Un poema más.

¿Cómo decir en palabras lo que pasa cuando una mente implosiona

de anhelos?

¿Cómo decir en palabras lo que pasa cuando el amor se evapora

y lo único que queda es un légamo de grillos muertos?

Silencio.

Cómo explicar cuando uno se vuelve niño de nuevo,

por un amor perdido y llora sin parar,

toda la noche y todo el día.

Sin nadie que lo apacigüe,

que lo consuele,

que acuda a mecerlo.

Llora hasta que los ojos pican.

Y no se puede decir nada.

Uno ya es grande y se la tiene que aguantar, pero no crecemos nunca.

El tiempo es un invento, es una cosa, una roca, una almohada, algo que se gasta.

¿Se puede medir el gasto?

Inventamos algún tipo de medición, pero nada más.

La pena puede durar toda la vida.

Repito.

La pena puede durar…; pero ya no importa, contemos otro cuento:

Cuando los extraterrestres llegaron a la Tierra y eran como hombres,

ni ángeles,

ni homínidos verdes,

sólo hombres y mujeres con la misma tecnología con la que nosotros llegamos a la Luna, lloraron.

Las mujeres y los hombres de esta Tierra se acercaron a mirar el cohete.

Los extraterrestres sabían con lo que iban a tener que lidiar.

Aquel viejo cuento, repetido en cada planeta, lo perdido y lo querido.

La gente, no importa en qué planeta viva, siempre mira hacia arriba.

Otra cosa:

Un hombre decía que el amor es como esas fotos donde las personas

fingen atrapar el sol en la palma de la mano.

O, de la misma manera, sostienen algo muy alto y pesado.

Es algo que parece real, pero es imposible.

Solo un truco.

Nos gusta atrapar a lo que tenemos más lejos.

Nos gusta sostener lo que no podemos aguantar.

Y después, claro, llega el castigo: el ridículo.

Aunque sobre gustos no hay nada escrito.

por Adrián Gastón Fares.

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