una consecuencia de los conductos internos auditivos. De hecho, un médico otorrino, en 2012, observando una tomografía computada que me mandó a hacer, sugirió que podía ser una malformación congénita, que estaba casi dentro de los límites de lo normal, de los conductos auditivos. La otra teoría es que las células ciliadas del oído mueren por la hipoxia de nacimiento y el deterioro se acentúa con el paso del tiempo. En cuanto al tinnitus, también sería causado por las células cilíadas estropeadas. También puede desarrollarse por falta de rehabilitación auditiva (como también con el tiempo se discriminan peor las palabras escuchadas, porque no se estimula al cerebro) Los médicos todavía no pueden explicar al tinnitus a fondo, por lo que me consta (investigué mucho, hasta con otoneurólogos) La metáfora del piano desafinado, o con teclas rotas, deja perplejo al paciente y en espera de mejores explicaciones (prefiero esta comparación: es como tener caracolas de mar pegadas a las orejas)

Nota Corrigiendo la Anterior: Negué un diagnóstico de ASD o del espectro TEA (antes llamado Asperger) que me fue dado en 2014 (quería quitarme la duda y estaba en ese momento bastante seguro) Hoy creo haberme equivocado en dejarme llevar por opiniones de profesionales de otras áreas, que no estaban vinculados al diagnóstico del ASD o TEA. Viendo estudios del cerebro que me realizaron por el tinnitus y sordera, comparando información, adaptaciones, no adaptaciones, y diagnósticos, llegué a la conclusión que mi hipoacusia y el ASD pueden coexistir. O uno explicar al otro (lo más común sería que el ASD explique la sordera, pero escapa mi imaginación un mecanismo de compensación tan elaborado como una hipoacusia como los que explica Olga Bogdashina tan bien en sus libros, si mis lectores saben que no es así, soy todo oídos…) No estoy seguro, pero puede ser, que tenga a la vez (de hipoacusia y tinnitus), APD (Auditory Processing Disorder) En tal caso, eso explicaría el porqué llevó tanto tiempo mi diagnóstico (APD recién se diagnostica a los 7 años de edad) Y el ASD aquí en los años ochenta del siglo pasado no se diagnosticaba: a uno le decían que le faltaba calle (no me faltó calle de chico, sí luego fui un adolescente muy solitario). El ASD explicaría bien mi infancia, mi adolescencia (ya clara sordera también), juventud y… bueno, espero ser joven todavía 😉

Nota 2: No está mal leer la entrevista que conforma el libro Identidad, de Zygmunt Bauman.

Nota 3: Una idea es que cuando la junta médica expide el certificado de discapacidad, solo diga “Discapacidad” (y que las prestaciones estén incluidas según los médicos especialistas que luego atiendan a las personas con discapacidad) La razón es que el certificado de discapacidad cuando describe la “discapacidad” condiciona a las personas que lo portan y al entorno.

Conclusión sobre el origen de mi hipoacusia y tinnitus: una aproximación al TEA.

Quiero explicar (me parece una responsabilidad explicarlo) que no haber entendido un diagnóstico de «Autism Syndrome Disorder» o del «Trastorno de Espectro Autista» que me fue dado en 2014, a los 36 años, excluí la posibilidad de que pudiera coexistir TEA, en el rango antes llamado Asperger, con mi hipoacusia y tinnitus (acúfenos; zumbidos constantes). Debieron sumarse los diagnósticos.

Estaba en ese momento, hace 7 años, bastante seguro del diagnóstico, de hecho fui rejuntando los datos yo mismo requeridos para el mismo (no encontraba explicaciones posibles a mis síntomas, y la explicación con respecto al tinnitus y las especies de mareos nunca me convencieron)

Creo que primero tenía que concentrarme en los oídos, en encontrar audífonos útiles; de cualquier manera, varias causas e influencias me llevaron a negar ese diagnóstico de 2014.

Debí haber abrazado ambos diagnósticos porque los síntomas de los dos diagnósticos estaban claros.

Hoy creo haberme equivocado en dejarme llevar por opiniones de profesionales de otras áreas, que no estaban vinculados al diagnóstico del ASD o TEA y negaron la posibilidad de que coexistieran el TEA y la hipoacusia neurosensorial.

Tampoco tenían por qué saber tanto, creo yo.

Debería ser más integral todo, pero sé que es difícil, más cuando se busca una explicación en la juventud / adultez.

En cualquier caso, confío en mí:

Viendo escáneres del cerebro que me realizaron por el tinnitus y la hipoacusia neurosensorial, por la que tengo certificado de discapacidad, revisando resonancias magnéticas con medio de contraste, tomografía eléctrica cerebral (brain electrical tomography, sistema LORETA; vigilia, reposo, visual y auditiva), leyendo el resultado de esos estudios, comparando información, adaptaciones, no adaptaciones, síntomas y diagnósticos, llegué a la conclusión que mi hipoacusia y el ASD pueden coexistir.

O uno explicar al otro (lo más común sería que el ASD explique la sordera) En ese caso sería un mecanismo de compensación como los que explica Olga Bogdashina tan bien en sus libros.

No puedo negar que leer los libros de Temple Grandin (El cerebro autista), más otros de neurociencias, me ayudaron a pensar el problema.

Puede ser que tenga a la vez (de hipoacusia y tinnitus), APD (Auditory Processing Disorder). El libro When the brain can´t hear, de Teri Jams Bellis, me ayudó a entenderlo. Esa dificultad para enfocar la escucha está presente en mí (además de la pérdida de audición en los agudos, que coincide con el rango del tinnitus)

En tal caso, eso explicaría el porqué llevó tanto tiempo mi diagnóstico (APD recién se diagnostica en la actualidad a los 7 años de edad) .

Y el ASD/TEA leve aquí en los años ochenta del siglo pasado no se diagnosticaba: a uno le decían que le faltaba calle (no me faltó calle de chico, sí luego fui un adolescente muy solitario).

El ASD / TEA explicaría bien mi infancia, mi adolescencia (ya clara sordera también por la dificultad adaptativa incrementada), juventud y… bueno, espero ser joven todavía.

Queda por revisar los escritos que fui publicando en este blog sobre mi vida y la sordera (ahora agrupados en el Índice de este blog en Escritos sobre mi vida) y verlos como una aproximación a una verdad, como también lo es esta aproximación a una verdad que para mí resulta evidente.

Y hay que leerlos de ahora en más teniendo en cuenta el «TEA» y todos los diagnósticos y síntomas generados por la hipoxia en el nacimiento, el nacimiento con fórceps y/o la herencia genética (las anteriores causas posibles de mi hipoacusia y tinnitus).

por Adrián Gastón Fares.

Manifiesto sobre la identidad DIVERSA o DIFERENTE, con especial atención a la discapacidad NO ADQUIRIDA (la temprana, que se presenta en el nacimiento)

Llegó el momento de que la sociedad salde una deuda con los que nacimos de manera diferente (la discapacidad es sólo un paradigma médico, necesario, por cierto porque sirve para pensar un problema y por lo tanto sirve para recibir ayuda sobre ese problema)

Si bien la palabra diferente parece estar estigmatizada en la discapacidad y se prefiere usar el eufemismo «capacidades diferentes», creo que es más adecuada, o que incluso puede ser reemplazada por la palabra DIVERSA O DIVERSO (en mi caso por ejemplo tengo hábitos, adaptaciones y costumbres de persona con discapacidad auditiva y otras de persona oyente, por lo tanto la palabra no me parece descalificadora para nada; me hace comprender a mí mismo mejor y tal vez explicarme mejor a los demás)

Si quieren, el último (el nacer diferente, diversa o diverso) puede ser un paradigma de discernimiento sociológico o humano cuando hay discapacidad NO ADQUIRIDA, o sea cuando la discapacidad es temprana o de nacimiento.

Sin dejar de apoyar otras luchas muy justas expongo que la nuestra es otra identidad para ser tenida en cuenta.

En la discapacidad no adquirida la adaptación genera hábitos y costumbres, hasta una manera de comunicarse, claro, que nos definen como seres humanos.

Cuando la discapacidad es adquirida de adulto, es otra historia, con otro marco de pensamiento, porque la persona recién ahí comienza a adaptarse a la nueva condición, y las adaptaciones llevan mucho tiempo como para solidificarse en hábitos y costumbres que generan una identidad.

No es menor sentar bases sobre la diferencia de discapacidad adquirida y no adquirida para ser justos tanto con una como con otra.

Los que tenemos discapacidad no adquirida venimos aguantando ser invisibles hace demasiado tiempo. Todavía más las personas con algún grado de sordera (discapacidad invisible) que históricamente fuimos abandonadas en nuestra lucha (o nos hicieron abandonar nuestras luchas) una y otra vez.

Se debe al miedo que la sociedad tiene de lidiar con nuestras dificultades y diferencias (el miedo a compararse con lo que no deberían compararse; no debería existir ese miedo y sí la comprensión y el equilibrar para suplir, según el caso, las desventajas)

Se debe a que la apariencia es más importante que conocer la realidad.

Por esto último, se vulneran derechos y no se hacen las INTERVENCIONES necesarias para que suframos menos la presión social, fruto de la no educación al respecto de nuestra condición humana.

No se toleran más las incoherencias e injusticias al respecto, ni el discurso imperante CREADO POR LAS PERSONAS SIN DISCAPACIDAD O NO DIFERENTES, y si para algo nací es para hacer saber lo que viví y compartir mi experiencia.

Como suelen decir, parece que somos «un caso de estudio», una expresión que se usa , a veces, para señalar la rareza o la particularidad de una persona. «Es un caso de estudio», he escuchado decir, a veces de manera cariñosa, sobre algunas personas.

Solemos ser casos de estudio nunca estudiados y con suerte, uno mismo llega a estudiarse y construir su propia realidad y su propio paradigma, porque tristemente, no hay ninguno.

Hay que educar a las personas sobre las condiciones de discapacidad NO ADQUIRIDAS O INVISIBLES. Estamos doblemente expuestos a una incomprensión que lastima diariamente y que es molesta. Parece que el mundo olvidó lo que había aprendido en el siglo XX. En los setenta había movimientos en Estados Unidos de «orgullo sordo» o equivalentes.

Por ejemplo, en lo que nos toca a las personas con discapacidad auditiva, está mal que sigan haciendo chistes como «qué suerte, podés sacarte los audífonos cuando no querés escuchar a alguien» o «¿para qué querés escuchar con lo que dicen?»

De ahí en adelante, hay todo un mundo de peligro, maltrato e incoherencia social para las personas nacidas diferentes, con algún tipo de discapacidad auditiva. Estos ejemplos son menores: la incomprensión puede llevar a hacer confundir a la misma persona sobre su identidad y por lo tanto, sin querer, exponerla a todo tipo de maltratos sociales, tanto físicos como psicológicos. Además, imaginen los que ocurriría si nosotros hiciéramos los mismos chistes con otras identidades.

El pensamiento se aletarga en momentos de pandemia parece, y lo mejor que podemos hacer es reflexionar para sentar nuevas bases. Son más que nunca necesarias, veo. Es un momento propicio.

Necesitamos una política para que la discapacidad y la diferencia sean más respetadas. Para no perder los derechos ya ganados y que se haga cumplir el texto íntegro producido por la convención de los derechos de las personas con discapacidad.

No queremos ser más invisibles ni sufrir la violencia cotidiana de la incomprensión. Algunas, y algunos, ya sufrimos mucho.

Para que el mundo sea más justo, cuanto antes es necesario educar a las personas y crear una conciencia sobre la tolerancia y la comprensión de la diferencia.

En los ochenta se escribió un libro sobre la sordera que se llama «Cuando la mente escucha» (When the mind hears, Harlan Lane, 1984)

Saber discernir no tiene nada que ver con escuchar.

por Adrián Gastón Fares.

Kong 7.

Estimado Adrián,

Ayer salvamos con Taka a un Noser del suicidio. Estaba en el borde del edificio de 500 pisos llamado Austen 2. Este Noser, en vez de cabellos, tenía múltiples y diminutas serpientes en la cabeza que lanzaban ávidas dentelladas al aire. Al acercarme noté que comían las moscas que lo rodeaban. La cara del Noser estaba desencajada. Un pavor.

Esto fue lo que nos relató en la sala de interrogaciones, donde se largó a llorar como un crío.

Sus inventores le habían comprado un gorro azul, de lana, que lo obligaban a ponerse para parecer una persona como las demás. En sus primeros años de vida llevó una vida común,  pero en cuanto entró en la adolescencia la diferencia con las demás personas se hizo más evidente. Los inventores se olvidaron que lo habían creado y que no era una persona si no un Noser, impreso con la Impresora Rivera N#5675628. Comenzaron a exigirle más que la poca comprensión que le daban y no pudieron ver en qué radicaba la fuerza de su diferencia. El Noser juntó odio, perdió a una Noser que se dejó influenciar por sus inventores y los de ella, y que por eso no pudo ver el titánico esfuerzo de su compañero para seguir adelante, y ya entrada la madurez, al comprender lo que había ocurrido, no encontró fuerzas ni un lugar donde apoyarse para seguir viviendo. Decidió lanzarse al vacío desde la torre Austen 2. Ahí entró en acción Taka, que se lanzó en caída libre con él. Las serpientes que anidaban en la cabeza del Noser los salvaron al enrollarse del cuello de una gárgola que sobresalía del edificio. Quedaron suspendidos juntos en el vacío.

En la sala de interrogaciones, Taka destruyó la gorra de lana que habían impuesto al Noser sus inventores.

¿Linda historia, no?

Pero no te escribo para contarte de nuestras aventuras en la inspección de Noseres impresos con las impresoras Rivera, empresa líder en su rubro y a la que tengo la suerte de pertenecer hace más de veinte años en carácter de inspector de Noseres, tarea difícil que realizo junto a la diligente Taka y que encuentro cada día más gratificante.

Te vuelvo a escribir porque sé que estás pasando un momento particular… digamos. Por esas vueltas del destino acá tenemos tus periféricos y podemos investigar lo que te ocurre; leo las cartas que escribiste, las que enviaste y las que tenés guardadas y también los tremendos mensajes de WhatsApp que mandaste a familiares desde tu confinamiento en esa torre de babel digna de un Kafka bañado en chocolate. También vi tu versión de La flauta mágica, jaja, un cortometraje llamado Inextinguible, jaja. Todo está clarísimo ahí. Inauguraste un nuevo género, el terror familiar, con ese corto….

Ya deberías ser capaz de prever las cosas.

Acordate de Penteo espiando a las ménades, y de lo difícil que fue hacerle ver a Agavé lo que había hecho.

Mírala fijamente.

Acércate a la verdad.

A la verdad sí pero a ciertos lugares no hay que acercarse, es tu responsabilidad, uno tiene que atajarse en el aire, pero sé que no es fácil. Lo sé, Adrián. Por experiencia propia…

¿Qué te puedo decir?

En el futuro está mucho más claro quién es quién.

Mientras tanto, a la vida hay que encontrarle la vuelta, como dice el cabeza dura de Bertrand Russell, lo importante es dedicarse a algo, invertir el tiempo en algo, en este caso yo me parezco a los científicos, que según Russell, son las personas más felices porque son absorbidos por su tarea. De paso, fijáte lo que escribe Russell sobre Conrad en su autobiografía 😉

Es importante ser metódico y a vos que te gustan las imágenes, te describo una mía para que la atesores:

Siempre que te escribo lo hago desde una de las mesas azules ubicadas en la vereda de un bar de toldo y fachadas rosadas. A un costado, un cantero con flores amarillas, las hierbas de San Juan. Estoy tomando con un sorbete un helado líquido de menta, a veces de kinoto al whisky, que me acompaña mientras me concentro en que te lleguen los mensajes. No es tarea fácil, y la dulzura del helado repone mis fuerzas.

Retomemos.

No te encasilles en tu problema auditivo. Buscá fuerza en tu originalidad, incluso en tu lado oscuro, ya no tengas piedad con los idiotas pero no pierdas compasión, acordate que el If de Kipling en tus tiempos no sirve; en tus tiempos se está construyendo el mundo desde el que te escribo y te puedo asegurar que es muy diferente a lo que tenés enfrente. Llegado un punto las cosas se van a poner vertiginosas.

Afrenta lo que sea con esa dignidad de príncipe que trataron de bajar de un ondazo que ahora tenés.  Recordá que siempre te confunden con otras personas; por algo será.

No bajes los brazos, pichón.

Kong