En remoto.

Ella y él vivían en una casa de campo. Él trabajaba en programación y ella en diseño digital. Los dos en remoto. Una mañana desayunaban. Cuando él trató de hablar, su taza de café cayó al suelo y no pudo emitir ninguna palabra. Cuando ella trató de hablar, una puerta de la alacena se abrió y se chocó contra la otra, cerrada. Cuando él quiso decir algo, se cayó una silla al suelo. Cuando ella abrió la boca, las contraventanas de la casa se cerraron abruptamente. Cuando los dos iban a hablar al unísono, la escalera del desván resbaló hasta el suelo. Cuando ella quiso gritar, las lámparas del techo chocaron unas con otras. Cuando él lo intentó, la puerta de la cristalera se abrió con tanta fuerza que algunos vasos antiguos se rompieron. Cuando ella trató de hablar, la puerta de salida se abrió de par en par. Los dos corrieron hacia la puerta.

Ya afuera, en el jardín delantero, ella trató de decir que estaba aliviada; la interrumpió la bomba de la pileta que se activó sola. Él, alarmado, trató de hablar, y el tronco de la palmera se dobló hasta aplastar el auto. Ella iba a gritar de nuevo, cuando las puertas de la tranquera se abrieron. Los dos caminaron hacia afuera. Salieron. Cuando trataron de hablar, descubrieron que estaban afónicos. Sólo escuchaban el viento escaparse entre las ramas de los árboles. Ellos también se escaparon. Hacia el centro del pueblo.

Mientras, en la casa, las tapas de las notebooks encendidas se cerraron.

por Adrián Gastón Fares.

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