7.
Hacía no mucho tiempo, una parte del supermercado Makro había explotado. Detrás de la valla vieron un rectángulo de pastos altos y más allá, en el estacionamiento, entre las chapas caídas del techo del supermercado, observaron cajas de alimentos, cajeros metálicos clavados en el cemento, pedazos de pantallas de televisores y latas doradas que todavía brillaban.
Doblaron en Freire y siguieron hasta cruzar el garaje de los Bomberos Voluntarios de Avellaneda, ya por Bernardino Rivadavia que luego se convirtió en Cabildo. Ahí, como si el cansancio atizara la voluntad del grupo, comenzaron a caminar más rápido. Además, no había seres humanos para detener las miradas.
Las dejaban caer en algunos palos de luz que tenían atados pañuelos rojos, manchados de hollín y agujereados, como si fueran altares de viejos accidentes. Nada de las corcheas, por ahora.
Los tres sabían que las corcheas se usaban en los sistemas de subtítulos cerrados para las personas sordas o con problemas de audición. También eran llamadas leyendas. Las leyendas aún no aparecían. Pero todavía no estaban en la zona señalada en el blog. Faltaba menos, les avisó Ersatz.
Ya ni sentían las mochilas en sus espaldas, algo parecía tomarlos de las entrañas y el andar del grupo, que formaba una V por la calle con Manuel por delante parecía uniforme y coordinado.
Con ritmo sostenido y la mirada cada vez más clavada en lo alto, como si anduvieran en trance, pronto estuvieron en el cruce de las avenidas Quindimil y José de San Martín. Esta última nacía angosta y se ampliaba en la línea del horizonte.
En esa esquina, el cartel del Banco Patagonia lucía tenebroso, los bordes de las letras blancas con el nombre estaban tan cagados por las palomas torcazas que parecían inscripciones de una mano gigante y temblorosa. Había un colectivo 179 volcado, sin ruedas. El semáforo tenía los vidrios de las luces partidos.
El vivero El Hormiguero estaba repleto de rosas enanas, como si alguien lo mantuviera a pesar de los pastos altos y descuidados de la vereda. Enfrente, en lo alto, sobre un camión de chasis amarillo con un contenedor de carga de pollos que emanaba un aroma rancio, observaron, desde una distancia prudente del vehículo, un cartel blanquecino que casi llegaba hasta la mitad de la calle. Tenía dibujado en el medio una corchea de color gris ceniza.
Oyeron el chirrido de unos gorriones proveniente de los rosales enanos y como si eso fuera otra señal, se volvieron y caminaron hacia el matorral del vivero, donde encontraron otra solitaria corchea pintada en la mohosa pared a una altura que superaba a un helecho gigante.
Silvina aseguró que habían encontrado el límite norte de la colonia Serenade. Y les recordó que una corchea significaba uno de los límites pero que el centro de la colonia debía estar marcado con dos, y luego tres seguidas, como si los colonos de Serenade hubieran remarcado la intensidad de la canción de su cercanía con la acumulación de estas figuras musicales. Ersatz pensó que, más allá de los pájaros, el silencio en el que se adentraban no parecía tener partituras.
Continuaron subiendo por la avenida. Las sombras de las casas llegaban hasta la mitad de la calle a esa hora de la tarde. Los cordones de las veredas estaban sepultados entre matorrales. Carnicerías, tapicerías, cada tanto algún chalet californiano fuera de tono entre tantos comercios. A veces debían evitar los cables de las líneas de luz, algunos estaban cortados y los más finos se bamboleaban por el viento.
Esperaban ver más signos, todos los que pudieran y no sólo corcheas.
Por favor; más signos que proyectaran la música que llevaban en las miradas esperanzadas, encendidas por la adrenalina del ejercicio de caminar, el acorde noble y repetido en los pasos, como si fuera una canción olvidada pero rescatada en versión para dormir niños, con esa estructura simple de coincidencias melódicas que casi podían escuchar.
Al principio, la habían escuchado pero los pensamientos de las personas en la ciudad la habían desvirtuado hasta marearlos y agotarlos incluso antes de tiempo. Ahora, la quietud que reinaba hacía que la canción resonara con más brillo y claridad.
Sabían que se estaban acercando a lo que fuera que los había removido de los gastados asientos de sus casas.
por Adrián Gastón Fares.
Seré Nada / Serenade. Todos los derechos reservados. Adrián Gastón Fares.