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La zombiada. Relato que forma parte de Los tendederos. Y recomendación de una serie.


Estaba la puerta abierta y también le pareció inusual que no estuviera la empleada de limpieza para gritarle que no le dejara yerba en el lavabo, y comentarle  que había inventado otra forma para separar la yerba del resto de la basura. Era raro no recibir el pedido de colocar el bidón de agua en el dispenser para los dirigentes ni bien llegaba. Pensó que ese día en el trabajo iba a ser distinto.
Así que puso su pulgar en la máquina de fichar, recibió un «Gracias», en español, de la grabación que la máquina contenía y se dirigió al segundo piso, a su oficina.
Golpeó pero nadie le abría.  Se quedó esperando en el pasillo. Eso era normal. En cambio, el olor penetrante, ácido, a vómito, no lo era. Provenía de su oficina. Esperó cinco minutos sin saber qué hacer. Golpeó otra vez la puerta, ya que no había timbre, y el empleado, Manuel, el único zombie que trabajaba en su piso, le abrió. Caminó hasta su computadora. A su lado estaban, sin ninguna separación, las de Pablo y Alfonso. Le pareció anormal que ninguno de los dos estuvieran. En la computadora de Alfonso se veía un polvo blanco cerca del teclado. Como si hubiera dejado caer hilariet, pero Gastón sabía que era cocaína. En la de Pablo, el mate, y la pantalla estaba clavada en una página web de Mobbing.
Pablo y Alfonso se odiaban y el primero sostenía que el segundo lo acosaba. Las mujeres habían sido trasladadas a otra oficina porque los hombres no querían almorzar con ellas ni escuchar sus chismorreos. Lo que más le había chocado a Gastón al entrar en ese trabajo era lo misóginos que eran sus compañeros. A él le gustaba estar rodeado de mujeres desde chico. Sin ellas, algo le faltaba. Y en vez de voces aflautadas tenía a Manuel, el zombie, y a los otros dos, eso hasta que llegaba Roberto, el superior, el analista de sistemas, una biblioteca itinerante que sabía de todo. Roberto le había recomendado a Gastón el libro Anatomía de la Crítica de Northrop Frye.
Gastón consultó con su ex profesora de la facultad de Letras, Isabel, quien le dijo que estaba pasado de moda Frye, que sus ideas habían sido superadas. Eso estaba leyendo en su email, pensando qué contestarle a la mujer porque a él le había llegado hondo el discurso del analista de sistemas sobre Northrop Frye para abordar la obra de Tolkien y comentar la serie de ciencia ficción que estaba mirando. Aunque Gastón nunca había leído a Tolkien. Pero la palabra inmersión le gustaba y se podía relacionar con la obra de Frye. Una palabra a veces lo define todo.
Eso pensaba Gastón, pero sus sentidos estaban alertas porque le picaba la nariz por el olor a vómito que provenía, sin dudas, del despacho de Roberto, cuya puerta estaba cerrada. Tenía que ver qué lo causaba, pero antes contestó un mensaje de su novia que decía que el bebé estaba bien, que le había vomitado el pelo y la blusa, algo común. Así que era el Día del Vómito para Gastón.
Manuel estaba durmiendo en su cubículo vidriado. Desde que los zombies habían evolucionado habían obtenido algunos derechos, uno de ellos era la inclusión social de los de conducta intachable a través del trabajo.
Manuel no contestaba cuando le abría la puerta, sólo bajaba la cabeza. Tampoco lo saludaba al llegar y al irse. A veces le preguntaba si no tenía la llave. Gastón le había dicho mil veces que no tenía llave y que dependía de él que le abriera, pero este tema parecía estar más allá de la comprensión del zombie, a quien le molestaba despegar el culo de la silla.
Gastón podía entenderlo. Los zombies comen el doble que un humano. Manuel no controlaba su esfínter y por lo tanto la cantidad de mierda que cagaba le producía hemorroides y otras complicaciones que convertían en obligatorio el uso de una silla especialmente acolchada.
Los zombies habían dejado de atacar a las personas al alcanzar la autoconciencia y luego se habían dado cuenta de que no les convenía ser perseguidos, reducidos y asesinados, así que su comportamiento había pasado de ser destructivo a casi altruista. Se adaptaban a cualquier tipo de trabajo. Se destacaban en los cargos administrativos porque su concentración para evitar sus desmadres era alta, pero también podían afrontar trabajos más precarios, de carga, por ejemplo, porque su fuerza era superior a la de un humano.
Lo único que Manuel compartía con Alfonso y Pablo era el gusto por ver en el móvil de este último imágenes truculentas. Un hombre trozado en dos por un tren, cuyas manos todavía se movían tratando de salir de las vías. Un ejemplo. Desmembramientos varios y miembros varios también, porque otras de las atracciones que ofrecía ese celular eran los videos de negros que bamboleaban sus genitales gigantes de aquí para allá o que los introducían en toda clase de agujeros pequeños, o que parecían pequeños por contraste.
Un día Pablo y Alfonso le pidieron a Manuel ver su pene, pero el zombie se había negado. Lograron su objetivo una tarde que Manuel fue a orinar y se metieron de golpe en el baño. Al parecer, no podían creer lo que habían visto.
Por lo demás, Manuel permanecía callado y sólo saludaba a Roberto, su superior. Eso pensaba Gastón, mientras leía la respuesta sobre Frye de su ex profesora y el olor que provenía del despacho cerrado se hizo tan penetrante que ya no pudo aguantarlo.
Vio que Manuel seguía sumido en su sueño. Controlar el instinto consumía gran parte de la energía del zombie y debía descansar más que un humano.
Entonces Gastón, le contestó a su novia que todo estaba bien, que por ahora no tenía trabajo, era una mañana tranquila, nadie lo llamaba y luego caminó hasta la oficina de su superior. Trató de abrir la puerta pero estaba cerrada, sin llave pero no podía abrirse de afuera. El olor nauseabundo provenía claramente de ahí.
Se dio vuelta para mirar a Manuel, que seguía con el mentón pegado al pecho. Por debajo de la puerta del despacho se escapaba un líquido color dulce de leche. Uno de los punteros del sindicato de Software en la que trabajaba le había enseñado a abrir la puerta con una tarjeta de plástico. Gastón no tenía tarjeta de crédito así que usó la de Starbucks.
Al abrir la puerta lo golpeó el frío que se escapaba del cubículo del servidor. Los cuerpos de Alfonso y Pablo estaban expuestos, partidos al medio, masticados, frente al escritorio. Roberto yacía en su silla, sin la tapa de los sesos, como un mono de banquete chino, el analista de sistema, dando órdenes, vaya a saber cuánto tiempo, a seres de otro mundo, si es que ese otro mundo existía.
El líquido que se había deslizado por debajo de la puerta provenía del cerebro de Roberto, ya que los otros dos cuerpos estaban medio resecos, los huesos a la vista, como si el atacante hubiera succionado hasta los tejidos.
Al darse vuelta, con sus manos congeladas que anunciaban un ataque de pánico, Gastón vio que Manuel ahora tenía la mirada clavada en él y notó lo que antes no había visto. A su lado, en su escritorio, como un melón recién cortado, el zombie tenía la tapa de los sesos de Roberto, medio masticada.
El zombie se levantó, rodeó su escritorio con parsimonia, sin perder los modales ni la postura erguida, y empezó a acercarse a Gastón tratando de ocultar sus uñas afiladas. Gastón corrió hacia la puerta con el objetivo de avisarle a las chicas que el zombie de su oficina había perdido el control. El hecho hacía presuponer que había contactado a otros zombies, los llamados marginados, que pronto estarían en el lugar para fortalecer la revuelta. Mientras Manuel se acercaba a él, Gastón logró salir de la oficina, cerró la puerta y subió a la oficina de las chicas.
Otra vez el olor agrio, nauseabundo, pero esta vez más fresco, más penetrante. Tras la puerta los cuerpos desmembrados de las que habían sido sus compañeras se apilaban. En un vértice de la oficina, ovillada, abrazando sus piernas, Lucía lloraba con la mirada perdida. La chica balbuceó que había más, que Manuel los había arengado, que su programa había fallado, y que nunca debieron incorporarlo a la empresa. Claro que Lucía era otra zombie y por eso se había salvado. Una zombie joven como Manuel, pero en otro estadio de evolución.
Gastón volvió a la entrada de la oficina para contener la puerta justo que las manos de Manuel la empujaban. Mientras tanto, vomitó el café que se había tomado por la mañana junto con la medialuna de manteca.
Esa oficina daba al patio del edificio. Al asomarse a la ventana, Gastón vio a varios zombies que dialogaban mientras se pasaban el mate y compartían pedazos de piel de un cuerpo humano. Reconoció a algunos que trabajaban en otras empresas ubicadas en el mismo edificio. Gastón no sabía qué hacer.
El celular de Lucía sonaba pero a ella le temblaban tanto las manos que no podía atender. Iba a caerse de la mesa si seguía vibrando, así que Gastón lo tomó y respondió la llamada. El marido de Lucía, Eduardo, era policía, uno de los  humanos que se habían enamorado de una zombie. Gastón le contó la situación a Edu, quien le dijo que se calmara, que buscara la pistola que Lucía tenía en el fondo de su bolso y siguiera las instrucciones.
Ya con el arma en sus manos y el móvil en altavoz, comenzó a describirle la situación a Edu. Zombies asesinos en el patio. Otro en el pasillo. No sabía cuántos más rebelados en el edificio.
Se animó a abrir la puerta de la oficina. El pasillo estaba vacío. El tubo fluorescente se encendía y apagaba. El cartel de prohibido fumar había sido masticado. Edu le dijo que disparara a cualquier punto. Gastón eligió el matafuegos. La explosión hizo que apareciera Manuel como una flecha con las fauces abiertas seguido de otros seis zombies más que trabajaban en el café de al lado. Edu le dijo que debía dispararle a los zombies en la zona del bajovientre, debajo del ombligo y arriba de los genitales, el hara de los hindúes pensó Gastón. Era la única forma de matarlos, aunque el folclore al respecto no lo especificaba.
Gastón pudo darle en ese punto a uno de los zombies, que cayó y exhaló su último suspiro, escupiendo un dedo humano a su vez. Los otros se abalanzaron sobre la puerta. Gastón llegó a cerrarla.
Lucía seguía temblando en un costado de la oficina. La novia de Gastón le informaba, a través de un audio que llegó a su celular, que debía llevar al bebé al médico.
Edu quería saber cuántos eran los que se habían rebelado y trató de calmarlo diciéndole que se dirigía hacia el lugar. La puerta ahora aguantaba la presión de varios cuerpos que empujaban para que cediera y Gastón no podía dejarla. Los zombies intercambiaban órdenes de mando para tratar de entrar a la oficina. Manuel los dirigía.
Era la hora del almuerzo. Las voces de los zombies eran claras. Uno decía que necesitaba abono para las plantas exóticas de su jardín y que se había cansado de usar los restos de café que Starbucks regalaba. El compost que tenía en una carretilla y que había realizado con restos de gatos muertos no era suficiente. Los demás felicitaron al zombie por su idea de incorporar humanos a la mezcla.
Gastón pensaba que esta situación se debía a que no había sabido cuidar sus pensamientos, que invocar a Frye y su teoría de la inmersión narrativa no había sido buena idea. La culpa no la tenían los zombies que habían perdido el control sino su superior que le había recomendado Anatomía de la Crítica y él lo había leído. Un verdadero desastre.

 

Por Adrián Gastón Fares.

PD: Para los que gusten de historias de zombis o zombies pueden leer mi novela inaugural, Suerte al zombi buscando en este blog.

PD2: Vean The Underground Railroad en Amazon Prime Video. La serie de 10 capítulos, dirigida por Barry Jenkins, está basada en la novela de Colson Whitehead.

Adrián Gastón Fares autor de Suerte al Zombi convertido en Zombie

Suerte al zombi. Primer capítulo + Índice novela completa.

1. LOS HOMBRES DE TRAJE

Cuando Luis Marte despegó los ojos ese día estaba en un ataúd, en una cochería de Avellaneda. Lo primero que vio fue el techo color celeste del lugar; lo primero que escuchó, el murmullo de un grupo de personas que hablaban a un ritmo sostenido; y lo primero que sintió, créanlo, fue alegría.

La risa brotaba de su interior y arremetía contra las paredes de la sala produciendo un estimulante eco. Luis notó que esa risa había estado creciendo dentro de él en los últimos minutos y que había sido el cosquilleo la causa del despertar; ahora su intensidad concentró todas las miradas en el ataúd; todavía acostado en el cajón, no pudo aguantar más la alegría que llevaba adentro y la expulsó con una serie de carcajadas. Entonces, la chica y los dos hombres de traje que estaban en la sala, todavía helados, sorprendidos, vieron cómo una mano se levantaba en la mitad del féretro y asía el borde.

Se aferró del borde del féretro y logró levantar la mitad superior de su cuerpo. No podía parar de reírse y cuando sus ojos se encontraron con los de la chica, en ese instante, se quedó prendido de los rizos castaños que reflejaban la luz del sol que entraba por la ventana. La chica se desmayó.

Ver cómo la cara de Violeta, su ex compañera de secundario, se transformaba, le resultó gracioso a Luis. Otra carcajada surgió y el joven se encontró con la mirada amenazante del más alto de los hombres de traje. Entendió y logró mantener su sonrisa por un momento, hasta que recordó que esos eran los que dos días atrás le habían disparado (¿o era un sueño?). El bajo lo miraba con profundo desdén; el alto lo contemplaba serio pero satisfecho y afirmaba con la cabeza.

Luis vio a sus antiguos compañeros de secundaria mirando más allá de la puerta y eso bastó para que su sonrisa se disipara. Su tío dio dos pasos dentro de la habitación.

El más alto de los hombres de traje se acercó, empujó al tío de Luis afuera y cerró la puerta de la sala de una patada. Caminó hasta donde estaba el bajo, y los dos miraron hacia Luis.

Éste vio a su abuela, que seguía durmiendo, y se volvió hacia los hombres de traje, que dudaron sólo un instante; desabrocharon el saco y llevaron las manos a la cintura donde encontraron lo que buscaban.

Luis trató de moverse para bajar del ataúd. Los hombres de traje ya tenían las dos armas apuntándole directamente a la cabeza.

Se golpeó fuerte la pierna. De repente, y aunque no la sentía, la pudo mover y se tiró del ataúd hacia el lado de la pared. Resonaron los disparos unos centímetros arriba de su cabeza. Desde el piso, vio cómo su abuela despertaba; al ver a los dos hombres disparando y a su nieto muerto moviéndose, cayó desmayada.

El ataúd seguía sobre los caballetes y Luis lo empujó con las dos manos. El alto retrocedió y gritó al recibir el peso del ataúd en sus pies. El otro disparó y la bala pasó cerca de la cabeza del velado.

Luis se levantó y a su derecha vio la ventana que daba a la calle. Quiso correr y algo lo sostuvo. Fue como si lo amarraran invisibles hilos provenientes del ataúd. Una bala silbó cerca de su oreja izquierda y empezó a sentir cómo su cuerpo se llenaba de fuerza en vez de dolor. Corrió y se tiró sobre el vidrio, mientras las balas pasaban a su lado. Tuvo suerte. El golpe hizo que la ventana se rompiera.

La vereda estaba al mismo nivel de la sala. Luis, asombrado de no sentir dolor con el golpe, se levantó rápidamente y empezó a correr. Las coronas que sus amigos le habían comprado estaban puestas en la vereda, apoyadas en la fachada de la cochería; se llevó una por delante y la derribó. Estuvo a punto de caer, tocó el piso con sus manos y siguió corriendo. Miró atrás y vio a los dos hombres que lo perseguían saltar la corona tirada. Al volver la cabeza vio que en la esquina un colectivo se había detenido para dejar subir a un viejo. El colectivero esperaba que el semáforo se pusiera verde. Luis aprovechó para lanzarse hacia el colectivo y saltar al interior. El  chófer pisó el acelerador. Miraba cómo los hombres de traje guardaban sus armas, cuando el colectivero le preguntó adónde iba.

 

por Adrián Gastón Fares

Suerte al Zombi, por Adrián Gastón Fares. Novela.

Índice de capítulos siguientes:

2. Colectivo.

3. Calles Céntricas.

4. La última lágrima.

5. ¡¿Decente?!

6. El baile del zombi.

7.  Pasame un trago.

8. Contra el piso.

9. La abuela y los policías.

10. Daimón.

11. La cortó porque no le gustó.

12. La revolución blanca.

13. Jorge, Leonardo y Juan VS. Olga y Chula.

14. El justiciero.

15. Parado en el medio de la calle.

16. Algo mejor.

17. La fuga de los zombis.

18. Velados.

19. El mundo tendría que ser como este lugar.

20. ¡Suerte al zombi!

21. Tenemos trabajo hoy.

22. Tártaro.

23. Florida – Plaza San Martín.

24. Está bien.

25. Los muertos no fuman.

26. La chica que buscás.

27. Atardecer.

28. Pueblo chico, casa grande.

29. Carroñeros.

30. Párrafos muertos.

31. En el cementerio de Mundo Viejo.

32. Nos vamos, Luis.

33. Conversación.

34. Luis Marte.

35. Fernanda Goya.

36. Luis y Fernanda.

37. El Deformado.

38. El mundo dando vueltas.

39. Garrafa y López versus Luis Marte.

40. La verdadera fiesta.

41. El montículo prominente.

42. Atajala. 

43. Y la cabeza giró en el aire.

44. El libro.

45. Eduardo y la calavera.

46. La calavera rodante.

47. Fin.

Novela. Autor: Adrián Gastón Fares.