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Las despedidas de solteros de Orc. 2. El caso de la cantante de trap.

Ven a ese colibrí con alas irisadas, se sostiene frente a las ventanas, suspendido, ustedes deben dominar ese arte, el arte de suspender la belleza. Esto me recuerda el caso de la cantante de trap. ¿Quieren escucharlo?

¿No hay otro, Marisqueta? Me parece que ya conocemos el caso, dijo Sono Meta.

No creo que sepan cuán enrevesada es la verdad.

¿Ella ya lo sabe?, preguntó Chessmate.

No nos gusta escuchar casos de manipulación de personas, protestó Brisa.

Es que no hay otros, contestó Marisqueta.

Bueno, aceptó Brisa. Con tal de que antes del recreo la exposición del caso este completa. El recreo es un lugar para disfrutar, no queremos ir con sospechas de nuestro propio pasado inspirados por una conspiradora incipiente como vos.

Nada de incipiente, si algo fui en mi vida fue consecuente, dijo Marisqueta.

Córtela. Exponé, nomás, pidió Brian de Brian.

¿Conocen el Luna Park?

¿Te referís a la estación espacial o al otro?

Al otro, al de acá cerca.

Pero ahora es un zoológico de animales irreales. Mecanismos salvajes.

Sí, pero antes no. Empezó como un palacio de los deportes, era para boxeo y esas cosas, pero luego tocaron muchas bandas, entre ellas The Smashing Pumpkins, Franz Ferdinand, recuerdo que con Orc una noche…

Chsss, protestó Brisa.

En fin, tocaban bandas y solistas, incluso bandas que eran clones de otras bandas, pero el sueño de la protagonista de este caso parecía ser tocar ahí. Cantar ahí. Era solista, armaba buenas frases con el free style, luego decidió comercializarse mejor, mezcló rap con reggaetón, se dedicó al trap.

Ya sabemos lo que es el trap, igualmente esa definición es incorrecta, dijo Sono Meta.

Bueno, sigo, la chica quería tocar ahí, tenía todo el talento del mundo. Orc solía pasear por ese lugar, solía ir a meditar al árbol que hay en el parque que hay detrás. Subía las escaleras, se encaramaba a alguna rama, se sentaba y para Orc era como estar en la higuera de su tía abuela.

¿Y entendía lo que el árbol decía?, preguntó Chessmate.

No, en esa época todavía los árboles no hablaban, quiero decir que no habían decodificado el lenguaje de los árboles como ahora, por lo tanto era algo inofensivo estar ahí sentado. Tengan en cuenta que todavía no sabemos si el lenguaje de los árboles está bien interpretado, puede ser que todo lo que dicen que los árboles dicen sea mera invención…

Ok, ya entendí, zanjó Chessmate.

Y bueno, a ella la vio un día que volvía de visitar la tienda Harrods y de encargarse un autoregalo.

¿Qué era esta vez?, preguntó Brisa.

Un micrófono para karaoke. Cosas que no iba a usar. Vieron como es Orc, se pedía cosas porque le daban alegría recibirlas. Tenía esa especie de asíntota de niño, ese síndrome de abandono a lo Inteligencia Artificial, Kubrick-Spielberg, ¿vieron?, algo Collodiano, o al revés, era porque en realidad había vivido una niñez que era mucho mejor que el resto de su vida, a diferencia de Blas, que bueno, así terminó, pero la cosa es que para mantener esa niñez intacta, su empatía decía Orc, debía autorregalarse cosas, había días que recibía los regalos y otros que se encerraba en los Escapes Games. Mantenerse en esa especie de equilibrio era vital para él.

Entendido, dijo Brisa. Seguir por favor.

Venía de pedirse con una tarjeta con el nombre de una mujer de unos setenta años ese regalo, y debía esperar una hora para que lo envolvieran a su gusto y se lo entregaran en el edificio en que trabajábamos. Así que se sentó en el árbol a pensar. Y justo pasaba la aspirante a figura musical. Los hombros bajos, el cuello inclinado, musitando sola palabras que Orc no entendió pero a la vez sí. Componiendo canciones. Eso lo alertó de que estaba ante un posible nuevo caso. Orc la siguió. Sin que la chica se sintiera en peligro. La chica se detuvo frente al Luna Park, donde había una fila de personas que esperaban entrar a un recital, miró el anuncio de una cantante de pelo fucsia, con un mechón blanco. Exhaló y suspiró. Orc vio que una de las adolescentes que estaban en la fila la señalaba a la chica, y otra también. Vio que ambas se reían al unísono. Gemelas. Listo, dijo Orc. Caso. Ese día iba a pasar algo terrible. Orc estaba seguro. Debía seguirla porque antes de entrar en la casa la chica iba a recibir a la vez una muy buena noticia falsa y le iban a hacer algo malo. Muy malo.

Listo, dijo Orc. Caso. Ese día iba a pasar algo terrible. Orc estaba seguro. Debía seguirla porque antes de entrar en la casa la chica iba a recibir a la vez una muy buena noticia falsa y le iban a hacer algo malo. Muy malo.

Eh, dijo Sono Meta. ¿No dijimos que no queremos escuchar problemas de nadie?

Pero esto termina bien, dijo Marisqueta, al menos para la chica. No es como esos casos de Blas en que todo…

Bueno, continuó entonces, continuó a su vez Sono Meta, mientras se miraba la muñeca para chequear la hora. Debajo de la piel translúcida brillaban los números. Ese día había tomado la suficiente beta alanina para recargar el reloj biológico.

La chica iba cantando y se detuvo en un semáforo de la ex peatonal Lavalle.

Perdón, la ex Lavalle, todo eso es una continuación de Puerto Madero ahora, un barrio nuevo, que fue inaugurado en realidad por un ex Presidente patilludo que preferimos no nombrar, allá por los noventa del siglo pasado, todavía está la grúa con la inscripción de la inauguración, se excedió Brisa.

En mi época había cines en Lavalle, para esa sólo había quedado el Monumental. No importa. El tema es que la chica estaba esperando ahí a que cambiara el semáforo y Orc la alcanzó. Orc sabía que iba a suceder algo, así que dejó que la chica se adelantase. No podía interferir. Unas palomas que se alzaron en vuelo distrajeron a Orc y cuando volvió a ver a la chica ella notó que ella tenía el celular pegado al oído y escuchó que ella decía:

«¿En serio? ¿Gané? Nahhh… ¡Gané!»

Y en ese momento cruzó la mirada con Orc, que se emocionó porque la emoción que tenía la chica cruzó hacia él como si fuera un viento alegre. Orc olió la alegría, me comentó.

¿Pero cómo huele la alegría, Marisqueta?, preguntó Brisa.

No tengo idea, Orc no me dijo cómo… Lo importante igual es que esa alegría duró lo que Orc esperaba. Un minuto. Unas palomas que se alzaron en vuelo por un colectivo con un motor muy ruidoso distrajeron a Orc y cuando volvió a ver a la chica había cambiado la situación. La chica estaba de pie, azorada, mirando la baldosa con una estela que recordaba al ex cine Ocean. Eso la debía distraer de lo que había delante. Por esa calle solían dejar ingresar a algunos coches y un coche estaba atravesado en la peatonal. Tenía la puerta abierta y el chófer, que se había pasado al asiento del acompañante, se agarraba la cabeza con las manos. Cerca, había un cuerpo tirado. El teléfono celular se le cayó de las manos a la chica cuando lo vio. Alguien le habló. La persona, una mujer de pelo canoso pero joven, dijo de manera medio teatral, que ella era psicóloga y trabajaba para que esas cosas no ocurrieran. Otro, que estaba cerca, un hombre bastante mayor con la cara delgada y las mejillas coloradas, comentó que todo era culpa de la publicidad y las aspiraciones exitistas falsas que creaban en la juventud, ya saben, antes eran los televisores los que apabullaban un poco, no tanto como ahora el predictivo del celular con publicidades encubiertas, pero más o menos igual. La chica giró en redondo y por un momento miró a Orc. Ella quería escapar, no aguantaba la situación, si bien no había sangre a la vista, era evidente que lo que tenía enfrente era el cuerpo de una chica aunque no se le veía la cara, el capó del coche estaba hundido, como si hubiera golpeado ahí antes de caer y luego rebotara y quedara despatarrada en el piso. El coche había descarrilado. Todo indicaba un suicidio. Un suicidio para una cantante, para una artista. Alguien sensible, empática. Algo que iba a tener que aguantar cuando regresara a la soledad de su casa, pensó Orc y luego me contó. Pero él estaba ahí. Estaba ahí para evitar que la chica se creyera esa mentira. Se acercó a la chica y le pidió que por favor no se pusiera mal, que todo eso era mero teatro. Dijo:

«Eso que ves ahí es un muñeco. Tranquila.»

¿Y la chica se tranquilizó?, preguntó Sono Meta.

No funciona tan rápido, vieron como es, por más que algo esté armado, la mente tarde en volver a su posición de descanso, es como los cambios en un coche.

No use expresiones de paradigmas que ya no existen, protestó Chessmate. Hace rato que no hay cambios en los autos, usted debe decir, tardó en discernir lenguaje de reacciones químicas en el cerebro. Signos, hechos, que adquirieron otro significado cuando Orc le dijo que era todo una farsa, algo artificial, ¿no?

Bien dicho. En fin, no se reponía. Orc dio unos pasos de baile incluso para que ella viera cómo a él no le afectaba para nada la situación. Los transeúntes que había, que eran bastante pocos, lo miraron bastante mal, como si fuera un desubicado. Pero la chica había retrocedido y estaba acurrucada contra la pared de un edificio. Hecha casi un bollo. Así que Orc volvió y le recalcó que era TODO MENTIRA. Él le iba a demostrar que eso no era un suicidio. Nadie se había arrojado al vacío. Que mirara.

Orc caminó hasta el coche de último modelo, le apoyó la mano en el hombre al personaje que estaba ensimismado, algo que él hacía en sus casos para que notaran que él había descubierto que estaban actuando y que podían ya salir de sus papeles, después de todo actuar también afectaba, y algunos de los contratados por Blas no habían terminado mentalmente bien. Se creían sus propias actuaciones.

Esta vez Orc caminó hasta el cuerpo y como si fuera a dar vuelta un muñeco, le dio un ligero puntapié en la cabeza. Entonces el estómago se le dio vuelta. Lo que vio fue a una chica con los ojos desencajados y enrojecidos, con magulladuras en la cara, la nariz abollada, ya saben, un golpe que la había matado. No era ningún muñeco, era un cadáver real. Orc buscó a las palomas en el cielo pero no las encontró. Quería aferrarse de cualquier cosa. Pensó en volver y decirle a la chica que él tenía todavía razón, que lo que había ahí era un muñeco. Pero él no era bueno actuando. No podía actuar. No le salía. Apretó fuerte el puño, porque esta vez Blas se iba a salir con la suya, había dejado traumatizada a la chica para siempre con esa doble treta, el premio y el suicidio, él no podría hacerle ver que todo era un invento. No había manera de demostrarlo. Y la chica iba a pensar que lo que había ganado era real. Iba a esperar.

Volvió hasta la chica y le dijo que esas cosas pasaban, que lo mejor era que lo tomara como un signo de que la llamada que había recibido tal vez no era lo mejor para ella. Orc no sabía cómo decirle que ese concurso era falso e inventado por Blas. Iba a ser demasiado para ella. Por lo tanto, Blas había ganado. La chica la iba a pasar mal.

Como verán, Orc era muy malo convenciendo a alguien de que algo tan tremendo no era terrorífico. Así que decidió irse. Había perdido. No podía hacer nada. Le deseó lo peor a Blas. Esta vez había ido demasiado lejos y había provocado un suicidio o más bien simulado con un cuerpo real. Pensó en volver y usar un poco de su fuerza física. Pero, ¿con quién? El chófer ya había abandonado el vehículo y se había perdido entre los policías que empezaban a rodear la zona.

Orc pensó que esa noche no iba a ser fácil. Esperaba que despacharan bien su micrófono de karaoke, aunque no le gustaba cantar, iba a tener que usarlo para sacarse la bronca que tenía. Y la tristeza. Ya saben, el mundo lo había traicionado otra vez. Blas no tenía ninguna regla. Ninguna ética. Nada.

Marisqueta, ¿puede bajar un poco el tono del contenido de esta aventura de Orc? Mire como se está poniendo la cara de Brisa, dijo Brian de Brian.

Los ojos de Brisa parecían dos platos vacíos.

No se preocupen, eso es lo peor, voy a continuar con mi narración.

Chessmate estaba arañando la mesa con sus afiladas uñas postizas, un chirrido que Marisqueta parecía no escuchar, pero que mantenía a salvo a los otros alumnos de que sus ojos quedaran tan abiertos como los de Brisa.

Por suerte, Orc no se encontró solo al volver de presenciar tamaño desastre, estaba yo con una paleta de helado de gelatina en la mano, de un gusto nuevo, mezcla de frutas tropicales, para encajársela apenas entrara. No quería que Orc recurriese a sus cigarrillos hindúes. No tenían filtro y le manchaban los labios. Esos labios que yo…

Acábela de una buena vez por todas, dijo Chessmate dejando de arañar la mesa y apuntando con las manos y las uñas a Marisqueta.

¿Eso es una amenaza?, preguntó Marisqueta.

No, pura actuación, dijo Chessmate que intentó reír sin lograrlo.

Bueno. La cosa es que Orc se pasó la noche sin dormir. Con la nariz pegada a su pizarra blanca no dejaba de garabatear nombres y líneas que los conectaban. Quería descubrir quién en la policía había ayudado a Blas a cometer uno de sus siniestros más alevosos. ¿Ferrero? ¿Dalmacio? Sin duda, alguna antigua orden también había ayudado en el caso. Orc era un experto en todo tipo de órdenes secretas, desde el paleolítico hasta la actualidad, se sabía todas las deformaciones de la realidad que la mente humana era capaz de realizar cuando no actuaba en soledad. Darse importancia era vital para la gente y usaban cualquier cosa para engañar a los demás y sentirse superiores.

¿Y encontró la respuesta?, preguntó Sono Meta, alisándose el vestido con un mano y con la otra aflojándose el nudo de la corbata.

La verdad que no. No tenía idea. Yo fingía que dormía en el sofá y lo observaba. En un momento, como un perro cansado, se recostó al lado mío, pero lo sentí tenso, aunque sentir un cuerpo humano cerca fue reconfortante para mí y más si era el cuerpo de Orc.

Qué términos que usa, Marisqueta, dijo Brisa.

Ya sé, son los que hay. Los que me salen, digo… Luego, Orc se levantó, enfrentó el pizarrón, giró en redondo y se me quedó mirando fijamente. Su boca se estiraba en una especie de dolida sonrisa. Los labios formaban una raya oblicua. Los ojos centelleantes. Ahí supe que lo había perdido. Lo había descubierto todo. De ahí en más nunca me trató de la misma manera. Esa noche Orc había perdido la poca inocencia que le quedaba.

¿Puede limpiarse esa lágrima?, dijo Sono Meta.

Gracias. Usted dice que esa noche, Orc, descubrió que la que estaba detrás de todo eso era usted. Que el que había ido demasiado lejos no era Blas, que incluso Blas era, como ya contó, algo creado por usted y otros tipos difusos.

Por lo tanto, continúo Chessmate, Orc se dio cuenta, porque descubrió la misma expresión en usted que en la cantante de trap, de que usted había hablado la misma tarde con la chica, de que ambas se habían influenciado en sus gestos, aunque fueran mínimos detalles faciales, algo había cambiado en usted.

Usted, completó Sono Meta, que había encomendado a la chica que se hiciese pasar por una aspirante a cantante de trap. Y además con ayuda de su ex amante, el comisario Robledo Seagate, había arreglado todo el asunto. Robando un cuerpo en la morgue judicial, arrojándolo a la vía pública, pagando al chófer del coche, disponiendo todo para que Orc sienta culpa y no la chica, que era, claro, otra actriz contratada por ustedes.

Sonó el timbre del recreo.

Marisqueta había girado su cuello, no quería enfrentar la mirada de los alumnos, exhaló y suspiró largo.

Muy bien, diez.

Los alumnos tardaron esta vez en levantarse. Parecían querer seguir escuchando sobre Orc y no salir al recreo. Pero el timbre volvió a sonar, desde el patio del recreo llegaba una canción de Dire Straits, Sultanes del ritmo, que habían reversionado hacía poco en un hiperjuego.

Y se dieron cuenta de que debían dejar a Marisqueta sola.

Esta vez el recreo iba a durar lo que ellos quisieran.

por Adrián Gastón Fares.

Las despedidas de solteros de Orc. El caso de la paseadora de perros.

Es bien sabido que en el pasado las despedidas de solteros eran peligrosas. Siempre hay algún abuelo que cuenta cómo lo arrojaron desnudo al río o alguna abuela que terminó de cabeza en el cemento, chapoteando en su propio vómito, después de una noche de striptease y alcohol. A algunos los dejaron atados a mástiles más de una noche, hasta que la sed y el hambre les hicieron reflexionar sobre la empresa que estaban a punto de acometer, o más bien sobre su vida entera, efecto colateral que solo pudo amortiguar el olor a huevo podrido, orina, y mierda con los que estaban embadurnados. Las despedidas de solteros cumplían, y con creces, la tarea de iniciar al profano en el arte del adiós. Adiós a los amigos, amigas, familia, a la libertad y otras ilusiones parecidas. La cordura ya la habían perdido antes, cuando decidieron dar ese paso que los dejaría atados a un mástil como primera, y para algunos última, consecuencia. También eran una  preparación visceral para las obligaciones prontas a suceder.

Pocos de ustedes, chicles, tendrán el placer de conocer en vida a una persona como Oloong. Oloong Orc era, mejor dicho es, una cosa única. No saben ni se imaginan lo que era. Lo peor era que lo habíamos hecho nosotros así. Bah, creo que fue un error mío el que lo encimó a la ocupación de intervenir socialmente cuando se le prendía esa alarma que le sugería que otro podía estar por vivir lo que él había vivido. Tal vez hasta yo misma, sin querer, creé a sus archienemigos que ni siquiera existían o no eran tales, pero tomaron forma, altura y peso, y en el caso de Blas una altura considerable, una robustez que sobrepasaba la de Oloong , y una mente casi tan torcida como la suya. O más. No me queda otra que hablar de Blas cada vez que hablo de Orc. También estaba Franca López, una enfermera francamente, digamos, temible. Cuando los casos de Orc llegaban al hospital, no pocas veces, Franca, con su red de compañeras, una sociedad  llamada Las iconoclastas de las velas, para dejar en claro su desavenencia con el juramento de Florence Nightingale, se encargaba de que de allí no salieran o mejor dicho salieran en camillas con la sábana hasta la cabeza.

Sí, queridito, diga nomás.

Mis compañeros ya le dejaron en claro que no nos gusta que nos llame chicles. A mí me gustaría saber a qué se debe que use esa palabra para referirse a nosotros, se quejó Nothingman.

Brisa contestó por la profesora Marisqueta Sativa Gómez:

Ya nos explicó Sativa que chicles nada tiene que ver con la terminología prohibida. Le gusta llamarnos así…

Porque ustedes, queridas y queridos, son como un chicle, sus cerebros pueden ser amasados, estirados a gusto, es más: me contrataron para eso. Si tienen quejas diríjanse al director de esta escuela, jiji (Sativa, tapándose la boca)

Sono Meta contestó que bien sabía ella que había sido seleccionada para la tarea por una AI. Que habían ido varias veces a dejar sugerencias a la Dirección, pero que no hubo caso. Solo había un escritorio de madera barata ahí y un busto de ascendencia grecorromana. Ninguna presencia humana.

Brisa cortó a su compañera en seco y zanjó la cuestión: no estaban en el colegio para aprender, en este caso Instrucción Cívica con Marisqueta Sativa Gómez, sino que la habían elegido como una opción retro, más bien retrógrada, de educación. Querían vivir lo que era estar así, unidos en un aula bajo el ala díscola de una dulce mandona como Marisqueta. Aprovechó para pedirle a la profesora, entonces, que los llamara mis polluelos en lo posible. Ella no prestó atención y siguió con su historia.

Marisqueta no tenía ninguna duda de que lo que ella contaba era mucho más edificante que lo escrito en los manuales. Además la AI no le había dado ninguna regla a seguir. Si fuera por eso, podría dar las clases subida a un monopatín eléctrico mientras vociferaba sobre lo que se le antojara.

Creo que la interrupción, tiene que ver, chicles míos, con que los estoy aburriendo. Mejor es ir de lleno de nuevo al caso que expondré hoy, afuera llueve, hay esa luz atenuada, que tanto le hubiera gustado a Oolong, amante del añil, y del azul marino, y escuchamos un aullido. Aúlla un perro, no sabemos si grande o chico, probablemente grande por el timbre, de pecho ancho, colmillos blancos y encrespada crin, más como una cobra asustada que un mastín. Las ratas pasean entre las palmeras, la estatua del creador de esta cálida institución está bien abrigada entre las vallas de ligustros, se podría decir que los párpados de la estatua de Almirante Página están entrecerrados ahora por el peso grácil y tierno de los piecitos de esas palomas parduzcas que parecen mantener en sitio sus sesos y que tanto nos gustan, ¿no? El can me sugiere el caso de la paseadora de perros. ¿Les gustaría escucharlo?

Nadie contestó pero Marisqueta siguió y dijo que, para entender la historia bien, había que contar que de chica a la paseadora de perros no le habían dejado tener ningún perro. Los padres tenían fobia a los animales pero ella, no. Y cuando se egresó de diseño industrial, una de las pocas a la que no le gustaba Star Trek, no encontraba trabajo y los ofrecidos no le gustaban porque ella quería ser inventora, pero no había trabajo de inventora. Entonces la chica, que ya debía tener unos veintidós años, se dijo que en el barrio donde vivía, acá cerca, creo que era el mismo, San Nicolás, sí, muchos debían necesitar que les pasearan los perros, a la gente ya no les gustaba caminar mucho, no tanto como no les gusta ahora, pero casi igual. Y esta chica encima tenía un gusto por los perros grandes, les gustaban las razas más parecidas al lobo y con orejas paradas en lo posible (esto era porque tenía un problema de procesamiento auditivo, no viene al caso, pero hay que decirlo, era como si las orejas paradas de los perros reemplazaran las defectuosas suyas, por lo menos eso yo interpreto, y Oolong, que sufría de alarmantes zumbidos en los oídos, que yo me había encargado de hacerle creer que era la reverberación del universo a veces, y otras una frecuencia que emanaba de él para no llevarse todo puesto a su paso, también pensaba lo mismo. La verdad que todavía no sabemos nada al respecto.)

Así que estaba muy ilusionada Katrina la paseadora novicia cuando, luego de pegar unos papeles en los postes de luz de la calle, la llamaron de varios lugares a la vez. Pasó a conocer a los dueños y a buscar a los perros y la cara se le fue alargando mientras caminaba con los animalitos. Al mirar para abajo no pudo dejar de notar que los perros que le habían dado, unos cinco más o menos, eran todos pequeños, pequineses, salchichas, y cosas así. ¿Cómo podía ser que habiendo tantos perros justo le hubieran encajado esos que les gustaban a tantas personas pero a ella para nada? Al lado de ella pasaban otras paseadoras de perros y tenían perros hermosos, casi gigantes. ¿Por qué a ella le había tocado justo pasear a los perros que no le gustaban? ¿Por qué se rían los dueños cuando les dejaban a sus perros a los que les prestaban poca atención además, ni parecían perros de ellos?

Claro que todo esto no era motivo para que Oloong interviniera. Él observaba a la paseadora de perros por el cristal de la ventana francesa del edificio donde lo habíamos ubicado. Solía mirar a la calle mordiendo su mini-helado de gelatina verde, con frecuencia de kiwi o de frutas peludas parecidas. Yo me tomaba el trabajo de hacérselos, dos tazas y media de agua caliente, dos tazas y media de agua fría, revolver de derecha a izquierda (si no salía mal, decía Orc), rociar el resultado en los moldes con forma de paleta, y al congelador.

Como Orc era bastante supersticioso pidió mudarse de piso, él creía que no convenía dormir en el último piso de un edificio, no confiaba en sus sueños, decía que alguien lo hacía soñar. Creía que con un satélite o con electromagnetismo podían proyectar los sueños en la mente de algunas personas. Aunque una vez sugirió que el procedimiento debía ser más simple, directamente algún miembro familiar se acercaba a la cama con un mini proyector y lo apuntaba a los ojos del durmiente.

Se ubicó entonces en el sexto piso y desdeñó el superior con balcón que le habíamos alquilado. El día que decidió que debía intervenir con el asunto de los perros, recuerdo que yo le estaba sirviendo un café frío (a Orc le gustaba el Cold Brew, partía el hielo con los dientes y era el único momento en que dejaba sus heladitos) en un vaso de plástico cuando me llamó para que me asomara a la ventana.

La paseadora de perros venía caminando por la cuadra de enfrente. Tenía una sonrisa porque le habían dado una especie de perro afgano, uno que veía raramente en esos días y ahora también, y Oloong señaló a un hombre, medio deformado por hacer ejercicios incorrectos, parecía una especie de bulldog dijo Orc, y yo asentí. Tiene cara de bestia, comenté, retrocediendo para seguir contestando los mensajes en mi celular. Oloong me retuvo para que observara. El mastodonte de mandíbula cuadrada y brazos con forma de doble hélice, llegó a la altura de la chica y escuchamos enseguida un gañido potente. El cuerpo alargado del perro se dobló por un momento y luego salió disparado como un caballo encabritado. A la chica, que trataba de contener a los demás perros, se le escapó el mandoble de la correa del plañidero afgano y quedó congelada con un ataque de pánico. Oloong me preguntó si me había dado cuenta de lo que había pasado. Dije que la chica se había distraído y ahora al perro podía pisarlo un coche. Aunque cuando terminé de decir eso el perro ya estaba en las manos de otro paseador de perros que negaba con la cabeza mirando a la chica, como echándole la culpa del descuido. La chica no se movía, las manos en el rostro, las otras correas tirantes, era como si los contratiempos del día la hubieran sobrepasado. Oloong corrigió mi opinión, y me dijo que el perro había sido pinchado con una aguja por el tipo ese que parecía un bulldog y que la paseadora era inocente de descuido. Yo le pregunté si también hacían despedidas para paseadores de perros. Y él me dijo que obviamente, todos los oficios tenían sus despedidas.

Nunca entendemos por qué Orc le dice despedidas a los casos en los que interviene, Marisqueta, se encargó de preguntarle Sono Meta.

Tienen problemas con interpretar los textos, por eso no entienden. ¿Qué dije al principio? Las despedidas son peligrosas, como todas las iniciaciones, y un desagradable derecho de piso laboral, también podríamos decir, no me gusta andar explicándoles todo, ¿dónde queda la belleza de lo sugerido?

Brisa dijo que a ella nunca le había interesado esa belleza, además no entendía para nada bien las metáforas, así que en lo posible, ya que el dinero que iba a parar a los bolsillos de Marisqueta salía de los esfuerzos que ellos hacían por las noches en los hiperjuegos, era mejor que las evitara, el tiempo para ellos era valioso.

Le pregunté a Orc si ya ameritaba una intervención de él. Ya saben que tenía que distraerlo con algo. Orc había nacido… bueno, ya saben. Nosotros tenemos la culpa de que se convirtiera en un interventor de despedidas, como le decíamos y que incluso se creyera que tenía algunos poderes sobrenaturales tan ingobernables como incomprobables. ¿Pero qué podíamos hacer? Ya era tarde, Orc se había creído nuestro cuento, nuestro miedo no tenía que ver con eso, sino con cómo iba a sostener la lucha con su archivillano Blas, ya lo dije, que también había sido creado por nosotros para distraerlo de algo parecido a lo de Orc, Blas había sido abandonado en una canasta en…

Ya sabemos, dijo Brisa. No queremos escuchar historias tristes.

Cosas positivas por favor, bufó Sono Meta.

Pero en ese caso teníamos serias dudas sobre si los poderes eran reales o no. En fin, todos temíamos a Blas y él era el que hacía las despedidas más duras de todas. Él único que no le tenía miedo era Orc… Un loco, yo no sé cómo me fui a enamo…

Pará, dijo Sono Meta.

No nos gustan las historias románticas, siguió quejándose Brisa.

Trigueño dijo que a él sí. Chessmate también. Pero ganaron los otros así que Marisqueta se calló lo que iba a exponer. No es que le costara mucho; en realidad no le gustaba contar mucho de sí misma a Sativa, pero su lengua era más veloz que la capacidad de volición que tenía al hablar. Uno de los alumnos, Brian de Brian, directamente no la escuchaba. Le gustaba mirarla. Marisqueta era alta, esmirriada, rara vez movía su cuerpo cuando hablaba, todo el movimiento estaba comprimido en sus enlazados dedos. Las manos juntas eran las que parecían sostenerla de pie, no sus huesudas piernas en jeans de color claro. De vez en cuando ladeaba la cabeza hacia un lado y otro. Su cuello era largo, tan largo que superaba a la pizarra verde, parecía una de esas chicas que sólo Modigliani sabía encontrar. Marisqueta La Hierática, la llamaba Chessmate, la única de las alumnas con una belleza análoga. Chessmate era una ex asiática, o sea una chica asiática modificada. No era que sus ojos fueran más grandes, como suelen ser en el animé, sino que se los había achicado más. Chessmate era fanática de películas viejas, parece que le encantaba Jerry Maguire y era admiradora de Renée Zellweger. Aunque Trigueño decía que en realidad Chessmate intentaba seducir a los demás con esa cara de orgasmo permanente que los ojos entrecerrados le conferían.

Siguió Marisqueta, admitió que en esos días de lluvia oblicua, estaba bien que no se hablara mucho de los sentimientos del pasado. Los alumnos convinieron en que querían vivir un día de lluvia en la escuela como vivían los de antes, así que lo mejor era que la profe no se fuera más por las ramas y contara por qué demonios el tal Orc se le había dado por ayudar a la paseadora de perros.

Sativa dijo que eso que habían visto por el empañado, más bien engrasado cristal de la ventana francesa, si no fuera por ellos hubiera sido sólo el comienzo del hostigamiento de un sindicato de paseadores de perros que tenían sus reglas para aceptar a uno nuevo. Orc decía que era injusto porque la chica jamás se habría imaginado que hubiera reglas para entrar a pasear perros. No era una entrenadora sino una paseadora. Y ella no tenía la culpa que por la proliferación de animales robóticos los entrenadores de perro se hubieran quedado sin trabajo y se hubieran dedicado a pasear a los pocos perros que quedaban mientras sus dueños se quedaban en la casa con sus mascotas de metal. Habían logrado que fueran cariñosas, incluso más que las naturales, aunque no habían logrado imitar su inteligencia tenían varias ventajas sobre los perros de carne y hueso, la primera de la cuales era que su esqueleto, con algunos ajustes, podía adaptarse a cualquier musculatura que eligieran y a cualquier pelaje, por lo tanto un dueño de perro, inflado de humildad, podía tener un perro mestizo un día y al otro andar jactándose de un Cane Corso y era siempre el mismo animal robótico, la misma materia y nanochips neuronales disfrazados de una cosa u otra. Marisqueta aclaró a sus alumnos que para ellos era común que ya no hubiera mascotas, habían sido prohibidas, pero en esa época todavía eso estaba en pañales.

Orc sabía cuál iba a ser el siguiente paso y no se asombraba que un trabajo tan nimio estuviera comandado por Blas, a quien la injusticias no le importaban en lo más mínimo, era capaz de disfrutar muchísimo con un trabajo tan insignificante porque era más irresponsable todavía lo que estaba haciendo. Le encantaba eso.

Blas era capaz de partirle la pierna a la chica. Era capaz de enviar a que le cortaran, cuando se descuidara, una de las correas para que el perro cruzara y fuera atropellado por un colectivo. Orc debía intervenir cuanto antes. Ni siquiera tomó el café. Salió al balcón, empujó la portezuela y entró al ascensor exterior del edificio. Yo salí disparada hasta el pasillo del departamento y al ascensor interior. Tenía que alcanzar a Orc. Ya saben, podía perderlo de un momento a otro y…

Sonó el timbre del recreo. Marisqueta suspiró hondo. Los alumnos, que más o menos tenían unos treinta años (pero parecían de dieciocho) se levantaron y salieron al unísono al bullicio del patio central. Marisqueta, que no perdía oportunidad para investigar la conducta humana, se quedó mirando desde el borde de la gran escalera. Parecía buscar algo conocido ya por ella en los andares y comportamientos de sus alumnos y cuando se decía que sí, que ya lo había encontrado, negaba con la cabeza y retrocedía desilusionada. Esperaba, cansada ya de buscar algo que sabía que no iba a volver a encontrar, a que el recreo terminara. Y se cantaba alguna canción a sí misma. Era para alejar los pensamientos, una podía encontrar cierto sosiego en repetir letras ya conocidas, cuando no era así una tendía a usar las voces que había leído y las ajustaba a lo que estaba sintiendo. Por ejemplo, Marisqueta sentía un pinchazo en la pierna izquierda, seguramente se debía a la asimetría que tenía en las piernas, la derecha era algo más corta que la izquierda, cuando había salido a observar la interacción de los alumnos en uno de los recreos se había tropezado con un escalón. Sabía que sus tibias eran bastante endebles. Luego de la canción, una de Tom Waits (musitó Blue waters, my daughter), y luego de este pensamiento sobre  su condición física, pasó a pensar, mientras esperaba que volvieran sus alumnos, en cómo fue que se desarrolló la conciencia. La pérdida, por ejemplo, el dolor de cuando algún ser querido pasa a mejor vida, ¿cómo era que la mente humana lo había creado? Apoyada contra el reborde de su escritorio de melanina color crema se dijo que seguramente tenía que ver con la supervivencia. O sea, sentimos dolor cuando perdemos a alguien y casi siempre ese dolor está relacionado con que esa persona que perdemos de alguna manera u otra nos cuidaba. Eso permitía que sobreviviéramos y la tristeza o la melancolía entonces era un mecanismo para apuntalar qué nos había hecho bien y que nos había hecho mal. ¿Cómo era que sentía algo parecido cuando pensaba en Orc? Que ella supiera, la cuidadora, incluso la educadora de Orc, había sido ella. No al revés. Pero…

Los alumnos entraron en tropel, repasando a los gritos los eventos que habían vivido en el recreo, algún bullying de mentira, alguna diferencia entre grupos, cosas para seguir el guion que ellos mismos habían armado cuando decidieron que quería vivir La Experiencia. Ya apretados en sus pupitres, y con la frente en alto, aunque todavía concentrados en las interacciones del recreo, posaron la mirada en Marisqueta que no recordaba aún por dónde debía seguir con la historia de la paseadora de perros.

Mientras anochecía, Orc se dedicó a seguir a la paseadora de perros en su camino en que iba regresando a cada perro a la indiferencia de sus dueños. Yo iba detrás, claro. No subí a los edificios. Y lo perdí de vista varias veces. Como deben recordar, o eso espero, Orc había usado los ingresos que recibía en los casos (que en realidad salían de nuestros bolsillos) para armar una red de atajos en la ciudad y tenía un grupo de vagabundos, delincuentes en este caso mejor dicho, que le informaban o lo ayudaban en su encarnecida lucha contra Blas. Ni por asomo tenían el poder ni  la agilidad o el entrenamiento que tenían los de Blas, pero a veces les resultaban útiles. Estos atajos también eran puertas falsas en edificios abandonados, pozos en plazas con una rejilla recubierta de falso césped, bocas de ingresos a redes subterráneas, ascensores que daban a pisos inexistentes en el tablero de mandos y cosas por el estilo que casi nunca usaba. Él sostenía que siempre le habían sido útiles, pero en realidad estaban para alguna emergencia mayor. Orc solía prever mucho las cosas y no era para menos estar prevenido cuando se trataba de Blas.

Cuando lo alcancé, Orc había interceptado a un hombre que se había detenido con un coche cerca de la paseadora de perros que ya volvía con las manos libres. El hombre, moreno  y con el pelo rapado, se estaba acercando con parsimonia hacia la chica. Orc estiró los hombros hacia atrás y el cuello hacia adelante. Me asusté porque sabía que Orc no iba a escatimar ningún golpe si veía en peligro a su paseadora. Y supe, como Orc, que el hombre probablemente se disponía a raptar a la chica para dejarla afuera de su oficio por unos días. Blas tenía numerosos aposentos donde dejaba encerrada a las personas que secuestraba. Por lo general, en solares arbolados, terrenos inaccesibles que habían quedado atrapados entre edificios. Una cabina instalada en ese lugar, sin ventanas, y con fotografías en las paredes interiores cuidadosamente seleccionadas del pasado traumático de cada uno, unas nueve iluminadas alternativamente por LEDs estratégicamente colocados, en el que solía dejar reposar varios días a sus víctimas.

Para marearlas, Blas, en sus museítos, como llamaba a las cabinas, era capaz de usar cualquier  tipo de creencia rara, sabía todas las historias que había creado la mente humana desde los inicios de los tiempos, como suelen decir aunque no creo que haya habido algún inicio, en fin, el tal Blas era un manual de mitología caminante, y tenía los recursos tecnológicos necesarios para hacer creer a una persona que en vez de en un solar, estaba atrapado en la Luna por ejemplo, o en alguna estación espacial en Marte. En Disney, o en alguna supuesta área 51.  Varios interceptados por Blas quedaron totalmente locos. Algunos de los que ustedes ven en las plazas vociferando  para sí mismos, o pegando gritos sin razón aparente, incluso enfrentando a los escudos de los policías, quejándose de que la gente tiene hambre o que está asustada, fueron víctimas de Blas.

Orc sabía entonces que el objetivo de Blas con esta chica era dejarla totalmente fuera de juego. A Blas le encantaba repetir lo que habían (habíamos debo admitir) hecho con él. Disfrutaba tanto con eso. En fin. La cosa fue que Orc en vez de ponerse a pelear con el tipo moreno, sacó su billetera, alisó algunos billetes, y se los dio. El hombre desvió la mirada de Orc hacia la chica por un momento pero luego tomó los billetes y volvió al coche del que había salido. Yo suspiré aliviada. Orc entonces se dirigió hacia la fachada de un edificio que tenía una de las puertas escondidas que él había mandado hacer, quería probarla al menos, y se dio de cabeza contra unos ladrillos reales. Terminó en el suelo y lo tuve que traer, agarrado de mi hombro, hasta el piso que usaba  por ese entonces.

Se recuperaba rápido. Y en cuanto se recuperaba ya necesitaba estar haciendo algo de nuevo. Debían ser las diez de la noche cuando, después de que compartimos una cena, me informó que debía retirarse. Me dijo que tenía una cita con una chica que había conocido. Yo sabía que no era así.

¿Escape Games?, adivinó Sono Meta.

Exacto. Cuando no pasaba nada, necesitaba meterse en esos juegos. Pero no buscaba la salida hasta que no sentía hambre y luego resolvía el acertijo con rapidez. Se ponía a leer ahí e incluso lograba esconderse y se quedaba adentro cuando entraban otros grupos, a los que solía ayudar a resolver el asunto lo más rápido posible para quedarse solo otra vez. Gastaba cuantiosas sumas en eso.

Alarma de algo negativo otra vez, Marisqueta. ¿No fue culpa de ustedes que Orc tuviera ese gusto, sadomasoquista, digamos? Que noche tras noche buscara el cobijo en la dificultad.

En nuestra profesión nunca hablamos de culpa pero sí de responsabilidad, afirmó Marisqueta.

Y ¿cuál era su profesión? Nunca nos quedó claro, dijo Chessmate.

Eh, bueno, yo estudié… Psicología, humana y animal, y eh…, también literatura, pero recibía instrucciones de alguien que recibía instrucciones de otro y…

¿Cuál era su profesión?, remató Chessmate.

La verdad, no lo sé. Aceptó Marisqueta. Uno hace lo que puede o lo que le piden a veces, para qué poner etiquetas… De cualquier manera, así termina el caso de la paseadora de perros, al otro día el mismo al que le había pagado Orc se encargó de que la chica paseara a los perros que le gustaban y jamás tuvo más problemas con otros paseadores ni con Blas, que ya tenía una nueva víctima en la que afilar sus roídos  colmillos. Y por lo tanto, ese caso fue otra de las aventuras que viví con… En fin. Es hora de que vuelvan a sus casas. Su familia ya les debe haber preparado la cena y debe estar humeando a esta altura. Los quiero bien comidos para que puedan seguir aprendiendo en la institución (Marisqueta señaló a la estatua en el centro de los escalones concéntricos, espacios verdes divididos por rectángulos de ligustrinas) que Página fundó para ustedes. No olviden al pasar por su lado saludarlo, recuerden que es la primera estatua de una inteligencia artificial que el ser humano creó, o mejor dicho una impresora 3D, y que su altura y aspecto tiene un origen desconocido.

No nos haga creer en cosas raras, agregó Chessmate con los ojos todavía más entornados.

Son hechos, respondió Sativa.

por Adrián Gastón Fares (2022)

Seré nada, una historia suburbana de terror. Capítulo y enlace a mi última novela.

Seré nada, una historia suburbana de terror. Capítulo 17.

Silvina, impaciente, decidió subir a la terraza para encontrar a la estatua de Gema cerca del tanque.

Caminó hasta sobrepasarla, subió los peldaños del cuarto hasta lograr asomar la cabeza en la plataforma del tanque y miró la espalda rígida de Gema. Cerca de los pies descalzos de la mujer estaba su celular.

Silvina pensó que no debían querer ninguna distracción mientras hacían su meditación diaria. En silencio, se ayudó con los brazos y logró encaramarse al techo. Caminó hasta el hueco que había debajo del tanque del agua. Ahí estaba el celular de Gema.

Estaba por agacharse para tomarlo cuando sintió que la arrastraban hacia atrás. Se sobresaltó y se inclinó hacia delante por instinto. Cerca de caer al vacío, sintió que la retenían del brazo. Por miedo a que se arrojara o de que cayeran juntos, la mano que la había tomado la dejó por un momento.

Silvina se volvió y vio que era el hombre con la remera de Megadeth. Silvina iba a gritarle a Gema. El hombre se abalanzó sobre ella. Le tapó la boca con la mano.

Eran tan largos sus brazos que la tomaba con uno solo, con el otro hacía la señal de silencio.

Pensó que quería apoyarle el bulto, ese impresentable, y trató de clavarle el codo para que retrocediera, pero era inamovible. Era extraño el olor del hombre. Una transpiración agria que le hizo recordar a la de su padrastro. Le mordió la mano.

El hombre trastabilló con el último peldaño de la escalera. Cayeron desde tres metros de altura. Por suerte, ella dio contra el cuerpo del hombre.

En el piso se deshizo del metalero, rodando dos metros para hacer fuerzas con las manos y ponerse de pie. Desde ahí, inclinada, vio que Gema seguía impertérrita.

En cambio, el metalero se había torcido el pie, y por como respiraba por la nariz, parecía que alguna costilla estaba rota.

Silvina pensó que se podían haber matado. Bajó los escalones de la escalera lo más rápido que pudo, sintiendo una punzada de dolor en el hombro.

por Adrián Gastón Fares.

Seré nada / Serenade. Todos los derechos reservados. Adrián Gastón Fares.

¿De qué trata Seré nada?

Seré nada es la historia de tres personas con sordera que tratan de encontrar una mítica comunidad de sordos en el Gran Buenos Aires. Dan con una colonia silente pero, ¿son personas sordas…?

Para leer Seré nada, una historia de terror (2021, 200 pág):

Nueva portada de Seré nada, novela (2021)

Mi nueva novela, Seré nada (2021) tiene nueva portada.

Con Seré nada, incursioné nuevamente, luego de Gualicho y Mr. Time, en la ficción de terror.

Quería volver a la novela (la última en invención fue Intransparente, también llamada Elortis).

Quería que fuera de terror, y quería que fuera ficción oscura (o fantasía oscura).

No sé si hubiera podido escribirla sin antes ensayar los cuentos de terror y ciencia ficción de este blog.

Tenía muchas ganas de inventar algo nuevo y de poder compartirlo. Y en cierto modo, de poner lo que aprendí estos últimos años en este arte de invocar historias.

Escribiendo Seré nada aprendí a redactar mejor.

Espero que disfruten de esta aventura, que se conmuevan un poco como yo al escribirla.

Claro que una vez que la terminen pueden opinar lo que gusten y, si les gustó, también compartirla para que otros la descubran.

Pueden leer la novela en:

También pueden buscarla en ebook en la página principal.

O bien leerla y escucharla en el Índice de Seré nada que se encuentra en el Menú de este blog.

¿Se editará en papel?

Ah, no sé…

Adrián G. Fares.

Un tiempo para todo.

Karen le dio la espalda a Olivia y se distanció. Eran veinte pasos. Le tocaba a ella darlos porque era la que había aceptado batirse.
Aprovechó para mirar al cielo porque sabía que podía ser la última vez que lo viera. Los jirones de nubes grises dibujaban extraños animales. Luego se giró y clavó la mirada en Olivia.
Olivia estaba un poco molesta. No aguantaba que su cuerpo transpirara. El olor acre le hacía recordar que era humana y que no podía dejar de bañarse más de tres días sin que sus axilas despidieran podredumbre. Tal vez fuera lo último que oliera antes de renacer, su propio olor. Sería justo, pero no podía permitir que esa chica con el pelo largo de un lado, rapado del otro, con una remera con la estampa de un cantante de trap, la misma vestimenta con la que se había acostado con Guido antes que ella, se saliera con el gusto. Había vuelto a buscarlo mientras estaba con ella una y otra vez. Y la última vez se lo había llevado del brazo. Guido gritando que lo soltara…
Karen no sabía si quería seguir viviendo en un mundo donde no había WIFI. Ahí estaba sola y esa zona suburbana era de lo más aburrida. No había nadie. Si te ibas caminando hasta el límite de ese barrio empezabas a ver repeticiones de casas. Era deprimente.
Mejor pensar en que el único chico que valía la pena se había acostado con esa atorranta que tenía enfrente. Se había enterado medio supermercado. Cuando había barrios mejores le gustaba alejarse de sí misma, caminar sin rumbo, mirar a los molinos de viento o a los silos, pero en este barrio no había nada interesante.
Quedaban hombres viejos que tenían el cuello torcido de tanto mirar culos. Todos iguales. O sea que lo que le había arrebatado Olivia era algo irreemplazable. Una podía aguantar una epidemia, podía aguantar cortes de luz, de agua y gas, casi podía aguantar vivir sin WIFI, pero era demasiado aguantar que el único con el que cogía le fuera arrebatado. Encima, Guido le había dicho que Olivia era insaciable en la cama, justo a ella que sabía que en realidad su ex amiga era una vaga.
Karen apretó más el cuchillo que tenía entre la calza y su cuerpo.
Olivia la miró como había que mirar en estas ocasiones, la cara ladeada, y un cigarrillo entre los dientes, sin despegar la mano de la empuñadura del cuchillo de carnicería. Los mechones de pelo colorado enmarcaban su rostro ovalado. El viento sopló y la despeinó. El pelo se alejó de su cara y volvió y eso le dio más fuerza, la hizo sentir más poderosa ver como ese mechón de pelo volvía a su lugar en cámara lenta.
El viento siguió arremolinando papeles en el piso. Un pasacalles se terminó de desenganchar y cayó lentamente hasta el medio de esa calle suburbana llena de chalets con ventanas tapiadas.
De repente, a espaldas de Karen, el sol le ganó a una nube. Olivia, que tenía la mirada clavada en el pasacalles derribado — intentaba leer qué decía, era algo en inglés, no había sido traducido—, se distrajo más con el destello del rayo de sol. Karen aprovechó y sin dar voz de aviso, tomó envión y corrió diez pasos con el cuchillo en alto.
Olivia se dio cuenta que había perdido tiempo. Empezó a correr, dio un salto y tiró la primera puñalada.
Le deshilachó la remera a Karen pero no pudo herirla. Su contrincante había echado la espalda hacia atrás.
Karen enderezó su espalda, cerró los ojos y estiró el brazo con el cuchillo en alto. El filo se hundió en el pecho de Olivia que la miró atónita y cayó sobre las rodillas. Karen la observó, dando vueltas en círculos alrededor de Olivia para disfrutar más ese momento, antes de dar la estocada final. Se detuvo para rematar a su ex amiga y en ese momento Olivia le clavó el cuchillo en la rodilla.
Karen cayó al suelo. Olivia aprovechó para clavarle el cuchillo en el cuello. La sangre de Karen la cegó. Por un momento sintió que se ahogaba entre tantas manchas rojizas y que iba a morir debido a eso en vez de por la herida en el pecho. Recordó que debajo del jean, enganchando en el zapato, tenía el martillo que había tomado en el galpón de armas letales como segunda opción. Lo tomó y lo levantó para hacerlo caer sobre Karen. Pero entonces el juego se trabó. Era como un sueño en el que no podía correr.
Sentada en el sillón, se quitó los anteojos y miró a su amiga, que le devolvió una mirada oscura: Karen no se había quitado los anteojos.
—¿Y no me vas a matar?
—Más quisieras. Se me trabaron —dijo Olivia arrojando los anteojos por encima de la mesa ratona.
—¿Justo en lo mejor?
—Justo.
—La narrativa es buena.
—Ese Guido es un tarado. Pero este es mejor que «Hay un tiempo para todo»… muy políticamente correcto ese.
—El paisaje era más lindo en ese… Tenés olor a transpiración.
—Sí, ya me di cuenta- —dijo Olivia.
Suspiraron antes de levantarse del sillón.
Tenían que cortar el pasto del fondo antes de que volviera a llover.

por Adrián Gastón Fares.

Lanzamiento novela digital Seré nada. Formatos para lectores de libros electrónicos. Digital book. Libros gratis en epub y mobi.

La edición digital para libro electrónico (formato .EPUB) de Seré nada ya está disponible para que la lean de manera gratuita.

Pueden leerla en cualquier lector digital, con el software adecuado (Sumatra, FBReader, Adobe Digital Editions, por ejemplo) o en lectores de libros electrónicos como Kobo, Kindle, Noblex, etc.

El link gratis a Google Drive con el formato para Kindle (Mobi): Novela Seré nada Mobi gratis

El link gratis a Google Drive para formato Epub: Novela Seré nada Epub gratis

Seré nada es mi nueva novela de terror. Puede ser una novela distópica, puede ser una novela de ciencia ficción, puede ser una sátira, puede ser una comedia, puede ser una novela de terror sobrenatural con un poco de western del conurbano, puede ser una novela de monstruos, de vampiros, puede ser una novela sobre la «discapacidad», o puede ser una novela sobre la hipoacusia, o la sordera, en fin, muchas cosas puede ser Seré nada porque fue un producto de mi imaginación durante abril de 2020 a febrero de 2021.

En formato digital tiene un poco menos de páginas (cuenta 166, contra 200 del PDF; en tal caso mejor si son menos; aunque el PDF está formateado según las reglas comunes entre editores para estos manuscritos)

Quería agradecer a mi amiga Majo por las correcciones que me hizo el año pasado, antes de la publicación en el blog, que me sirvieron muchísimo. Pueden leer su blog: http://extranjeraencadapais.blogspot.com/ También por animarme a escribir sobre el tema de la hipoacusia y más que nada a escribir otra novela.

(si quieren contar qué les pareció la novela, soy todo oídos)

Los dejo con una nueva sinopsis de Seré nada.

 ¿De qué trata Seré nada? Un grupo de amigos con hipoacusia viajan al Sur del conurbano bonaerense en busca de una mítica colonia sorda, pero dan con unas personas extrañas que parecen tener un peculiar trastorno alimenticio. Y parece que los acechan otras personas con otros tipos de trastornos, incluso más peligrosos…

¡Saludos!

Adrián G. Fares

Seré nada / Serenade. 30. Nueva novela.

Seré nada. Capítulo 30. Audio. ¿De qué trata Seré nada? Es la historia de tres personas sordas que buscan una mítica comunidad sorda en el gran Buenos Aires. Dan con una comunidad silente, pero ¿qué son?

30.

¿Podía ser todo eso que habían leído?, pensaba Ersatz.

¿Era una broma de ese Roger que le había inventado una historia a Gema antes de morirse, con excusas de por qué se habían separado antes?, se preguntaba Silvina.

¿Le había inventado esa historia Gema a Roger para que no supiera de dónde había sacado esos muñecos? ¿No eran como esos vampiros de las historias que se robaban a los niños? ¿Y Gema de paso sus peluches?, conspiraba Ersatz.

Los dos llegaron a la conclusión de que nunca iban a saber si la mayor parte de esa historia era real.

Levantaron la cabeza y vieron que Gema tenía la mirada clavada en ellos.

—¿Qué pasó en mi colegio? —preguntó, impetuoso, Ersatz.

Gema cerró el cuaderno de golpe. Se lo guardó debajo de la calza, se levantó y salió corriendo hacia la escalera.

Ersatz se iba a levantar para detenerla y disculparse.

Silvina le apoyó la mano en el hombro y empujó para abajo. Lo miró con reproche:

—Si serás bestia…

—¿Yo? —Ersatz no sabía qué decir—. Claro, como vos sentís culpa por todo esto la entendés.

Silvina se llevó la mano al oído, tomó el audífono que le quedaba y lo arrojó a la otra punta del comedor. Luego caminó rápido hacia el dormitorio que usaba Ersatz. Se escuchó un portazo.

—¡Testaruda! —gritó Ersatz, con bronca.

Luego aspiró hondo, negó con la cabeza y se acercó a la puerta.

—¿Cómo sabemos si es verdad todo lo que dice ahí? ¿Si lo escribió Roger realmente? Por ahí no pasó nada en el colegio…

Silvina no abría.

Ersatz apoyó la cabeza en la puerta y la escuchó llorar.

Abrió la puerta y entró. Debía haber oscurecido más porque casi no había luz en las persianas. Se acostó al lado de Silvina, que apenas lo vio, resoplando, giró en la cama para darle la espalda.

Él se quedó mirando el cielo raso. Buscó a las estrellas, esperó a adaptarse a la oscuridad a ver si aparecían, pero no tenían energía, no pudo ver nada.

Se quedaron dormidos, cada uno en un borde de la cama, mirando hacia lugares opuestos. Con el pelo mojado y la ropa también.

Ersatz soñaba. Estaba en la ciudad y veía una ola gigante aparecer detrás de unos edificios, superarlos en altura, envolverlos, caer, remontarse y volver a subir para romper sobre una ventana de una oficina en la que él estaba sentado. Él les gritaba a los demás empleados que se fueran cuanto antes.

Sintió frío, se despertó, tomó su celular y vio que eran casi las ocho y media de la noche. Habían dormido unas cuantas horas… Con el resplandor del celular, vio que Silvina seguía dándole la espalda y seguía descubierta. Todo estaba oscuro.

Se sentó en la cama, cubrió a su amiga con la sábana hasta el cuello y meditó sobre lo que tenía que hacer.

Mientras tanto, Silvina hablaba en sueños, decía camiones los curas…

Con las manos apoyadas en la cama, con las estrellas artificiales oscuras en el techo, como al acostarse, cosas pegadas, sin luminiscencia, la cabeza ligeramente ladeada hacia el cuerpo tapado de Silvina como un amante insatisfecho, Ersatz vio como un haz de luz alumbraba las máscaras chinas que colgaban del pasillo.

Sintió que los pelos de la nuca se le erizaban de pavor. Intentó moverse, pero no podía. Tenía el cuerpo atado por el miedo. Pensó en los ojos sin vida de Manuel.

Saltó de la cama.

por Adrián Gastón Fares.

Seré nada. Serenade. Todos los derechos reservados. Adrián Gastón Fares.