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1995. El paradigma perdido. 13.

Anotaciones del cuaderno del Chino.

La pistola de Carlitos apuntaba a Roberto. Acá llegamos a conocernos y no me dan miedo ni Carlitos, ni el Mati ni el Rubio pero en ese momento parecía que nos iban a despellejar. La amenaza de los aborígenes no era nada comparada a una persona con un arma moderna en la mano. No sé de dónde sacó los reflejos Alberto, pero apareció de repente y lo próximo que vi fue a Carlitos con la boca abierta y tomándose un costado. Alberto lo había traspasado, en el lado derecho del abdomen, con la espada samurái. Lucas seguía colgado del cuerno del bisonte. Barbara contenía un grito. Me acerqué a ella como para apaciguarla pero no me animé. Laura pareció querer hacerle frente al Mati, que en realidad se estaba dando vuelta para escapar. El Rubio también reculó. Fue en ese momento que Lucas cayó del cuerno y quedó despatarrado en el piso. Todos cejaron en sus intentos de alejarse unos de otros y se reunieron alrededor de Lucas. El rubio, que parecía conocerlo, estaba más preocupado que nosotros. Sin embargo, Lucas sólo se había lastimado un párpado. El resto del cuerpo estaba intacto. Nos dimos vuelta porque una voz nos llamaba desde la puerta. Yo no la escuché pero seguí a los demás que giraron sus cuerpos. La voz, que era un aborigen atiborrado de cenizas, con los ojos saltones dijo:

-Ese premio no lo puede tolerar cualquiera. Solamente puede tolerarlo alguien que en la vida haya pasado las peores dificultades. Penurias económicas, abandonos de los padres, etc.

Ni hay que decir que el aborigen parecía un profesor disfrazado, no tanto por el atuendo, que era muy fiel a lo que uno puede imaginarse, sino por la manera de hablar. Al lado del aborigen estaba Mastronardi hijo. Un hombre de unos cuarenta años con una barba candado, camisa, y zapatos.

-Lucas es en vano que busques el premio. Otros familiares lo intentaron. Esta concesionaria está maldita por el premio. El que lo encuentre va a tener que afrontar la locura. Es mejor que ya esté loco de antes o que haya pasado como bien dice mi amigo aborigen las peores dificultades. Hay cosas en este mundo que superan a nuestra humilde imaginación, querido primo.

Lucas se estaba levantando y desempolvando los pantalones. Abrió la boca para refutar a su primo pero no dijo nada.

En ese momento el bisonte cedió y cayó detrás de él. Desde el agujero que había dejado la cabeza del animal nos miraban dos ojos brillantes. Primero pensamos que era el reflejo de las luces de la calle en los ojos de unas ratas que se escondían allí. Pero no lo era. Me acerqué para observar desde abajo y reconocí a dos diamantes incrustados en las cuencas de los ojos de una calavera que tenía la boca abierta y los pelos largos, que una vez liberados por el bisonte, caían casi hasta la altura de Lucas.

Todos temblamos. El rubio dijo que se iba corriendo de aquel lugar, que a él lo había contratado una profesora para molestar a los chicos y no tenía nada que ver, se disculpó con Mastronardi hijo y nos preguntó, algo muy raro en una persona de su clase social, cuál era nuestra identidad.

Laura contestó que lo estaba pensando y los trekkies dijeron que ahora ellos eran parte del clan Uta y aspergers, sin lugar a duda. El Rubio se horrorizó un poco como si eso afectara el pago por su trabajo o si hubiera fallado. Confesó que los profesores no estaban de acuerdo con que un tal Albatracio les hubiera dado esas fotocopias y que de alguna manera había que arreglarlo. Lo hacían por el bien de ellos. En ese momento Mastronardi hijo dijo que lo mejor era que escaparan del lugar y que eligieran a uno para que la maldición de la concesionaria, una maldición que los había mantenido ganando dinero por mucho tiempo, siguiera su curso, ya que habían molestado a sus antepasados.

Laura le preguntó si eso quería decir que la calavera esa era alguna bisabuela suya o algo así y Mastronardi dijo que sí, y que eso sólo no era, había más. Si no querían quedar aterrorizados para siempre debían escapar antes que el mecanismo siguiera su curso. En ese momento otro bisonte cayó al piso. Vimos otro brillo, esta vez como de esmeralda. Mastronardi hijo nos señaló los coches, el aborigen se sacó la peluca y se dio vuelta, dispuesto a retirarse. Cuando subimos a los autos escuchamos sirenas de policía. Así y todo logramos escapar unos diez kilómetros hasta que nos rodearon.

Pero antes debimos elegir quién se quedaría en el lugar. Y el Rubio, Mati y Carlitos (que no paraba de sangrar) no dudaron y eligieron a Pompeo.

Cerramos la puerta y lo dejamos con Mastronardi hijo que volvía de uno de los coches con unas sogas en las manos. Mientras la puerta se cerraba vimos cómo Mastronardi hijo separaba una silla, tomaba a Pompeo de las manos, prometiéndole que si superaba la prueba se quedaría con algo único, y lo ataba.

Pompeo no se resistió.

por Adrián Gastón Fares.

1995. El paradigma perdido. 12.

Anotaciones del cuaderno de Roberto.

De chico me pasaba la tarde leyendo a Agatha Christie. A Alberto le gusta más Sherlock Holmes pero a mí me gusta más Hércules Poirot. Miento. Me gusta más Miss Marple. También leí muchas veces esa narración de Poe, El escarabajo de oro.

Primero debo aclarar que nunca creí en la veracidad de esa historia familiar de Lucas. ¿Un premio que viene de la nada? ¿Puesto en la boca de un puma para que alguien en el futuro lo encuentre? Es por lo menos, sospechoso.

Así que lo primero que hice fue cerciorarme de que Laura no hubiera inventado lo del premio. Uno nunca sabe. Una vez en posesión del papel tuve que aceptar que mi desconfianza era impropia. Estaba escrito lo que había leído.

La carta no tiene pistas. Llama la atención que estén en mayúsculas las palabras Tenacidad y Valentía. Todavía creo que si no nos hubieran interrumpido con Roberto estábamos en lo cierto. Debo admitir que escribo esto y la lapicera me tiembla un poco. No quiero adelantar nada para que cuando me lean sientan lo que nosotros sentimos. Tal vez logre hacer un cuento o un guion, quién sabe, con esto que nos está ocurriendo, si es que logramos mantenernos a raya y alguien nos saca de esta celda común.

En la concesionaria, inmediatamente desplegué la hoja y la sostuve en alto mientras giraba en círculos. Mis ojos se movían frenéticamente e iban de la T a la V y luego a las paredes. A la derecha y a la izquierda de la puerta principal no encontré ningún vestigio de las letras que estaba buscando. Tampoco entre las cabezas de animales disecados. Miré a Roberto que estaba enfrente de las espadas samuráis y negó con la cabeza.

Recién ahí recordé La carta robada, ese famoso cuento de Poe. La solución tenía que estar a la vista. Adaptada a este contexto lo más extraño de esta concesionaria son las cabezas de animales. Y ya habíamos encontrado algo en el puma. Pensé que las pistas debían estar en las demás bocas que cuelgan debajo de los balcones que siguen a la gran escalera. El problema era que ese entablado es bastante ancho. No hay manera de agacharse por ejemplo por debajo de las barandas y pasar las manos para llegar a la boca de los animales disecados. Viendo que la empresa resultaba peligrosa, comuniqué a Lucas lo que había deducido. No pensé que se lo iba a tomar tan en serio. O sí, pero no pensé que iba a tener tanta… valentía.

Enfrente de las cabezas de animales cuelgan dos lámparas de cristal gigantes. Una en ala derecha del pasillo superior y otra en la izquierda. Debí escribir grandes y no gigantes. Lo que quería dar a entender es que el caño con el que están colgadas era, por lo menos para Lucas, suficientemente resistente como para aguantar el peso de un ser humano. Todavía desafiante, Lucas me preguntó con qué cabeza convenía empezar. Hay cinco de un lado y cinco del otro. Pensé en algún número que me sedujera y dije, con mucha seguridad:

-La tercera.

-¿La tercera de dónde?

Debo admitir que me costó más decidir si la izquierda o la derecha. Noté que el ala de la izquierda tiene una peculiaridad. Al final de la hilera de bisontes hay una cabeza tan pequeña que pasa casi desapercibida. La sombra de la última cabeza de bisonte la deja en la penumbra. Tuve que enviar a Alberto a que se fijara y me dijera si lo que yo veía era así.

Y era así. Era la cabeza de una rata. Una rata blanca. Con la boca abierta y los dientes afilados (y un poco grandes para una rata, deben ser un añadido del taxidermista). Me pareció que ese detalle estaba para confundir. Cualquiera hubiera elegido empezar por ahí. Así que le dije a Lucas que la tercera cabeza de la derecha. Todavía me pregunto si elegí bien o no.

Lucas apretó la boca y asintió. Tal vez fue un poco irresponsable que yo asintiera todavía más. Caminó hasta un mueble que hay en una esquina, abrió una alacena y sacó una botella amarillenta. Tomó un trago largo de eso. Y avanzó hasta la escalera con la botella en una mano. Se detuvo. Volvió, dejó la botella en la alacena y la cerró cuidadosamente. Luego alcanzó la escalera ímpetu, subió y se nos quedó mirando desde arriba (en realidad miraba a Laura; pensé que su mirada por un momento vacilaba, como si estuviera esperando que Laura lo detuviera con algunas amables palabras).

Pero cuando volví a mirar a Lucas ya estaba encaramado sobre la baranda del balcón de la derecha, se bamboleaba con las manos desplegadas haciendo equilibrio (me recordó a un surfista que intenta domar una ola). Enseguida, por suerte, o no, dadas las circunstancias, se lanzó hacia la lámpara (hay que decir que la lámpara no está lejos del balcón) Nos miró desde ahí, sin saber qué hacer, abrazado de la lámpara. Cualquiera hubiera pensado que la lámpara se iba a mecer. Pero parecía ser más resistente de lo pensado. Y Lucas con la mano no alcanzaba los cuernos del bisonte. Vi que con los pies tocaba el entablado y se impulsaba hacia atrás con el objetivo de que al volver con fuerza hacia adelante la lámpara lo dejara tomar los cuernos de la cabeza y así también poderla desclavar. Todo pasó muy rápido, pero la lámpara se soltó y cayó. Lucas quedó colgando con una mano en cada cuerno (y debían estar afilados porque a Roberto le cayó una gota de sangre en la cara).

Por la emoción noté que me empecé a marear. Roberto y Bárbara pegaron un grito. Roberto perdió los estribos. Se fue corriendo hasta la otra punta de la habitación. Lo perdí de vista por un momento. Debía estar frente a las espadas.

Lucas gritó:

-¡Por los Mastronardi!- mientras hacía fuerza para desclavar la cabeza y caer así irremediablemente al piso. Pero no lo conseguía.

Fue ahí que la puerta principal se abrió de repente. La patada fue certera. Al darme vuelta vi que me estaban apuntando con un arma.

por Adrián Gastón Fares.

1995. El paradigma perdido. 11.

Anotación del cuaderno de Martín. Continuación.

Noté que Bárbara y el Chino volvían a cruzar miradas. La tensión entre Laura y Lucas no había disminuido, lo que sólo era más sospechoso de esa nueva dinámica que se había formado entre los dos, de la que los trekkies me comentaron que parecía la de la agente Scully y el agente Mulder. Los demás estábamos un poco molestos por no tener nadie a quien tenerle bronca ni a quien mirar. Aunque creo que me refiero a mí porque los trekkies parecían estar encantados con la situación. Vi a Alberto hacer lo mismo varias veces. Tomaba el prendedor de Star Trek que tenía a la altura del corazón, lo desenganchaba, lo miraba y lo bañaba con su aliento para luego limpiarlo en la solapa. Luego volvía a colocarlo, no sin pincharse alguna que otra vez.

-¿Hace falta ahora que veamos las películas con ese texto de Albatracio?

A todos nos recorrió un escalofrío. Hasta yo fui consciente que ni El graduado se salvaba del asunto. Hoffman gañe una y otra vez. El gañido estaba descrito como un síntoma en el texto de Albatracio. Ese pálpito lo chequeé luego con Laura. No sabíamos qué decir. Estábamos totalmente espantados porque algo tan obvio hubiera pasado desapercibido para medio mundo. Comenté eso.

-Eso es lo que pensás vos, no sabés si pasó desapercibido. Las películas no vienen con instructivos de con qué analizarlas. Participan muchos, alguno tira una idea, otro otra, y así, como sin querer, construyen una especie de subtema.

-Pero ésas de la lista no parecen necesitar ninguna. Hasta El exorcista…- dijo el Chino.

-Basta- dijo Laura-. Eso es tomar las cosas de manera demasiado literal.

Todos nos quedamos callados y Laura tragó saliva.

-Mejor pensemos en la casualidad de que la pizza traiga esa inscripción y de que la cruz esté levemente inclinada.

-Por favor -dijo Lucas.

-A mí me hizo pensar que en un monte como el Calvario una cruz no se puede sostener mucho tiempo erguida sin que la derriben los vientos- dijo el Chino.

-Puede ser -dijo Roberto- que en el Gólgota esa cruz se haya desmoronado y que el que estaba colgado ahí haya visto, por un momento, el mundo inclinado, digamos, dado vuelta como decía la caja de la pizza. Luego esa tradición de ver al mundo dado vuelta en algún momento de la vida logró sobrevivir hasta la Edad Media, donde fue codificada como un momento natural de la vida de cualquier persona… Y es un poco lo que nos está pasando a nosotros ahora con estas fotocopias, ¿no?

-Siguiendo con Jesús, está la posibilidad de que lo hayan crucificado cabeza abajo. Y desde ahí la sangre se le fue a la cabeza. Tuvo una revelación. De repente vio que los que seguían ahí vivitos y coleando escupían al piso, eran desagradables unos con otros, ni siquiera lo miraban -agregó Alberto.

-En ese momento ya era tarde para él. Y ahí pronunció sus famosas palabras.

-¿Qué? -preguntó el Chino.

-Sus famosas palabras, ésas que no recordamos- contestó Roberto sin darse cuenta que el Chino no quería que le recordaran las últimas palabras de Jesús sino que simplemente no había escuchado bien.

-Se dan cuenta que esto no tiene sentido. Son casualidades. Las casualidades existen y son eso, meras casualidades como propuse… -dijo Laura mientras, algo nerviosa, había tomado la pizza que quedaba y la tenía en la mano mientras masticaba un pedazo y mantenía la mirada clavada más allá de las ventanas de cristal.

Pensé en el brillo que generaban las lámparas amarillentas en el piso de gravilla.

-Como esta que estoy viendo ahora -continuó Laura-, un tipo con barba larga, facciones delgadas, hombros cargados que está siendo empujado hasta el baúl de un coche. Los que lo empujan son muy parecidos al profesor Rojas y a Gatti, los ayudantes de Drusila. Y el empujado es casi igual a Albatracio. Pero no puedo asegurar que lo sea. Para eso deberíamos salir. Y en cualquier caso, puede ser que Albatracio justo estuviera pasando por la calle y que lo estén secuestrando unos ladrones para pedir recompensa. Pero pensar que eso es algo más que una casualidad, no es algo sano-. Su mirada se enturbió como si de golpe ella se hubiera zambullido en una oscura verdad-. Pobre, Albatracio.

-Creemos que se sacrificó por todos nosotros- dijeron los trekkies mientras se llevaban las manos a los prendedores o al corazón, pude observar.

De repente, todos nos sentimos muy cansados y agobiados. Fue Lucas el que fue a encender la radio y luego descorchó el vino.

Sonaban Los violadores. Una canción que desconozco. Hubiera preferido algo de grunge. Lucas sonrió y hasta pareció olvidarse del asunto del premio por un momento. El vino parecía negro a través del plástico de los vasos. Por un momento, Lucas posó la mirada en Laura y la sostuvo (algo que hacía muy seguido, pero esta vez Laura no alejó la suya) y Bárbara y el Chino se miraban de reojo. A mí no me quedaba otra que mirar a los trekkies, que no sé dónde tenían la mirada clavada.

De repente, se escuchó un sonido de rasguño en la grabación de Los violadores. Unos acordes de piano inundaron la sala. Una música muy tranquila y que podíamos reconocer, más alguien como yo que cada tanto viajaba a la costa en micros.

Richard Marx. Sin duda la radio había saltado a FM Horizonte. Era esa pegajosa canción Right Here Waiting.

Lucas protestó pero escuchamos la canción como si fuera una novedad.

Oceans apart, days after day

And I slowly go insane.

Lucas y Laura parecían mirarse a través de sendos vasos de plástico que parecían no bajar de sus labios aunque ya estuvieran vacíos. 

If I see you next to never

How can we say forever?

Bárbara tenía la cabeza inclinada y aunque sus rodillas apuntaban al Chino su mirada reposaba en un vértice del techo de la sala. El Chino también estaba pensativo, con las pestañas bajas.

Oh, can´t you see it, baby?

You ´ ve got me going crazy

Wherever you go, whatever you do

I will be right here waiting for you

De repente, Lucas estrujó el vaso de plástico y lo arrojó lejos. Bueno, no muy lejos. Se levantó y con los brazos en la cintura dijo:

-Voy a encontrar ese premio porque me llamo Lucas.

Los trekkies que estaban por sentarse por primera vez desde que llegamos, se levantaron y aprobaron la decisión de Lucas.

Cuando cesó la canción, también cesó ese momento que pareció un poco mágico.

por Adrián Gastón Fares.

1995. El paradigma perdido. 10.

Anotación del cuaderno de Martín.

-Acá no vamos a jugar a ninguna búsqueda del tesoro -dijo Laura mientras se levantaba con los dos puños cerrados apuntando al piso.

Lucas la miró por encima del hombro mientras se acercaba a la heladera.

-Qué ganas de lastimarme tenés vos.

-¿Lastimarte? ¿Escucharon? Vengo de una familia de arquitectos.

Todos la miramos sin saber qué contestar. Menos Alberto.

-Eso significa que está familiarizada con ese tipo de escaramuzas familiares, en general son juegos inocuos, ya saben qué inventaron los arquitectos y constructores.

-¿Qué inventaron? Edificios, catedrales -dije yo.

-Alberto se refiere a algo de lo que no conviene hablar. Y está equivocado. No es la familia la que suele jugar con los futuros arquitectos. Eso ocurre cuando desafían alguna de las tradiciones vigentes y a la vez son provechosos para el ramo. Ayn Rand, etc… ¡Etc…! Pero Lucas, que yo sepa, no va a ser arquitecto y, a la vez, esto suena a un juego de familia. Lo más probable es que no encuentre nada.

-Peor es perder el tiempo haciendo esa monografía que ni sabemos con qué texto empezar -dijo Lucas, que ya tenía una cerveza en la mano-. Tengo razones de sobra -agregó girando las palma de la mano libre de modo que señalaba lo que tenía enfrente- para afirmar que mi familia tiene más de lo que parece. Miren, ahí hay una cruz que está torcida. Puede ser una pista.

Tenía razón. En el dintel de la puerta principal había una cruz levemente inclinada. De repente, sentimos un golpe sordo en la puerta. Era el repartidor de pizza, que nos dejó las tres cajas y nos miró mal por no dejarle propina.

Hicimos un interludio en las preguntas que la situación generaba. Volvimos a agruparnos alrededor del sillón de Lucas. Desatamos con paciencia los piolines que ataban las cajas. Algo poco habitual por lo menos en mí que suelo preferir cortarlos con un cuchillo. Y luego engullimos unas pizzas chatas y secas. Los trekkies ni se sentaron en el piso. Desde esa posición Roberto dijo:

-¿Para qué imprimen esa frase en la base de la caja?

Bárbara estiró el cuello para mirar una de las cajas, que descansaba sobre la mesa ratona.

-Es grasa. O sea, la grasa dejó escrito eso.

-Pero dice algo-dijo Alberto.

-Lamentablemente, sí – dijo Laura.

-Dice: El mundo dado vueltas – leyó Bárbara.

-Hay un papel debajo de la última porción de la otra caja. ¿Quién la quiere?

Todos contestamos que estábamos llenos. Laura tomó el papel. Era otra fotocopia que parecía pertenecer al manojo de las de Albatracio. Laura la iba a leer en voz alta pero todos nos quejamos. Pedimos un resumen.

-Sigue con lo de Uta y Asperger. Pero acá queda claro que está hablando de un síndrome, así le dicen, propuesto por el tal Asperger, un pediatra austríaco, y que puso en valor una psicóloga británica que se llama Uta en 1991. Ven, hasta tener algo legible no se puede opinar. Lo que no entiendo es por qué me siento tan identificada con esto. ¿A todos les pasa lo mismo?

-Todos nos sentimos Utas por un momento -dijo Bárbara.

-Yo todavía lo siento-dijo Alberto.

Convenimos en que el síndrome de Asperger nos caía como anillo al dedo.

(esta anotación de Martín continúa en otra hoja de su cuaderno…)

por Adrián Gastón Fares.

1995. El paradigma perdido. 9.

Desgrabación del interrogatorio de Pompeo Tiesto ante el sargento Aniceto López y la sargenta Juana Fernandez en la comisaría 9 de Villa Caraza.

Juana:

Queremos que relates otra vez, Pompeo, lo que ocurrió en el asalto a la concesionaria Mastronardi.

Aniceto:

Esta vez, por favor, queremos que te atengas fielmente a la realidad.

Juana:

Eso quiere decir que no queremos que embellezcas lo ocurrido con historias que, de acuerdo a nuestras creencia de lo que es la realidad, no podemos aprobar.

Aniceto:

Sin vueltas, queremos la verdad.

Pompeo:

Ya les conté la verdad. Ésa es la verdad.

Juana:

El Sargento Aniceto está recalcando que no quiere saber nada de los sueños que tuviste ahí adentro, alucinaciones, delirios y toda esa cosa con indígenas que nos contaste.

Pompeo:

Pero si ahí están los cuerpos.

Juana:

No hay cuerpos de nadie.

Aniceto:

Sabés muy bien que al entrar te encontramos a vos solo atado a una silla. A los otros los agarramos después, bastante lejos.

Juana:

Te queremos ayudar, Pompeo.

Aniceto:

Para eso necesitamos los nombres de los que entraron con vos. Encima te dejaron ahí y se llevaron tres vehículos.

Juana:

El señor Mastronardi está muy enojado.

Aniceto:

Enojado con nosotros.

Pompeo:

Yo los seguí nada más no tengo nada que ver. Yo no estaba lukiando. Yo soy un pibe humilde. Y así y todo estoy anotado en SADAIC. Compuse tres cumbias hace algunos años.

Aniceto:

Nadie quiere quitarte tus logros, Pompeo. Sólo queremos que cuentes, en detalle, y sin apartarte de lo que REALMENTE ocurrió, lo que hicieron en lo de Mastronardi.

Pompeo (canturrea):

Mi chica se menea

El barrio la punguea

Que nadie se meta con mi chica

Las ménades menean

El barrio las punguea

En los pasillos de Lanús

Vi la luz.

Silencio. Un golpe en la mesa de la Sargento Juana Fernández.

Juana:

¿Cuánto hace que no pasan tu canción en la radio, Pompeo?

Pompeo:

A ver. La navidad pasada no, la otra tampoco… Hace dos años. Ahí sí salí a tomar algo con los chicos y la sonrisa más grande, la estaban pasando.

Juana:

En ese tiempo deberías haber creado más canciones para no terminar cometiendo un delito en lo de Mastronardi.

Aniceto:

Basta. Vayamos al relato de lo ocurrido.

Pompeo:

Les dije. El Rubio dijo que vayamos a robar a lo de Mastronardi. Estábamos con las motos, habíamos juntado un par de celulares ese día. Pero el Rubio salió con eso y lo seguimos con el Mati y Carlitos.

Aniceto:

¿Y para qué entraron a las oficinas de Mastronardi si solo se llevaron los autos?

Pompeo:

El rubio, estaba así sacado y quería seguir y seguir. Adentro, vamos adentro, decía. Carlitos le pegó una patada a la puerta, pensábamos que no iba a haber nadie pero no estaba vacío. No nos dimos cuenta. Lo que no tuvimos en cuenta es que íbamos a ver a un pibe colgado del cuerno de la cabeza de esos animales.

Juana:

¿Cómo colgado, Pompeo?

Pompeo:

De la mano, colgado con una mano del cuerno para no caerse. Y otro abajo apareció con una espada. Imagínense, al Rubio le tembló el pulso y se le escapó un tiro. Ahí de repente miré a Carlitos y lo habían atravesado con la espada. Así…, en un costado. Lo que gritaba el loco. Los gritos de Carlitos se mezclaron con los del que estaba colgado del cuerno. Lucas creo que se llamaba. Un pibe alto.

Aniceto:

Lucas Mastronardi.

Pompeo:

Lucas, un pibe alto. Nos abrió un vino y todo. No nos trató mal.

Juana:

Pompeo, acá no se trata de eso sino de el porqué los tratan bien a ustedes. ¿Vos sugerís que el mismo Lucas con otros estaban ya cometiendo un delito en las oficinas de su tío?

Pompeo:

Y estaban vandalizando el lugar, eso seguro. El Rubio no quería llevarse los autos. No fue idea de él.

Juana:

¿Y de quién fue?

Pompeo:

No fue de los chetos esos. Fue idea de las cabezas.

Juana:

¿De qué cabezas, Pompeo?

Pompeo:

De las cabezas que había atrás de las otras cabezas, ya les dije.

Juana:

Vos querés decir de alguien que era la cabeza del robo. El que lo pensó.

Pompeo:

Las cabezas que había detrás de las cabezas de los animales.

Aniceto:

Delira otra vez. Apaga eso. Ya hay demasiadas cosas raras en este barrio para dejar testimonio de otras.

por Adrián Gastón Fares.

1995. El paradigma perdido. 7.

Nota encontrada en la fauce del puma.

Adorable Niño:

O Querida Niña.

Si llegaste hasta este trozo de papel quiere decir que ya estás listo para iniciar la búsqueda de algo importante para tu futuro. Fue importante para nuestra familia y como, espero, formás parte de la misma es hora de que el valor te deje aceptar el reto que antes afrontamos, con éxito o no, algunos de nosotros. Existen muchas maneras, sabemos, de poner en evidencia el verdadero talante de un ser humano. Nosotros siempre fuimos obsequiosos y decidimos que nadie pase por una inocente penuria sin un rédito acorde a la aventura que proponemos.

En esta, tu casa, ocultamos un premio. Lo que ocultamos puede ser intercambiado por una importante suma de dinero. Tu trabajo consiste en encontrar lo que está oculto en esta, tu casa, y llevarlo sano y salvo hasta el lugar que indicamos en un pedazo de papel que deberás encontrar antes de encontrar el premio.

Que hayas llegado hasta esta puerta que es esta hoja quiere decir que ya has desarrollado las facultades de observar los detalles necesarios para emprender el resto de la tarea.

Ahora, que te encuentras solo en esta casa, en la casa de la montaña o en la casa del perro, como le decimos metafóricamente, es el momento para continuar con nuestro círculo de lealtad familiar.

Nos agrada haber encontrado un digno sucesor, o sucesora, a nuestra estirpe de valientes emprendedores.

Te encomendamos que no salgas de esta casa hasta que tengas el premio en tus manos.

Te saludamos, ya desde el otro lado de este espejo llamado vida, tus devotos antepasados.

Tenacidad y Valentía nuestro adorable Niño.

O bien querida Niña.

M.

por Adrián Gastón Fares.

1995. El paradigma perdido. 3.

Anotaciones del cuaderno de Martín.

El Chino está tomando notas en su cuaderno. A mí no se me ocurrió nada mejor que hacer lo mismo. Todos nos sentimos muy cansados. Ni bien llegamos a la concesionaria de Lucas, deberíamos haber seguido su consejo de dejar la monografía para más adelante. Ahora, los efectos, las consecuencias: escribir en un cuarto de paredes sin revocar, de cemento, no es muy fácil. Lo único que tenemos para ver el exterior es una ventana con barrotes. No vendría mal una de las bebidas alcohólicas de Lucas, pero gracias si nos dan agua acá.

Fue Laura la que leyó en voz alta el título de cada apunte para ver con cual arrancamos. Teníamos a Hegel, otro sobre el inconsciente como un lenguaje estructurado de Lacan, teníamos a Marx y había unos cuyos títulos estaban mal fotocopiados. Lucas, con esa mirada indescifrable pero alegremente taimada, y con la esperanza que empezar con esos nos hiciera suspender la tarea, elevó el índice y zanjó la cuestión. Eran los apuntes elegidos. Ninguno se opuso, salvo Laura a la que no se le prestó atención.

Laura se desató y volvió a atarse el buzo de la cintura y refunfuñando comenzó a leer en voz alta. Aquí no puedo más que remarcar que mientras nuestra más alta compañera leía la frente de los que la rodeaban, ya sea de pie, como los trekkies y el Chino, sentados en el piso, como Bárbara y yo, o en el sillón de su tío como Lucas, pasó de estar fruncida a relajada, luego fruncida de nuevo. Luego, por lo menos, pude notar que mis maxilares se tensaron como si estuviera partiendo pedacitos de hielo con las muelas. Maldito bruxismo. En ese momento, todos soltamos una risa nerviosa. Bajamos y subimos la cabeza. Negamos y afirmamos moviéndola. Soy más fiel que nunca a la verdad si digo que los ojos de todo el grupo, salvo de Lucas, se iluminaron como si un utilero sostuviera una vela invisible enfrente del rostro de cada uno, una vela cuya intensidad, en esos pocos minutos que duró la lectura de Laura, fue creciendo. Como debió ser esperable fue Lucas el que habló mientras estiraba las piernas hacia delante y el cuello hacia atrás en la cabecera del sillón.

-Otra vez, leíste muy rápido.

-No voy a repetir lo mismo. Si querés te lo explico yo, o los demás -dijo Laura dejando descender a los apuntes en su mano derecha mientras señalaba vagamente con la otra a Lucas.

-El que sea- agregó Lucas.

Todos los demás estábamos releyendo cada uno el apunte que teníamos. Todos menos los trekkies que tenían la mirada más allá de los ventanales, como esperando poder ver las estrellas en ese cielo oscuro que se levantaba cruzando la calle, por encima del techo combado de la fábrica. Hablaron sin apartar la mirada de ahí.

-Describe a unas personas con pensamientos rígidos- dijo Alberto.

-O sea que tienen gustos repetitivos.

-Y el texto está escrito también de una manera, como decir…, repetitiva.

-No es momento para analizar eso -dijo Alberto.

-Yo que ya leí los anteriores me pregunto cómo es eso de la teoría de la mente, ¿dónde queda el deseo del deseo? -comentó Laura.

-Esto es otro mundo. No se habla de deseo ni de la estructura del lenguaje. Esto tiene un enfoque más… biofísico… En lo mental, sólo describe a personas que viven en su propio mundo -dijo el Chino-. Algunas son muy sensibles, particularmente sensibles, y tienen una empatía muy desarrollada. Por eso digo lo de biofísico, frente a lo otro que sólo habla de una mente.

-Empatía ¿Qué es eso?- preguntó Lucas.

-No sé -dijo el Chino-. Hay que buscarlo en el diccionario. Si hay alguno por acá-. Miró los anaqueles que tenían la Enciclopedia Salvat mezclada con libros de contabilidad.

-Yo le digo qué es. Es la capacidad de ponerse en los zapatos de otros -zanjó Bárbara.

-Pero la impresión es que está diciendo que no hay una teoría de la mente, o sea, no hay una conciencia de sí mismo en las personas estudiadas. Eso debería explicarlo en los otros apuntes, pero me consta que no es así- dijo Roberto.

-Si no hay consciencia de sí mismo -dije yo- entonces está describiendo a un tipo de personas que son básicamente, cómo decirlo…

-Afines -dijo el Chino.

-Y pero las otras también son afines porque tienen conciencia de sí mismos.

-Y sí -comentó Laura- ¿pero es eso lo que deberíamos remarcar del texto; una falta de subjetividad?

-No, nos nombra- dijo Roberto.

-Habla de nosotros -balbuceó Alberto-. Nosotros hasta nos prestamos los zapatos a veces. En realidad: nos confundimos, son negros, brillan siempre, mismo número, imposible diferenciarlos.

Roberto parafraseó:

-Muchos fanáticos de Stark Trek así como lectores de historietas de superhéroes comparten las características descritas.

-Dice muchos, no todos -aclaró Bárbara, con la mirada fija en la nuca de los trekkies, luego de tragar saliva dos veces.

-Yo me sentí identificado -dijo el Chino-, habla de personas que viven en las nubes, que crean mundos propios.

-Y encima los habitan -agregué guiñando un ojo al grupo.

-Lo importante es la parte más científica -dijo Laura- Donde habla de una especie de sensorio compartido. Hipersensibilidad. Hiposensibilidades. Extremos. Aunque bueno, los extremos llegan a anularse. Eso nos dejaría en eso de la teoría de la mente.

-Es molesto hablar de ese concepto -dijo Alberto.

-Concuerdo- agregó Roberto todavía sin dar vuelta la cabeza. Un viento entró por una de las rejillas de respiración y Roberto estornudó. Yo lo seguí. Luego Bárbara. Miré al Chino y estaba apretando la nariz, con las mejillas coloradas.

-¿Pero esto está diciendo que hay personas diferentes? ¿No?

-Y sí es básico eso -dijo Laura-. Todos somos diferentes.

-Pero hay que admitir que yo me sentí tocado -dijo Roberto mientras posaba la mano sobre el hombro de Alberto, que musito, emocionado:

-Yo también.

Seguían con la mirada clavada fuera.

Bárbara tenía la mano en alto.

-Yo también. ¿Quién más?

-Por lo menos yo entendí algo; de lo otro no entiendo nunca nada. -dijo Lucas.

-Yo sentí como un cosquilleo en el estómago -admití, no sin que un rubor remarcara mis embarazosas palabras.

-Ya hablé yo -dijo el Chino con el cuello inclinado sobre el apunte-. Lo que no está claro es, por lo borroneado que está, quién propuso esta teoría y quién escribió esto.

Bárbara tenía el apunte pegado a los ojos.

-Hay dos nombres, por un lado, nombra a un lugar llamado Asperger. Un pueblo debe ser. Y la que inventó el término con el que… a ver… describen a este tipo de personas dicen que es…

-Uta -dijo uno de los trekkies, no recuerdo quién.

-Eso no está claro -se apresuró a corregir Bárbara-. Aunque a ver… En el dorso sigue el texto y está totalmente borroneado pero dice este tipo de personas, algunos niños «genios», son denominados como… Lo siguiente se lee mal y luego dice Uta, y ya no se lee más… y acá, sí: tienen habilidades artísticas y emprenden con fruición tareas a veces inútiles.

Crucé miradas con el Chino, que prefirió apartar la suya.

-Propongo que miremos las películas otro día y las analizamos de acuerdo a este texto y no leamos los otros -dijo Lucas.

No sé por qué todos asentimos con la cabeza.

-Es que ya las vimos -dijo Roberto.

-Están todas vistas -dijo Bárbara.

-Lo mejor es que busquemos en la biblioteca -propuso Laura mirando con desconfianza a los libros de contabilidad- la etimología de la palabra Uta. No está claro que sea un nombre.

El Chino parecía estar en babia. Detenida la mirada en la cabeza del bisonte. Al mirarlo, de repente, sentí como que todo se estaba convirtiendo para él en una especie de pesadilla o sueño pesado. No pude evitar pensar que en ese sueño o pesadilla, al igual que me pasaba a mí, él estaba revisitando toda su vida.

Entonces escuchamos tres golpes sordos que parecían venir de la puerta principal. El reflejo, no sé por qué, fue esconder los apuntes donde pudimos antes de acompañar a Lucas, que de mala gana, se levantó del sillón para ir a fijarse quién podía ser.

por Adrián Gastón Fares.

Adelanto 1995, el paradigma perdido. Nueva novela.

Este año y el pasado estuve desarrollando nuevas novelas. Las tramas, las historias, que más me gustaron, son las de 1995, una ucronía, y Voraces también ciencia ficción. Por otro lado, estoy escribiendo la continuación de Seré nada, que se centra en el personaje de Fanny y cuya trama descansa en el regazo de la bien conocida, y tal vez por eso, huidiza dama llamada Terror (esa trama tampoco deja de lado la ciencia ficción, claro) También me queda armar la edición digital de Yo que nunca fui, la novelita que escribí luego de Seré nada y que ya está publicada en este blog. A. G. F.

Este es el Prólogo de 1995.

Acá no vamos a dar vueltas porque ya nos dieron demasiadas. Estamos en 1995 en el aula de profesores de la Universidad de Buenos Aires. Albatracio Mercedes Sanone Décimo Quinto, profesor de estructuras narrativas, prepara algunos apuntes con la buena intención que sus alumnos los relacionen con una lista de películas de ficción. Es la facultad de Arquitectura y Urbanismo, la carrera es una más o menos nueva: la de Diseño de Imagen y Sonido. Albatracio, que está de espaldas a una ventana abierta que da al río, frunce la nariz, distraído por los quemados vapores que llegan de la cocina del patio de comidas colindante al refugio de profesores, que forman en su cabeza la imagen de una detestable hamburguesa, y en ese momento, el mismo viento que empuja hojarascas dentro del aula hace que tres hojas de papel de una monografía que él había separado cuidadosamente, se levanten, vuelen y queden finalmente entre los otros papeles cuyos impresos nombres inminentes aceptan a los otros, autores menos conocidos, sin ningún resquemor.

Albatracio se da vuelta, recoge los apuntes, cruza la sala de profesores ante la mirada un poco hostil del resto de los profesores, que no pierden oportunidad para burlarse mentalmente, aunque sea, de su nombre, y también de sus estudios de literatura comparada, y se va directo a la fotocopiadora. Deja los apuntes y siente alivio por dar terminada su tarea.

Tiene pocos alumnos, es la primera clase a su cargo, de una cátedra que quedó desierta, y esos mismos alumnos, seis, el mismo día, antes de salir disparados de vuelta hacia los cuatro puntos cardinales que los trajeron, se hacen con una copia cada uno del ya famoso, por lo menos en esta mini cofradía de fans de Star Trek, y perdido original.

Al otro día, viernes por la tarde, luego de la cursada de Montaje cinematográfico, nos juntamos en la concesionaria de autos. No sabíamos que nuestra historia cambiaría para siempre.

por Adrián Gastón Fares.