Hoy te entiendo, polvoroso músico
En tu guitarra había cielo
Y en tus dedos nubes
En tu cabeza no había demonios
En los de tu pueblo muchos
No fue hasta que un relámpago
Hizo caer la gota de tus acordes
Que tu diablura cantó
lejos
Lo que vos escribías era
Lo que no podías creer
que te estuviera pasando
Tus queridos
y queridas.
El demonio.
Decían.
No te escuchaban
Pero te los echaste a la espalda
Y con ironía
Te pusiste la máscara que te habían armado
Harapo por harapo
Para los monstruos no hay caminos
Y menos encrucijadas
Porque con la mirada en la copa de los árboles
No hay polvo que la nuble
Los religiosos
Esos que creen en cosas raras
Y que les gusta tejer maldades
Bajo la luz del sol
Los malos
y los brutos
Te dieron la letra
Pero no la música
Hoy te entiendo, Robert
Porque llega un momento
Que uno escucha la risa de los demás
Más fuerte que la de uno mismo
Y vos subiste más.
Y dejaste la fuente de pueblo para nunca volver.
Entonces,
Que tu guitarra nos guíe
Y las partículas de tus uñas
Que arrancaban las cuerdas
Sigan flotando en el aire
Entre tantas señales
Que digan tu nombre
Del que te jactabas en broma
Ante tanta insistencia
Que la música sola baste
Y tus letras dolidas sean restadas
Del Producto Bruto Interno
De la sociedad que te envenenó
Porque nada cuenta el tiempo más que injustos números
Y en tu cabeza no había palabras ni pedal
Para dar marcha atrás
El mal que te hicieron.
En la encrucijada
En semicírculo
Te esperaron
Para que te pongas esa resonante máscara
Que tejieron para vos
Los que revelaron su cara en el espejismo de la leyenda
El significado de la magia es
Que un ser único
Acepte a las voces del pueblo
Y las transforme en música y carne
Cómo fin triunfal y algarabía
Cómo exorcismo supremo
Y plato
Hondo y vacío
Que refleja miradas hambrientas
Despojadas de esperanzas
Ojalá que los descendientes de los muertos que te hirieron dejen esta vida
Sin haberte escuchado
Según dicen:
Tienen toda la eternidad para hacerlo.
Cuando el cielo opaco se parta con tu voz de relampago.
Y tus dedos largos y y rápidos corran por el mástil.
Desahogantes.
por Adrián Gastón Fares