El caso de Juan.

Allá por 2021, Juan, un escritor que creía que había superado una ruptura y una crisis de años atrás con una exnovia, Juan que estaba festejando por haberse recuperado, Juan que escuchaba canciones alegres de noche y luego veía películas en la casa que había pertenecido a su abuela, Juan, cayó en algo inusual.

Juan, que leía ciencia, a Damasio, Sacks, Pinker, Rovelli, entre otros, como si fuera un científico del siglo XVII, que a la vez creía en la alquimia, se puso a investigar sobre masonería y fue a la casa de sus padres a pedir un libro que acompañaba a un disco de rock progresivo. Siempre le había llamado la atención ese libro. No lo pudo encontrar, pero le entregaron otro en donde un peregrino llegaba al otro lado del arcoíris y podía pedir un deseo. Juan pidió los suyos también. Él quería que su exnovia de años atrás volviera y que una de sus novelas fuera publicada.

El libro que le dieron se llamaba, en inglés, The Prince of Heaven’s Eyes (El príncipe de los ojos del cielo). Juan buscó en internet sobre masonería y encontró un sitio web donde explicaban los grados. Juan se dijo que él podía ser un treinta y dos. El príncipe del real secreto.

Sin creérselo del todo, Juan salió a caminar por el barrio con su perra. Ese día había una fiesta en su localidad. Cerca de una plaza, en la fiesta tiraban calaveras de cabras en la acera y escribían en las paredes letras del alfabeto hebreo. Y cuando pasó por una iglesia, el cura pidió que aplaudieran. También le pareció ver a su ex sentada en una terraza, dándole la espalda y dejándole ver su pelo largo y lacio: la representación de la princesa, claro. A Juan le pareció que todo eso lo hacían por él. Aunque no se lo creía del todo.

Los días pasaron y a Juan le pasaron más casualidades. En la casa de su abuela encontró una nuez de pecán que le hizo recordar a su expareja. Era imposible que hubiera una nuez de pecán en ese lugar porque había paltas y un limonero, pero ningún nogal. Así que Juan, que todavía no se creía todo, dejó la nuez de pecán pero lo vio como otro signo. En la casa de la ex de Juan había un nogal de pecán.

Juan hacía dominadas también, se colgaba de un caño y notó unas rayaduras en el caño. Se impulsó para hacer una dominada y vio que la rayadura tenía el nombre de su ex. Juan no se lo creyó del todo.

Al otro día, Juan salió al fondo y vio al vecino, un viejo barbudo, y creyó que era una especie de templario. Dentro de su casa, desde lejos escuchó el machaque de una forja de metal y pensó que le estaban forjando una espada para él. Se dijo que lo iban a iniciar en una orden muy pronto. A la vez, Juan, que seguía sin creerse nada de esto, vio la película Suspiria, la remake de Guadagnino, y le pareció que las imágenes eran muy parecidas a algunas de su vida. Luego vio The Green Knight y le pareció que aún tenía más relación con la masonería y con lo que le pasaba a él. Juan no se creía nada. Seguía pensando que todo era una broma.

Sin embargo, un día en que sus padres fueron al centro de la ciudad, Juan pensó que iban a retornar con su expareja. Como si se la fueran a traer. Como cuando su padre le traía revistas Billboard del trabajo. Juan esperó leyendo un libro sobre seres mitológicos argentinos. No le pareció raro que sus padres no retornaran con ninguna chica porque no se creía del todo lo que pensaba.

Juan fumaba cigarrillos. Y, a esa altura, cada vez que abría un nuevo paquete le daban ganas de llorar. Era como si el tiempo pasara y nada de lo que él esperaba se cumpliera.

Un día subió a su terraza porque pensó que había una cámara de seguridad en la claraboya del baño. Estaba seguro de que alguien estaba cuidándolo. Aunque no terminaba de creérselo.

Otro día, Juan, que ya había esperado demasiado para que su deseo se cumpliera, se empezó a enojar. Se enojaba con su expareja, se enojaba con los que le habían prometido (¿quiénes?) un deseo que nunca se cumplió. Empezó a pensar que estaba hackeado por una mala razón. Así que, casi a finales de 2022, decidió irse del conurbano y mudarse con su perra al centro de la ciudad.

Juan estaba exultante. Un día fue con su perra a un canil y un hombre fornido le pidió, de mala manera, que agarrara a su perra, para que él pudiera soltar a su bulldog. Juan no lo pudo hacer (su perra no era muy dócil) y le gritó de todo al gigante. Podía haber terminado mal el asunto para Juan. Aunque a él todo le parecía una broma. Una especie de actuación.

Todavía pensaba que su ex iba a volver, pero a la vez estaba enojado con ella porque tardaba demasiado tiempo. Su departamento quedaba cerca de la sede de la masonería argentina y cada vez que pasaba veía las acacias detrás de las rejas de la fachada. Se preguntaba cuando sería su iniciación. Y a la vez seguía sin creerse nada de lo pensaba.

Hasta que un día, Juan tropezó y se cayó en la calle. Casi lo arrolla un auto. Pasaba mucha gente, pero nadie se cruzó a levantarlo. La única que se asustó fue su perra. Inmediatamente, Juan se dio cuenta de que todo lo que había pensado era irreal. Que se había vuelto loco de a poco. Que no podía ser que su ex volviera. Que sus deseos no se iban a cumplir. Que su situación con el trabajo no iba a mejorar. Nadie lo estaba protegiendo y había perdido un año y medio de su vida haciéndose el payaso. Se dio cuenta de que había posteado en las redes sociales cosas inadecuadas e increíbles. Juan se mareó. El mundo se le vino abajo. Tuvo que borrar todo de sus redes sociales. Y volverse a la casa de su abuela en el conurbano.

Ahora, Juan se acostaba en la cama y no quería levantarse. Le molestaba el canto alegre de los pájaros. Sin darse cuenta, cayó en una depresión que era mucho peor de la que se había salvado años atrás. ¿Por qué? Por el libro que acompañaba a un disco de rock progresivo, por una serie de casualidades, por el estrés de la pandemia, quizá. Juan tenía muchos más problemas que antes. No paraba de llorar.

Sus padres lo encontraron justo cuando iba a colgarse del brazo de la ducha del baño (con una correa para perros) porque también había hecho algo parecido su ídolo, Chris Cornell. Juan terminó internado en una clínica de salud mental.

por Adrián G. Fares.

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