36.
Aunque Silvina no lo imaginaba, ni podía escucharlo, detrás de la pequeña puerta que daba a la parte inferior del escenario, también iban en aumento los quejidos.
Fanny, la chica de ojos claros y campera de cuero, escribía rápido en su celular.
Madre. NO.
Había escrito en la pantalla para mostrárselo a Evelyn.
La señora que estaba barriendo ahora la apuntaba con la escoba. Fanny estaba contra la pared, asustada. Por su edad, todavía no se sentía débil.
—Mirá vos. ¿Estás segura de que eran tres nada más? —la apuró Evelyn.
Fanny asintió con la cabeza. Evelyn la miró, consternada. Luego miró la pantalla.
—¿Desde cuándo te preocupas por esa bestia? ¿Así nos pagás la oportunidad que te dimos? Debería tirarte este aparato —dijo pasándole el celular—, a ver si al fin lográs despegar esa boca.
Fanny podía separar sólo de un lado de la boca las comisuras de sus labios. De ese lado, se veían dientes amontonados. Del otro lado tenía los labios pegados como los demás serenados.
—Buena actriz resultaste, pero mala persona —continuaba Evelyn—. ¿Querés ir con Algodoncito también? Total, ya hiciste la tarea.
Una lágrima se desprendió del ojo, justo arriba del lado abierto de la boca de Fanny, y se deslizó hasta la comisura del labio superior donde quedó clavada en esa mueca desagradable que estaba mostrándole a la señora canosa, al hombre de barba y a Lungo, que la cercaban en un semicírculo.
—Mi amor… Por favor, Fanny. Podemos tener más paciencia… —dijo Evelyn.
El quejido que salía del pecho y de la parte abierta de la boca de Fanny rebotó contra el techo de lata. El eco hizo que casi todos giraran las cabezas.
La señora, encorvada, con el pelo cano atado atrás y una papada desagradable que le tapaba el cuello, seguía apuntándole con la escoba.
Fanny soltó un gemido. Sonó tan alto que todos se taparon las orejas con las manos y alejaron sus miradas de ella.
Cuando levantaron la cabeza, Fanny estaba prendida del cuello de la vieja, que trataba de sacársela de encima.
La vieja, sin poder mirar hacia donde iba, avanzaba hacia el patio exterior. Lungo se acercó desde atrás, pero Fanny desclavó el colmillo que le había clavado en el cuello a la vieja y saltó por delante de ella, para seguir corriendo hacia la puerta que daba al otro patio.
De ahí se trepó al mástil de la bandera, el metal brillante dorado por la luz del amanecer, y cuando estaba por la mitad, como si fuera un mono, saltó por encima de la pared baja hacia la calle.
Cuando el hombre de barba y Lungo lograron llegar a la puerta, abrirla y salir afuera, no había ningún rastro de Fanny en esa calle.
Ya había amanecido y las luces del alumbrado se habían apagado.
por Adrián Gastón Fares.
Seré nada. Serenade. Todos los derechos reservados. Adrián Gastón Fares.
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Felicitaciones amigo! Me gusta su forma de escribir.
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Muchas gracias!
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Un placer
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