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El nombre del pueblo. El cansancio de las ballenas. 8. Final.

…Pero creo que fue así como en verdad ocurrió lo demás:

Mi hermano fue visto por don Trefe, el dependiente bajaba la persiana de su negocio cuando lo vio pasar con la mirada perdida y una carretilla vacía.

También por Kaufman, que sentado en un bar tomaba el primer trago de la noche y se extraño al ver la expresión rígida de su antiguo empleado. Me comentó que parecía un sonámbulo con una misión que cumplir.

Hay muchos otros que dicen ahora que lo vieron; yo no les creo, me parece que engañan a sus nietos al inventar que fueron testigos del bautizo de este pueblo.

El diario deja claro que nunca iba a permitir que nadie viese su cuerpo sin vida. Cuando decidió matarse, recordó las cosas que contaban sobre el cuerpo de mi madre. Entonces se acordó del ancla y también del nombre que había pensado para el pueblo.

Es un misterio cómo hizo para empujar la carretilla con el ancla hasta la punta de la casi interminable escollera que denominamos Lengua. ¿Qué otra persona que no estuviese dominada por un espíritu conmovido habría podido siquiera moverla de ahí?

Al llegar, rodeó su torso con la cadena del ancla y arrojó la carretilla al vació. Desde un bote dos pescadores, que como había mejorado un poco el tiempo trabajaban cuando un ventarrón los había acercado peligrosamente a la escollera, lo vieron caer. Reconocieron a mi hermano, lograron alejarse de las piedras, y al ganar la playa fueron a la comisaría a contarle a Falcón.

Después, los seguidores de Schlieman denunciaron que nunca habían encontrado el cuerpo, que los dos pescadores, borrachos a esa hora, no eran buenos testigos, que mi hermano podía no ser el inventor del nombre del pueblo. Hasta dijeron que yo había encargado el asesinato de mi hermano y lo tapaba con la historia del suicidio.

Algunos hechos no pueden negarse.

¿Dónde fue a parar el ancla del humilladero?

¿Quién escribió la palabra que ahora repetimos para referirnos a nuestro pueblo?

Quién si no mi hermano era el más adecuado para expresarse de este modo.

La palabra, lo irrefutable, la palabra encontrada en nuestro incompleto cartel de bienvenida, escrita en la madera con el azul de las piedras marinas del cantero que, humedecidas por la continua lluvia, sirvieron de pluma al verdadero fundador de nuestro pueblo.

Y así es como venimos a llamarnos DESESPERACIÓN.

FIN.

Adrián Gastón Fares.

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Suerte al zombi. Novela completa. Índice.

 

Sobre el autor:

Escritor y Guionista. Director y Productor de Cine.

Bio:

Fares, Adrián Gastón (28 de octubre de 1977, Buenos Aires, Argentina) Egresado de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires. Creció en Lanús Oeste, Buenos Aires, donde escribió su primer novela influenciada por el cine y el terror fantástico: ¡Suerte al zombi!
Luego fue crítico de cine de la pionera revista online Cineismo y fue seleccionado para una Clínica de Obra literaria en la Universidad de Buenos Aires por su novela corta El sabañon. Esta novela inauguró un blog de cuentos, notas y poemas que lleva más de doce años en línea, primero llamado El sabanón y luego adriangastonfares.com
En 2016 fue seleccionado por su guión de película, Las órdenes, para el Laboratorio Internacional de Guión (Labguión, Programa Ibermedia)
Escribió Gualicho (Walicho), que ganó el concurso Internacional de Cine Fantástico Blood Window Película de Ficción INCAA, con un jurado conformado por los directores de los festivales de Sitges, San Sebastián y periodistas de medios como SeriesMania y Variety. Acaba de desarrollar su segundo guión de película de terror fantástico llamada El señor del tiempo (Mr. Time)

También es reconocido por crear y dirigir el cortometraje de terror Motorhome, Entre nosotros, y ser el guionista, productor y director (junto a Leo Rosales) de la película rockumental argentina Mundo tributo. Este film fue programado en festivales de cine de todo el mundo (México, Brasil, Colombia, EEUU, Francia, España, India, Chile, Argentina) y adquirido y exhibido por Cine.ar, Canal Encuentro, In Edit, Mtv Brasil, entre otros medios.

Por otro lado, Adrián tiene pérdida de audición, sordera de origen congénito, tratada con audífonos.

Más información sobre su actividad cinematográfica:

http://www.corsofilms.com/press

 

El nombre del pueblo. El pueblo. 14. Fin de la Primera Parte.

Juan iba por un camino de tierra que conducía a la playa cuando se cruzó con don Isidoro. El pescador caminaba con una caña en una mano y un balde en la otra. Don Isidoro, nacido en el mar, el día de su quincuagésimo cumpleaños decidió no embarcarse nunca más y pescar por su cuenta en la escollera.

—No está su hermano… No hay peces —comentó sonriendo mientras le mostraba el balde vacío. Le preguntó si Miguel estaba enfermo. Juan negó con la cabeza y siguió caminando — ¿Viene a ver los restos del barco?

Juan sonrió y siguió caminando hacia el médano. Ya arriba vio cómo las maderas eran lamidas por el agua en la casi desierta playa.

por Adrián Gastón Fares.

 

Suerte al zombi. 47. Epílogo.

47. FIN.

En una ruta desierta dos jóvenes estaban haciendo dedo. La bola que era el sol se veía nítida sobre sus cabezas, aprisionada en el azul. La temperatura era elevada, la mayor de todo aquel largo verano.

Mejor dicho, sólo uno de ellos estaba haciendo dedo, levantando su pulgar, mientras el otro fingía que orinaba contra un pequeño árbol a un costado del asfalto. Los jóvenes vestían pantalones deshilachados y remeras descoloridas. El que hacía dedo era más alto que el que orinaba y tenía entre sus piernas un portafolio marrón, el único equipaje que los dos parecían llevar.

El que estaba orinando terminó de hacerlo y se subió el cierre mientras ponía cara de alivio.

—¡Qué meada me mandé!

El joven alto siguió pensativo, haciendo dedo a inexistentes autos conducidos por invisibles conductores. El que era bajo, miraba los yuyos con desconfianza y no se decidía a sentarse sobre una piedra. De repente, una forma empezó a perfilarse en la línea gris.

Era un Chevrolet 68’ rojo, sucio y oxidado. El joven alto alargó su dedo gordo en una posición erecta imposible para un ser humano y empezó a rezar para que el auto se detuviera. El otro joven se acercó. Los dos bajaron la cabeza, como si el sol les molestara, para que el conductor no vea sus caras y acelere.

—¡Por Dios que pare!—dijo el que estaba con el dedo levantado.

El coche no aminoró la velocidad; pasó soplando los flecos de sus ropas. Torcieron sus cabezas para seguirlo:

— ¡Hijo de putaaaa!— gritaron.

Vieron que frenaba más adelante y retrocedía.

Se detuvo al lado de los jóvenes y una voz grave, tranquila, proveniente de la ventanilla baja del acompañante se esparció.

—Hola, chicos.

—¡Hola, señor!—corearon.

—¿Van para Catamarca?

—Es nuestro destino—contestó el joven más alto.

Silencio. Una pistola asomó por la ventanilla del acompañante, empuñada por una mano velluda.

—Cómo el destino de ustedes es mi destino, les aviso que si tratan de joder el mío les hago mierda el de ustedes en un abrir y cerrar de ojos.

—¡No va a haber problemas, señor!—contestó el más bajo mientras sonreía.

—Somos de buena familia—dijo el de piernas largas.

La mano con la pistola desapareció. Luego, la mano levantó la traba de la puerta trasera.

—Bueno… me gusta charlar con algunos mientras manejo por esta ruta chota. ¡Suban! ¡Los dos atrás!—demandó la voz gruesa que salía del interior.

El joven bajo miró al alto y sonrió.

—¿Estás seguro, Chula?

—Sí, tenemos que resolver los dos juntos un temita ahí.

—¿No serán trolos ustedes dos, no?—inquirió la voz dentro del auto—. No me gusta hablar con maricas.

—Morimos por las mujeres—dijo Olga.

Ya adentro del auto, el conductor se dio vuelta. Era un viejo. Sucio. Sin afeitar. Sus legañosos ojos brillaban.

Chula acomodó el portafolio entre sus piernas.

—Cuando lleguemos los voy a llevar a un lugar especial, es en un pueblito alejado de la ciudad, una de las chicas tiene tres tetas. ¡Un caso entre miles!—. Esperó escuchar la risa de los jóvenes que nunca llegó— ¡Tres hermosos pezones para chupar, uno al ladito del otro!

Los jóvenes sonrieron. El viejo enarcó las cejas al mirarlos nuevamente por el espejo.

¡Qué mal que estaban!

Sin embargo, el aspecto de los muchachos no llegó a impresionarlo ya que, debido a la sangre que habían derramado en los últimos meses, habían recuperado mucho del color y brillo de cuando estaban vivos.

Muchos asesinos —rateros que robaban camperas— habían gritado con ellos y también habían mandado a más de una docena de políticos al infierno; sin embargo, no habían podido encontrar a los asesinos de Luis ni a los del fotógrafo, tampoco a los de la Embajada. Entonces, decidieron probar en Catamarca.

—¿Saben lo que me gusta de ustedes, chicos?

Los jóvenes no contestaron, estaban pensando en la experiencia que habían ganado en los últimos días y lo que tenían planificado para Catamarca.

—¡Que tienen tanta vida por delante!

El conductor apretó el acelerador aún más y el auto bramó, hundiendo los neumáticos en el asfalto, tragando más marcas amarillas y dejando una larga marca negra en el pavimento.

FIN.

SUERTE AL ZOMBI, novela, por Adrián Gastón Fares.