Lo que hacía el bicho en la cabeza era, por lo menos, revolucionario.
La enfermedad no tenía síntomas. Sólo consecuencias. Pero con el microscopio se veían los quistes de los primeros que fueron llevados de las orejas por sus familiares a los hospitales.
¿Regalar negocios y propiedades? ¿Quemar el dinero que tanto esfuerzo había costado ganar? ¿Airear secretos familiares?
Esta vez, el boca en boca fue más veloz que Internet. Las familias se marcharon o se desarmaron.
Las víctimas desaparecieron. No había manera de encontrarlas ni identificarlas. Algunos decían que las habían secuestrado difusas células políticas formadas en la oscuridad de las encrucijadas de los barrios más conservadores de Buenos Aires. Otros sostenían que nunca existieron porque el gobierno argentino había inventado la epidemia para redistribuir la población, repartir terrenos, y cumplir con un plan de traslado de la Capital al norte del territorio.
La teoría de la conspiración algo de lógica tenía. Pero hubo focos en varios países del mundo así que era imposible que la enfermedad fuera orquestada por un único gobierno.
Para colmo, apenas desaparecieron los casos, o mejor dicho las personas enfermas, desde el corazón del Amazonas peruano, había surgido Ysa, una aborigen de ojos claros. En lo profundo de la selva, rodeada de un séquito de hiladoras, pronunció una conferencia, transmitida por Internet, donde reafirmaba su profesión, chamana, y su intención de reunir a los latinoamericanos. Ysa aportó más de lo que parece a que los habitantes se establecieran cada vez más cerca del límite norte del país.
La capital siguió siendo la Capital, pero quedó bastante vacía. El resto de Buenos Aires se despobló. Y los barrios del sur más.
El primer caso de Tyson21 había surgido en Adrogué.
En 2023, los de capital ni se preguntaban qué había más allá del puente Alsina. Para el resto del país la zona sur de Gran Buenos Aires era un mal recuerdo.
por Adrián Gastón Fares.
Serenade/Seré Nada. Copyright Adrián Gastón Fares. Todos los derechos reservados.
Leyendo Seré nada. Capítulo 46. En Seré nada, tres amigos con sordera parten hacia el Sur del Conurbano bonaerense en busca de una mítica comunidad de personas sordas. En cambio, encuentran un barrio de personas silentes, pero ¿qué secreto sus bocas cerradas impiden revelar?
47.
El sol resplandecía en las chapas que no estaban herrumbradas, brillaba en los bordes metálicos de las claraboyas, destellaba en la pintura plástica de los tanques, perfilaba el morro de un gato azulado que descansaba en el borde de una pared, se reflejaba en los respiraderos metálicos de la fábrica.
En la azotea de la casa de sus padres, Ersatz tenía los ojos cerrados, las manos a los costados del cuerpo y la cabeza erguida dirigida hacia el noroeste, hacia la bola centelleante y blanca. Cada tanto bajaba la mirada o cambiaba la postura y veía todos los objetos brillantes entre una bruma rojiza.
Cerca, a unos pasos, Silvina apretaba los músculos del estómago, y tenía los ojos cerrados y el rostro relajado.
El cable semitransparente del agarre de la prótesis auditiva —la única que le quedó— de Silvina también brillaba con el resto de casi todo lo que había en la terraza.
Hacia el sureste, más arriba, cerca del bordillo del techo sobre el que estaba el tanque de agua, estaba Fanny, en la misma postura que los otros dos.
A sus espaldas, abajo, en la calle, el portón negro de la fábrica tenía escrito con letras rosadas, cursivas, una palabra:
SERENADE.
El trazo era fino, pero las puntas eran redondeadas y al final de la palabra la E parecía arrastrada hacia abajo por una cola que terminaba en una flecha, como la de los diablos de los dibujos animados.
En la calle, más allá, doblando la esquina, sobre el techo del auto, se erguía Gema.
Tenía los ojos abiertos, a diferencia de los otros tres, y miraba de lleno al sol. Parpadeaba cada tanto, y era lo único que se movía de su cuerpo.
Sus labios arrugados, los pliegues sobresalidos, lastimados, algo resecos, arrimados, sin tensión, pero firmes, morados sólo en las comisuras y en el resto de la piel que se estaba curando.
Unos metros más al sur, sobre el balcón de la casa de Roger, un hombre tan largo como un árbol, con un cuello que parecía seguir creciendo desde los hombros, con los ojos abiertos, los labios también apretados, los brazos a sus costados con las palmas vueltas hacia la luz potente que le llegaba, con la cabeza rasurada como Gema, parecía dirigir una plegaria en silencio hacia el astro refulgente a lo lejos.
Era Lungo.
Epílogo.
Yendo hacia la avenida, había muchas cabezas nuevas que brillaban en las terrazas, todas apuntando hacia el mismo lugar, estáticas, con melenas, con una mata de pelo corto, peladas.
Desde lo alto del barrio, desde el cielo, surcado por pájaros grises, se podía observar que los pisos de las terrazas donde estaban clavados los pies de los individuos dirigidos hacia el sol estaban pintados de negro.
Uno de los individuos en una de las terrazas cercanas a la avenida, un hombre delgado, de pelo encrespado y nariz prominente, peludas fosas nasales, giró la cabeza, abrió los ojos, y observó con el ceño fruncido por unos segundos, entre manchas rojizas, a las otras siluetas en lo lejos. Relajó el rostro.
Cerró los ojos.
Fin.
por Adrián Gastón Fares.
Gracias por leerme.
Esta es la portada que diseñé en estos días para Seré nada.
Portada Novela Seré nada. 200 páginas aprox. Novela de Adrián Gastón Fares (y diseño de portada)
Es la que podrán encontrar en el .PDF con la novela completa que pueden descargar ya mismo gratis.
Seré Nada. Leyendo el Capítulo 8. Resumen: Ersatz, Silvina y Manuel llegan a la avenida San Martín, en Lanús y aunque el barrio parece deshabitado encuentran una esperanza, un indicio de la supuesta colonia Serenade, en una peluquería. Toman el camino hacia la casa donde Ersatz creció.
8.
Más allá de la primera corchea, lo que conocía de antaño Ersatz estaba clausurado, las puertas tapiadas y los cristales de las ventanas rotos. Las casas de fiestas tenían fachadas pintadas de un tono negro hollín y parecían más velatorios que otra cosa. Un colectivo de la línea 20 estaba recubierto de musgo y óxido en partes iguales. Los árboles quebrados y los troncos con ramas secas caídos sobre techos de comercios. Ersatz recordó que hacía rato que no llovía por lo que se esperaba tiempo inestable.
Se sentaron en la parada del cartel de colectivo que había en la heladería Carlos and Charlie´s para comer los sándwiches que se habían preparado. El enrejado de la persiana estaba aserruchado. Ersatz se acercó a los tachos de helado, que estaban repletos de cucarachas muertas. Tuvo arcadas y sostuvo el vómito. Silvina lo alentó diciéndole que ya estaban cerca.
Los supermercados chinos daban algo de color amarillo o rojo a la avenida, aunque las puertas de chapa deslizantes estaban cerradas con candados. En esa zona había más casas de repuestos de autos por todos lados, con carteles blanqueados por el tiempo. También, más recientes, remiserías cerradas pero que conservaban el cartel de Tomo auto. Negocios de venta de membranas. Edificios con ladrillos a la vista y sin fachadas aún, signo del progreso urbanístico detenido.
Concesionarias con autos abandonados en la vereda. Fábricas con el portal de entrada de vehículos cerrado, y oficinas superiores con vidrios sucios. El verde de algunos árboles jóvenes se mezclaba con el color ocre de los viejos y secos.
La A de la Asociación de Amigos de la calle Coronal D´elía seguía tan herrumbrosa como siempre. El árbol que la acompañaba había perdido todas las hojas y la casa blanca con puerta celeste antigua de la esquina parecía una pulpería abandonada en el medio de la pampa.
En ese lugar había otra única corchea, esta vez era un grafiti sobre las pesadas persianas metálicas cerradas. Un cartel estaba tirado en el piso, doblado, Manuel lo dio vuelta con el pie. Vieron que decía Compostura de Calzado.
Del otro lado de la calle, había un camión largo cruzado en zigzag como una lombriz muerta y calcificada por el sol. Más edificios nuevos abandonados en la primera planta, algunos en los cimientos. Una pancarta de tela rafia blanca, deshilachada, dormía sobre uno de los palos de luz que la sostenía, como si fuera una bandera caída que les daba la bienvenida a Serenade. Pero se llegaba a leer English World: Curso de Inglés. Otra estación de servicio. Fue Silvina la que recordó que estaban cerca de la zona clave.
Ersatz les explicó que en la concesionaria que tenían enfrente, un edificio con algunos autos con chapas oxidadas detrás de rejas, había pasado una noche con su tío abuelo que era guardia de seguridad. A Ersatz le había dado mucho miedo los trofeos de cabezas de animales que estaban colgados adentro. Silvina, mirando su celular, comentó que estaban pisando el signo de la paz que se veía desde lo alto.
Debajo del cartel de chapa con el símbolo del sol que daba la bienvenida al Rotary Club Pompeo, observaron una veterinaria con peceras tan algosas que no pudieron discernir el contenido, otro pasacalle de English World enroscándose sólo en la calle por el viento, fruterías y verdulerías con los cajones de madera todavía apilados en la calle y algunas bolsas de cebollas negras.
Recién en el palo de luz cercano al antiguo puesto de diario, que tenía las revistas con las hojas quemadas por el sol, encontraron dos corcheas consecutivas. Silvina afirmó que faltaba una más. Ersatz contestó que si le habían errado él prefería que se quedaran en su antigua casa para continuar la búsqueda. No se iba a sentir seguro en otras. Cruzaron un estacionamiento en 25 de Mayo.
En Yerbal se enfrentaron con un comercio de muebles de algarrobo. Estacionado en la puerta había un camión de succión de aguas residuales que era el vehículo mejor conservado de los que habían visto; el azul del chasis casi brillaba.
Ersatz se volvió y reconoció a la peluquería París. No tenía rejas. El taburete en el que se había sentado tantas veces en la adolescencia estaba ocupado por un gato de pelaje oscuro y grasoso. No sabía si muerto o vivo. En las persianas bajas de los otros negocios había grafitis con nombres y corazones. Pero ya ningún nombre lograba entenderse.
Ersatz les dijo a Silvina que si ahí no estaba el corazón del asentamiento Serenade no iba a estar cerca de la casa de sus padres. Agregó que se encontraban cerca de la iglesia, y del colegio donde había estudiado.
Manuel corrió hasta la esquina siguiente y negaba con la cabeza desde ahí, ofuscado porque no había ningún ser humano además de ellos.
Ersatz entró a la peluquería, apartando esqueletos de ratas con la punta de sus zapatillas. El gato abrió los ojos, de un color verde esmeralda, dio un salto y escapó. Ersatz se sentó en el taburete donde antiguamente se miraba al espejo en silencio, esperando que el peluquero hiciera su trabajo. Ahora el espejo estaba partido, pero había algo más… Se sobresaltó y llamó a los otros con urgencia.
Fuera, Manuel y Silvina se acercaron corriendo para mirar desde detrás de Ersatz el espejo de la peluquería.
En la pared de color crema reflejada en el espejo, arriba del sillón largo de espera, huían las inclinadas figuras musicales. Las tres corcheas, que primero vieron al revés, estaban pintadas con descuido. ¿Y ahora?
El sol empezaba a caer. Ersatz los convenció de doblar en la esquina. El camino que había visto tomar al gato era el que más rápido los dejaría en su casa.
A lo lejos resaltaba en el cielo la torre espacial de Interama. Ersatz les explicó que la estructura, de color ceniciento, formaba parte de un parque de diversiones abandonado que en los ochenta había tenido las montañas rusas más altas de Latinoamérica.
por Adrián Gastón Fares.
Seré Nada / Serenade. Todos los derechos reservados. Adrián Gastón Fares.
Si aún no lo han hecho, intérnense en el universo paraficticio, fantástico y espeluznante de LOS TENDEDEROS, libro de cuentos del argentino Adrián Gastón, que nos ofrece gratuitamente pinchando aquí.
No se arrepentirán, es más, como sangre para vampiro, pedirán otros…
Una breve reseña de los relatos del 10 al 18:
MADRASTRA (Page 43): repetido como un mantra “Si uno llega, el otro parte“, relata la angustiosa felicidad que trae el nacimiento, junto a la tristeza natural de la muerte, procesos rodeados en este caso por animalidad sanguínea y brutal, y un ambiente de educación y profesorado… Desestabilizador.
EL ANIMAL SUMERGIDO (Page 46): cuando se juntan divorcio, custodia compartida, orcas asesinas y sacrificio de animales, nada puede ser dulce, ni etéreo; en todo caso la nada, pero una nada con pesadumbre y dolor.
NO TE DEMORES (Page 49): una madre intenta salvar a su hija de una horda de seres extraños, que quieren a la niña con intenciones entre místicas y perversas, no del todo claras, pero parece que las prisas añaden la tensión necesaria para que todo sea una huida desesperada. “Donde no puedan amar, no se demoren“. Nervioso frenesí.
LA MUJER QUE CONOCIMOS (Page 52): brujería y sexualidad pegajosa en una historia donde el tabú y el engaño juegan su papel, y también el incesto, y los deseos ocultos de jornadas de trabajo físico y mental, con toques caribeños y animalidad femenina por doquier.
LA ZOMBIADA (Page 55): en tono de comedia Gastón describe un mundo donde el zombi es normalizado, y en su crítica, a un mundo cada vez mas zombi, se auto parodia incluyéndose en el relato para “culparse” a uno mismo de lo “muerto-en-vida” que podemos llegar a estar. A la par, se adelanta en el tiempo al último film de Jim Jarmusch, The dead don’t die (2019).
LA NENA DE LOS VELORIOS (Page 60): unas sencillas lentillas, en apariencia para solucionar problemas de visión y adaptación al medio en que vivimos, pueden convertirse en el terror cotidiano de la No Inclusión, desvirtuar el día a día y hacernos sufrir más de la cuenta, tanto por lo que, en este caso, vemos, como por lo que ya no veremos más.
MUERTOS QUE GRITAN (Page 65): impregnado del universo de Tim Burton en Bitelchus (1988), la vida ordinaria de unos No Muertos se desarrolla como la de los vivos, con sus apreciaciones y rituales en la rutina diaria: “La verdad es rápida. Transitarla, no. Ni siquiera para un fantasma“, humor negro elevado a varias potencias.
LA MÁS BUENA (Page 72): en este relato lo que provoca desconcierto es no saber, no saber aún, o saber que no se va a saber nunca, la identidad sexual de alguien. En tiempos de abuso de las llamadas “normalizaciones” el autor opta por el desconcierto, no exento de misterio y encanto.
DE HOTELES BARATOS (Page 76): aquí el autor, no se oculta de sus lectores, desnuda parte de su biografía para mostrar como el imaginario cinematográfico le salva del “silencio”, y del pánico mental que esa ausencia puede llegar a provocarle y provocarnos. Gracias Gastón por incluirte e informarnos de nuestros miedos desde dentro. Pero no todo es negativo, el personaje-autor llega en ese buceo a los símbolos, y reflexiona para nosotros: “Lo único que equilibra nuestras intenciones con la fuerza de la naturaleza son los símbolos. Eso es hermoso, pensaba Gastón” . Una de las muchas reflexiones profundas y de interés que tiene la escritura de Adrián Gastón.