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1995, el paradigma perdido. 6.

Anotaciones del Cuaderno de Martín.

La cajera del Día estaba hablando con un hombre de clara ascendencia oriental. Oriental en serio no como el Chino que le decimos Chino porque los amigos de la secundaria le decían Chino porque tiene ojos rasgados dice él; en realidad tiene ojos chicos. No sé por qué anoto esto porque no tiene ninguna relevancia. Lucas fue el primero que entró y fue directo a la góndola con los vinos de oferta. Agarró uno (me pareció que se iban a caer los otros e íbamos a tener que pagarlos) y luego le dio otro a Roberto que no sabía cómo sostenerlo. En fin, la cosa es que no sé cómo entre los dos no rompieron ninguna botella. Yo me acerqué con un carrito y ubicamos una lata de cerveza para cada uno (aunque los trekkis no beben, el Chino tampoco). Órdenes de Lucas.

Al llegar a la caja el hombre asiático estaba vestido ya de cajero y era el que atendía, lo que nos pareció bastante raro. Comentó que la marca de cerveza era la que a él le gustaba y nos guiñó un ojo. A mí me pareció que se lo guiñó a Laura, pero es difícil de distinguir eso en un grupo.

A la vuelta volvimos por una cuadra con jardines delanteros bastante bonitos, algunos con enanos de piedra, otros con espiralados cactus. Cuando llegamos a la avenida del barrio de Lucas nos detuvo el semáforo en rojo. Un coche paró sobre la línea de peatones. Tenía la ventanilla baja. Debo admitir que lo que vi me asustó un poco. El que manejaba tenía la cara pintada de blanco. Esa fue la primera impresión. La segunda fue que el hombre estaba congelado, tenía escarcha sobre los pómulos salientes y sobre el labio superior. El pelo era bien negro y largo, pero no estaba congelado como parecía estarlo el resto del tronco del cuerpo que tenía desnudo. Llevaba un colgante que parecía ser una pequeña bolsa de arpillera. A través de los pequeños orificios de la bolsa brillaba algo verdusco podríamos decir, que recordaba un poco al verdún de las zanjas de mi barrio cuando se enciende el alumbrado. Lo que más llamaba la atención eran los ojos azules que tenía que se movían frenéticamente como si estuviera en algún tipo de trance. No pude evitar pensar que era un tipo disfrazado de aborigen y ningún otro integrante del grupo tampoco lo logró evitar. Aprovechamos para cruzar antes de que el semáforo cambiara y a mí me pareció escuchar (luego lo coteje con lo que escucharon los demás menos al Chino que no tiene mucho caso preguntarle eso, y era lo mismo).

Había dicho en castellano:

Poder. Les di poder. No me fallen.

Nadie se dio vuelta. Laura comentó que debía ser un degenerado y que cuanto antes lo dejáramos atrás mejor. Bárbara mantuvo los dedos cruzados mientras Lucas guardaba en la pequeña heladera las bebidas y abría una cerveza para él.

-No les dije de ir a la pizzería porque queda lejos. Ahora llamo y pido, ¿tres estarán bien?

Nadie estaba muy preocupado por la comida. Lucas llamó y me dijo que aprovechara la cerveza, que estaba fresquita. Cuando iba caminando hacia la heladera escuché el retumbar de tambores. Provenía como del techo de la concesionaria. Fueron como unos once o doce. Me di vuelta con una cerveza en la mano hacia Lucas.

-¿Escucharon eso?

Todos asintieron. Hasta el Chino.

-¿Es común ver a ese aborigen en este barrio?

-¿El pintado ese? Me parece que es un tipo que se disfrazaba de alguno de Kiss, me extraña que no lo hayas notado.

-No vi eso -dijo Bárbara- vi a un tipo disfrazado de indio pero de tez blanca.

-Para mí era un depravado -comentó Laura-. El tema es este lugar, Lucas. ¿No se te metió en la cabeza a vos nunca de chico? ¿Cómo tu tío pudo matar a un puma, disecarlo y ponerlo ahí?

-Son cosas que hacían antes.

-Algunos.

-Algunos como tu tío.

Todos mirábamos hacia el puma, que estaba en dos patas y con las fauces abiertas. Los trekkies se acercaron con cautela.

-¿Y esas escopetas funcionan?- preguntó Laura.

En la pared, sobre la cabeza del puma, hay colgadas varias escopetas de diferente calibre.

-Por las dudas, no las toquen -advirtió Lucas a los trekkies, que de cualquier forma, estaban agachados mirando algo en la boca abierta del puma-. Esos dientes tampoco -agregó Lucas.

-¿El taxidermista le tapa la garganta con un bollo de papel? ¿Es normal eso? -dijo Alberto.

-Dije que no lo toquen.

Los dos trekkies se hicieron a un lado para dejar pasar a Laura que metió la mano adentro de la boca del puma y extrajo una bola de papel arrugado.

Bárbara mientras tanto había rodeado la escalera y desde ese lado de esta sala llegó su voz:

-¿Tanto le gustaban las armas a tu tío?

-Podemos dejar de hablar de mi tío, por favor.

-Pero hay una espada acá.

Los trekkies se dieron vuelta y corrieron hacia donde estaba Bárbara.

-No la toquen, por favor.

Volvieron hasta el sillón donde estaba Lucas tomando, recostado, la cerveza.

-Samurai. Una espada samurai -dijo Roberto.

-Las otras armas son indignas pero ésa no -musitó Alberto.

-Nunca sostuve ninguna en mis manos -agregó Roberto.

-No te hagas ilusiones. No se toca todo eso, quedó claro.

Laura ya había desenrollado el papel y, a su estilo un poco presidencial, arrogante, estaba leyendo en voz alta lo que decía.

por Adrián Gastón Fares.