Vidas paralelas.

En una vida paralela ella está cerca.

Él puede seguir escribiendo bien.

Las palabras no se rompen.

Se suceden como amapolas del mismo color atolondradas en un campo abierto.

Son leyendas las palabras.

Unos subtítulos para entender mejor el amor.

Para acercarse a ella, que sigue sonriente.

Junto a él, sonrientes los dos, tomando mates con las manos apoyadas en el pasto en una plaza.

O con la cabeza de uno en el regazo del otro.

Mirando el sol que brilla entre las hojas de los árboles.

En una vida paralela las cosas nunca terminan.

La entropía no mete la mano.

En una vida paralela, la puerta cerrada se abre.

El grito de él, premonitorio, nunca se escucha, o se pierde;

en lontananza.

Las lechuzas siguen blancas en una esquina costera.

Las plantas no duelen, las flores tampoco.

Las abejas no liban mensajes de dolor.

Los veranos se suceden de a dos.

En el invierno se respira bajo los edredones de a dos.

Él se queda dormido mientras ella le pasa una película.

Todo paz y ninguna atención, todo mecido él por la desconocida buena suerte.

En una vida paralela ella nunca desaparece.

La locura y la sensatez no se suceden.

Inverosímil el desencuentro de la ilusión y la razón.

Inverosímil perderla.

El perder todo para volver a empezar.

Como si no hubiera esto ya sucedido.

En un mundo muy dolorido.

Pero no tan dolorido como éste.

Otro ciclo de mala suerte.

En una vida paralela nada de esto pasa.

No hay repeticiones.

Estas letras no son escritas.

Los párrafos se deshacen.

Los pensamientos son otros.

La silla está vacía.

La mente extrovertida.

Las lágrimas no se convocan,

porque las manos se rozan.

El cielo alegre.

Las estrellas sin nostalgia.

El viento dormido en la palma de su mano,

porque no está apretada de dolor.

En un tiempo paralelo, él sigue creyendo en la magia.

Los ojos curiosos.

Las manos que pasan las hojas de un libro grande en una biblioteca chica.

Cuatro ojos posados en una hoja, o en una pantalla.

La sonrisa nunca ida.

La cultura nunca perdida.

La mente sin nubes.

Ella viene corriendo desde atrás, juvenil y desenfadada, y lo asusta.

Y los dos siguen caminando hasta la casa.

En un tiempo paralelo estas paredes se caen.

Este cuaderno se deshoja.

En una vida paralela,

estas letras vuelan y caen en un lugar muy lejos, desperdigadas y alejadas.

Y este poema nunca se forma.

No sucede.

Ni implora escribir:

¡Cuánta suerte uno tiene,

cuando no sabe lo que se viene!

por Adrián Gastón Fares.

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