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Seré nada. Novela de terror y misterio. Audiolibro. Índice narración oral capítulo por capítulo.

¿De qué trata Seré nada?

Seré nada es la historia de tres personas con sordera que tratan de encontrar una mítica comunidad de sordos en el Gran Buenos Aires. Dan con una colonia silente pero, ¿son personas sordas…?

Creo que fui mejorando en la lectura a viva voz. Empiezo un poco inseguro en el primer capítulo para ir ganando un poco de confianza (me parece) en los demás. Fue un ejercicio día a día, son 47 capítulos y fueron 47 días de lectura a viva voz sin parar, ni para Navidad, ni para Año nuevo (¡menos mal, tuve con qué entretenerme!) En fin, ahí va para que pueda ser más fácil escucharlos.

Voy a confesar que Ersatz está golpeando a mi puerta otra vez. Por ahora le quité la aldaba a la puerta para que espere un poco este querido muchachón.

Seré Nada. Prólogo y Capítulo 1.

Seré Nada. Capítulo 2.

Seré Nada. Capítulo 3.

Seré Nada. Capítulo 4.

Seré Nada. Capítulo 5

Seré Nada. Capítulo 6.

Seré Nada. Capítulo 7.

Seré Nada. Capítulo 8.

Seré Nada. Capítulo 9.

Seré Nada. Capítulo 10.

Seré Nada. Capítulo 11.

Seré Nada. Capítulo 12.

Seré Nada. Capítulo 13.

Seré Nada. Capítulo 14.

Seré Nada. Capítulo 15.

Seré Nada. Capítulo 16.

Seré Nada. Capítulo 17.

Seré Nada. Capítulo 18.

Seré Nada. Capítulo 19.

Seré Nada. Capítulo 20.

Seré Nada. Capítulo 21.

Seré Nada. Capítulo 22.

Seré Nada. Capítulo 23.

Seré Nada. Capítulo 24.

Seré Nada. Capítulo 25.

Seré Nada. Capítulo 26.

Seré Nada. Capítulo 27.

Seré Nada. Capítulo 28.

Seré Nada. Capítulo 29.

Seré Nada. Capítulo 30.

Seré Nada. Capítulo 31.

Seré Nada. Capítulo 32.

Seré Nada. Capítulo 33.

Seré Nada. Capítulo 34.

Seré Nada. Capítulo 35.

Seré Nada. Capítulo 36.

Seré Nada. Capítulo 37.

Seré Nada. Capítulo 38.

Seré Nada Capítulo 39.

Seré Nada. Capítulo 40.

Seré Nada. Capítulo 41.

Seré Nada. Capítulo 42.

Seré Nada. Capítulo 43.

Seré Nada. Capítulo 44.

Seré Nada. Capítulo 45.

Seré Nada. Capítulo 46.

Seré Nada. Capítulo 47 y Epílogo.

por Adrián Gastón Fares.

Link a PDF:

Seré nada – Adrián Gastón Fares 2021

Seré nada / Serenade Todos los derechos reservados. Adrián Gastón Fares.

Seré nada, portada diseñada por A. G. F.

Lanzamiento de edición digital de Seré nada. PDF para descargar. Novela de terror y género fantástico.

Terminar una novela es como despertarse de un sueño (o de una pesadilla)

Mientras me desperezo, voy a escribir algunas palabras sobre Seré nada y sobre el tema y la intención de la novela. Ahí vamos:

Sobre Seré nada (Novela, 2021, 200 páginas)

Con Seré nada, traté de incursionar nuevamente, luego de Gualicho y Mr. Time, en la ficción de terror.

Quería volver a la novela (la última en invención fue Intransparente). Quería que fuera de terror, y quería que fuera ficción oscura (o fantasía oscura). No sé si hubiera podido escribirla sin antes ensayar los cuentos de Los tendederos.

Tengan en cuenta que mis proyectos de cine de terror fantástico lamentablemente aún no pudieron ser filmados. Por lo que tenía muchas ganas de inventar algo nuevo y de poder compartirlo. Y en cierto modo, de poner lo que aprendí estos últimos años en este arte de invocar historias.

Por otro lado, me venían diciendo hace tiempo que escriba algo sobre la sordera y creo que en torno a ese tema fui construyendo Seré nada.

La intención era que los protagonistas tuvieran hipoacusia pero que la historia no fuera sólo las circunstancias de las personas con sordera. También traté de darle cierta épica a la sordera. El tema es la adaptación, pero también la identidad, hay que decirlo, y la «discapacidad».

Otra intención fue rescatar lo mejor y lo peor del Sur del conurbano bonaerense. Había olvidado la torre de Interama hasta que el año pasado subí a la terraza a estirarme, digamos, y la vi. Había olvidado que todavía hay caballos.

No considero Seré nada una novela de vampiros. Admito que traté (como en mis proyectos de cine) de crear nuevos monstruos.

Stephen King dice que es lo más difícil y lo que vale la pena (en Danza macabra o Danse macabre, un ensayo que escribió sobre cine y sobre novelas de terror)

A la vez, los monstruos de Seré nada son humanos, tanto los más simpáticos como los más desagradables (que son más humanos todavía)

La historia del caso de bullying está basada, tristemente, en un caso real que tomé de las noticias.

Veo influencias de películas en Seré nada, creo que ni hace falta que diga cuáles son.

Y está esa ternura que me señalaron que tengo y de la que no reniego. Y también soy un poco visceral o espero haberlo sido.

Sé que recordé al escribir a Shirley Jackson (por La lotería) Por otro lado, leí mucho el año pasado a Richard Matheson (yo creo que El hombre menguante es la mejor novela sobre personas con discapacidad, y sin dudas una de las mejores novelas de terror y fantasía)

En los vericuetos de escribir en tercera persona, me ayudó Matheson y ningún otro. Fue una búsqueda y releí toda la ficción de terror (y la de no terror) que pude antes de ponerme con Seré nada. Esto último no quiere decir nada, pero al menos me dio un poco de seguridad al escribir.

Escribir es invocar imágenes, como el cine, incluso de los mejores poemas lo que quedan son imágenes. 

Pero a diferencia del cine, cuando escribo literatura, sin olvidarme que sin imágenes no hay nada, trato de apoyarme en algo que obligue a usar ese lenguaje (por ejemplo, la historia de los serenados está interpretada y escrita por Roger, Gema se comunica escribiendo; en Intransparente toda la novela es la re interpretación de la protagonista de una conversación por mensaje de texto)

Espero que disfruten de esta aventura, que se conmuevan un poco como yo al escribirla.

Claro que una vez que la terminen pueden opinar lo que gusten y, si les gustó, también compartirla para que otros la descubran.

Los monstruos se van a enojar si no. 

Adrián Gastón Fares.

Aquí el link a la novela:

Seré nada. Capítulo 40. Nueva novela.

Capítulo 40. Leyendo Seré nada. ¿De qué trata Seré nada? Un grupo de amigos con hipoacusia viajan al Sur del conurbano bonaerense en busca de una mítica colonia sorda, pero dan con unas personas extrañas que parecen tener un peculiar trastorno alimenticio. Y parece que los acechan otras personas con otros tipos de trastornos, incluso más peligrosos…
En el audio, en este capítulo 40, el texto ha sido adaptado para que se comprenda mejor en la lectura a viva voz en los momentos en que Fanny se comunica a través de su celular.

40.

Llegó a la esquina de Marco Avellaneda y dobló para encarar hacia la avenida. Pero se detuvo en seco.

Encima del capó de la camioneta de soda estaba la chica erguida, recibiendo el sol con el pelo lacio y castaño cayendo en la recta espalda. La campera de cuero estaba en el suelo. Tenía calzas oscuras y una remera a tono. Igual que Gema, justo en la vereda opuesta de esa manzana, cuando recién habían llegado. Fanny, la hija de Gema. Otra no podía ser.

Se acercó un poco más para observar la cara de la chica y notó que estaba llorando. Le tocó un tobillo y la chica despegó los labios de un costado, le mostró los apretados dientes y pegó un gruñido.

Fanny reconoció a Ersatz y sus facciones se alisaron. Se sentó en el capó, ocultando su cabeza entre las manos.

—¿Qué te hicieron? ¿Dónde están todos?

Del pecho de la chica salía un ronroneo creciente. Fanny no dejaba que Ersatz le viera la cara. Irguió su espalda y comenzó a escribir en el celular.

Luego, sin mirarlo, le mostró la pantalla. Ersatz hizo esfuerzo para leer, había demasiada luz.

Se llevaron a mi madre. Es mi culpa. Nunca tendría que haber aceptado nada de ellos.

Ersatz estaba sorprendido. Fanny escribía bien y de corrido a diferencia de los otros.

—¿Por qué decís que fue tu culpa?

Primero, les conté todo lo que investigó Roger sobre nosotros. Todo… Incluso les avisé que ustedes llegaron y cuando vi que Roger finalmente había…

Fanny volvió a esconder la cabeza entre sus manos. Ersatz posó su mano sobre el hombro de la adolescente, que ahora parecía ronronear como un gato aletargado. Volvió a escribir. Le dejó ver la pantalla.

También.

Sin levantar la cabeza, Fanny hizo una seña hacia la avenida y otra hacia el barrio que había detrás.

Quería unirlos.

Madre no quería saber nada.

Ersatz no sabía qué decir.

—No es fácil entenderse a veces con la familia, Fanny —dijo.

La chica afirmó con la cabeza.

A Ersatz se le había ocurrido una idea, pero no sabía cómo pedírselo. Le apoyó la mano en la arqueada espalda.

—¿No sería bueno que… te alimentes un poco? Me siento mal, muy mal, Fanny. Necesito fuerzas para… —tragó saliva—, para arreglar las cosas. Tienen a mi amiga también… ¿Es mucho pedir? —La chica seguía sin mirarlo, pero le pareció escuchar un gruñido—. A vos también te puede venir bien…

Fanny no parecía estar interesada en lo que le proponía.

Estará satisfecha, pensó Ersatz.

De pronto, Fanny levantó la cabeza y clavó la mirada a lo lejos. Se irguió sin mover la mirada de lugar.

—¡Ersatz! —resonó por la cuadra.

Silvina había doblado en la esquina y avanzaba hacia él.

Ersatz empezó a caminar rápido hacia ella.

De pronto, algo pesado cayó sobre sus hombros y lo arrojó al suelo.

Ersatz no sintió el pinchazo en el cuello. Pero, mientras seguía mirando hacia Silvina desde el suelo, por un momento no recordó qué había pasado antes.

¿Quiénes eran los que habían doblado en la esquina y caminaban rápido detrás de Silvina?

¿Manuel estaría ya en el café?, se preguntó.

Qué barrio extraño habían elegido para esta reunión. Parecido a…

Fueron unos segundos que limpiaron los residuos traumáticos recientes que tenía en su mente.

Mientras tenía a Fanny encima, succionando, alimentándose, frente a él se extendió un campo verde que fue reemplazando al cemento. Uno de los sauces parecía ser el árbol más bello que había visto en el mundo, el lugar ideal para tirarse a dormir una siesta reparadora.

Y de repente, se vio, como si ya hubiera sucedido, despertándose debajo de las ramas del árbol, el sol doraba las hojas, hasta oía claramente chirriar a los gorriones. Iba a levantarse para ver qué ave extraña era la que ululaba en ese árbol cuando volvió a dormirse por un momento y al abrir los ojos vio a Silvina.

Supo que estaba en peligro.

Detrás de ella, tres hombres se habían desperdigado.

Un gigante parecía abrir su boca deforme mientras estiraba los brazos largos como si con ellos quisiera embolsar todo lo que tenía adelante. El chico asiático se había adelantado al gigante y estaba trepado a una camioneta vieja para otear el horizonte. El tipo de barba, en la vereda opuesta, corría directamente hacia él.

Fanny dejó a Ersatz y rodó por la calle hacia el cordón de la vereda. Le señaló con el dedo índice hacia el de barba que había superado a Silvina, mientras ahora el chico asiático le cortaba el paso a su amiga.

El gigante que venía por el medio de la calle se desvió para encaminarse hacia Fanny.

Ersatz no sintió miedo. En vez de escapar del barbudo que se dirigía corriendo hacia él, empezó a caminar hacia su encuentro. Pronto estuvo otra vez en el suelo.

El de barba le había pegado una patada en el pecho que lo hizo volar hacia atrás. Luego, seguro de que ya había abatido a su presa, lo tomó de la capucha del buzo y empezó a arrastrarlo.

Ersatz, que no había sentido dolor con la patada, dejó que el barbudo lo arrastrara.

Cuando lo soltó miró hacia un costado y vio que el adolescente asiático tenía a Silvina con los brazos cruzados en la espalda y con la mano libre la sujetaba del cuello.

Fanny había dejado la vereda y avanzaba, decidida, en dirección a Lungo.

por Adrián Gastón Fares.

Seré nada / Serenade. Todos los derechos reservados. Adrián Gastón Fares.

Sobre el autor: Adrián Gastón Fares creció en Lanús, Buenos Aires. Es Diseñador de Imagen y Sonido, Universidad de Buenos Aires. Autor de las novelas Intransparente, El nombre del pueblo, Suerte al zombi y el libro de cuentos de terror Los tendederos. Seré nada es su cuarta novela. En literatura fue seleccionado en el Centro Cultural Rojas por su relato El sabañón. Mr. Time, Gualicho, Las órdenes son algunos de sus proyectos cinematográficos premiados y seleccionados, así como el documental musical Mundo tributo, también estrenado en televisión y en festivales de cine. Por otro lado, Adrián tiene pérdida de audición desde la infancia. Actualmente usa audífonos para escuchar. El descubrimiento y posterior diagnóstico de su pérdida auditiva recién en su juventud-adultez fue un proceso que marcó su manera de ver el mundo e influyó en su identidad. Pero, afortunadamente, no le quitó las ganas de crear y pensar mundos posibles e imposibles a través de las palabras y las imágenes. Más información sobre su actividad cinematográfica: http://www.corsofilms.com/press Contacto: adrianfaresblog@gmail.com

Seré nada. Capítulo 39. Nueva novela.

Capítulo 39. ¿Una mítica comunidad sorda? Nuevos monstruos. ¿Vampiros? Extrañas identidades… Todo eso y mucho más. Acción, terror, misterio, aventura y drama en Seré nada… Leyendo Seré Nada. Nueva novela.

39.

No podía recordar los días que siguieron a la masacre de Ramoncito. Ni siquiera eran días neblinosos, no veía nada, no había imágenes ni menos sonidos de los que aferrarse en ninguna parte de su cerebro de los días posteriores a los asesinatos de sus queridos compañeros de colegio. En la penumbra, se asomó a la fosa séptica pero sólo llegó a ver agua parda y escombros ennegrecidos. No veía el fondo. ¿Qué le estaba haciendo la imaginación? Estaba seguro de haberlo visto a Ramoncito. ¿Qué lo sacara de ahí? No había nadie ahí abajo.

Sin embargo, seguía oliendo ese aroma herbáceo por encima de la baranda a podrido.

Subió las escaleras exteriores sin animarse a entrar a la casa y miró por encima de la pared de la terraza para asegurarse de que estaba vacía. Luego, en cuatro patas, caminó hasta el enrejado para mirar hacia la calle. No se veía a nadie. Las luces del alumbrado resplandecían más que nunca. Gracias a eso había visto algo en el jardín de la casa de sus padres. Pero no le gustaban esas luces potentes. Las calles parecían el patio de una cárcel.

Bajó las escaleras y entró cautelosamente a cada habitación de su casa para cerciorarse de que ninguna persona extraña lo estuviera esperando.

Al fin, más tranquilo, en la calle vacía, sacó su celular del bolsillo del jean para llamar a Silvina. Se había mojado con el agua apestosa del pozo y no funcionaba. Se maldijo porque no se lo había quitado por la noche al acostarse.

Volvió a subir a la casa y dejó su celular sobre el mármol del lavabo. Se miró al espejo. Su cara no estaba tan sucia como el resto de su cuerpo. El jean era de color pardo. No podía distinguir qué era mierda y qué era barro. Pero el olor era nauseabundo.

Así y todo, volvió a salir y subió las escaleras de Gema. No encontró a nadie. Luego probó en el almacén de la esquina. La persiana metálica había sido forzada. Se arrastró por debajo y vio por la luz que entraba por la ventana que el almacén tenía frascos de caramelos empañados de mugre, una balanza rojiza y una máquina de cortar fiambre oxidada.

Cruzó el mostrador y se metió a una habitación grisácea donde había un colchón tirado. En el colchón había una mancha de sangre y otra de color violáceo. Salió a un patio pequeño, con la boca de una parrilla repleta de ruedas de bicicletas, y subió por unas escaleras.

Recordó que el hombre de polar negro era el primer serenado que habían visto.

Desde la terracita del almacén trató de adivinar cuál podía ser la casa de la mujer de rodete. Debía ser la que estaba a la mitad de la otra calle, la que tenía un tanque de agua azul.

Dejó el almacén y caminó rápido hasta ahí. Era una casa alta con paredes de cemento a la vista y dos ventanas con persianas blancas cerradas. Empujó la puerta de entrada.

Fue prendiendo las luces.

Las habitaciones de la casa no tenían calidez. Le hacían recordar a su departamento. No había fotografías de nadie colgando de las paredes, ni debajo de los vidrios de las mesas de madera. Había humedad en todos los cielos rasos, la pintura estaba descascarada y mohosa.

Sobre el mueble de la cocina había una tabla de madera grande y un cuchillo. Sobre uno de los hornillos de la cocina reposaba una cacerola grande. Todo estaba limpio. Palpó el filo del cuchillo. No estaba afilado. La punta roma.

De ahí subió por una escalera caracol al primer piso. El vestíbulo estaba vacío. Sólo había una alfombra azul enrollada. Entró al dormitorio, que no tenía camas. Había un colchón tirado en el suelo. En el segundo dormitorio, más grande, sólo había una escalera de metal apoyada en un agujero que había en el techo. El piso de cemento alrededor de la escalera estaba hundido y cubierto de lodo.

Subió la escalera y se apoyó con una mano en el cemento para cruzar las piernas por afuera del techo. Ya sentado en el techo vio que a dos metros estaba el bordillo de la medianera más cercana y del otro lado estaba el tanque azul.

Se incorporó y caminó hasta el bordillo que daba a la calle y observó desde ahí el cielo oscuro. Había algunas estrellas.

¿Dónde sería la casa de los gemelos? ¿Enfrente? ¿La que tenía un jardín delantero con un matorral alto? No iba a aventurarse a esa. Estaba claro que habían irrumpido en el almacén, se los habían llevado a todos. Y a Silvina también.

Volvió y subió hasta el vestíbulo de la casa en la que había nacido con los hombros caídos. No aguantaba más la ropa mojada, y menos con esos grumos pardos, así que se bañó con el agua legamosa que salía de la ducha. Luego se puso un buzo con capucha que encontró en un ropero, estampado con la tapa de un disco de Soundgarden, Badmotorfinger, una sierra circular, y se calzó un jean de color gris, una adquisición algo más reciente según recordaba, que le iba algo grande, porque era más delgado ahora que antes. Otra no le quedaba.

Silvina se reiría de él. Pero quién sabía si Silvina aún podía reír, ver, oír, sentir, quién sabría qué había sido de ella.

En la mente de Ersatz, de pronto, había imágenes de túnicas blancas de monjas teñidas de sangre y de cuerpos de adolescentes muertos.

Su cerebro era una pantalla en la que proyectaban imágenes terribles. Personas descerebradas otra vez empujaban su alma a la oscuridad, pero no a la oscuridad del negro azabache con la que habían pintado las paredes los serenados, ahora entendía, para atraer mejor la energía del sol, sino a una oscuridad rebajada por el cegador brillo de la violencia.

Por un momento, cuando se sentó en el sillón marrón donde días atrás se había sentado con Manuel, la cara se le desarmó, dispuesto para largarse a llorar.  Así que apretó los labios. Y esa pared que había construido entre la realidad del pasado volvió a erguirse. Se sentía muy cansado.

Sabía lo que le vendría bien y tampoco podía obtenerlo: ese veneno que los serenados dejaban en un intercambio con su presa era la felicidad en la sangre, y la felicidad, la dicha, daba tanta energía como el odio. El único problema era que era muy difícil encontrar motivos externos para sentir felicidad, en cambio era fácil e inevitable en la vida encontrarse con situaciones que producían tristeza, odio, rencor.

Los que estuvieran en contra de sus nuevos vecinos no habían entendido su naturaleza. Se esforzaban por no lastimar a nadie, levantaban sus cabezas para alimentarse de la energía del sol, pero cuando no la tenían, y no les quedaba otra, el instinto y la necesidad los llevaban a alimentarse de una manera que les provocaba más dolor a ellos que a la supuesta presa.

No podía dejarlos en manos de esos fanáticos. No era sólo Silvina la que lo preocupaba. Tenía que moverse. Dejó la casa, empujado por una necesidad urgente de actuar.

Afuera, las luces del alumbrado público se habían apagado. En lo alto, el resplandor del sol doraba la pared de la fábrica.

Debía llegar cuanto antes al colegio.

por Adrián Gastón Fares.

Seré nada / Serenade. Todos los derechos reservados. Adrián Gastón Fares.

Sobre el autor.

Adrián Gastón Fares creció en Lanús, Buenos Aires. Es diseñador de imagen y sonido de la Universidad de Buenos Aires. Autor de las novelas Intransparente, El nombre del pueblo, Suerte al zombi y el libro de cuentos de terror Los tendederos. Seré nada es su cuarta novela. En literatura fue seleccionado en el Centro Cultural Rojas por su relato El sabañón. Mr. Time, Gualicho, Las órdenes son algunos de sus proyectos cinematográficos premiados y seleccionados, así como el documental musical Mundo tributo, también estrenado en televisión y en festivales de cine. Por otro lado, Adrián tiene pérdida de audición desde la infancia. Actualmente usa audífonos para escuchar. El descubrimiento y posterior diagnóstico de su pérdida auditiva recién en su juventud-adultez fue un proceso que marcó su manera de ver el mundo e influyó en su identidad. Pero, afortunadamente, no le quitó las ganas de crear y pensar mundos posibles e imposibles a través de las palabras y las imágenes. Más información sobre su actividad cinematográfica: http://www.corsofilms.com/press Contacto: adrianfaresblog@gmail.com