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La zombiada. Relato que forma parte de Los tendederos. Y recomendación de una serie.


Estaba la puerta abierta y también le pareció inusual que no estuviera la empleada de limpieza para gritarle que no le dejara yerba en el lavabo, y comentarle  que había inventado otra forma para separar la yerba del resto de la basura. Era raro no recibir el pedido de colocar el bidón de agua en el dispenser para los dirigentes ni bien llegaba. Pensó que ese día en el trabajo iba a ser distinto.
Así que puso su pulgar en la máquina de fichar, recibió un «Gracias», en español, de la grabación que la máquina contenía y se dirigió al segundo piso, a su oficina.
Golpeó pero nadie le abría.  Se quedó esperando en el pasillo. Eso era normal. En cambio, el olor penetrante, ácido, a vómito, no lo era. Provenía de su oficina. Esperó cinco minutos sin saber qué hacer. Golpeó otra vez la puerta, ya que no había timbre, y el empleado, Manuel, el único zombie que trabajaba en su piso, le abrió. Caminó hasta su computadora. A su lado estaban, sin ninguna separación, las de Pablo y Alfonso. Le pareció anormal que ninguno de los dos estuvieran. En la computadora de Alfonso se veía un polvo blanco cerca del teclado. Como si hubiera dejado caer hilariet, pero Gastón sabía que era cocaína. En la de Pablo, el mate, y la pantalla estaba clavada en una página web de Mobbing.
Pablo y Alfonso se odiaban y el primero sostenía que el segundo lo acosaba. Las mujeres habían sido trasladadas a otra oficina porque los hombres no querían almorzar con ellas ni escuchar sus chismorreos. Lo que más le había chocado a Gastón al entrar en ese trabajo era lo misóginos que eran sus compañeros. A él le gustaba estar rodeado de mujeres desde chico. Sin ellas, algo le faltaba. Y en vez de voces aflautadas tenía a Manuel, el zombie, y a los otros dos, eso hasta que llegaba Roberto, el superior, el analista de sistemas, una biblioteca itinerante que sabía de todo. Roberto le había recomendado a Gastón el libro Anatomía de la Crítica de Northrop Frye.
Gastón consultó con su ex profesora de la facultad de Letras, Isabel, quien le dijo que estaba pasado de moda Frye, que sus ideas habían sido superadas. Eso estaba leyendo en su email, pensando qué contestarle a la mujer porque a él le había llegado hondo el discurso del analista de sistemas sobre Northrop Frye para abordar la obra de Tolkien y comentar la serie de ciencia ficción que estaba mirando. Aunque Gastón nunca había leído a Tolkien. Pero la palabra inmersión le gustaba y se podía relacionar con la obra de Frye. Una palabra a veces lo define todo.
Eso pensaba Gastón, pero sus sentidos estaban alertas porque le picaba la nariz por el olor a vómito que provenía, sin dudas, del despacho de Roberto, cuya puerta estaba cerrada. Tenía que ver qué lo causaba, pero antes contestó un mensaje de su novia que decía que el bebé estaba bien, que le había vomitado el pelo y la blusa, algo común. Así que era el Día del Vómito para Gastón.
Manuel estaba durmiendo en su cubículo vidriado. Desde que los zombies habían evolucionado habían obtenido algunos derechos, uno de ellos era la inclusión social de los de conducta intachable a través del trabajo.
Manuel no contestaba cuando le abría la puerta, sólo bajaba la cabeza. Tampoco lo saludaba al llegar y al irse. A veces le preguntaba si no tenía la llave. Gastón le había dicho mil veces que no tenía llave y que dependía de él que le abriera, pero este tema parecía estar más allá de la comprensión del zombie, a quien le molestaba despegar el culo de la silla.
Gastón podía entenderlo. Los zombies comen el doble que un humano. Manuel no controlaba su esfínter y por lo tanto la cantidad de mierda que cagaba le producía hemorroides y otras complicaciones que convertían en obligatorio el uso de una silla especialmente acolchada.
Los zombies habían dejado de atacar a las personas al alcanzar la autoconciencia y luego se habían dado cuenta de que no les convenía ser perseguidos, reducidos y asesinados, así que su comportamiento había pasado de ser destructivo a casi altruista. Se adaptaban a cualquier tipo de trabajo. Se destacaban en los cargos administrativos porque su concentración para evitar sus desmadres era alta, pero también podían afrontar trabajos más precarios, de carga, por ejemplo, porque su fuerza era superior a la de un humano.
Lo único que Manuel compartía con Alfonso y Pablo era el gusto por ver en el móvil de este último imágenes truculentas. Un hombre trozado en dos por un tren, cuyas manos todavía se movían tratando de salir de las vías. Un ejemplo. Desmembramientos varios y miembros varios también, porque otras de las atracciones que ofrecía ese celular eran los videos de negros que bamboleaban sus genitales gigantes de aquí para allá o que los introducían en toda clase de agujeros pequeños, o que parecían pequeños por contraste.
Un día Pablo y Alfonso le pidieron a Manuel ver su pene, pero el zombie se había negado. Lograron su objetivo una tarde que Manuel fue a orinar y se metieron de golpe en el baño. Al parecer, no podían creer lo que habían visto.
Por lo demás, Manuel permanecía callado y sólo saludaba a Roberto, su superior. Eso pensaba Gastón, mientras leía la respuesta sobre Frye de su ex profesora y el olor que provenía del despacho cerrado se hizo tan penetrante que ya no pudo aguantarlo.
Vio que Manuel seguía sumido en su sueño. Controlar el instinto consumía gran parte de la energía del zombie y debía descansar más que un humano.
Entonces Gastón, le contestó a su novia que todo estaba bien, que por ahora no tenía trabajo, era una mañana tranquila, nadie lo llamaba y luego caminó hasta la oficina de su superior. Trató de abrir la puerta pero estaba cerrada, sin llave pero no podía abrirse de afuera. El olor nauseabundo provenía claramente de ahí.
Se dio vuelta para mirar a Manuel, que seguía con el mentón pegado al pecho. Por debajo de la puerta del despacho se escapaba un líquido color dulce de leche. Uno de los punteros del sindicato de Software en la que trabajaba le había enseñado a abrir la puerta con una tarjeta de plástico. Gastón no tenía tarjeta de crédito así que usó la de Starbucks.
Al abrir la puerta lo golpeó el frío que se escapaba del cubículo del servidor. Los cuerpos de Alfonso y Pablo estaban expuestos, partidos al medio, masticados, frente al escritorio. Roberto yacía en su silla, sin la tapa de los sesos, como un mono de banquete chino, el analista de sistema, dando órdenes, vaya a saber cuánto tiempo, a seres de otro mundo, si es que ese otro mundo existía.
El líquido que se había deslizado por debajo de la puerta provenía del cerebro de Roberto, ya que los otros dos cuerpos estaban medio resecos, los huesos a la vista, como si el atacante hubiera succionado hasta los tejidos.
Al darse vuelta, con sus manos congeladas que anunciaban un ataque de pánico, Gastón vio que Manuel ahora tenía la mirada clavada en él y notó lo que antes no había visto. A su lado, en su escritorio, como un melón recién cortado, el zombie tenía la tapa de los sesos de Roberto, medio masticada.
El zombie se levantó, rodeó su escritorio con parsimonia, sin perder los modales ni la postura erguida, y empezó a acercarse a Gastón tratando de ocultar sus uñas afiladas. Gastón corrió hacia la puerta con el objetivo de avisarle a las chicas que el zombie de su oficina había perdido el control. El hecho hacía presuponer que había contactado a otros zombies, los llamados marginados, que pronto estarían en el lugar para fortalecer la revuelta. Mientras Manuel se acercaba a él, Gastón logró salir de la oficina, cerró la puerta y subió a la oficina de las chicas.
Otra vez el olor agrio, nauseabundo, pero esta vez más fresco, más penetrante. Tras la puerta los cuerpos desmembrados de las que habían sido sus compañeras se apilaban. En un vértice de la oficina, ovillada, abrazando sus piernas, Lucía lloraba con la mirada perdida. La chica balbuceó que había más, que Manuel los había arengado, que su programa había fallado, y que nunca debieron incorporarlo a la empresa. Claro que Lucía era otra zombie y por eso se había salvado. Una zombie joven como Manuel, pero en otro estadio de evolución.
Gastón volvió a la entrada de la oficina para contener la puerta justo que las manos de Manuel la empujaban. Mientras tanto, vomitó el café que se había tomado por la mañana junto con la medialuna de manteca.
Esa oficina daba al patio del edificio. Al asomarse a la ventana, Gastón vio a varios zombies que dialogaban mientras se pasaban el mate y compartían pedazos de piel de un cuerpo humano. Reconoció a algunos que trabajaban en otras empresas ubicadas en el mismo edificio. Gastón no sabía qué hacer.
El celular de Lucía sonaba pero a ella le temblaban tanto las manos que no podía atender. Iba a caerse de la mesa si seguía vibrando, así que Gastón lo tomó y respondió la llamada. El marido de Lucía, Eduardo, era policía, uno de los  humanos que se habían enamorado de una zombie. Gastón le contó la situación a Edu, quien le dijo que se calmara, que buscara la pistola que Lucía tenía en el fondo de su bolso y siguiera las instrucciones.
Ya con el arma en sus manos y el móvil en altavoz, comenzó a describirle la situación a Edu. Zombies asesinos en el patio. Otro en el pasillo. No sabía cuántos más rebelados en el edificio.
Se animó a abrir la puerta de la oficina. El pasillo estaba vacío. El tubo fluorescente se encendía y apagaba. El cartel de prohibido fumar había sido masticado. Edu le dijo que disparara a cualquier punto. Gastón eligió el matafuegos. La explosión hizo que apareciera Manuel como una flecha con las fauces abiertas seguido de otros seis zombies más que trabajaban en el café de al lado. Edu le dijo que debía dispararle a los zombies en la zona del bajovientre, debajo del ombligo y arriba de los genitales, el hara de los hindúes pensó Gastón. Era la única forma de matarlos, aunque el folclore al respecto no lo especificaba.
Gastón pudo darle en ese punto a uno de los zombies, que cayó y exhaló su último suspiro, escupiendo un dedo humano a su vez. Los otros se abalanzaron sobre la puerta. Gastón llegó a cerrarla.
Lucía seguía temblando en un costado de la oficina. La novia de Gastón le informaba, a través de un audio que llegó a su celular, que debía llevar al bebé al médico.
Edu quería saber cuántos eran los que se habían rebelado y trató de calmarlo diciéndole que se dirigía hacia el lugar. La puerta ahora aguantaba la presión de varios cuerpos que empujaban para que cediera y Gastón no podía dejarla. Los zombies intercambiaban órdenes de mando para tratar de entrar a la oficina. Manuel los dirigía.
Era la hora del almuerzo. Las voces de los zombies eran claras. Uno decía que necesitaba abono para las plantas exóticas de su jardín y que se había cansado de usar los restos de café que Starbucks regalaba. El compost que tenía en una carretilla y que había realizado con restos de gatos muertos no era suficiente. Los demás felicitaron al zombie por su idea de incorporar humanos a la mezcla.
Gastón pensaba que esta situación se debía a que no había sabido cuidar sus pensamientos, que invocar a Frye y su teoría de la inmersión narrativa no había sido buena idea. La culpa no la tenían los zombies que habían perdido el control sino su superior que le había recomendado Anatomía de la Crítica y él lo había leído. Un verdadero desastre.

 

Por Adrián Gastón Fares.

PD: Para los que gusten de historias de zombis o zombies pueden leer mi novela inaugural, Suerte al zombi buscando en este blog.

PD2: Vean The Underground Railroad en Amazon Prime Video. La serie de 10 capítulos, dirigida por Barry Jenkins, está basada en la novela de Colson Whitehead.

Adrián Gastón Fares autor de Suerte al Zombi convertido en Zombie

Suerte al zombi. Primer capítulo + Índice novela completa.

1. LOS HOMBRES DE TRAJE

Cuando Luis Marte despegó los ojos ese día estaba en un ataúd, en una cochería de Avellaneda. Lo primero que vio fue el techo color celeste del lugar; lo primero que escuchó, el murmullo de un grupo de personas que hablaban a un ritmo sostenido; y lo primero que sintió, créanlo, fue alegría.

La risa brotaba de su interior y arremetía contra las paredes de la sala produciendo un estimulante eco. Luis notó que esa risa había estado creciendo dentro de él en los últimos minutos y que había sido el cosquilleo la causa del despertar; ahora su intensidad concentró todas las miradas en el ataúd; todavía acostado en el cajón, no pudo aguantar más la alegría que llevaba adentro y la expulsó con una serie de carcajadas. Entonces, la chica y los dos hombres de traje que estaban en la sala, todavía helados, sorprendidos, vieron cómo una mano se levantaba en la mitad del féretro y asía el borde.

Se aferró del borde del féretro y logró levantar la mitad superior de su cuerpo. No podía parar de reírse y cuando sus ojos se encontraron con los de la chica, en ese instante, se quedó prendido de los rizos castaños que reflejaban la luz del sol que entraba por la ventana. La chica se desmayó.

Ver cómo la cara de Violeta, su ex compañera de secundario, se transformaba, le resultó gracioso a Luis. Otra carcajada surgió y el joven se encontró con la mirada amenazante del más alto de los hombres de traje. Entendió y logró mantener su sonrisa por un momento, hasta que recordó que esos eran los que dos días atrás le habían disparado (¿o era un sueño?). El bajo lo miraba con profundo desdén; el alto lo contemplaba serio pero satisfecho y afirmaba con la cabeza.

Luis vio a sus antiguos compañeros de secundaria mirando más allá de la puerta y eso bastó para que su sonrisa se disipara. Su tío dio dos pasos dentro de la habitación.

El más alto de los hombres de traje se acercó, empujó al tío de Luis afuera y cerró la puerta de la sala de una patada. Caminó hasta donde estaba el bajo, y los dos miraron hacia Luis.

Éste vio a su abuela, que seguía durmiendo, y se volvió hacia los hombres de traje, que dudaron sólo un instante; desabrocharon el saco y llevaron las manos a la cintura donde encontraron lo que buscaban.

Luis trató de moverse para bajar del ataúd. Los hombres de traje ya tenían las dos armas apuntándole directamente a la cabeza.

Se golpeó fuerte la pierna. De repente, y aunque no la sentía, la pudo mover y se tiró del ataúd hacia el lado de la pared. Resonaron los disparos unos centímetros arriba de su cabeza. Desde el piso, vio cómo su abuela despertaba; al ver a los dos hombres disparando y a su nieto muerto moviéndose, cayó desmayada.

El ataúd seguía sobre los caballetes y Luis lo empujó con las dos manos. El alto retrocedió y gritó al recibir el peso del ataúd en sus pies. El otro disparó y la bala pasó cerca de la cabeza del velado.

Luis se levantó y a su derecha vio la ventana que daba a la calle. Quiso correr y algo lo sostuvo. Fue como si lo amarraran invisibles hilos provenientes del ataúd. Una bala silbó cerca de su oreja izquierda y empezó a sentir cómo su cuerpo se llenaba de fuerza en vez de dolor. Corrió y se tiró sobre el vidrio, mientras las balas pasaban a su lado. Tuvo suerte. El golpe hizo que la ventana se rompiera.

La vereda estaba al mismo nivel de la sala. Luis, asombrado de no sentir dolor con el golpe, se levantó rápidamente y empezó a correr. Las coronas que sus amigos le habían comprado estaban puestas en la vereda, apoyadas en la fachada de la cochería; se llevó una por delante y la derribó. Estuvo a punto de caer, tocó el piso con sus manos y siguió corriendo. Miró atrás y vio a los dos hombres que lo perseguían saltar la corona tirada. Al volver la cabeza vio que en la esquina un colectivo se había detenido para dejar subir a un viejo. El colectivero esperaba que el semáforo se pusiera verde. Luis aprovechó para lanzarse hacia el colectivo y saltar al interior. El  chófer pisó el acelerador. Miraba cómo los hombres de traje guardaban sus armas, cuando el colectivero le preguntó adónde iba.

 

por Adrián Gastón Fares

Suerte al Zombi, por Adrián Gastón Fares. Novela.

Índice de capítulos siguientes:

2. Colectivo.

3. Calles Céntricas.

4. La última lágrima.

5. ¡¿Decente?!

6. El baile del zombi.

7.  Pasame un trago.

8. Contra el piso.

9. La abuela y los policías.

10. Daimón.

11. La cortó porque no le gustó.

12. La revolución blanca.

13. Jorge, Leonardo y Juan VS. Olga y Chula.

14. El justiciero.

15. Parado en el medio de la calle.

16. Algo mejor.

17. La fuga de los zombis.

18. Velados.

19. El mundo tendría que ser como este lugar.

20. ¡Suerte al zombi!

21. Tenemos trabajo hoy.

22. Tártaro.

23. Florida – Plaza San Martín.

24. Está bien.

25. Los muertos no fuman.

26. La chica que buscás.

27. Atardecer.

28. Pueblo chico, casa grande.

29. Carroñeros.

30. Párrafos muertos.

31. En el cementerio de Mundo Viejo.

32. Nos vamos, Luis.

33. Conversación.

34. Luis Marte.

35. Fernanda Goya.

36. Luis y Fernanda.

37. El Deformado.

38. El mundo dando vueltas.

39. Garrafa y López versus Luis Marte.

40. La verdadera fiesta.

41. El montículo prominente.

42. Atajala. 

43. Y la cabeza giró en el aire.

44. El libro.

45. Eduardo y la calavera.

46. La calavera rodante.

47. Fin.

Novela. Autor: Adrián Gastón Fares.

 

Suerte al zombi. Índice. Novela completa.

Me informan que hoy hace trece años que publiqué en WordPress por vez primera.

Entonces, qué día mejor para compartir el índice de Suerte al Zombi, la primera novela que escribí en cuadernos y reescribí aquí hasta hace unos días. Ya se terminó. Es una novela de terror, en cierta forma lo es, es de zombis o zombies, en cierta forma también, es dramática, también, es cómica, también para mí. No la puedo encapsular.

También pueden buscarla en las pestañas del índice, donde están Kong, El sabañón, los cuentos de Los tendederos y en Acerca de pueden encontrar la novela que le sigue El nombre del pueblo e Intransparente.

Fotografía de Adrián Gastón Fares, Octubre 2019

Fotografía de Adrián Gastón Fares, Octubre 2019

Suerte al Zombi, por Adrián Gastón Fares. Novela.

Índice.

1. Los hombres de traje.

2. Colectivo.

3. Calles Céntricas.

4. La última lágrima.

5. ¡¿Decente?!

6. El baile del zombi.

7.  Pasame un trago.

8. Contra el piso.

9. La abuela y los policías.

10. Daimón.

11. La cortó porque no le gustó.

12. La revolución blanca.

13. Jorge, Leonardo y Juan VS. Olga y Chula.

14. El justiciero.

15. Parado en el medio de la calle.

16. Algo mejor.

17. La fuga de los zombis.

18. Velados.

19. El mundo tendría que ser como este lugar.

20. ¡Suerte al zombi!

21. Tenemos trabajo hoy.

22. Tártaro.

23. Florida – Plaza San Martín.

24. Está bien.

25. Los muertos no fuman.

26. La chica que buscás.

27. Atardecer.

28. Pueblo chico, casa grande.

29. Carroñeros.

30. Párrafos muertos.

31. En el cementerio de Mundo Viejo.

32. Nos vamos, Luis.

33. Conversación.

34. Luis Marte.

35. Fernanda Goya.

36. Luis y Fernanda.

37. El Deformado.

38. El mundo dando vueltas.

39. Garrafa y López versus Luis Marte.

40. La verdadera fiesta.

41. El montículo prominente.

42. Atajala. 

43. Y la cabeza giró en el aire.

44. El libro.

45. Eduardo y la calavera.

46. La calavera rodante.

47. Fin.

Novela. Autor: Adrián Gastón Fares.

Suerte al zombi. 47. Epílogo.

47. FIN.

En una ruta desierta dos jóvenes estaban haciendo dedo. La bola que era el sol se veía nítida sobre sus cabezas, aprisionada en el azul. La temperatura era elevada, la mayor de todo aquel largo verano.

Mejor dicho, sólo uno de ellos estaba haciendo dedo, levantando su pulgar, mientras el otro fingía que orinaba contra un pequeño árbol a un costado del asfalto. Los jóvenes vestían pantalones deshilachados y remeras descoloridas. El que hacía dedo era más alto que el que orinaba y tenía entre sus piernas un portafolio marrón, el único equipaje que los dos parecían llevar.

El que estaba orinando terminó de hacerlo y se subió el cierre mientras ponía cara de alivio.

—¡Qué meada me mandé!

El joven alto siguió pensativo, haciendo dedo a inexistentes autos conducidos por invisibles conductores. El que era bajo, miraba los yuyos con desconfianza y no se decidía a sentarse sobre una piedra. De repente, una forma empezó a perfilarse en la línea gris.

Era un Chevrolet 68’ rojo, sucio y oxidado. El joven alto alargó su dedo gordo en una posición erecta imposible para un ser humano y empezó a rezar para que el auto se detuviera. El otro joven se acercó. Los dos bajaron la cabeza, como si el sol les molestara, para que el conductor no vea sus caras y acelere.

—¡Por Dios que pare!—dijo el que estaba con el dedo levantado.

El coche no aminoró la velocidad; pasó soplando los flecos de sus ropas. Torcieron sus cabezas para seguirlo:

— ¡Hijo de putaaaa!— gritaron.

Vieron que frenaba más adelante y retrocedía.

Se detuvo al lado de los jóvenes y una voz grave, tranquila, proveniente de la ventanilla baja del acompañante se esparció.

—Hola, chicos.

—¡Hola, señor!—corearon.

—¿Van para Catamarca?

—Es nuestro destino—contestó el joven más alto.

Silencio. Una pistola asomó por la ventanilla del acompañante, empuñada por una mano velluda.

—Cómo el destino de ustedes es mi destino, les aviso que si tratan de joder el mío les hago mierda el de ustedes en un abrir y cerrar de ojos.

—¡No va a haber problemas, señor!—contestó el más bajo mientras sonreía.

—Somos de buena familia—dijo el de piernas largas.

La mano con la pistola desapareció. Luego, la mano levantó la traba de la puerta trasera.

—Bueno… me gusta charlar con algunos mientras manejo por esta ruta chota. ¡Suban! ¡Los dos atrás!—demandó la voz gruesa que salía del interior.

El joven bajo miró al alto y sonrió.

—¿Estás seguro, Chula?

—Sí, tenemos que resolver los dos juntos un temita ahí.

—¿No serán trolos ustedes dos, no?—inquirió la voz dentro del auto—. No me gusta hablar con maricas.

—Morimos por las mujeres—dijo Olga.

Ya adentro del auto, el conductor se dio vuelta. Era un viejo. Sucio. Sin afeitar. Sus legañosos ojos brillaban.

Chula acomodó el portafolio entre sus piernas.

—Cuando lleguemos los voy a llevar a un lugar especial, es en un pueblito alejado de la ciudad, una de las chicas tiene tres tetas. ¡Un caso entre miles!—. Esperó escuchar la risa de los jóvenes que nunca llegó— ¡Tres hermosos pezones para chupar, uno al ladito del otro!

Los jóvenes sonrieron. El viejo enarcó las cejas al mirarlos nuevamente por el espejo.

¡Qué mal que estaban!

Sin embargo, el aspecto de los muchachos no llegó a impresionarlo ya que, debido a la sangre que habían derramado en los últimos meses, habían recuperado mucho del color y brillo de cuando estaban vivos.

Muchos asesinos —rateros que robaban camperas— habían gritado con ellos y también habían mandado a más de una docena de políticos al infierno; sin embargo, no habían podido encontrar a los asesinos de Luis ni a los del fotógrafo, tampoco a los de la Embajada. Entonces, decidieron probar en Catamarca.

—¿Saben lo que me gusta de ustedes, chicos?

Los jóvenes no contestaron, estaban pensando en la experiencia que habían ganado en los últimos días y lo que tenían planificado para Catamarca.

—¡Que tienen tanta vida por delante!

El conductor apretó el acelerador aún más y el auto bramó, hundiendo los neumáticos en el asfalto, tragando más marcas amarillas y dejando una larga marca negra en el pavimento.

FIN.

SUERTE AL ZOMBI, novela, por Adrián Gastón Fares.

 

Suerte al zombi. 45. Eduardo y la calavera.

45. EDUARDO Y LA CALAVERA.

Después de meter los retazos del saco de Luis que habían quedado por el piso, López levantó la pesada bolsa y empezó a caminar. Garrafa se acercó y agarró una punta, para ayudar a su amigo. Mientras llevaban los restos de Luis Marte, los dos hombres iban hablando y riendo. Hacían bromas malas y otras que no lo eran tanto. Tanto se rieron y tanto hablaron que no se dieron cuenta que la cabeza del joven se les había escurrido por un agujero de la bolsa agrandado por el peso y el movimiento.

La cabeza de Luis cayó al suelo y rodó por una pendiente que había al costado del camino al crematorio, se introdujo en el espacio existente entre dos mausoleos y resbaló hacia la pared exterior del cementerio, saliendo por una hendidura causada por la raíz gigante de un viejo sauce que crecía pegado a la misma, afuera del cementerio. Quedó escondida atrás del arrugado tronco.

Frente al árbol, un viejo camino de tierra conducía a la parte menos habitada de Mundo Viejo. Cruzando el sauce y caminando unos kilómetros se veían casas precarias que intentaban formar un nuevo barrio en el pueblo. Cerca, había una estación de ferrocarril casi abandonada —el tren sólo pasaba una vez al día—, arañada por el tiempo.

La cabeza de Luis reposó, apoyada en la parte del tronco que enfrentaba a la pared del cementerio. Allí empezó a pudrirse rápidamente.

Después de aquel día, en el que por primera vez en mucho tiempo se vio salir humo del crematorio del cementerio —un mausoleo abandonado— y el olor a carne quemada impregnó la ropa colgada en el jardín de la anciana Fanny, la persona que tenía la casa más cercana al cementerio; después de ese día, pasaron siete más hasta que la cabeza de Luis quedó convertida en una verdadera calavera, lustrada por los hambrientos gusanos que trabajaron sin descanso.

Unos días después, Eduardo, un chico de ocho años, estaba sentado cerca del árbol con un amigo y se acostó boca arriba para dormir una siesta. Un moscón se le posó en su mejilla. Eduardo abrió sus ojos y lo ahuyentó. Al dar vuelta su cabeza para asegurarse de que el insecto no volviera a molestarlo, su corazón dio un vuelco.

Se encontró con una calavera que lo observaba a través de sus cuencas. Una calavera que parecía sonreír ya que estaba completa. Al chico le causó impresión, pero se rió al imaginarse la cara que pondría su amigo cuando se la mostrara.

Luego, soltó otra risa mientras la miraba. Parecía simpática, amigable. Le gustó tanto aquella rareza que había encontrado que la agarró entre sus manos y se la mostró a su amigo, que empezó a gritar y se alejó corriendo hacia el pueblo.

Eduardo miró a la calavera y la contuvo en sus manos, asegurándose de que el maxilar superior coincidiera con el inferior. Pensó en llevársela a su casa. Pero se dio cuenta que no era buena idea ya que su madre la tiraría. Con lo supersticiosa que era. Una idea mejor acudió a su mente.

Era una broma. Tenía que ver con un chiste malo que había leído. Un chiste malo que venía en un chicle.

Se dijo que no valía la pena llevar la calavera a su casa, sólo para que su madre se asustara y la tirara, sino que quedaría mucho más linda en aquel lugar. La gente tonta del pueblo la vería al pasar y le tendría miedo. Todos la respetarían. A los más viejos les gustaban las calaveras. Como a Fanny, que era tan vieja que pronto se convertiría en una de ellas. ¿Cómo no le iban a gustar?

Entonces, antes de irse a buscar a su amigo, dejó a la calavera apoyada sobre los anillos del tronco de un árbol que se había partido. Luego la saludó con su mano y bajó por el camino.

Desde aquel lugar la calavera empezó a observar el angosto camino en pendiente, a través de aquellos huecos oscuros que alguna vez habían contenido ojos.

por Adrián Gastón Fares.

Motorhome (Remastered) Cortometraje.

¿Cómo están?

Tal vez sepan de este cortometraje que dirigí en un día hace algunos años.

Sinopsis: Un actor de películas clase B de terror abandona la filmación del último capítulo de una trilogía de zombis y se obsesiona con un proyecto más pretencioso que lo acerca a su lado oscuro.

Allá por el 2011 nos juntamos unos ex compañeros de facultad con los que siempre hablábamos de hacer cine, y en un fin de semana filmamos este cortometraje.

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Ese colectivo de trabajo, de artistas, se llamó Bombay Films. Nos gustó el nombre y hasta le hicimos un logo. Cada uno de los que participó tienen un talento muy particular, algo que ya recalqué siempre que hablo de este cortometraje.

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A la vez hicimos un documental informal llamado Paraguería Victor.

Todo fue por el barrio de Almagro, Buenos Aires.

Aquí siguen, intercaladas, algunas fotografías del rodaje.

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Acabo de volver a subir la versión remasterizada de 22 minutos del cortometraje que en su momento fue distribuida por mí y Corso Films (con la que hice Mundo tributo)

Así que, antes de lo nuevo de Bombay Films que ya sale, vean Motorhome. Es un cortometraje con el que aprendimos mucho (se filmó en un fin de semana; casi un día) Un buen ejercicio, como el que repetimos este año. Mi hermana, Romina Fares, se sumó a algo que le gusta hacer: dirección de arte y maquillaje.

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Dirigiendo Terror

Dirigiendo Terror

El otro cortometraje de terror en el que me puse detrás de las cámaras, esta vez con otro grupo, se llamó, Entre nosotros.

Pero bueno, ya sale el nuevo cortometraje de Bombay Films. Quedan estas fotografías en el recuerdo del anterior:

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Así que adelante con el cine independiente.

Entrevista por Motorhome:

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Mientras sigo con la lucha por hacer Gualicho, que ya es la más grande que tuve en mi vida con lo audiovisual y la más inexplicable (debido al premio, a que ya tengo un largometraje documental producido por mí mismo, etc., entre otros factores que ustedes ya conocen)

El único actor profesional, digamos, en Motorhome, es Jonathan Jairo Nugnes. El resto fueron vecinos del barrio de Lanús y amigos de esos vecinos, entre otros.

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Título: Motorhome Nacionalidad: Argentina. Duración: 22 min. Producido por Bombay Films. Género: Horror, Drama, Thriller. Dirigido por Adrián Gastón Fares. Escrito por Adrián Gastón Fares y Matías Donda. Dirección de arte, Vestuario y Maquillaje: Romina Fares Cámara: Gabriel Quiroga, Adrián Gastón Fares, Marcelo Enriquez Director de producción: Diego Carbajal VFX: Matías Donda Edición: Marcelo Enriquez Música original: Gabriel Quiroga Actores: Pablo Abramovich, Jonathan Jairo Nugnes, Amy Rabe, Sebastián Medrano Distribuido por Corso Films (Adrián Gastón Fares) Año: 2011. Grabado en Almagro, Buenos Aires. 

Nota recomendación de películas desde la pespectiva de un cineasta:

Aprovecho en este posteo para recomendar algunas películas. Veo mucho.

De las últimas que vi, recomiendo revisitar toda la filmografía de Luca Guadagnino. Tal vez sería para otro posteo esto, pero hay una manera de usar la pantalla que me gusta y otra que no. Me gusta la manera de Luca Guadagnino, la de Julian Schnabel, la de Harmony Korine. Creo que Call me by your name es excelente. Creo que Suspiria es muy buena (la remake) Creo que Io sonno il amore es mi película preferida. Creo que A Bigger Splash tiene muy buenos momentos. Me gusta mucho Basquiat (una película de otro director, pintor; Julian Schnabel, esta de 1996; el mismo director que hizo la de Van Gogh At Eternity Gates) Y disfruto a veces de películas como las de Malick (como la simple a Song to Song, otra manera maravillosa de aprovechar la pantalla y lo que es el cine), y Korine en la reciente The Beach Bum.

Me gustan como aprovechan el cine.

Me gustó mucho Us, de Jordan Peele, más que Get out. Realmente me gustó.

Vi también la española Dolor y Gloria (alguna vez escribí un poema hace mucho, del Joven pálido creo, que decía I will write a story about pain and glory) pero todavía no puedo opinar. Me gustan las películas de Almodovar que son más hitchcockianas. Y está tiene algo de eso, ya verán: como usa la gráfica Pedro.

Me gustó Dumbo, la de Burton. Me gusta Burton, es un gusto que no se va. Me gusta Lynch.

A veces Estados Unidos tiene cineastas que vienen más de abajo que los de los argentinos, mujeres u hombres, que filman.

Suburbios. Familias sin muchos medios.

Lynch nunca hubiera podido hacer Eraserhead sin la ayuda de una institución cinematográfica de Estados Unidos. AFI creo que se llamaba. Lo he leído.

Y así hay otros casos de cineastas, como Spike Lee, Scorsese, que también me gusta, que creo que la lucharon desde abajo.

Lleva tiempo opinar sobre las películas. Tomarse ese tiempo. Vean. Hay tantas cosas buenas.

Saludos, Adrián Gastón Fares

Alimenta tu Zombi con cerebros. II. Libros de Estrategia.

Los libros de estrategia tienen algo único. Confluyen en ese río tan grande que es El arte de la guerra de Sun Tzu y por eso recomiendan el no actuar, incluso los más inmorales.

También suelen ser menos útiles de lo que parecen ser. Por ejemplo, supongamos que luego de leer el libro del difuminado señor Tzu (o sus compiladores) tenemos que enfrentar a los humanos siendo zombis. Estamos en un aprieto. El zombi teóricamente no piensa. Los zombis que yo propongo en Alimenta tu Zombi con Cerebros sí piensan, pero usan el cerebro de otra manera, son una máquina de procesar información; desechar la irrelevante y aprovechar la buena es el objetivo. De eso se trata Alimenta tu Zombi con Cerebros.

Como la pregunta de cómo siendo zombis enfrentar a los humanos con El arte de la Guerra no tiene sentido, mejor concentrarnos en cómo enfrentar a los zombis siendo humanos. Tal vez a alguno le sirva.

Tzu dice que la mejor victoria es vencer sin combatir. Si nos van a atacar una horda de zombis, no combatir no tienen ningún sentido, pero sí podemos evitarlos lo más que se pueda, hasta que uno entra a un lugar donde no debería haber ningún muerto viviente pero bueno, está. Las casas abandonadas, los cementerios, los supermercados y los centros comerciales deben ser evitados.

En realidad, los que vencen con aparente psicología al enemigo, sin combatir demasiado, avanzando en grupos numerosos y arrojándose con alma y vida contra el enemigo son los muertos vivientes, por lo tanto, los que vencen sin combatir, ni saber que combaten, son ellos, solo quieren comer algunos, y ni siquiera saben por qué.

Conocer al enemigo es un poco difícil con los zombis tradicionales (no el excelso zombi  que come cerebros de papel al que me refiero en esta columna) No piensan; por lo tanto no hay manera de conocerlos. Podemos saber que en los ochenta avanzaban a paso de tortuga pero hoy en día son cada vez más rápidos. Eso es clave, saber la velocidad de un zombi.

De cualquier manera, la regla clave de Tzu es que un ejército debe primero haber ganado la batalla en su mente, con su estrategia o como sea, antes de librarla. Esto es útil contra los zombis, se puede tratar de contenerlos con artimañas prácticas como unos lanzafuegos, ametralladores, o lo que fuera que pueda desintegrarlos en masa. Incluso tener la bomba atómica es útil en el caso de que los zombis  tomen la tierra. Dios no lo permita, pero más de uno se verá tentado a tocar el botón rojo.  Como verán, eso también es ganar la batalla antes de librarla. Y de la manera más burda.

En fin, El arte de la guerra es un texto bastante bello, pero no tanto como Los Cinco Anillos del Poder de Musashi, o más todavía, un texto muy difícil de conseguir, que ha caído en mis manos en una edición que no se consigue en nuestro país: El amo (o el maestro) del valle del demonio. Es un libro de estrategia china posterior, por no mucho, a El arte de la guerra. Es elusivo. A los monjes oscuros que lo compilaron les gustaba al juego de arrojar la moneda blanca y negra del yin y el yang. De los libros de estrategia el que más recomiendo es la traducción de Thomas Cleary de El maestro del valle del demonio (que viene con otro texto que se llama El amo de la fuente oculta) La belleza de la estrategia en su máxima expresión. La incomprensión que hace pensar lo que a uno más le conviene. Lo oculto visible. Las frases son una especie de ko-an oriental cuyo aplauso desorienta y despierta.

Pasaremos a Robert Greene, ese tipo que escribe libros sobre el poder, las estrategias, la seducción (escribió uno con el rapero 50 Cent; una paradoja: un libro de poder con un rapero) En fin, Green cuenta en uno de sus libros tan largos que se hacen pesados, que el jefe de un ejército chino ganó la guerra de una manera muy clara, más o menos como hacen los zombis (que asustamos a los seres humanos sólo con nuestra presencia), primero se labró una reputación de loco, peligroso e imbatible. Su reputación le sirvió porque cuando un ejército que lo triplicaba en número marchaba hacia su fortaleza ya diezmada para destruirlo y asesinarlo, lo que hizo es sentarse a meditar con unos sahumerios a los costados. Cuando el jefe del ejército contrario lo vio, la pensó dos veces, dijo este tipo no es tan boludo como para estar haciéndose el que medita; es una trampa, debe tener cientos de soldados ocultos: retrocedamos. De esta manera, el sabio y tremebundo guerrero chino superó al ejército contrario con sólo prender un sahumerio y sirviéndose de su temeridad previamente cultivada. El problema con los libros de Greene es que es más fácil ir a la guerra contra los humanos que leerlos; se hacen largos, Green parece ser un erudito bastante increíble, en el sentido en que usamos la palabra en la calle, pero tienen la virtud que cumplen con lo que prometen; al terminar de leer uno de esos libros es posible que ya la guerra haya pasado y uno la haya evitado bebiendo cerveza desde la cómoda reposera de su porche estadounidense.

Los libros de Robert Greene son un poco inmorales, pero eso no basta para que no lo nombre en esta columna de zombi. Después de todo, siempre ponderan la no acción, bebiendo en las fuente de Sun Tzu.

El libro de estrategia más interesante quizá para quienes escribimos o hacemos ficción es el de John Lewis Gaddis. Este estadounidense repite varias veces en su texto, On Grand Strategy, que la ficción es el mejor campo de experimentación para las situaciones que luego tenemos que enfrentar, más o menos duplicadas en el tiempo, por esa especie de entropía fácil que todos miman tratando de señalar lo que tal vez vuelva a ocurrir en la rueda del tiempo pero con ligeras alteraciones.

Lo que dice Gaddis es que la ficción es como un experimento para la vida y se sirve de La guerra y la paz del eminente ruso, y escritor ya sabrán, Tolstoi para dar un ejemplo de cómo se puede recrear una guerra y vivirla para aprender a través de los mecanismos hiperrealistas de la ficción. Hasta ahora no leí a ningún ensayista que piense que la ficción es tan útil como Gaddis; la sensación es que cree que la ficción es tan viva como la realidad. Shakespeare y Tolstoi son los maestros de la estrategia para Gaddis y leer ficción sería más efectivo que leer no ficción: más pragmático. El libro de Gaddis es largo, por momentos tedioso, pero vale la pena leerlo para encontrar este paralelo entre ficción y realidad. Es un libro más fresco que otros porque introduce ideas un poco más originales.

Entonces, recomendando que elijan el libro de estrategia que más le guste y lo lean como literatura más que como una  regla para la vida: la vida no es guerra, aunque a veces se parece, y la gente, tanto en la soledad como cuando se unen para formar ejércitos, como bien lo sabemos los zombis, no reacciona siempre igual.

No hay ningún libro de estrategia más eficaz y menos bello que el de mandar a todos a la mierda. Para eso la canción God, de John Lennon es ideal. Es un gran libro de estrategia, una declaración de principios, una negación de todo. Después de todo si la realidad no es más que apariencia; no creyendo en nada se llega muy lejos. Es la canción favorita de algun@s zombis que conozco.

Aquí tienen el link a los dos libros de estrategia que más me gustaron (aprecien el primero; es casi un secreto)

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Thunder in the Sky donde encontrarán la versión de Thomas Cleary de El maestro del valle del demonio, ese texto de la ancestral tradición china, de una secta budista que parece perdida en el tiempo, que es mejor que El arte de la guerra, y el más comprensible; El amo de la fuente oculta.

Aquí pueden conseguir La adquisición y el ejercicio del poder (perdonen a Thomas, este libro no tiene que ver mucho con la adquisición del poder, es más rico de lo que aparenta ese ingenuo nombre; La adquisición y el ejercicio del poder es El maestro del valle del demonio y El amo de la fuente oculta) Lo editó Editorial Estaciones. Creo que está tristemente fuera de catalogo. Pero circulan ediciones usadas por lugares insospechados.

Link para conseguir El Trueno en el Cielo en español (Editorial Estaciones)

Otro Link en Español:

Conseguir El Trueno en el Cielo en Casa del Libro.

Una de las maneras de conseguir Thunder in the Sky, de Thomas Cleary

Dato que podemos olvidar, salvo que Sun Bin se queje desde los tiempos ancestrales.

Entonces diremos que Sun Bin, descendiente de Sun Tzu, discípulo del estratega Wang Li, conocido como El maestro del valle del demonio (estrategas tan apreciados como von Clausewitz y Napoleón no fueron recordados con un apodo tan resonante como con el que llamaban al señor Wang Li) fue el que escribió el primer texto de El Trueno en el cielo, traducido por Thomas Cleary.

Y acá el libro de Gaddis, On Grand Strategy (tampoco en castellano, pero búsquenlo, debería estar…)

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Una de las maneras de conseguir On Grand Strategy, de John Lewis Gaddis

En la próxima entrega viajaremos al mundo de los libros de marketing, start-up y todas esas cosas tan poco interesantes y profusas que existen en el mundo literario y que así y todo pueden ser provechosas para alimentar nuestro cerebro zombi.

Un zombi debe estar dispuesto a todo hoy en día, incluso a leer cosas que escriben, o escribieron, los que sí mueren y no resucitan.

por Adrián Gastón Fares

 

Alimenta tu Zombi con Cerebros

Estreno nueva sección en este blog.

 

Alimenta su Zombi (interior) con Cerebros

Todos tenemos un zombi (o zombie como gusten) que está dentro nuestro. Diversos estudios científicos muy difusos sugieren que la meditación lo que en realidad hace es enviar sangre a otras partes del cuerpo que no sean el cerebro, por lo tanto, lo que estaría haciendo es ahogar un poco al cerebro para que no piense tanto. Eso me suena matar el cerebro. Me suena a zombi. Pero la idea aquí no es matar al cerebro si no alimentarlo para después usarlo como ustedes más quieran. Es lo que me resulta a mí por lo menos. Y lo que me ha hecho superar muchas situaciones difíciles, momentos tristes, melancólicos, aburridos, traumas, encrucijadas, desamores, senderismo de lo llano y lo alto, entre otras aventuras que viví.

No voy a citar estudios científicos como hacen los millones de libros que pueden encontrar en la web. Si leen mucho van a reconocer lo que digo pronto.

Esto que comienza aquí es un poco experiencia y mucha lectura. Iré directo al grano para ir sugiriéndoles qué libros para mí tienen valor de lo nuevo, sea ficción, divulgación, ensayo, autoayuda (tuve una columna hace años en una revista digital llamada Autoayuda para el suicidado; no seré irónico esta vez; esta es una columna práctica) lo que sea que esté bien escrito y sirva.

Tampoco seré tan meticuloso ni exigente conmigo mismo en la escritura como intentó ser en mis cuentos. Y mucho menos que en mis guiones y novelas. Estoy un poco cansado de eso. Quiero ser practico aquí y contribuir a organizar un poco los pensamientos y lecturas tanto para ustedes como para mí.

Así que así comienza Alimenta tu Zombi con Cerebros. Señalaré algunas lecturas. Libros. Trataré de citar libros nuevos (los más nuevos posibles) El único objetivo, siguiendo a la regla moral de Kant, es que estos libros no sean un medio, que sean un fin en sí mismos. Que la lectura de estos libros no sea un medio, si no que sea un fin en sí misma.

Por lo tanto, empecemos sin dar muchas más vueltas (otra estrategia para escribir libros de Cómo hacer esto y lo otro, es dar mi vueltas, como si se tratara de una película de suspenso, dosificando la información, para decir por ejemplo que comer palta hace bien; todos sabemos que comer aguacate o palta hace bien; no se necesitan cinco capítulos para llegar a eso)

De mis largas lecturas puedo decir que hay libros que están repitiendo (casi copiando y pegando) lo que escriben otros. Por ejemplo, el libro Alimenta tu cerebro de un tal Dr. Perlmutter, dice lo mismo que otro libro que se consigue en la web que escribió el hijo de una mujer con Alzheimer. Los dos libros recomiendan comer lo mismo, los dos textos tienen casi la misma información; dejo a ustedes la tarea de decidir si la repetición tiene que ver con la verdad o con la comodidad o el provecho)

Estos libros como los de Alimenta tu cerebro (o tu pene o vagina; hay de todo) parecen ser recopilaciones de otros libros y a la vez lo que hacen es citar cada dos por tres, repito, perdón, embolantes como decimos en Argentina, estudios científicos. Gran pecado de un texto de divulgación: en la era que estamos seguros que lo estudiado científicamente cambia al ser observado (soy más amigo de la ciencia que de la seudociencia, ya lo sabrán no niego la ciencia, sino que digo que obviamente no es bueno citar solamente un estudio científico que uno leyó en la web para escribir un libro)

Así nace este texto. Por eso Alimenta su Zombi con Cerebros. Somos todos zombis. Todos queremos nutrir lo que tenemos entre las dos cejas, todos queremos alimentarnos metafóricamente de lo que otros saben, en mi caso con el objetivo del placer de conocer, cotejar, pensar. Vivir así es hermoso y si siguiéramos la regla de Bertrand Russell que decía que el ser humano debía trabajar cuatro horas para servir a la comunidad y el resto tenía que ser ocio provechoso, seríamos todos (o todes) felices.

Así que empecemos con los dos libros que voy a recomendar que se compren ya mismo (nunca vendí nada, así que dejen que recomiende lecturas por las que tienen que pagar si es necesario; no son caros) Algunos de los libros se pueden comprar en Internet, otros también (broma, también se pueden comprar en las Librerías, pero no todos)

El otro día estaba en la librería Cúspide del Village Recoleta. Como es mi costumbre tomé cinco libros para leer a la vez y ver cuál me interesaba más. Vino un empleado y me dijo: No se pueden anotar los libros, señor. Le dije, pero claro, cómo voy a subrayar los libros. Me dice: no entendiste, no podés tomar notas en tu cuaderno de los libros. Ah, bueno, le dije, no hay problema, y con el índice me golpeé la frente, respondiéndole en lenguaje de señas que me iba a memorizar todos los libros como venganza. O sea, el empleado se habrá creído que yo era un escriba medieval que iba a copiar el libro entero en mi libreta de 5×5. Mis vecinos de mesa se alarmaron y uno, que le explicaba a otro cómo montar un negocio agrícola, remató; si yo fuera el dueño de esta librería, dejaría que todos tomen notas de los libros. Así atraería más gente. En fin.

Así que creo que por ahora pondré links a libros virtuales (si pueden conseguirlos impresos, mejor; como gusten, yo leo en la Tablet, en el Kindle, en el celular, en el Noblex Ebook -barato y bueno-, y en papel; no le hago asco a nada) Cuando se consiga el libro en castellano lo pondré, cuando se consiga en otro idioma nada más; también (siempre y cuando conozca el idioma, sé español, inglés y un poco de japonés, muy poco; no se preocupen que no pondré libros escritos en japonés)

Empezaremos por recomendar uno de los mejores libros que leí en lo que va del año.

Es de Carlo Rovelli. Es un físico teórico italiano. No voy a copiar su biografía porque pueden encontrarla ya saben donde.

Rovelli trata de redefinir el tiempo. Explica que el tiempo no tiene la misma duración en la cima de una montaña que cerca del suelo. Una persona que vive en una montaña tiene menos tiempo que una que vive en la llanura de la pampa, por ejemplo. La culpable es la gravedad que curva el tiempo. Es un libro muy feliz.

Divulgación científica muy poética (literalmente, cita a las Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke más de una vez, Rovelli). Rovelli también se mete con la entropía, una ley que a mí me gusta más que el helado. El resultado es una lectura imprescindible para cualquier zombi que quiera alimentarse de materia gris. Alguien como yo, por ejemplo (y espero que ustedes, este texto trata de enaltecer la figura del zombi que después de todo es alguien que no tiene mala intención, sólo quiere comer; además recordemos que la meditación es amiga del concepto de un zombi por lo expuesto más arriba, también me caen simpáticos los yoguis)

Los libros de Carlo Rovelli que recomiendo son:

El orden del tiempo (2017)

Pueden comprarlo aquí en español (Kindle)

Link para comprarlo en Amazon

Y aquí en inglés:

https://www.amazon.es/Order-Time-Rovelli-Carlo/dp/0241292522

Y pueden también conseguirlo en librerías argentinas y españolas (es de Anagrama)

El segundo libro de Rovelli que recomiendo es:

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Link para comprarlo en Amazon

Se llama La realidad no es lo que parece (es mi traducción de Reality is not what it seems) No lo conseguí en castellano, por lo que pongo el link para obtenerlo en inglés. Traten de encontrarlo, en especial los que saben inglés.

Luego seguiré con el próximo texto de Alimenta tu Zombi con Cerebros donde iremos al mundo de la ficción a través de los libros más pragmáticos de ensayos escritos en estos últimos años.

Saludos,

Adrián Gastón Fares, zombie

Motorhome. Cortometraje.

 

Sinopsis Español:
Un actor de películas de zombis abandona el set. Encerrado en su casa, tratará de encarar un film más «importante», pero sus compañeros de trabajo no lo dejarán en paz.

Prólogo a un cortometraje

David Eagleman, en un libro de neurociencias, dice que es más probable encontrar parejas con nombres que comienzan con la misma letra.

Hoy me puse a repasar en una librería unos cuantos libros sobre el tema. Llegué a la conclusión que los más llevaderos son los de Oliver Sacks, porque está más cercano de la literatura que de la ciencia.

Y me fui con otra idea. El libro de Eagleman (que si mal no recuerdo se llama Incógnito) propone que la conquista de la mente, de lo que es y cómo funciona, por los científicos, se puede comparar a la del universo.

Diré que me parece un disparate esas estadísticas analizadas justamente por una mente. La mente encuentra coincidencias en muchas cosas, y más cuando está predispuesta.

Cerré los libros y me pareció que el hombre no puede encontrar su esencia y que estos libros de divulgación sobre ciencias son aburridos. Nada peor que alguien que escribe un libro y empieza a apoyarse en estadísticas para hacerlo.

Uno entiende más de ciencia leyendo a Thomas Pynchon y su V (ciertamente sobre la entropía) que leyendo estos ávidos libritos de divulgación (admito que hay otros muy buenos en otros terrenos que no sean la mente analizando la mente)

Así que voy a ayudar un poco a David Eagleman y comparto con ustedes Motorhome. Evidemente le puse ese nombre porque mi primera película se llamó Mundo tributo.

Motorhome fue realizado en 2012, si mal no recuerdo, y editado a lo largo del tiempo. Esta versión que les dejo es la corta. Lo hice con la ayuda de mis compañeros, ex egresados de la FADU, Imagen y Sonido. Fue un cortometraje de ficción grabado en un único día.

Algunos me lo nombran (lo recuerda, y no entiendo cómo llegaron a él) Sí fue reseñado por un periodista del Suplemento Sí, algo que nos asombró a todos.

Recuerdo que lo promocioné enviando email para que opinaran sobre el mismo y este periodista me pegó un llamado para entrevistarme. Fue inesperado.

En todo caso, aprendí haciéndolo, en la edición, y más que nada la pasé muy bien con los compañeros, con el actor Jonatan Jairo Nugnes, y con mi vecino de Lanús, Pablito, el que me debe odiar por haberlo hecho actuar en este cortometraje (también agradezco a Amy Rabe, a mi hermana que nos ayudó en Arte, a Marcelo, que además de hacer cámara puso la casa para filmarlo, a Diego, que se lució en la asistencia de dirección y producción, a Matías, que propuso escenas y diálogos y ayudó a que todo saliera bien, a Sebastián Medrano, otro conocido no actor, que comió una banana ante la cámara e hizo más que bien su papel)

Sé que estas menciones son tan molestas como las estadísticas de David Eagleton.

Sólo agregaré que lo hicimos sin dinero y con el esfuerzo del grupo.

A la productora la nombramos Bombay Films.

 

Aquí va la Sinopsis en inglés:

MOTORHOME SHORT FILM (11 minutes)

Motorhome is a short film that takes you into the life of a zombie movie actor (CLASE B movie actor) that leaves the set of the trilogy of zombie´s movies he´s working to develop a bigger, more «important», social issues, project. So, the other zombies actors, will try to convince him to go back and finish his bloody performance in the zombie trilogy.

Here is the interview to the director, Adrian Fares, in Suplemento Sí, Clarín Newspaper for this premiere (the short film premiered with this link you are watching in 2011): http://www.si.clarin.com/si/Tristeza-zombies_0_SkOQTafTvXg.html

Written and directed by Adrián Fares (Mundo tributo`s rockumentary co director) Produced with Bombay Films.

 

English Sinopsis:
A class B movie actor leaves the set . He shuts himself at home to work in a «meaningful» project.

Lunes de Zombiada

La zombiada

Estaba la puerta abierta y también le pareció inusual que no estuviera la empleada de limpieza para gritarle que no le dejara yerba en el lavabo, y comentarle que había inventado otra forma para separar la yerba del resto de la basura. Era raro no recibir el pedido de colocar el bidón de agua en el dispenser para los dirigentes ni bien llegaba. Pensó que ese día en el trabajo iba a ser distinto.

Así que puso su pulgar en la máquina de fichar, recibió un «Gracias», en español, de la grabación que la máquina contenía y se dirigió al segundo piso, a su oficina.

Golpeó pero nadie le abría. Se quedó esperando en el pasillo. Eso era normal. En cambio, el olor penetrante, ácido, a vómito, no lo era. Provenía de su oficina. Esperó cinco minutos sin saber qué hacer. Golpeó otra vez la puerta, ya que no había timbre, y el empleado, Manuel, el único zombie que trabajaba en su piso, le abrió. Caminó hasta su computadora. A su lado estaban, sin ninguna separación, las de Pablo y Alfonso. Le pareció anormal que ninguno de los dos estuvieran. En la computadora de Alfonso se veía un polvo blanco cerca del teclado. Como si hubiera dejado caer hilariet, pero Gastón sabía que era cocaína. En la de Pablo, el mate, y la pantalla estaba clavada en una página web de Mobbing.

Pablo y Alfonso se odiaban y el primero sostenía que el segundo lo acosaba. Las mujeres habían sido trasladadas a otra oficina porque los hombres no querían almorzar con ellas ni escuchar sus chismorreos. Lo que más le había chocado a Gastón al entrar en ese trabajo era lo misóginos que eran sus compañeros. A él le gustaba estar rodeado de mujeres desde chico. Sin ellas, algo le faltaba. Y en vez de voces aflautadas tenía a Manuel, el zombie, y a los otros dos, eso hasta que llegaba Roberto, el superior, el analista de sistemas, una biblioteca itinerante que sabía de todo. Roberto le había recomendado a Gastón el libro Anatomía de la Crítica de Northrop Frye.

Gastón consultó con su ex profesora de la facultad de Letras, Isabel, quien le dijo que estaba pasado de moda Frye, que sus ideas habían sido superadas. Eso estaba leyendo en su email, pensando qué contestarle a la mujer porque a él le había llegado hondo el discurso del analista de sistemas sobre Northrop Frye para abordar la obra de Tolkien y comentar la serie de ciencia ficción que estaba mirando. Aunque Gastón nunca había leído a Tolkien. Pero la palabra inmersión le gustaba y se podía relacionar con la obra de Frye. Una palabra a veces lo define todo.

Eso pensaba Gastón, pero sus sentidos estaban alertas porque le picaba la nariz por el olor a vómito que provenía, sin dudas, del despacho de Roberto, cuya puerta estaba cerrada. Tenía que ver qué lo causaba, pero antes contestó un mensaje de su novia que decía que el bebé estaba bien, que le había vomitado el pelo y la blusa, algo común. Así que era el Día del Vómito para Gastón.

Manuel estaba durmiendo en su cubículo vidriado. Desde que los zombies habían evolucionado habían obtenido algunos derechos, uno de ellos era la inclusión social de los de conducta intachable a través del trabajo.

Manuel no contestaba cuando le abría la puerta, sólo bajaba la cabeza. Tampoco lo saludaba al llegar y al irse. A veces le preguntaba si no tenía la llave. Gastón le había dicho mil veces que no tenía llave y que dependía de él que le abriera, pero este tema parecía estar más allá de la comprensión del zombie, a quien le molestaba despegar el culo de la silla.

Gastón podía entenderlo. Los zombies comen el doble que un humano. Manuel no controlaba su esfínter y por lo tanto la cantidad de mierda que cagaba le producía hemorroides y otras complicaciones que convertían en obligatorio el uso de una silla especialmente acolchada.

Los zombies habían dejado de atacar a las personas al alcanzar la autoconciencia y luego se habían dado cuenta de que no les convenía ser perseguidos, reducidos y asesinados, así que su comportamiento había pasado de ser destructivo a casi altruista. Se adaptaban a cualquier tipo de trabajo. Se destacaban en los cargos administrativos porque su concentración para evitar sus desmadres era alta, pero también podían afrontar trabajos más precarios, de carga, por ejemplo, porque su fuerza era superior a la de un humano.

Lo único que Manuel compartía con Alfonso y Pablo era el gusto por ver en el móvil de este último imágenes truculentas. Un hombre trozado en dos por un tren, cuyas manos todavía se movían tratando de salir de las vías. Un ejemplo. Desmembramientos varios y miembros varios también, porque otras de las atracciones que ofrecía ese celular eran los videos de negros que bamboleaban sus genitales gigantes de aquí para allá o que los introducían en toda clase de agujeros pequeños, o que parecían pequeños por contraste.

Un día Pablo y Alfonso le pidieron a Manuel ver su pene, pero el zombie se había negado. Lograron su objetivo una tarde que Manuel fue a orinar y se metieron de golpe en el baño. Al parecer, no podían creer lo que habían visto.

Por lo demás, Manuel permanecía callado y sólo saludaba a Roberto, su superior. Eso pensaba Gastón, mientras leía la respuesta sobre Frye de su ex profesora y el olor que provenía del despacho cerrado se hizo tan penetrante que ya no pudo aguantarlo.

Vio que Manuel seguía sumido en su sueño. Controlar el instinto consumía gran parte de la energía del zombie y debía descansar más que un humano.

Entonces Gastón, le contestó a su novia que todo estaba bien, que por ahora no tenía trabajo, era una mañana tranquila, nadie lo llamaba y luego caminó hasta la oficina de su superior. Trató de abrir la puerta pero estaba cerrada, sin llave pero no podía abrirse de afuera. El olor nauseabundo provenía claramente de ahí.

Se dio vuelta para mirar a Manuel, que seguía con el mentón pegado al pecho. Por debajo de la puerta del despacho se escapaba un líquido color dulce de leche. Uno de los punteros del sindicato de Software en la que trabajaba le había enseñado a abrir la puerta con una tarjeta de plástico. Gastón no tenía tarjeta de crédito así que usó la de Starbucks.

Al abrir la puerta lo golpeó el frío que se escapaba del cubículo del servidor. Los cuerpos de Alfonso y Pablo estaban expuestos, partidos al medio, masticados, frente al escritorio. Roberto yacía en su silla, sin la tapa de los sesos, como un mono de banquete chino, el analista de sistema, dando órdenes, vaya a saber cuánto tiempo, a seres de otro mundo, si es que ese otro mundo existía.

El líquido que se había deslizado por debajo de la puerta provenía del cerebro de Roberto, ya que los otros dos cuerpos estaban medio resecos, los huesos a la vista, como si el atacante hubiera succionado hasta los tejidos.

Al darse vuelta, con sus manos congeladas que anunciaban un ataque de pánico, Gastón vio que Manuel ahora tenía la mirada clavada en él y notó lo que antes no había visto. A su lado, en su escritorio, como un melón recién cortado, el zombie tenía la tapa de los sesos de Roberto, medio masticada.

El zombie se levantó, rodeó su escritorio con parsimonia, sin perder los modales ni la postura erguida, y empezó a acercarse a Gastón tratando de ocultar sus uñas afiladas. Gastón corrió hacia la puerta con el objetivo de avisarle a las chicas que el zombie de su oficina había perdido el control. El hecho hacía presuponer que había contactado a otros zombies, los llamados marginados, que pronto estarían en el lugar para fortalecer la revuelta. Mientras Manuel se acercaba a él, Gastón logró salir de la oficina, cerró la puerta y subió a la oficina de las chicas.

Otra vez el olor agrio, nauseabundo, pero esta vez más fresco, más penetrante. Tras la puerta los cuerpos desmembrados de las que habían sido sus compañeras se apilaban. En un vértice de la oficina, ovillada, abrazando sus piernas, Lucía lloraba con la mirada perdida. La chica balbuceó que había más, que Manuel los había arengado, que su programa había fallado, y que nunca debieron incorporarlo a la empresa. Claro que Lucía era otra zombie y por eso se había salvado. Una zombie joven como Manuel, pero en otro estadio de evolución.

Gastón volvió a la entrada de la oficina para contener la puerta justo que las manos de Manuel la empujaban. Mientras tanto, vomitó el café que se había tomado por la mañana junto con la medialuna de manteca.

Esa oficina daba al patio del edificio. Al asomarse a la ventana, Gastón vio a varios zombies que dialogaban mientras se pasaban el mate y compartían pedazos de piel de un cuerpo humano. Reconoció a algunos que trabajaban en otras empresas ubicadas en el mismo edificio. Gastón no sabía qué hacer.

El celular de Lucía sonaba pero a ella le temblaban tanto las manos que no podía atender. Iba a caerse de la mesa si seguía vibrando, así que Gastón lo tomó y respondió la llamada. El marido de Lucía, Eduardo, era policía, uno de los humanos que se habían enamorado de una zombie. Gastón le contó la situación a Edu, quien le dijo que se calmara, que buscara la pistola que Lucía tenía en el fondo de su bolso y siguiera las instrucciones.

Ya con el arma en sus manos y el móvil en altavoz, comenzó a describirle la situación a Edu. Zombies asesinos en el patio. Otro en el pasillo. No sabía cuántos más rebelados en el edificio.

Se animó a abrir la puerta de la oficina. El pasillo estaba vacío. El tubo fluorescente se encendía y apagaba. El cartel de prohibido fumar había sido masticado. Edu le dijo que disparara a cualquier punto. Gastón eligió el matafuegos. La explosión hizo que apareciera Manuel como una flecha con las fauces abiertas seguido de otros seis zombies más que trabajaban en el café de al lado. Edu le dijo que debía dispararle a los zombies en la zona del bajovientre, debajo del ombligo y arriba de los genitales, el hara de los hindúes pensó Gastón. Era la única forma de matarlos, aunque el folclore al respecto no lo especificaba.

Gastón pudo darle en ese punto a uno de los zombies, que cayó y exhaló su último suspiro, escupiendo un dedo humano a su vez. Los otros se abalanzaron sobre la puerta. Gastón llegó a cerrarla.

Lucía seguía temblando en un costado de la oficina. La novia de Gastón le informaba, a través de un audio que llegó a su celular, que debía llevar al bebé al médico.

Edu quería saber cuántos eran los que se habían rebelado y trató de calmarlo diciéndole que se dirigía hacia el lugar. La puerta ahora aguantaba la presión de varios cuerpos que empujaban para que cediera y Gastón no podía dejarla. Los zombies intercambiaban órdenes de mando para tratar de entrar a la oficina. Manuel los dirigía.

Era la hora del almuerzo. Las voces de los zombies eran claras. Uno decía que necesitaba abono para las plantas exóticas de su jardín y que se había cansado de usar los restos de café que Starbucks regalaba. El compost que tenía en una carretilla y que había realizado con restos de gatos muertos no era suficiente. Los demás felicitaron al zombie por su idea de incorporar humanos a la mezcla.

Gastón pensaba que esta situación se debía a que no había sabido cuidar sus pensamientos, que invocar a Frye y su teoría de la inmersión narrativa no había sido buena idea. La culpa no la tenían los zombies que habían perdido el control sino su superior que le había recomendado Anatomía de la Crítica y él lo había leído. Un verdadero desastre.

Por Adrián Gastón Fares

La zombiada

Estaba la puerta abierta y también le pareció inusual que no estuviera la empleada de limpieza para gritarle que no le dejara yerba en el lavabo, y comentarle  que había inventado otra forma para separar la yerba del resto de la basura. Era raro no recibir el pedido de colocar el bidón de agua en el dispenser para los dirigentes ni bien llegaba. Pensó que ese día en el trabajo iba a ser distinto.

Así que puso su pulgar en la máquina de fichar, recibió un «Gracias», en español, de la grabación que la máquina contenía y se dirigió al segundo piso, a su oficina.

Golpeó pero nadie le abría.  Se quedó esperando en el pasillo. Eso era normal. En cambio, el olor penetrante, ácido, a vómito, no lo era. Provenía de su oficina. Esperó cinco minutos sin saber qué hacer. Golpeó otra vez la puerta, ya que no había timbre, y el empleado, Manuel, el único zombie que trabajaba en su piso, le abrió. Caminó hasta su computadora. A su lado estaban, sin ninguna separación, las de Pablo y Alfonso. Le pareció anormal que ninguno de los dos estuvieran. En la computadora de Alfonso se veía un polvo blanco cerca del teclado. Como si hubiera dejado caer hilariet, pero Gastón sabía que era cocaína. En la de Pablo, el mate, y la pantalla estaba clavada en una página web de Mobbing.

Pablo y Alfonso se odiaban y el primero sostenía que el segundo lo acosaba. Las mujeres habían sido trasladadas a otra oficina porque los hombres no querían almorzar con ellas ni escuchar sus chismorreos. Lo que más le había chocado a Gastón al entrar en ese trabajo era lo misóginos que eran sus compañeros. A él le gustaba estar rodeado de mujeres desde chico. Sin ellas, algo le faltaba. Y en vez de voces aflautadas tenía a Manuel, el zombie, y a los otros dos, eso hasta que llegaba Roberto, el superior, el analista de sistemas, una biblioteca itinerante que sabía de todo. Roberto le había recomendado a Gastón el libro Anatomía de la Crítica de Northrop Frye.

Gastón consultó con su ex profesora de la facultad de Letras, Isabel, quien le dijo que estaba pasado de moda Frye, que sus ideas habían sido superadas. Eso estaba leyendo en su email, pensando qué contestarle a la mujer porque a él le había llegado hondo el discurso del analista de sistemas sobre Northrop Frye para abordar la obra de Tolkien y comentar la serie de ciencia ficción que estaba mirando. Aunque Gastón nunca había leído a Tolkien. Pero la palabra inmersión le gustaba y se podía relacionar con la obra de Frye. Una palabra a veces lo define todo.

Eso pensaba Gastón, pero sus sentidos estaban alertas porque le picaba la nariz por el olor a vómito que provenía, sin dudas, del despacho de Roberto, cuya puerta estaba cerrada. Tenía que ver qué lo causaba, pero antes contestó un mensaje de su novia que decía que el bebé estaba bien, que le había vomitado el pelo y la blusa, algo común. Así que era el Día del Vómito para Gastón.

Manuel estaba durmiendo en su cubículo vidriado. Desde que los zombies habían evolucionado habían obtenido algunos derechos, uno de ellos era la inclusión social de los de conducta intachable a través del trabajo.

Manuel no contestaba cuando le abría la puerta, sólo bajaba la cabeza. Tampoco lo saludaba al llegar y al irse. A veces le preguntaba si no tenía la llave. Gastón le había dicho mil veces que no tenía llave y que dependía de él que le abriera, pero este tema parecía estar más allá de la comprensión del zombie, a quien le molestaba despegar el culo de la silla.

Gastón podía entenderlo. Los zombies comen el doble que un humano. Manuel no controlaba su esfínter y por lo tanto la cantidad de mierda que cagaba le producía hemorroides y otras complicaciones que convertían en obligatorio el uso de una silla especialmente acolchada.

Los zombies habían dejado de atacar a las personas al alcanzar la autoconciencia y luego se habían dado cuenta de que no les convenía ser perseguidos, reducidos y asesinados, así que su comportamiento había pasado de ser destructivo a casi altruista. Se adaptaban a cualquier tipo de trabajo. Se destacaban en los cargos administrativos porque su concentración para evitar sus desmadres era alta, pero también podían afrontar trabajos más precarios, de carga, por ejemplo, porque su fuerza era superior a la de un humano.

Lo único que Manuel compartía con Alfonso y Pablo era el gusto por ver en el móvil de este último imágenes truculentas. Un hombre trozado en dos por un tren, cuyas manos todavía se movían tratando de salir de las vías. Un ejemplo. Desmembramientos varios y miembros varios también, porque otras de las atracciones que ofrecía ese celular eran los videos de negros que bamboleaban sus genitales gigantes de aquí para allá o que los introducían en toda clase de agujeros pequeños, o que parecían pequeños por contraste.

Un día Pablo y Alfonso le pidieron a Manuel ver su pene, pero el zombie se había negado. Lograron su objetivo una tarde que Manuel fue a orinar y se metieron de golpe en el baño. Al parecer, no podían creer lo que habían visto.

Por lo demás, Manuel permanecía callado y sólo saludaba a Roberto, su superior. Eso pensaba Gastón, mientras leía la respuesta sobre Frye de su ex profesora y el olor que provenía del despacho cerrado se hizo tan penetrante que ya no pudo aguantarlo.

Vio que Manuel seguía sumido en su sueño. Controlar el instinto consumía gran parte de la energía del zombie y debía descansar más que un humano.

Entonces Gastón, le contestó a su novia que todo estaba bien, que por ahora no tenía trabajo, era una mañana tranquila, nadie lo llamaba y luego caminó hasta la oficina de su superior. Trató de abrir la puerta pero estaba cerrada, sin llave pero no podía abrirse de afuera. El olor nauseabundo provenía claramente de ahí.

Se dio vuelta para mirar a Manuel, que seguía con el mentón pegado al pecho. Por debajo de la puerta del despacho se escapaba un líquido color dulce de leche. Uno de los punteros del sindicato de Software en la que trabajaba le había enseñado a abrir la puerta con una tarjeta de plástico. Gastón no tenía tarjeta de crédito así que usó la de Starbucks.

Al abrir la puerta lo golpeó el frío que se escapaba del cubículo del servidor. Los cuerpos de Alfonso y Pablo estaban expuestos, partidos al medio, masticados, frente al escritorio. Roberto yacía en su silla, sin la tapa de los sesos, como un mono de banquete chino, el analista de sistema, dando órdenes, vaya a saber cuánto tiempo, a seres de otro mundo, si es que ese otro mundo existía.

El líquido que se había deslizado por debajo de la puerta provenía del cerebro de Roberto, ya que los otros dos cuerpos estaban medio resecos, los huesos a la vista, como si el atacante hubiera succionado hasta los tejidos.

Al darse vuelta, con sus manos congeladas que anunciaban un ataque de pánico, Gastón vio que Manuel ahora tenía la mirada clavada en él y notó lo que antes no había visto. A su lado, en su escritorio, como un melón recién cortado, el zombie tenía la tapa de los sesos de Roberto, medio masticada.

El zombie se levantó, rodeó su escritorio con parsimonia, sin perder los modales ni la postura erguida, y empezó a acercarse a Gastón tratando de ocultar sus uñas afiladas. Gastón corrió hacia la puerta con el objetivo de avisarle a las chicas que el zombie de su oficina había perdido el control. El hecho hacía presuponer que había contactado a otros zombies, los llamados marginados, que pronto estarían en el lugar para fortalecer la revuelta. Mientras Manuel se acercaba a él, Gastón logró salir de la oficina, cerró la puerta y subió a la oficina de las chicas.

Otra vez el olor agrio, nauseabundo, pero esta vez más fresco, más penetrante. Tras la puerta los cuerpos desmembrados de las que habían sido sus compañeras se apilaban. En un vértice de la oficina, ovillada, abrazando sus piernas, Lucía lloraba con la mirada perdida. La chica balbuceó que había más, que Manuel los había arengado, que su programa había fallado, y que nunca debieron incorporarlo a la empresa. Claro que Lucía era otra zombie y por eso se había salvado. Una zombie joven como Manuel, pero en otro estadio de evolución.

Gastón volvió a la entrada de la oficina para contener la puerta justo que las manos de Manuel la empujaban. Mientras tanto, vomitó el café que se había tomado por la mañana junto con la medialuna de manteca.

Esa oficina daba al patio del edificio. Al asomarse a la ventana, Gastón vio a varios zombies que dialogaban mientras se pasaban el mate y compartían pedazos de piel de un cuerpo humano. Reconoció a algunos que trabajaban en otras empresas ubicadas en el mismo edificio. Gastón no sabía qué hacer.

El celular de Lucía sonaba pero a ella le temblaban tanto las manos que no podía atender. Iba a caerse de la mesa si seguía vibrando, así que Gastón lo tomó y respondió la llamada. El marido de Lucía, Eduardo, era policía, uno de los  humanos que se habían enamorado de una zombie. Gastón le contó la situación a Edu, quien le dijo que se calmara, que buscara la pistola que Lucía tenía en el fondo de su bolso y siguiera las instrucciones.

Ya con el arma en sus manos y el móvil en altavoz, comenzó a describirle la situación a Edu. Zombies asesinos en el patio. Otro en el pasillo. No sabía cuántos más rebelados en el edificio.

Se animó a abrir la puerta de la oficina. El pasillo estaba vacío. El tubo fluorescente se encendía y apagaba. El cartel de prohibido fumar había sido masticado. Edu le dijo que disparara a cualquier punto. Gastón eligió el matafuegos. La explosión hizo que apareciera Manuel como una flecha con las fauces abiertas seguido de otros seis zombies más que trabajaban en el café de al lado. Edu le dijo que debía dispararle a los zombies en la zona del bajovientre, debajo del ombligo y arriba de los genitales, el hara de los hindúes pensó Gastón. Era la única forma de matarlos, aunque el folclore al respecto no lo especificaba.

Gastón pudo darle en ese punto a uno de los zombies, que cayó y exhaló su último suspiro, escupiendo un dedo humano a su vez. Los otros se abalanzaron sobre la puerta. Gastón llegó a cerrarla.

Lucía seguía temblando en un costado de la oficina. La novia de Gastón le informaba, a través de un audio que llegó a su celular, que debía llevar al bebé al médico.

Edu quería saber cuántos eran los que se habían rebelado y trató de calmarlo diciéndole que se dirigía hacia el lugar. La puerta ahora aguantaba la presión de varios cuerpos que empujaban para que cediera y Gastón no podía dejarla. Los zombies intercambiaban órdenes de mando para tratar de entrar a la oficina. Manuel los dirigía.

Era la hora del almuerzo. Las voces de los zombies eran claras. Uno decía que necesitaba abono para las plantas exóticas de su jardín y que se había cansado de usar los restos de café que Starbucks regalaba. El compost que tenía en una carretilla y que había realizado con restos de gatos muertos no era suficiente. Los demás felicitaron al zombie por su idea de incorporar humanos a la mezcla.

Gastón pensaba que esta situación se debía a que no había sabido cuidar sus pensamientos, que invocar a Frye y su teoría de la inmersión narrativa no había sido buena idea. La culpa no la tenían los zombies que habían perdido el control sino su superior que le había recomendado Anatomía de la Crítica y él lo había leído. Un verdadero desastre.

Por Adrián GAstón Fares