Los conocidos.

Nos fuimos y la casa quedó pronto vacía.

Cuando vendieron los muebles yo me aferré a un

escritorio y vos a un espejo.

Al anticuario nos vendieron, y estábamos juntos a lo primero,

pero compraron el espejo y con él te fuiste;

dicen que a la pareja que lo compró te aparecías,

como si nunca hubieras dejado esta vida.

Yo quedé sentado a mi escritorio, escribiendo

sin escribir,

la historia de cómo es no vivir.

No vivir ya contigo,

no es algo que tenga que ver conmigo.

No siempre terminan juntas las ramas cortadas de los olivos.

No todos los muebles tienen historias que contar.

Aquí las escaleras la cara con las paredes se dan,

los asientos siempre están vacíos, los cristaleros están llenos

de objetos desubicados y en el patio hay juguetes de plástico,

viejos toboganes, calesitas, rejas oxidadas de todo tipo,

puertas que no dan a ningún lugar.

No siempre hay fantasmas

en el mundo de la desesperanza.

Te perdí en vida y te volví a perder,

le pedí a Dios que me borre, pero nada.

¿Qué más puedo hacer?

En esta dimensión existimos,

por algún juego del destino.

¿Volverá la pareja y me comprará para que esté a tu lado?

Porque si no es así sé las reglas,

sé cómo salir de esta,

al cementerio debo acercarme, mirar a través de mi cajón,

y observarme.

Dicen que los fantasmas nos suicidamos de susto, cuando

miramos nuestros restos, al ver la realidad de cómo

nos dejó esta vida, que yo la prefiero no vivida.

Porque conocernos para desconocernos no tiene ningún sentido.

Y desconocernos para conocernos fue una trampa bien escogida.

por Adrián Gastón Fares.

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