Un colegio.
Un adolescente
huye del recreo
y acalorado entra en su aula
en el tercer piso.
Se sienta en su pupitre
y luego se incorpora
para abrir una ventana.
Las rejas ausentes.
La hoja que abre
se sale del marco.
El adolescente
trata de atrapar a la hoja,
pero es imposible.
Saca la cabeza y mira hacia abajo
y descubre que un hombre está de pie
al lado de la hoja astillada;
sorprendido,
de estar vivo.
El adolescente
baja corriendo las escaleras.
Y se cruza con la monja directora
que vuelve de la capilla.
Lo sacude de los hombros
Y le dice:
“Recé
porque no mataste a nadie”.
Él no recuerda bien los días siguientes
a la caída de la ventana.
¿Fue suspendido?
¿Fue al colegio?
No hay caso.
No hay memoria.
Cuando crece,
ya un hombre,
le aterrorizan las ventanas.
No puede abrir ninguna.
Aunque muchas veces
se acercó a otro tipo de ventanas.
Ventanas hermosas.
Ventanas dudosas.
El último beso,
los labios desprendidos,
con la chica que más quería.
Párpados cerrados.
Párpados lejanos.
El hombre siente que la caída de la ventana
fue una advertencia:
cuidado
con la inocencia.
Se puede perder.
Puede no matar a nadie,
pero puede matarte a vos.
Puede dejarte a la intemperie
en este mundo salvaje,
lleno de miedo.
Pueden culparte.
En el amor,
hay más nebulosas,
nunca sabe quién dejó a quién,
cómo fueron los sucesos
sólo recuerda ese último beso.
Así que, chicos y chicas,
cuidado cuando abren las ventanas:
pueden desprenderse,
pueden caerse.
Y créanme,
lo que se desliza de sus manos
jamás se recupera.
por Adrián Gastón Fares.
Bueno! 👏♥
Me gustaMe gusta
Gracias!
Me gustaLe gusta a 1 persona