
Hace unos años empecé con esta trama. Iba a ser un relato largo de ciencia ficción y aventuras, con varios protagonistas que eran enviados a un mundo paralelo, donde el protagonista iba viviendo situaciones que tenían que ver con la historia del mundo, como si hubiera algo programado que hiciera que cualquiera en determinado camino para llegar a una meta debiera pasar por estos escalones y desatar estos nudos argumentales. En el medio habría traiciones y pérdidas terribles. Quería escribir algo de aventuras un poco dark. La cosa es que para esa época la tarea era demasiado. Me la pasaba corriendo de aquí para allá entregando cochecitos de bebé al correo en mi trabajo, y mi mente estaba luchando contra la tristeza de una ruptura, y a la vez, apuntando de vuelta al cine, desafiándolo.
Fueron momentos difíciles para mí y esta trama quedó frenada. En vez de seguirla, retomé la escritura de cuentos, desarrollé tres proyectos de largometrajes (o cuatro, mejor dicho, sin contar una serie de tv ), reescribí la novela Intransparente y luego hice lo mismo con otra más corta, El nombre del pueblo.
Hace unos días un conocido me contó que se había devorado El nombre del pueblo (que no está editada) de principio a fin en una noche. La trama de esa novela de misterio es bastante inquietante.
Aquí publico hasta donde llegué con este relato largo, entonces, que puede llamarse La máquina de hacer llover universos.
Por Adrián Gastón Fares
I
El concepto de evolución que en nuestro planeta mejoró un naturalista inglés en Mingus era religión. La conciencia había evolucionado y las almas eran los dioses. Como si fluyera sangre por las venas y las arterias de nuestro pasado mitológico. Los enemigos son eternos. Los amigos también. Las guerras invisibles son moneda corriente. Si encuentra el camino, o si la encuentran, el alma retorna al clan familiar. Ya sea para ayudar. O para vengarse.
II
A los veinticinco se mudó a vivir solo. Cruzaron en colectivo la Villa, como otras veces, pero ésta sería para no volver. Su madre le compró algunos víveres y luego desapareció. Duraron unos cuantos días. Flaco y alto, mucho no comía. Lo que ganaría como administrativo en un sindicato le permitiría pagar las expensas e invertir en su colección de soldados de plomo. Si permitía, como querían, que sus padres le pagaran sus gastos, terminaría como su hermano mayor: en la vereda de un edificio, después de intentar volar por los aires.
El día después de la mudanza era sábado y no tenía nada que hacer. Encontró en el alféizar de la ventana a una lagartija que después resultó ser un camaleón. A algún vecino se le habría escapado. Compró una jaula para el animal.
En esa época dominaban la Confederación los Altamiranos. Al principio defendían a los animales y una noche lograron liberar a una jirafa, a los elefantes y a dos monos del zoológico. Su perfil en la red social explotó. Se organizaron como partido. Dos años después controlaban con dinero a las fuerzas armadas y degollaban al presidente en una plaza. Marquita, que luego sería vocera en la Primera Junta, observaba el asesinato con el mono en brazos. Llovía.
Pronto las calles fueron controladas por perros mecánicos. Podían volar. Eran como murciélagos. Los hacían de diferentes razas.
Uno de estos perros, un desertor, modificado en su software original, fue el que me visitó la mañana del viernes 29 de agosto.
III
Soltó la puerta, que se fue cerrando a sus espaldas mientras me buscaba con su mirada. Luego caminó con las alas caídas entre las filas de relojes antiguos. Se detuvo y levantó lentamente la cabeza hasta clavarme la mirada. Extendió el brazo metálico y abrió la palma de la mano. Un reloj de muñeca circular y negro. Partido. Una nube verde de olor pútrido ascendió en el aire y desapareció.
—Cómo te llamás?
—Héctor.
Le señalé el camino con la mano.
—Sentate en esa silla, Héctor.
Apesadumbrado, arrastró sus alas negras y se sentó.
—Cómo se llamaba el dueño del reloj?
—nAn
—Es un relator.
—Así es, señor.
—¿Hay que descifrarlo o sólo ponerlo en marcha?
—Descifrarlo. ¿En cuánto tiempo puedo venir a buscar la transcripción?
—En una semana tenés el presupuesto. El trabajo puede llevarme dos meses.
—nAn le va a pagar.
—¿Dónde está nAn?
—Perdido, señor. Con su transcripción, espero encontrarlo, y entonces él en persona va a venir a pagarle. Tiene mucha plata, nAn. Gracias al experimento. Debería saberlo.
—Yo no sé nada.
—Debería, señor—. Me dirigió una mirada de reproche.
Agarró el recibo que le extendí por el reloj, me dio la espalda y apuntó hacia la puerta.
Ni bien salió me puse a trabajar. Para reparar estos relojes de grafeno, sólo se necesita una contraseña que nosotros sabemos. Son irrompibles pero simulan romperse en situaciones justificadas. Dicha la contraseña, el reloj se recompuso y tosió. Estos bichos pueden reconocer la temperatura y la humedad. La última grabación era el 11 de diciembre de 3012b. La b minúscula indicaba que fue grabada en un mundo paralelo y es un signo que sólo reconocemos los iniciados.
No sé porqué, me limpié la garganta antes de decir:
—Quiero escucharlo.
La voz de mujer del programa relator, contralto, comenzó:
Atardecer. nAn camina por un sendero entre cardos y arbustos. Primero se saca el yelmo, luego dejar caer la capa con la cruz roja y por último la túnica blanca. Clava la lanza en el piso. Una liebre corre entre los árboles. No tolera más Mingus. Pide a los Inventores, a través del comunicador, que lo devuelvan a la Confederación de las Islas. Nadie responde. Sus pulsaciones suben. Llega al tronco y se sienta. Escribe un nombre con un cuchillo en la corteza. No puedo descifrarlo. Llora. Recomiendo que tome las pastillas que los inventores sumaron al kit de primeros auxilios. Deficiencia de serotonina. Come tres dátiles que tiene en su bolso. En el final del camino brilla el agua de un río. Ya en él, se agacha y bebe. Las pulsaciones suben más. Está mirando su reflejo en el agua. Cae. Pronto cesará mi relato. En el fondo del agua hay una puerta. Carcaza partida. Adiós mundo cruel, como dirían. El agua está envenenada.
Dije con vos firme:
—Quiero escucharlo otra vez. Esta vez lento por favor.
Comencé a transcribir a la relatora.
IV
Aunque algunos transcriptores trabajan de manera aleatoria, yo soy ordenado. Hay que empezar desde el principio, en cualquier disciplina y suceso de la vida el comienzo es lo más importante. Los iniciados trabajamos con el tiempo, otra forma de abordar la transcripción sería una falta de respeto. Nótese que la palabra iniciado sugiere un proceso puesto en marcha… Y aquí estaba yo frente a Bob, la mano robótica en mi mesa de trabajo que ya había levantado el reloj y lo sostenía frente a mi nariz. El relato iba a tener una connotación que me gustaba. El reloj había sido cargado con una relatora de gustos literarios anticuados: Tao Te King, Voltaire, Maquiavelo, Machen, Russell, Emerson. En las etiquetas también decía: vieja chusma, peluquera, maestra. Prendí mi pipa electrónica, exhalé el humo con sabor a mango, y dije: Prólogo, por favor.
A esa hora donde la desesperación y el cansancio del día transcurrido y la esperanza del día siguiente comienzan a llegar en oleajes programados y sucesivos que sumergen al cerebro humano en la indiferencia que le permite descansar, nAn, nuestro querido amigo, sale de su edificio y se dirige al restaurante de la esquina. La cita es con un periodista cordobés. nAn escribió un artículo que publicó en su blog en Internet sobre Baigorri Velar, el confederacionista que decía tener el poder de hacer llover. Con esto atrajo la atención de los fanáticos de los inventores de maravillas, la new age, la masonería, las fiestas agrarias, los hacedores de lluvia, entre otras entidades. En la entrevista con el periodista Chiquichuan dejó en claro que lo único que sabía del tema lo había volcado en el cuento. El periodista, desalentando por la falta de información sobre el hacedor de lluvia en sus búsquedas, preguntó si sabía dónde estaba la máquina. Sorprendido, nAn respondió, siguiéndole el apunte, que era imposible saberlo. Quería desentenderse del tema. Sólo era un cuento basado en una historia real que había ocurrido en el marco de un trabajo práctico mientras estudiaba cine. nAn era idealista, como su maestra de Reiki le había señalado, vivía en las copas de los árboles, y que cada tanto bajara a buscar algún alimento a la tierra, no lo independizaba de la angustiosa tarea de verlo todo desde arriba. Por lo tanto, a ese idealismo cocotero le convenía las historias donde un grupo formado por integrantes de los dos sexos emprende una aventura en que cada uno termina descubriendo su verdadero yo como si se tratara de clavar un dardo en el centro de un tablero suspendido en otro centro: el del universo. ¿Y si no hay centro? ¿Y si nuestra tarea es construir los tableros? Preguntas que lanzó al aire en Gerona el excelentísimo Olen.
Que nAn negara envolverse más con la historia de Baigorri era un extremismo: su idealismo cruzaba la línea del escepticismo y ahí, por instinto de conservación, se quedaba. Con la cabeza mirando hacia atrás, como quien mira un coche que pasó rápido ocupado por alguien que le pareció conocido. Y de la mano de un difuminado fantasma que le tiraba hacia delante…
No es por criticar, pero nAn nos contó que a veces se paraba frente a sus soldaditos de plomo, confiriendo facciones imaginarias a esas caras romas y lustrosas, y les encomendaba diversas aventuras a realizar durante la noche. A la mañana siguiente comprobaba que estuvieran todos los muñecos en su lugar. Un día había faltado uno. Observó con recelo al camaleón inmóvil en su jaula. Así terminaba su idealismo.
La semana siguiente de la entrevista en el restaurante nuestro querido nAn recibe una llamada de un personaje de voz aletargada, como si estuviera bajo los efectos de alguna droga potente pero esquiva. El personaje se hace llamar Rey de Rocanrol. El rey de roncanrol guarda un secreto importante.
La máquina de hacer llover estaba abandonada en un galpón en Gerona. Este lugar queda en España, doce o trece horas al oeste de Confederación de las Islas. El Rey del Rocanrol lo invitaba con pasaje pago a Gerona con el objeto de salvar a la fabulosa máquina de la destrucción definitiva, programada por uno de sus compañeros del colegio Marista, Olen Huelen. No indicó las razones por las que nAn era requerido para el salvataje. Pensando que es una estafa, nAn cuelga el teléfono.
El día siguiente nAn es interceptado por una camioneta negra, cuya ventanilla expulsa una cabeza masculina de melena rubia y enrulada, con un tatuaje en el cuello, que pregunta por una dirección. A nAn le suena como la calle de otra isla. La puerta trasera del vehículo se abre y nAn es obligado, por un humano delgado y sin cabellera alguna, a subir al vehículo, donde queda atrapado entre este humano y otro de mayor edad y vestimenta y peinado símil Elvis. El Rey del roncarol le explica la situación: viajará urgente con él a Gerona para investigar a la máquina del ingeniero Baigorri y prestarse a un experimento. Intenta negarse pero recibe un culatazo en la cabeza.