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Yo que nunca fui, soy. Sexta parte.

Intervalo (o tal vez final)

Puede ser que el destino de un árbol sea no saber que tiene raíces

Puede ser que la vida de un pájaro sea no saber que tiene alas

O la de un pez nadar sin conocer sus aletas ni el agua en la que nada

Puede ser que las cucarachas no sepan que tienen antenas

Y los murciélagos soñar boca abajo sin saber que tienen las patas cruzadas

Puede ser que una hormiga no sepa que existe el hormiguero

Y que una abeja ronde una flor sin saber que es una flor

Lo que no puede ser es que los seres humanos

Tengan que desconocer los sustantivos que los describen

Para caer en viejas telarañas sin radio ni centro

No podemos dejar que nos escondan las palabras que nos nombran

Que nos giren el tablero

Cada vez que nos aproximamos a nuestras verdades

Cuanto tiempo un hombre tiene que ver cómo le cambian el arco de lugar?

Cuanto tiempo hay que empujar la mentira hasta que caiga en el precipicio de la verdad

Yo vi los cuerpos en el piso

Yo vi la sangre en la pared

Vi el fuego que quema tu asiento

Y de gritar justicia y verdad bajo el agua me quede ronco

Nosotros que tenemos en el cuerpo la marca de las pezuñas de nuestras mascotas muertas

Esa desgastada V

Nosotros que tenemos pesadillas en las que somos rechazados hasta el principio

De los tiempos

Venimos

Con humildad

A darlo vuelta todo

Yo que nunca fui, soy

Ella que nunca era, es

El que nunca pensó, piensa

La que nunca habló, habla

La que no podía, puede

Y puede más que vos

Ellos que nunca iban a crecer, crecieron

Y crecieron más que ustedes

Nunca nos dijeron te íbamos a esconder las cosas para que no las encuentres

Nunca nos dijeron te íbamos a esconder la verdad para cuidarte

Para que no sufras

Y nunca se imaginaron que la íbamos a descubrir solos

Gracias a la señora Olga y a la señora Temple

Gracias a una chica que nos vino a buscar desde lejos

La noche que pasaban la película de nuestras vidas

Y cortaron la luz de toda la avenida

Para que nuestros ojos se acostumbren a la oscuridad

Esa oscuridad que iba a seguir creciendo hasta volverse un obelisco negro

Que nos pinchó el cielo de fuegos artificiales

Y encima nos llevaron en helicóptero para ver el agujero que iba a quedar

Por ahí vimos tu planeta falso

Tu asociación de versos célebres

Nosotros que siempre nos hamacamos

Que esperamos nuestro vaso de plástico de café en puntas de pie

Nosotros que nos hicieron pasar por ciegos de amor

Por hijos de la dictadura de la sordera

Nosotras que siempre estamos listas para una fiesta que nunca empieza

Nosotros que escribimos el escuchar de los escuchares

Gigantes perseguidos por gigantes que ya son más bajos que nosotros

Nosotras que nunca nos inscribieron

A nosotros que nos salva el juego triste y solitario de escribir con inocencia palabras letales

Nosotras que nacimos con dedo de revolver y fuimos ametralladas por un manojo de signos

Nosotros que esperábamos amor y obtuvimos burla y silencio

Nosotros que estábamos llenos de cosas que nos hacen ruido

Nosotros que rondamos la dicha

Y ya probamos que no necesitamos nada

Los ascéticos de la nueva era

Las desinteresadas de los intereses restringidos

Rígidas

Durangas

Forrest Gumps sin zapatillas

Maléficas sin Disney Plus

Yo que nunca fui, soy. Cuarta parte.

No tuvimos padre, no tuvimos madre. Somos nuestros padres, somos nuestras madres. Somos madres de nuestros padres, padres de nuestras madres. Alejaron a nuestros hermanos, alejaron a nuestras hermanas. En sus escrituras aparecen como los malos. ¿Quiénes son los malos? ¿Quién se atreve a escribir eso? ¿Quién se atreve a individualizar la maldad? A decir que es una cara. Que es una calavera. ¿Quién es el dueño de la calavera? ¿Quién es la dueña de la calavera?

Los sumos sacerdotes, los escribas, ¿quiénes son? Nos marcaron de nacimiento, nuestra partida de nacimiento está marcada. Nos siguieron toda la vida para ver qué pasaba con nosotros. Se ubicaron frente a nosotras, se ubicaron frente a nosotros. Ellos sabían y nosotros no. Ellas sabían y nosotros no. Nos lo ocultaron. Nos mintieron.

Nos vieron volar de chicos, nos vieron arañar el salpicado de las paredes, sabían que podíamos volar, nosotros lo olvidamos, olvidamos cómo hacer para flotar en nuestros claustros. Cuidaron de nosotros monjas hasta que decidieron que la beneficencia no era lo mejor. Jugábamos en el recreo del modelo demonológico. Trabajamos en las oficinas del modelo organicista. Los otros modelos aplicados a los seres diferentes nunca fueron para nosotros, nunca los aplicaron con nosotros.

Somos invisibles. Nunca nos vieron, nunca nos anotaron, perdieron nuestros registros, olvidaron nuestros hechos, borraron nuestras historias, las ocultaron, las intercambiaron, las barajaron, las apilaron y luego las vendieron en un lote de libros usados. Los médicos pasaron sus secretos, las parteras no podían creer lo que hacían. No podían contar en sus casas lo que veían. Nadie les creía. Como a nosotras. Como a nosotros.

Soy un esqueleto sordo de la sierra de Atapuerca. Soy el fantasma de una epiléptica exorcizada. Largo espuma por la boca. Mi espuma son los mares en los que se bañan los hijos de los escribas. Las hijas de los sumos sacerdotes se bañan en mi espuma.

En 2006, pedimos limosna hasta que con ella financiaron una convención para nosotros que nunca tuvo peso, que nunca se leyó, un papel más, una ley más entre tantas leyes transparentes, invisibles como nosotros. Viajamos a Nueva York, escuchamos el nuevo sermón, escuchamos a los predicadores de nuestra condición que no tenían nuestra condición. Con la excusa de ayudarse a ellos mismos, inventaron organismos para ayudarnos a nosotros. No emplearon a seres como nosotros en esos organismos, no sirvieron, son pantallas para quedar bien. Otro mail vacío. Otro cuento del tío. Cuando pedimos ayuda, nos atrapan en esas redes y nos dejan solos en el muelle. A veces decimos que antes era mejor, en 1784, en el Santa Catalina éramos por lo menos sirvientes. Nos sentíamos útiles, teníamos algo para hacer. Nos miraban con lástima por lo menos pero nos miraban. Nos llamaban con palabras reales, como maníacos, como retrasados mentales, como graciosos y raros. Intentamos hablar pero nos daba vergüenza. Se reían de nuestra voz. Nos callamos. Aprendimos la lengua de señas. Aprendimos a leer los labios. Fuimos mudos. Fuimos ciegos. Aprendimos a no escuchar. Aprendimos a no mirar. El que quiera oír que oiga. El que quiera mirar que mire.

Para restituir el vuelo, aprendimos la matemática, aprendimos la tornería. Era mejor antes porque para luchar aprendimos a fundir metales, aprendimos a afilar piedras y a usar los yuyos para atarlas a un palo. Aprendimos a hacer sogas. Algunos usaron esas sogas para volar otra vez. Volaron, dijeron. Se nos fueron. Terminaron como sabían que iban a terminar.

Somos los hijos de la polio, somos las hijas de la polio. Somos viejos, somos jóvenes, somos adolescentes, somos niños, somos niñas, somos adultos, somos cadáveres, somos fetos en frascos y desde ahí cantamos nuestras canciones de revancha con violines desafinados. Tenemos un certificado que no sirve y que prendimos fuego en la parrilla. Se viaja más rápido con la imaginación que en colectivo, nos decimos. Leíamos a Burroughs; amanecía en la espera de viejos hospitales de la ciudad de Buenos Aires. Desfilábamos entre pasillos con vistas a silla de ruedas y cuerpos vendados.

Nos sacamos el chipote chillón en las máquinas de juguetes. Es como nuestro martillo de Thor. Aúlla como un mono. No nos dimos cuenta de que el chiste era golpear en la cabeza con el chipote chillón del mono a medio mundo para que se acordaran de que existimos. Nos olvidamos. Pensamos que iba a ser fácil. Pensamos que nos iban a comprender antes de preguntarnos si queríamos ser comprendidos. Si nos convenía ser comprendidos. Si era necesario ser comprendidos. Porque es más fácil luchar que buscar la comprensión, es más fácil escalar montañas, es más fácil ganar olimpíadas para sostener el fuego. Estallamos. Combustión espontánea.

Nos convertimos en nuestras propias estrellas. Creamos nuestro universo, una nueva órbita de la que estamos tratando de alejar todo lo dañino, todo lo innecesario, todos los paradigmas feos, todo lo maligno, toda la hipocresía. No nos quedo otra que convertirnos en soles. Crear nuevas órbitas.

No nos quedó otra que crear sucedáneos alados, mosquitos gigantes de alas tornasoladas. Sabemos cómo pegárselos en las espaldas a los que juegan con nosotros. Sabemos cómo hacer que los lleven arriba sin sospecharlo. Nunca los ven. No adivinan que los tienen agazapados ahí. Nuestros bichos raros escuchan todo, lo ven todo y nos lo mandan a nuestras antenas. Nuestros bichos raros tuercen las órbitas que no nos favorecen.

Al principio no funcionaban porque no creíamos en los bichos raros. No teníamos fe. Pero cuando tuvimos fe, las imágenes empezaron a llegar. Les devolvimos el rechinar de dientes pero no nos gusta reírnos de eso. No nos gusta usar a nuestros bichos mansos para eso. A veces no nos queda otra. Tenemos una responsabilidad con nuestra especie sin nombre. Ellos aplican sus protocolos, nosotros aplicamos los nuestros. No siempre nos quedamos cruzados de brazos.

Quisieron institucionalizarnos, quisieron violarnos, quisieron matarnos. Fue demasiado. Aguantamos todo eso pero cuando se burlaron de nosotros, cuando jugaron con nuestras creaciones y quisieron raptar a nuestros hermanos, raptar a nuestras hermanas con promesas falsas, reaccionamos.

Reaccionamos y nos dijeron vení que te vamos a ayudar, vení que te vamos a llevar de la mano, con nosotros vas a poder. Fuimos y abusaron de nosotros. Fuimos y nos llevaron de la mano hasta un volcán. Nos arrojaron a La Sima. Aprendimos a respirar el aire tóxico. Nuestros pulmones se adaptaron pero la energía necesaria para volver a generar alas se fue en eso.

¿Y entonces qué?

Yo que nunca fui, soy. Tercera parte.

Con tristeza entendemos que nosotras recibimos los golpes, las bromas, las burlas. Es porque los alegra, porque eso los libera como a nosotras patear una puerta. No pueden crear belleza y es lo único que les queda, no pueden apreciar la belleza y es lo único que les queda dejarnos un arma descargada para que la usemos en la desesperación.

Hay que patear más puertas para ver lo que sienten ellos cuando nos denigran con su insensibilidad, cuando nos usan. Lo que sale, lo que flota después de golpear una puerta es eso que ellos sienten después de usarnos a gusto.

Nunca desquitárselas con humanos porque vamos a caer tan bajo como ellos y nosotros ya no somos humanos. Dejamos atrás ese paradigma. Buscamos otros. Encontramos otros. Aparecieron otros.

Algunos trashúmanos, decimos, porque usamos aparatos, porque sin la tecnología no veríamos, porque sin la tecnología no caminaríamos, porque sin la tecnología no oiríamos. Sin la tecnología no tendríamos tacto, no podríamos acariciar por última vez el hocico de nuestro perro muerto. Aunque nosotros somos conscientes de la paradoja de que tal vez la tecnología no funciona, de que tal vez con ese guante que desarrollaron nos imaginamos que tocamos, nos liberamos de las ataduras que no nos permiten sentir más allá de nuestro cuerpo y es eso y no lo otro.

Y cuando acariciamos a nuestro perro en vida, otra deva, los ojos nos brillan como antes de que nos arrojaran al vacío, como antes de que nos hicieran ver la negrura de La Sima, los que tienen los ojos abiertos y no ven nada, los que tienen los oídos perfectos y no escuchan nada, los que tienen las piernas bien y no caminan nada. Nunca los vamos a entender, nunca las vamos a entender. Nunca nos vamos a entender. ¿Para qué nos preocupamos? ¿Por qué nos afectan?

¿Por qué tenemos piedad? ¿Para qué la compasión?

¿Por qué no crear alas sintéticas, alas mecánicas, extensiones de nuestro cuerpos pegadas a nuestras espaldas? ¿Así no recuperaríamos las que teníamos? ¿No sentiriamos que podríamos volar aunque esos aparatos no funcionaran? ¿Aunque fuera una mentira?

Ya nos mintieron tanto.

Y nos cincelaron hombres de uñas largas, nos reprimieron, nos oprimieron, nos amedrentaron con sus paradigmas fáciles de caretas de fakir con un cuchillo clavado en la sobresaliente mejilla izquierda, con sus paradigmas de mil quinientos pesos la media hora, con sus paradigmas de ascensores y tronos de metales imprecisos, se elevaron ante nuestros ojos, se endiosaron, nos miraron con cautela y nos sacaron el brillo de los ojos, nos borraron la sonrisa, nos dejaron sin poder llegar al final de la página, nos dejaron sin atender a los llamados, nos invitaron a nuestra propia boda burlesca, con la correa ríspida en el cuello hasta el altar de las palomas sin pico, nos llenaron de lugares comunes: nos quitaron a nuestras mujeres, destruyeron a nuestros hombres.

Los echaron de sus trabajos de años, sus trabajos de toda la vida, y sabían que ninguna indemnización los iba a salvar, sabían que esa parte de su vida que era nuestra noche compartida, nuestros fines de semana compartidos, ni bien liberaran el cordel se iba a terminar también. Nuestros hombres se enfermaron, negaron con las cabezas hasta cavarse un agujero en el aire, se nos fueron yendo así como quien no quiere. Perdiendo la malafortuna que se habían ganado con tanto esfuerzo y sacrificio.

Con su sacrificio nos sacrificaron.

Nos enterraron en el pasado que vuelve una y otra vez para cambiarnos de tumba, bajarnos al nivel del suelo y cerrar la puerta de nuestro sepulcro salvaje de baldosas estalladas. A brindar entonces dijeron, a tomar nuestras cervezas artesanales, a entrechocar las copas repetidas en lugares todos iguales, lugares repetidos, no lugares y ya, al son del chan chan de Sultanes del Ritmo, al son de alegres gaitas engatusadoras que no molestan tanto nuestros sentidos como el punk sobrio que nos gustaba antes de ser concebidos.

¿Tenemos la llave? ¿Es verdad? ¿O la tienen ellos? ¿Quién aseguró entre nosotros que teníamos la llave? Que de un paso adelante. ¿Quién nos hizo comprar el libro sobre el imperio de los soles? Éramos chicos y en la cama y nos perdíamos con estatuas entre hierbajos que no sabíamos ni dónde quedaban.

Nos lo tiene que explicar y lo vamos a perdonar porque es parte nuestra perdonar. Es parte del ser de ojos rasgados, del paradigma de aquel hombre de ojos rasgados, de orejas puntiagudas, de lóbulos largos, del nacimiento sin lágrimas, lo seco que lo inunda todo, que lo rebalsa todo como la verdad sobre la mentira.

¿Por qué no lloramos al nacer? ¿No era más fácil que hacerlo después de grandes? Nacimos valientes ya, nos decimos, nacimos así, se ve. Tiene que ser eso. No somos magas. No somos magos.

Venimos del este y miramos hacia el este, nos prosternamos hacia el este sin saber por qué, como Ballard. Pero manipularon la bondad de nuestros hombres, la bondad de nuestras mujeres.

Y por más que no queramos hay un aire en el piso que nos gira hacia el este, es raro ver que nos fuimos girando solos en el piso, hacia donde sale el sol en esta tierra rancia, llena de narices que huelen.

Huelen el agrio de lo chamuscado que nos repiquetea en la nariz como el perfume abaratado de nuestros yoes, el aroma de acero recién fundido de collares de semillas que nos llega cuando estamos in, el tufo verdegris de la salvia, el picor de la hierbabuena negra salvadora de muelas, el olor a iniciación, a pintura acrílica de amarillo desramado con el que nos pintan, con el que nos visten y que pueden quitar a gusto cuando se les canta, una lechuza de cerámica menos en la colección, como una fotografía de perfil de estos tiempos, ellos que inventaron los caminos, ellos que pintaron las innecesarias señales modernas.

Ellos que bordean los portones de amarillo tiza para guiar a los camiones con seres como nosotros en contenedores hasta el interior enchapado de los estacionamientos en donde nos apilan. Tráfico nocturno ¿Dónde los llevan? ¿Dónde nos llevan?

¿Por qué resurgieron? ¿Cuándo resurgieron?

Ellos no son naturaleza, ellas no son naturaleza, se alejaron, la escupieron, se la bebieron, la enchastraron. Derriban los árboles, ofertan a las plantas y arrancan a los yuyos lindos, ellos deciden qué crece y que no. Son como soles inmaduros. Son como reflectores que ciegan nuestra capacidad de decisión con tantos gritos, tantas palabras, tantos empujones casuales, inventados y ya, tanto verso vacío, tanto General en sus cuadros, tanta mala junta. ¿Cómo se atrevieron a jugar con nosotros? ¿Cómo se atrevieron a jugar con nosotras?

Y nosotras con el poder del perro que es útil para las señales de lejanas huestes nunca aireadas, nunca cepilladas por los arqueólogos que temen maldiciones leves. Debemos renovarlo, tenemos que usarlo al poder, arrancarse las remeras y dirigir las palmas abiertas hacia el sol, levanten los cuellos orgullosamente y dejen caer hacia el costado sus cabezas, mientras miran a la cámara de refilón. Griten Correr. Griten Huir.

Todavía se puede volver al pasado y avisarnos a nosotros mismos de que esto iba a pasar. De que todo era un plan no cantado. Hay que concentrarse en los vértices de las paredes de nuestros dormitorios hasta que el cielo raso empieza a difuminarse, hasta que todo lo demás se difumina, hasta que el espacio tiempo se mezcla como nuestra proteína con las frutas en nuestras licuadoras de botones saltados. En el pasado tocarnos el hombro y susurrarnos al oído la verdad. O llamarnos a nosotras mismas al teléfono de nuestra antigua dirección y dejar sonar nuestra Familiar Canción y agregar otra solo conocida por nosotras. Soltarnos a nuestra doble el bretel para que nos detengamos en el momento justo a acomodarlo y nunca lo conozcamos. Nunca la conozcamos. Danzar con las mascotas bestias en futuras plazas sin pasto, donde vuela la tierra que entrecierra los ojos.

¿Y entonces?

Yo que nunca fui, soy. Segunda parte.

Somos naif, ingenuos, nos rebelamos meditando, nos rebelamos haciendo yoga, nos rebelamos haciendo arte, nos rebelamos pintando, nos rebelamos escribiendo, nos rebelamos escuchando trap, escuchando rock, escuchando el Ong Namo, viendo películas en la cama, nos rebelamos caminando adentro de nuestras casas de punta a punta, nos rebelamos bailando, nos rebelamos cayendo en las trampas que nos tienden para atraparnos una y otra vez.

El nombre de nuestros enemigos es ilegible. Algunas dicen que los deberíamos llamar psicópatas, otros dicen que es malicia, maldad, la gente mala, los malos, las malas, los que siempre fueron así y no serán de otra forma. Algunos dicen que nacen así, diferentes a nosotros y que hay que respetar esa diferencia que nos mata. Algunos dicen que es que sufrieron de chicos cosas terribles que los dejaron así. Pero no es está claro para nada. Saben permutarse, saben esconderse, saben hacerse pasar por nosotros. Saben hacerse pasar por nosotras. Saben hacerse pasar por víctimas y nosotras somos las víctimas. Nosotros somos las víctimas.

Sabemos que nuestra consciencia se desarrolló mirando las aguas no evaporadas, los charcos cristalinos antes de que todo se embarrara para siempre. Pero luego supimos volar. Y dicen que ellos o ellas se quedaron mirando ese reflejo más tiempo que el necesario y que así se hicieron psicópatas, así se hicieron sádicos, así fueron malignos, así crecieron en la desidia, en el desprecio, en nuestra estigmatización porque les damos tanto asco en el fondo que no lo aguantan. Tenían que destruirnos.

Ellos dicen maten a los lindos. Dicen maten a los inteligentes. Ellos dicen maten a las personas con discapacidad. No aguantamos ese tipo de belleza. No aguantamos tanta diferencia. Es peligroso para nosotros. Hay que eliminarlos. Ellos dicen maten a los idiotas. Son iguales que los inteligentes. Saben que el idiota es el más inteligente de todos.

Cuando no pudieron matarnos, nos hicieron pasar por violentos, nos hicieron pasar por agresivos, nos hicieron pasar por degenerados, nos hicieron pasar por lascivas, putas, fáciles. No entienden lo que hay de ingenuidad en nosotras.

Cuando no pueden matarnos, ella nos pega en las pelotas, nos pega en los huevos, le gusta dice, lo disfruta y quedan doliendo y luego les escribimos a otros para contarles que teníamos una ex novia que nos pegaba en los huevos. Y encima los otros no nos creen porque parece que está mal contar que somos débiles cuando salimos hombres y no mujeres.

Cuando mujeres y no pueden matarnos, él nos toca el culo de refilón, nos van amancebando así hasta ponernos los nervios a flor de piel, hasta que ya no sabemos qué está bien y qué está mal. Y siempre nosotras quedamos mal. Nosotras, cuando finalmente gritamos, saltamos, lo denunciamos, somos las agresivas, somos los peligrosos, somos las locas, las bipolares, las complicadas, los neuróticos, los artistas malditos, los artesanos de la nada. Las raras. Las coleccionistas de hojas muertas. Las lesbianas sin confesar.

Nos inventan un género, nos inventan un gusto sexual, nos inventan en las historias, nos inventan en las películas para usarnos a gustos y nosotras ya muertas no podemos ni decir qué nos gustaba, cuál era la verdad. Contar quiénes fuimos y quiénes no fuimos.

De la radio borraron nuestras canciones, ya no las escuchan, nos difamaron, nos alejaron, nos marginaron. Tuvimos que emigrar, tuvimos que viajar, tuvimos que irnos a países vecinos por decir pavadas en una entrevista, tuvimos que responder y dar la cara cuando los que realmente nos matan no la dan nunca, cuando los que producen la maldad están siempre ocultos detrás de computadoras o mirándonos con miradas altivas.

Cuando éramos más ingenuos todavía no usaban trampas para ratas, nos seducían con besos carnosos, besos franceses, con besos nunca dados, con distancias prudentes, con arremetidas irresponsables. Una vez que habíamos caído en la trampa, una vez que tuvieron nuestras alas en un ataúd negro, jugaban a pegárnoslas por un rato todos los domingos.

Cuando llorábamos, cuando estábamos empastillados de tristeza en polvo, nos enviaban a nuestras casas a hombres con túnicas blancas. Manosantas que nos tocaban la pija y nos decían a vos te gusta darla por atrás. Querían probar si éramos hombres, querían probar si éramos mujeres, querían darnos una lección, una lección que empieza cuando nos dejan un corazón de cerámica en una psicóloga griega que atiende enfrente de un centro espiritista y nos agachábamos para tomarla y no dijeron: alto. Puede ser peligroso. La superstición es nuestro problema. Lo fue y lo será. Cuando no nos pueden hacer mal abusando de nosotros, tocándonos, riéndose mientras disfrutan de nuestro dolor lo que hacen es señalarnos con cintas rojas.

Como cuando éramos hombres y mujeres serenos con bocas pegadas en Lanús y nos endiosaban y también nos odiaban. Lo que hacen es colgar San Jorges en la puerta, comprarse santos y ponerlos en hilera arriba del hogar de la casa. Usan a San Pantaleón, usan a la Virgen, usan a santos paganos, usan lo que pueden, hasta a brujas verdes que se ríen cuando suena el timbre y parece que se rieran de nosotros cuando somos adolescentes y nuestro día a día es volver del colegio en el asiento trasero del auto de nuestros padres. Siempre con el cogote medio estirado, casi con ganas de sacarlo de la ventanilla y que pase otro auto en dirección contraria y nos los corte. Así la sangre bulliría y tal vez se darían cuenta del mal que nos están haciendo mientras nos dan vuelta a la manzana una y otra vez con nuestros futuros empaquetados.

***

Abuela, abuela, bisabuelo, tía abuela, ¿qué nos hicieron? ¿por qué este nuestro destino? ¿no pueden ayudarnos? ¿dónde están? ¿están muertas de verdad? ¿idos de este mundo doloroso? ¿por qué no nos avisaron que iba a ser así? Tenían que saber. ¿Qué es lo que vieron en nosotros para ensañárselas de esa manera? ¿por qué fuimos tan estúpidos? ¿por qué no devolvimos los golpes en la escuela? ¿por qué poníamos las espaldas contra la pared? ¿por qué aguantábamos que nos apoyen los pibes que no nos gustaban? ¿para qué seducíamos si sabíamos que nos iban a cerrar la puerta e íbamos terminar encerradas en esa aula para toda la vida? ¿por qué se nos cayó una ventana? ¿por qué no recordamos nada de los días posteriores?

Somos una yunta de caballos y yeguas con estrés postraumático. Seguimos moviendo la cola y espantando a las moscas y eso es lo único que nos despega de la estampita del viaje de egresados. Nos sentimos vivos. Volvemos a caer en la trampa, hacemos arte, denunciamos, escribimos cosas que parecen fuertes y que nunca lo son, no lo suficiente para cambiar las cosas, es nuestro desquite, es nuestra manera de derribar lo que nos molesta.

Abrimos puertas del pasado, abrimos puerta de gente encerrada, serruchamos barrotes oxidados de celdas de presos y presas, a veces nos equivocamos y ayudamos a los peores, a nuestros enemigos, a los que nos descansan, a los que juegan con nosotros, a los que nos miran de reojo. No podemos evitarlo. Donde sea que vayamos nosotras todo crece, el pasto crece, la luna grande, el sol brilla más, la lluvia cae y repica más rotundamente en las baldosas, después vemos tonas las tonalidades del verde, el verde amarronado, el verde azulado, el verde violáceo, el verde amarillento, el verde rojizo. Entonces el barrio crece, la gente se alegra, la gente aplaude, la gente se junta y nosotros quedamos solos y lo miramos todo desde lejos.

Caminamos como gigantes.

Somos la fiesta, somos la alegría que nunca sonríe, somos lo que tienen para compararse para ser felices, es nuestro papel nunca ganar, es nuestro papel que nunca nada salga bien para que los demás se sientan importantes. Todo es así. Las máquinas tristes nos dominan, nos muestran corazones dobles, corazones delatores. No nos dejan escuchar música que quieren hacernos recordar a nuestros amores perdidos, a nuestros fracasos más horribles, a nosotros afetados en un cuarto oscuro sin boletas de nuestro partido político favorito. El nunca elegido. Y el que ni siquiera existe.

Juegan con nuestras ilusiones, juegan con nuestros tiempos, nos desesperan, nos prometen un cambio que nunca llegará, nos retienen, nos envejecen y añejan como un buen vino, los cultivadores de perlas están atentos y también son nuestros enemigos.

Nos tienen en la mira y hay que tener cuidado cuando vemos hombres o mujeres con las características de los cultivadores de perlas.

Sabemos que tenemos que cambiar, sabemos que tenemos que luchar, sabemos que debemos levantarnos, que somos particulares, esenciales, que no podemos dejarnos engatusar por el amor una y otra vez, que no podemos dejar que usen la belleza para arrastrarnos de la trompa de acá para allá, que no podemos dejar que nos maten porque nos vamos a extinguir antes que la Tierra y no va a haber futuro para nosotros como no hay futuro para algunas especies que arden en las llamas en los bosques arrasados por el viento de la dimensión humana, de la ambición humana, del hambre de la tiza, del hambre de los papeles, del hambre de las imprentas.

A veces luchamos en los bosques cuando el fuego se derrama y crece como una ola de las grandes en el mar. Volamos hasta ahí y sacamos nuestras espadas de aire caliente y cantamos sudores que traen la lluvia. Eso no alcanza. Tenemos que encontrar una solución. La de la época de las pirámides dijo que teníamos que concentrarnos en la epigenética, que teníamos mariposas con estómagos momificadas a nuestra disposición, que debíamos recuperar las alas, que antes volábamos que no es una metáfora lo del ataúd con nuestras alas transparentes, que no es una metáfora lo del ataúd transparente con nuestras alas opacas, que teníamos alas y estamos destinadas a volver a tenerlas. Que hay que producirlas, hay que trabajarlas, hay que buscarlas, en nuestra generación o en la siguiente porque esa va a ser la libertad de nuestra especie. Ese va a ser el camino de la diferencia. Volar otra vez. Volar de verdad. Estallar en risas desde las alturas, cagar a los que nos jodieron como las palomas y seguir nuestro camino grávido. Y algún día, algún día, algún día tal vez poder llegar más alto, ser una máquina sin serlo, un cohete sin serlo, traspasar la atmósfera, buscar el planeta chico que nos enchispó, la punta de la estrella que dio en el pantano.

Así empezaron las cosas.

Intransparente. Capítulo 6, final de la Segunda Parte.

6.

Al otro día, mi amigo del cursor y las palabras estaba deshauciado.

No era su padre ahora el sospechoso, no era su padre el abatido. No era su padre el que había caído. Tampoco él.

Era Martín, su hijo. Esta vez no corrían tan rápidas las palabras que se iban formando en el mensajero.

Salvo cuando copiaba y pegaba.

Martín, nunca me lo había dicho, se estaba quedando ciego (ni cuando habló de Andrés el ciego que tenían empleado en la empresa de audiolibros aceptó que su hijo, al que me quería enganchar, había perdido la mayor parte de su vista) Antes de ir al Amazonas, y ahora cerraba más todo, tuvo que sacar el certificado de discapacidad, y aceptar unos tratamientos en los que le pinchaban los globos oculares. Momentáneamente, y acompañado por esa empresa más parecida a la que siempre quizo realizar su abuelo, y también sintiéndose enamorado de una chica (la que quedó en el Amazonas con el cuasi chamán, Fernando, me dijo Elortis) su hijo se sintió más seguro y olvidó un poco esa problemática.

Ahora bien, en los últimos días su hijo se arrancó de la cercanía de los fuegos mapuches, en la bella Nonthue, para ser internado por su propia decisión en una clínica mental cercana, en San Martín de los Andes. No quería que lo visitara le había escrito. Simplemente no había tolerado lo que ocurrió.

¿Qué era, Elortis, por favor? Contá las cosas más rápido. El tiempo se nos acaba, le hice notar.

Resultó que la chica del Amazonas, Bonita (se llamaba Vonisol, pero bueno le decían Voni o Bonita) le había escrito un email a su hijo Martín. Parece ser que se había cansado del viejo de la selva. En realidad ya venía escribiéndole desde antes. Martín había quedado shockeado por esa separación tan singular y no se animaba a escribirle, aunque había tratado de que supiera de ese shock a través de terceros. Pero ella le había escrito un e-mail, dos meses luego de que se separaran.  Figuraba lo siguiente de esta manera:

Hola Martino (ella le decía Martino a su hijo, cariñosamente, parece) Te pido perdón, nunca fue mi intención lastimarte. Como vos bien dijiste, tuvimos dificultad en la comunicación, la percepción y la comprensión y eso acarreó que no pudimos protegernos. Fallamos como pareja pero no significa que no nos divertimos y pasado bien (copia textual, decía Elortis) el tiempo que estuvimos juntos. Yo no estoy enojada con vos, sino al contrario, te aprecio por todo lo que compartiste conmigo. Espero que estés mejor y te deseo todo lo mejor. (Te escribo con una flor en la mano, no sé qué variedad es, Fernando tampoco lo sabe)

Este e-mail amable y dentro de todo esperanzador, medio mal escrito, pero se entiende, son e-mails de finalizar una relación, de algo que termina y deja estelas, decía Elortis, no representaba una amenaza para Martín. Parece ser que pasado el tiempo, Martín se había empecinado a hacerle saber por terceros a Bonita que había actuado mal engañándolo con el viejo chamán. También le dijo que él nunca había creído que enterrar un cuerno de vaca en la humus terroso podría fortalecer la fertilidad del suelo y que estaba en total desacuerdo con esta cuestión con el viejo Fernando. Agregó que creer en eso no hablaba bien de la salud mental del viejo. Se lo contó a una amiga en común que tenían que llegó hasta la selva y entregó el mensaje, no sabe cuán bien decía Martín, dice Elortis.

Ahora, tanto tiempo después, le había llegado otro email, pero acá Elortis dice que hay que diferenciar e-mail de carta por extensión, en esta carta felicitándolo porque había seguido adelante con sus viajes por selvas y bosques. Pero la carta cambiaba de tema abruptamente para expresar lo siguiente.

Aprovecho esta ocasión para aclararte que no quise seguir viajando con vos, porque siempre sentí que no nos entendemos. Y esa incomunicación, más teniendo en cuenta que estábamos en la selva, un lugar donde la comunicación debería fluir mejor, me generó un desgaste mental y físico. Sos una persona muy complicada de tratar; sos obsesivo, autoritario, pero lo peor es cuando te ponés violento porque no podés controlar la situación (como cuando te dije que Fernando era una buena persona, que nunca haría daño a nadie)

Al principio de la relación, en Buenos Aires, pensé que era cuestión de adaptación, porque yo estaba estudiando y trabajando, y eso te irritaba porque para vos era poco el tiempo que le podía dedicar a la relación. Los sábados trabajaba todo el día y me parecía lógico que de vez en cuando estabas malhumorado. Yo estaba agradecida que aun así me tenías paciencia y que querías estar conmigo.

Las cosas fueron avanzando, y yo, decidí viajar con vos, porque insistías que te hubiera gustado cumplir los sueños de tu abuelo, Baldomero. Muchas discusiones tuvimos en nuestro camino final al hogar de Fernando y siempre la única manera de tranquilizarte era hacerlo a tu manera. Eso me hizo sentir que no me comprendías y que no querías compartir las cosas con una persona porque siempre tenía que ser como vos decís y hacerse como vos lo hacés. Mi rol en tu vida no era más que una muñeca de trapo ya que no podía NI opinar de qué caminos íbamos a tomar para llegar a nuestro destino, ni hablar de nuestro destino como pareja.

Aun así, estaba al lado tuyo porque te quería, porque sabía que esta relación era muy compleja por tu problema de ceguera. Durante todo ese tiempo tuve que tener mucha paciencia para comprenderte y entender que sos una persona egoísta, poco observador de la realidad, obsesivo y astuto solamente para lo que te conviene, es (sic, dice Elortis) porque está relacionado a estas cuestiones sin resolver.

Pero Martín (Bonita dejaba de hablar con el sobrenombre que le había puesto, mala señal, dijo Elortis) el gran problema por la (sic) me alejé de vos no es por tu visión reducida, ni siquiera por si tenés o no un trabajo fijo y estable (siempre me hacías notar la diferencia de poder entre Fernando y vos; Fernando siempre pudo subsistir curando almas y plantando manzanas con el dinero de su padre, antes; eso es lo que aprecié en el momento decisivo) Creo que sabés bien cuál es el problema y no lo querés aceptar. Porque enfrentar problemas requiere mucha valentía y fuerza de uno mismo, y en general, es más cómodo estar metido en tus problemas que salir de ellas (sic, aclara otra vez, Elortis).

Yo tuve la paciencia, hasta traté de ayudarte a aliviar de alguna forma tus problemas (¿te acordás cuando te dije que vayas a un psicólogo de la escuela del gran Rudolf Steiner o que tengo el corazón puesto en la biodinámica?; bueno, no quisiste aceptar eso)

Pero fue mi error. Vos nunca quisiste salir de ese espacio cómodo. Aunque insistiera en aprender de lo que a mí me gustaba.

Y cuándo te enfrentaba en la selva diciéndote eso, que no querías alejarte de tu espacio cómodo, aunque estuvieramos en un lugar tan grande, o que quería pasar la noche con Fernando, te molestaba mucho, porque sabías que significaba que no podías controlar más la situación conmigo.

Entonces, tu última opción fue controlarme a través de la violencia física. La primera vez que me agarraste del cuello, aunque no veías bien y tal vez quisiste agarrarme la boca para que dejara de gritarte, como dijiste, fue controlarme a través de la violencia física. La primera vez que me agarraste del cuello pensé que esa situación iba a ser la única. Un momento de descontrol y nada más.  Pero resultó que se repitió tres veces (si es que no hubo muchas más)

Cuando pasó la segunda o la tercera ya no quise estar más con vos, pero como sabía que estabas en una situación vulnerable pensé en aguantar de decírtelo hasta que llegáramos a otro destino en nuestro viaje. Que no te sacaras de quicio por cualquier cosa. Quería que se terminara esa pesadilla en la selva.

La situación se fue al carajo, creo que me quisiste matar una vez que me agarraste el cuello mientras te gritaba que eras un inútil y que no podía ser que no vieras lo que yo era y tampoco lo que era Fernando y sus seguidoras. Su hermosa alma.

El día que yo te clavé las uñas y el otro que vos me doblaste la mano me perdiste completamente porque dejé de confiar en vos. La situación se fue al carajo y decidí aceptar algo que venía creciendo en mí mucho tiempo. El ser libre con los demás. Abrazar la biodinámica de Fernando, gran discípulo de Steiner (incluso en las cartas astrales que armaba él me advertía sobre lo que pasaría)

Repito, necesitás ayuda de un profesional. Yo no creo en este momento poder darte la ayuda que tal vez necesites. Por eso espero que sigas yendo al médico (en realidad no te vendría mal tomar antisicóticos; tal vez seas como el de Una mente brillante, como ya te dije una vez, sabés que me gusta Rusell Crowe). Seguir manteniendo esa posición de que el causante de estos problemas y la separación era el estrés de la selva y tu ceguera incipiente que no te dejaba ver, es ignorar la verdadera causa e ignorar todo lo que sufrí este tiempo.

Separarme de vos y de todo lo que estábamos haciendo juntos, fue muy difícil, pero lo que aprendí y viví con vos, siempre va a estar conmigo. Por eso, a pesar de todo lo que pasó, siempre voy a estar agradecida por abrirme tus puertas y por el viaje que emprendimos sin saber cómo iba a terminar.

Te deseo lo mejor con mucha fuerza.

Elortis estaba casi tan devastado como su hijo. Martín no pudo procesar como la carta lo había llevado, con esa narración tan fría, a hacerlo sentir la peor persona del mundo, un nefasto, un violento por naturaleza que había intentado tomarla del cuello mientras ella, contaba Martín, le gritaba que él no sabía cómo plantar una batata en la plantación que habían improvisado con el viejo Fernando o una de los naranjos que él creaba.

Era la misma manera que tenía de tratarlo Baldomero a él, agregó Elortis. Igualito.

Para Martín, que confesó que seguía amando a esta chica hasta que llegó la carta, porque añoraba el verde que se iba volviendo oscuro ante sus ojos, los loros amazónicos y todo lo demás colorido que había visto y cada vez menos veía, y que ya iba a terapia, la carta lo había afectado muchísimo.

Mucho tiempo después me enteré que Martín, que nunca había sido violento en su vida, según refrendaba su padre en las últimas conversaciones, terminaría suicidándose colgándose de un árbol, oscuro, opaco, helado, en San Martín de los Andes. En las declaraciones a los medios, Elortis admitió que su hijo le pedía la eutanasia desde Neuquén. Que él había tenido que explicarle que en este país no existía y que recién se estaba empezando a tratar el tema. No estamos en Holanda, Martín. Y que no podía contrariar la decisión de su hijo de no poder sobrellevar la ceguera más el contexto o entorno duro que había tenido. Lo sentía mucho por la madre de su hijo, Miranda, declaraba, que todavía no caía en lo que había ocurrido.

La carta la había enviado su compañera de la selva, recalcó Elortis en la charla en que me copió lo que le copiaba desesperadamente su hijo. No era una persona cualquiera para Martín. Después de todo, él era psicólogo, y le parecía que el e-mail que, por lo menos, era raro. Y había sido enviado por Bonita desde Nueva York.

Ese día, aunque nunca hubiera previsto el final de Martín, fui yo la que humedeció la almohada, pensando en mi amigo y en su lastimado hijo. Y en la mitad de la noche, mientras mi madre dormía, me deslicé descalza por el parquet del living, con una remera y un short, para salir al pasillo de mi edificio y recorrerlo hasta el ascensor.

Iba a ir a buscar a ese hombre porque estaba segura que podía ser capaz de evitar algo inmitente. Incluso bajé así en el ascensor, dispuesta a preguntarle la dirección exacta cuando alcanzara la calle, pero algo me detuvo.

En la mitad de mi caminata, noté que estaba casi desnuda, que el short era mi ropa interior y no short, que la remera era transparente y se me notaba todo. Me vi en el espejo grande del hall del edificio. De cuerpo entero, alta, morocha y flaca como era. Mi cuerpo. Mi cara.

Inmediatamente, giré y corrí hacia arriba por las escaleras para aminorar la velocidad y sigilosamente volver a mi cuarto mientras un viento repentino abría las hojas de una de las ventanas. Y ahí volví a correr hasta encerrarme en mi cuarto. Donde me ovillé al lado de la puerta. Luego, me tranquilicé y pude arrastrarme a la cama.

Cuando quité las sábanas, salió volando una damisela, o caballito del diablo, azulado, iridiscente. Seguramente el viento y la tormenta que se acercaba lo habían perdido en la oscuridad. Me tapé la cara con la sábana ligera, mientras, sudada, lo veía alejarse, a través de la tela, desenfocado y brillante como si fuera una luciérnaga, volando hacia el cielo raso. Al otro día, no pude encontrarlo.

Pero esa noche soñé que el insecto era mucho más grande, con el cuerpo esponjoso y de color púrpura, y que volaba desde la ciudad hasta el bosque de árboles y que el resplandor que generaba entre las cortezas y las hojas hacía que, por vez primera, algunos de los árboles transparentes, incluso los más lejanos, se descubrieran, se comunicaran, a través de una intuición y un alfabeto que nadie más podía entender.

por Adrián Gastón Fares.

 

 

Novela Intransparente

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Intransparente. Novela. (Ficción, Narrativa Argentina) Escrita y publicada por Adrián Gastón Fares. Géneros: Intriga, psicológico. 180 páginas aprox.

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PREFACIO

Aquí publico gratuitamente, en exclusiva en este blog, mi última novela ahora llamada Intransparente.

Con los Links que están arriba pueden descargarla  en versión .mobi (Kindle), .epub (FBReader otros dispositivos para leer libros electrónicos), y leerla directamente en el explorador en PDF.  Son links seguros. Además, tuve que aprender maquetación de libros electronicos para llegar a esto, así que bajen con confianza.

Como estuve abocado al trabajo arduo y tan gratificante de mi nueva creación, Mr. Time, (que a diferencia de esta novela, es guion, por lo menos por ahora, y es de género fantástico y terror) se me ocurrió publicar directamente en este blog la última COSA larga que escribí (después de Gualicho/Walichu, claro, que también es guion) Otro motivo es que el trabajo de Diseño de producción y Dirección que llevo adelante para Gualicho, no me deja mucho tiempo para seguir escribiendo los cuentos que luego transcribo en este blog.

Agrego que Intransparente es bastante virgen de lectores, dado que, por lo menos que yo sepa, pocas manos han rozado sus hojas virtuales.

Una de ellas fue la de Marcelo Guerrieri, escritor, antropólogo y profesor argentino al que agradezco el estímulo para que le buscara un editor, algo a lo que nunca me dediqué, y el de Lorena, una amiga de infancia, investigadora y profesora de Historia del Joaquín V. González, que insistió con que esta novela era buena e incluso vio en ella cosas que yo no había visto.

Supongo que Intransparente será un eufemismo para Opaco. Pero a mí no me suena lo mismo. La Intransparencia connota una intención que la opacidad no. Y es esa intención, y los hechos que vengo viviendo, y viendo, en este país, Argentina claro, hace años, que me llevaron a este nombre con el que espero que la novela se sienta más identificada.

Intransparente (la RAE prefiere transparente a trasparente, por lo menos hasta lo que sé) tiene dos o tres racimos del los que el lector puede -espero- disfrutar.

El primero es la trama principal. El hijo de Baldomero intentará saber la verdad sobre su padre, un psicólogo que los medios vinculan, luego de su muerte, con la última dictadura militar argentina. Como en el guión por el que fui seleccionado para un Laboratorio en Colombia, Intransparente trata el tema de la última dictadura militar argentina. Pero a diferencia de ese guión, en Intransparente, la dictadura militar no es el único tema.

Aclaro, por que me lo han preguntado en Colombia, que no soy hijo de desaparecidos, ni tengo en mi familia ningún pariente militar o relacionado con la última dictadura militar. Lo que pude investigar del tema me dejó una impresión muy dolorosa, donde los descendientes de ex militares procesados llevan una dura mochila. Lo mismo, ya sabemos, con las víctimas directas e indirectas. Es una herida abierta que Argentina no ha cerrado aún. Y que a mí personalmente, sin haberlo vivido directamente, me produce un profundo dolor.

Sigamos.

O sea, la historia es una invención mía a partir de la pregunta que uno se hace muchas veces: ¿de quiénes venimos? Ya que de dónde venimos me parece una pregunta que no tiene respuesta es mejor dilucidar la del párrafo anterior.

Lo mismo ocurre con los personajes, no hay ninguno basado en personas de la vida real (y las historias son todas distorsiones e invenciones mías) salvo la enanita con la que el protagonista pasaba sus tardes de infancia en Lanús. Diré sin rodeos que esa sí es mi Tía María, una mujer, una de las fosforeras de Avellaneda, con secuelas físicas tal vez de su trabajo, o no, que me ahorraré de describir, a la que yo visitaba diariamente de chico en una casa chorizo igual a la de la novela, y que me contaba historias de su Avellaneda de antaño, algunas de las cuales traspuse en esta novela. Así que las historias que cuenta esa mujer en su casucha, incluso las que parecen más fantásticas, son cuentos de sus cuentos, y hasta lo que yo sé, han ocurrido o han pertenecido a este mundo y no son enteramente invención mía, sino de esa mujer alegre a la que perdimos hace mucho tiempo, y a la que extraño cuando llueve y no hay otro lugar para ir a tomar mate ni otra persona que me cuente historias de la manera que ella contaba.

El segundo racimo pertenece a las noches que pasé investigando específicamente para escribir la novela, cuya manifestación más clara está en la Tercera Parte de la misma.

En la Tercera Parte se exponen una teorías que tienen que ver con los colores, la procedencia de las tinturas, y el poder. A modo de parodia de otros libros afines escribí sobre el anterior asunto y me quemé las pestañas leyendo textos sobre el poder de ciertos hongos, caracoles y pociones, releyendo La Odisea, Los Mitos Griegos y La Diosa Blanca de Robert Graves, más vaya uno a recordar qué otros textos más incorpóreos, para que el protagonista exponga una teoría del color púrpura, de los campos unificados, y de la posibilidad de que los grandes relatos fantásticos ancestrales no sean una mera invención sino una realidad sentida y contada.

Los comentarios sobre Intransparente, públicos o privados, serán más que bienvenidos.

PD: Dado a las complicaciones y placeres de mis problemas de audición, solucionado sí con audífonos, pero viejos (no desesperen ya me darán los nuevos, supongo) y a un Premio por el que todavía no vi un centavo los que le gusta mi novela y quieran comprarme unas pilas para los audífonos o un café pueden donar aquí:  PayPal.Me/adrianfares

Otra aclaración: La portada es de mi autoría, con la ayuda de Gabriel Quiroga (a quien le encargué la Ilustración) Este ente transparente se llama: Santiago Cooonde.

Adrián Gastón Fares

Kong 15

 

El futuro no existe. Sólo eso te puedo decir.

Pero volvamos a lo terrenal. Reconozco, Adrián, que debe ser difícil no escuchar bien.

Ayer me llegó un mensaje tuyo, estabas reunido con gente, cada uno decía qué cosas cotidianas lo hacía feliz, era una propuesta de una instructora de tai chi. ¿Era tai chi? La verdad que esa información no me llegó bien.

Bien, no pudiste escuchar qué era lo que hacía felices a los practicantes, no pudiste escuchar lo que hacía feliz a tu amigo, aunque tenés pensado preguntárselo.

Hoy llueve, aquí y en tu tiempo, y una chica te manda un mensaje que dice qué lindo día para escuchar la lluvia y estar tapada hasta las orejas con una frazada mirando series, pero vos no escuchás la lluvia, aunque podés verla.

No conozco una cura para los acúfenos (tinnitus o zumbidos auditivos, como se llamen), y en el futuro hay otros adelantos para la sordera y todo tipo de discapacidades, pero no me voy a poner a hablar de eso, ya los verás, por los menos algunos.

Sé que estás lleno de incertidumbres, pero de las buenas.

Diste un paso importante.

Por mi parte, he salido fortalecido de esta contienda conmigo mismo, de la inercia y de la mala praxis del doctor H., que me recetó unas pastillas que no eran adecuadas para mí. Debería denunciarlo y que le quiten la licencia. Una conocida hizo eso con una psicóloga que, después de una enfermedad que la hizo engordar, la trató con una terapia de choque y le dijo ¿ves el pedazo de bofe que sos? Mi conocida revoleó lo que había por la habitación, salió a la sala de espera y le dijo a los demás pacientes que salieran corriendo de ahí, que la doctora era un desastre.

Sigamos. Estuve sin sonreír mucho tiempo. Fui a una maestra espiritual y ése era su temor: ¿cuándo vas a recuperar la sonrisa?

Ahora estoy sonriendo, entrecierro los ojos, trato de abarcar la totalidad del mundo que me rodea, estiro la comisura de mis labios, imito la dicha. ¿Por qué la gente imita a otra gente? ¿Te pusiste a pensarlo, vos qué hiciste un documental sobre eso? ¿No será porque imitar transforma? Creo que somos más elásticos de lo que pensamos y que tal vez todo se remite a la forma.

Volvamos a mi trabajo. Tengo un caso para contarte. El otro día tuve un encuentro cercano del tercer tipo con un No-ser. Chiste malo, los encuentros cercanos con los No-seres son todos del tercer tipo.

En un suburbio, un niño estaba sufriendo porque veía un fantasma horrible en su casa. Hasta ahí pensábamos que era la imaginación del niño y no un caso para Impresoras Riviera.

Pero los vecinos también vieron a un ser alto con una cabeza deforme. El niño lo llamaba «el hombre cucha» Así que recibimos una denuncia de un vecino que ampliaba la de la familia del niño, y fui a la casa.

No teníamos registro de haberle vendido una de nuestras impresoras a ningún integrante de esa familia. Busqué el aparato en el garaje, el lugar más común donde alojan las impresoras Riviera los clientes, en la habitación del niño, pregunté a los padres, pero nada. Se me ocurrió entrar a la habitación del hermano mayor.

En el ropero, debajo de buzos, camisas y camperas, tenía escondida una de nuestras impresoras. La había comprado, usada, en el mercado negro. Era uno de nuestros primeros modelos, así que lo podía hacer con el aparato no era mucho. Pero era algo.

Tenía que saber qué era ese algo.

Le dije al niño que me dibujara al fantasma. Dibujo a un ser alto con una especie de cucha en la cabeza, que estaba rodeada de estrellas. Por eso me di cuenta que era alto. Le pregunté si tenía un perro. Me dijo que su mascota había muerto. Se puso a llorar. No aguanto ver a los niños llorar así que tenía que inventar algo, salir de esa habitación cuanto antes.

Así que fui al jardín de la casa. Era de noche, había niebla, y el interior de la cucha estaba oscuro. Me arrodillé, hasta tener la cabeza a la altura del agujero. Me corrió un escalofrío por la espalda porque intuí que había una presencia adentro de la oscuridad de esa cucha. El perro estaba enterrado cerca, había un poco de tierra removida, con algunos tréboles húmedos. Uno tenía cuatro hojas.

Nunca te conté pero de pequeño, en la casa de mis primos, vi al demonio. Estaba durmiendo y al abrir los ojos una silueta roja con cuernos estaba saliendo de la habitación. A veces me pregunto si no fui abusado, o algo así. Había una fiesta en la casa. Y uno tiende a mezclar todo en la imaginación. ¿Quién sería ese ser que entró a la habitación de los niños y que yo intuí como poderoso y diabólico?

Así que soy  miedoso. Y no me gusta que se mezcle a los No-seres con historias de fantasmas porque si bien sabemos que  los No-seres existen, y fueron creados por nuestras impresoras, no sabemos si hay vida más allá de esta, ni si otros seres pueblan universos paralelos o vienen de continentes perdidos en el tiempo, y son malignos, como quería Arthur Machen, o como fuera.

Volví sobre mis pasos para salir cuanto antes de ese jardín porque intuí que tal vez esa historia de fantasmas era real y no sabía qué presencia había dentro de la cucha. Antes posé la mano sobre la corteza del tronco del árbol de olivo, hacía tiempo que no veía uno, y creo que mi familia tiene un árbol, como todas, y el mío es el olivo, como la del niño.

Saludé a la familia, le dije al niño que no temiera, que no había nada de qué preocuparse. Era una cucha vacía y su problema era que extrañaba a su perro muerto. Se lo dije directamente, creo que a los niños hay que hablarle como si fueran adultos. A la madre le dije que la tirara si no pensaba tener otro perro. Agarré al hermano mayor y le dije que debía llevarme la impresora que tenía oculta en su ropero. Que por ahora no sería multado. Y le pasé un tarjeta de un vendedor por si quería comprar una legal.

La impresora era bastante pesada, porque las primeras eran así. La arrastré hasta la entrada con los pies. La cargué y la dejé en el baúl de mi auto. Volví a saludar a despedirme de la familia. El hermano mayor me clavaba la vista. El niño se puso a llorar y yo me rajé.

Fui a la casa del vecino que hizo la denuncia, le expliqué que si bien había confiscado una Impresora Riviera antigua, que no funcionaba (mentí, no la había probado), esa no podía ser la razón del ser extraño que merodeaba el barrio.

Por instinto me quedé en el auto. Me dormí. Entreabrí los ojos.

Una silueta gigante caminaba hacia la esquina. Debía tener unos dos metros. Me bajé del auto, corrí hasta el ser, y en esa esquina oscura de Lanús, cerca de donde sería el barrio donde creciste Adrián, donde todavía pasa el 520, le golpeé el hombro al gigante y se dio vuelta.

Ahora la cucha sobrepasaba mi cabeza. La oscuridad me impedía ver lo que había dentro de la cucha sostenida por esa ancha y plana espalda. Prendí mi linterna y apunté al agujero, que a la vez era la cabeza de ese ser.

Vi la facciones de un hombre con hocico y dientes de doberman. Bastante peludo, el No-ser tenía los ojos de color púrpura.

Le pregunté cómo lo habían llamado y cuál era su ocupación pero no obtuve ninguna respuesta.

Enseguida pensé que el hermano del niño lo había creado por celos. El No-ser me dio la espalda y siguió caminando. A veinte metros de la esquina se arrodilló y bajó la cucha a la altura del suelo. Evidentemente, podía controlar a gusto el tono muscular y el grosor de sus huesos. De repente, era una cucha ahí afuera, en la calle.

Al rato, un perro callejero vino corriendo y entró a la cucha. Era un hembra que estaba por parir, la panza abultada, los pezones rozando el suelo. Esperé que los cachorritos salieran, uno a uno, de su vientre. Busqué una caja, los metí con su madre, y la subí a mi auto.

Retorné a la esquina para buscar al No-ser. Le dije que debía llevarlo conmigo y caminó detrás de mí hasta el auto, donde se acurrucó en el asiento trasero como pudo, entre la caja con los cachorros y la perra.

Ahora está en el «área 51» de impresoras Riviera. Ya no le tengo miedo. Me acerco de noche y dentro de la cucha está la perra con sus cachorros.  Los perros salieron todos con párpados dobles, como los pájaros, y con ojos rojos.

El No-ser no volvió a desplegar sus piernas por ahora. Una suerte.

I´m back.

Von Kong.

 

Los edificios

Años encerrado en una habitación de paredes ocres. A mediodía, un rayo de sol entraba por un agujero hasta asentarse en una esquina. Desde el principio, habían llegado personas, toleró a algunas, quiso a otras, venían a entregarle un mensaje, a instruirlo para las pruebas: eran las pruebas, hablaban con él, se hacían tolerar o querer, ya lo dijimos, y desaparecían. Por su situación habían pasado muchos, como los vecinos que vivían en los otros recintos y ahora trabajaban para los magos. Lo recibían, para aconsejarlo a veces, darle un talismán otras, o para castigarlo, cuando retornaba de las pruebas y era que había fallado.

Mete el dedo índice en el rayo de sol y dispersa las partículas de polvo. Pasos leves en el pasillo. Un trío de mujeres se asoma. Debe seguirlas. Significa que su estancia ha concluido. Las sigue por el pasillo hasta la luz cegadora. Fuera de la pirámide su iniciación es condecorada por la ovación de sus amigos.  Abajo, una mujer de espaldas con el pelo revuelto por el viento del río. Las tres mujeres lo animan a descender por las rocas.

por Adrián Fares

 

El joven pálido 9.

El joven pálido 9

El joven pálido 9

Ahora que por uso y costumbre
la oscuridad ganó terreno,
algunos días siente
el soplo del paraíso.
La bondad que le gustaría
repartir
incluso a los enemigos,
que no son tales;
les desea el bien a todos
por igual.

En la calle donde pasa por vivo,
trata de recordar su misión:
que alguna vez dejó la tumba caliente
para una difusa tarea,
pero ya su fervor se enfría:
demasiados reveses:
un atentado a la
coherencia.

Y ni siquiera puede expresar
que se siente atravesado por
un amor quieto,
de esos que sólo lleva el viento de pueblo en pueblo
de ciudad en ciudad,
cuando ve a un perro que se acerca
y lo lame.

Él fue hecho para el tránsito pesado
del árbol a la mesa:
para juntar las aceitunas negras caídas del olivo.
Ella para extraer con su garganta dorada el agua de la fuente.

Él fue hecho para los pastos altos y la escondida.
Ella para posar su mirada en él
y despojarlo.
«Oh, dulce ladrona,
tus ancestros te entrenaron para mirar»

La noche anterior bailoteó en un boliche,
hizo el baile del zombi,
del que ya nos ocuparemos.

De cualquier manera.

Get ready for this.

Oh, dulce ladrona.
Tus ancestros te entrenaron para mirar.

Y, mientras piensa, la acción del día es:

Disculpe, Joven pálido.
Por favor, córrase de este cantero y déjeme regar las plantas
esta mañana de sol.

«Disculpe, Joven pálido»,
dice el portero,
«estoy de acuerdo con los cartoneros
que dicen que estás equivocado
que sos un embuste
que te crees muerto pero estás más vivo que
esta mariposa»,
dice mientras agarra una mariposa blanca
que estaba posada en el ficus
y se la engulle sin ningún problema:
«Tiene nutrientes»

Otra vez el vaivén.
¿Él vio mal o el portero se comió una mariposa blanca?
Si se comió una mariposa blanca:
él puede ser el Jovén Pálido y estar realmente muerto.
Si se comió una mariposa blanca:
el Portero puede ser algo más o algo menos que un portero.
Si se comió una mariposa blanca,
lechera,
ella puede estar esperándolo en algún lugar.

La vida es simple.
No es vida.
Es imaginación.

por Cooonde

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La próxima

Las sombras de un atardecer opaco, ceniza, se cierran frente a él mientras encara otra vez la fortaleza donde termina el camino amarillento. Está el vendedor de mates, al que se acerca para preguntarle dónde está y porqué. Cuidador de cuidadores, domador de sueños, ingrávido y eterno morocho bordado de arrugas. El viejo le cuenta la historia del lugar, mezclando opiniones políticas y anécdotas sobre turistas borrachos y corridas de toros. En realidad le cuenta mucho más, pero Glande apenas puede escucharlo. Piensa que debería tener una camarita digital o algo por el estilo para grabar lo que cuenta ese viejo, la única persona en el mundo que conoce que está vendiendo algo y no le importa venderlo, le importa algo más que está, o estaba mejor dicho, justo donde empieza el portal con forma de arco de herradura. Pero cuando piensa eso ya está lejos del viejo, enfrascado en un nuevo intento de alcanzar la plaza contradictoria, con puertas enormes que invitan a entrar pero que están cerradas. Y eso que ya llega la noche y no tiene sentido querer entrar ahí. Pero igual se vuelve una y otra vez para encarar al viejo, que una y otra vez, cuando lo tiene enfrente, le cuenta las anécdotas de las jodas que se armaban en y por la plaza. Él apenas presta atención. Esa onda musulmana y española del lugar le da vuelta el marote a Glande, le hace hervir la sangre como la cercanía de una chica con activos rasgos árabes.

Agotado pero contento de estar respirando ese aire de lugar real pero a la vez posible, se acerca a la parada de colectivo a esperar uno que lo lleve cerca del puerto. Se le ocurre preguntarle al viejo otra vez, esta a los gritos, quién lo había hecho cruzar el charco y porqué. El viejo señala el amplio portal, donde Glande llega a discernir una melena parduzca que casi no se deja ver. Ese casi lo hace acercarse muchas veces más al viejo y a la antigua plaza de toros, yendo y viniendo como un borracho o un tipo hablando por celular en una esquina. Finalmente, se compra un mate.

Después Glande va feliz en el colectivo con su mate esférico, tallado y brillante como si fuera un mundo nuevo. Alguien sentado a sus espaldas le dice que mire atrás. Y ve la plaza fulgurante, inicial, repleta de gente, con toro y todo, y al viejo que, dejando su puesto de vendedor de historias, se acerca como en cámara lenta a las puertas que ahora están abiertas. La mujer parduzca abandona su escondite en el portal para ayudar a caminar al viejo, lo agarra del bracete, y juntos entran a la plaza. En ese momento, a Glande le da fiaca levantarse. Está feliz. Prefiere volver otra vez. Otro día.

A. F.

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El joven pálido 8.

Un cantero rodeado de piedras,
el sol,
¡qué bien!
Le gustan
pero sabe lo que se esconde atrás de lo
apacible
Desahuciado,
olvidó lo que una vez encontraba.
Mira que te mira.

Es un momento nada más,
las nubes se siguen moviendo
metáfora más difícil de lo que parece
en tiempos de inestabilidad.

Dejar el mundo subterráneo
olvidar el cosquilleo
de las lombrices
¡Qué fácil!
Todo por nada.
Indistinguirse.
Camuflarse.
No le molesta.
Siempre lo hizo.
Y después arremeter,
con esa seguridad en la embestida
de las mujeres más frívolas.
Dibuja,
con sus falanges blancas
que brillan
cuando las nubes se desenganchan
y dejan pasar el sol.

por Cooonde

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Lemuria, o el fin del viaje

Lemuria, o el fin del viaje

Avanzamos por la costa de Manakara, donde las elevaciones se abrieron para ofrecernos el océano, que está ahí frente a nosotros, como una exhalación del pasado ya. En el borde de la escollera, a dos pasos del agua, esperamos que el mar se abra también, pero nada ocurre (el tiempo se detiene otra vez y nos reconocemos; sabíamos que estábamos perdidos, pero no tanto); es posible que mañana al levantarnos en la oscura roca, nos vean desde el cielo mientras se alejen y se pregunten qué hacemos acá, como nosotros nos preguntaremos por ellos, más que nada por todos esos nenes que abrirán sus ojos en otro mundo, que no sabrán que huyeron.

A las miradas escrutadoras (¿habrá alguna?; ignoramos si desde los cohetes la tierra se verá) les contaremos que seguimos al lémur y que el animalito nos paseó por vastas regiones que hasta el momento creíamos inexistentes, no por imposibles sino porque jamás las habíamos soñado en nuestra cómoda seguridad. El lémur nos mira con sus brillantes ojos, retrocede y se rasca la cabeza, mientras su cola anillada serpentea a ras del suelo.

Y nos dormimos, mirando al animalito que nos recuerda que no hay otra, que los últimos cohetes ya salen y los pobres e ingenuos quedamos afuera, qué le vamos a hacer; esta destrucción será el principio de otra evolución, la nueva selección nos apartó de los demás y nos dejó sobre esta roca fría, donde nuestras pisadas son lavadas sin asco por el agua constante, en latigazos helados que nos dejan tiritando frente al lémur.

En el sueño recordamos nuestro tránsito, las vueltas que nos llevaron por rocas y más rocas, como si éstas fueran un símbolo secreto que huyó del azar para encontrarnos a nosotros y dejarnos pensativos y confundidos frente al itinerario del lémur; el estrecho desfiladero que nos reveló Petra (el lémur husmeó con énfasis y desechó muchas grietas), el recinto del Gran Zimbabue, donde el animalito pareció por un momento encontrar lo que buscaba en la torre cónica. Recordamos nuestro suspiro y el escepticismo que nos había noqueado ya antes de que el lémur saliera de la torre y se alejara de nosotros para desandar el camino.

En el sueño visitamos las alcantarillas de Mohenjo-Daro, donde encontramos al lémur con ese aire de seguridad en la búsqueda que a todos nos faltaba. Decidimos seguirlo. Mucho tiempo después, y también en el sueño, cruzábamos en una barcaza el Canal de Mozambique, porque el lémur se encaprichó con la embarcación.

Despertamos con el ruido de las primeras explosiones; los ojos del animalito desesperan. Los cohetes nos abandonan, los niños amanecerán mañana en un nuevo hogar. Miramos al lémur, reconociendo el fin de nuestro recorrido; otra explosión (otro cohete sale al espacio, las explosiones hacen que quieran abandonar el planeta lo antes posible) y el animal corre hasta la punta de la lengua de tierra que nos sostiene y da tres alocados saltos; nosotros lo tomamos más tranquilos, ni el sueño nos repuso del escape y estamos muy cansados.

El lémur vuelve, da otro salto y reconoce una grieta, una separación en la roca tan insignificante que apenas pasaría su cuerpito. Nos acercamos y, vencidos, rodeamos al animal, mientras otra explosión hace que más cohetes se lancen al espacio. Mientras escuchamos el final de todo, la cola del lémur se tensa en un espasmo de alegría y lo perdemos en la grieta, donde se mete dichoso de encontrar la roca sumergida, el continente que siempre supimos que buscaba, pero que está vedado justo para nosotros.

Adrián Fares

Stevenson y las imágenes

Stevenson y las imágenes (2001)

“This, then, is the plastic part of literature: to embody caracter, thought, or emotion in some act or attitude that shall be striking to the mind’s eye. This is the highest and hardest thing to do in words (…)”

En su ensayo A Gossip on Romance (Memories and portraits), Stevenson nos comparte su reto: la parte plástica de la literatura, lo más difícil de lograr, es encarnar en un acto una emoción. Fácil, y necesario creo, es tomar el concepto desde un punto de vista cinematográfico y tratar de analizar cuáles son los films que cumplen esta indispensable propuesta. Digo indispensable, ya que uno comprueba que los únicos films que valen la pena (los que, luego de llevarlo de la mano, dejan al espectador frente al precipicio de la catarsis) son aquellos que en algún momento condensan la historia en una imagen o acto. Stevenson da el ejemplo literario, entre otros, de Crusoe siguiendo las pisadas. Me gustaría agregar éstos: Aquiles llevando el cuerpo de Héctor a Príamo, Pilatos lavándose las manos, la institutriz que encuentra a Miles mirando la torre a mitad de la noche en Otra vuelta de Tuerca, el pescador que arrastra a tierra los restos del animal gigante que mató en El viejo y el mar, el príncipe Mychkin, en el piso, otra vez idiota (El Idiota), el “preferiría no hacerlo” de Bartleby (Bartleby, el escribiente) y todo el barco en Benito Cereno. En Rayuela, Horacio buscando al azar a la Maga por las calles de París. Los ejemplos rebalsarían la hoja.

Sabrán qué molesto puede llegar a ser explicar la razón de estas imágenes o la parte que juegan en el todo; esperando que identifiquen las demás me ahorro el sufrimiento y clarifico uno de los ejemplos; en general, lo que causa catarsis en la “escena” mencionada de El Idiota es la súbita comprensión de que su trato con la sociedad lo perjudicó.

Pasemos a las películas. La más obvia: en El ciudadano, el trineo con la inscripción Rosebud quemándose en la hoguera es la imagen a la que se refiere Stevenson en su ensayo; “la pasión vestida de situación”. La pasión significa el elemento de contenido de una obra, el tema llevado a la perfección y a su clímax en una imagen.

La madre enternecida frente al bebé (que nunca vemos) en El bebé de Rosemary es otro ejemplo. En Psicosis, la casa gótica es el elemento alrededor del cual ronda todo el misterio y desesperación de la cinta. La computadora muriendo en 2001, Odisea del Espacio y el astronauta anciano frente al objeto del espacio que une las secuencias, son temas interesantes llevados a imágenes-síntesis, como el encuentro de una oreja entre los yuyos en Terciopelo azul. Estropearemos esta última imagen, explicándola; como sugiere Stevenson, Lynch encarna en la situación de la oreja un carácter; de ahí en más, sabemos que el protagonista es curioso y ama los misterios, que es suficientemente valeroso como para enredarse en uno (no se limita a mirar a la oreja, sino que la levanta). Por otro lado, un pueblo donde se encuentra una oreja es mucho más macabro que uno donde tropezamos con un cuerpo; ni hablar de la persona que anda cortando orejas por ahí. De esta forma, una imagen nos describe el carácter del protagonista y su entorno.

En El Exorcista, la imagen del cura frente al ídolo africano que concluye la introducción es quizá demasiado simple y maniqueísta como para tener en cuenta, pero anticipa y completa el tema del film; la dilatada lucha entre un cura y un demonio (la posesión de Megan es la estrategia del demonio para volver a encontrarse con el padre Merrin).

En El Banquete de Boda, Ang Lee termina esta comedia dramática con la imagen del padre del homosexual levantando las manos, en cámara lenta, para que lo revisen al pasar la aduana; ¿cómo trasladar en palabras la manera simple y a la vez maravillosa con que la imagen completa el film?

Por último, permítanme señalar el final de Dioses y Monstruos; si bien la película utiliza de manera exagerada el flash-back, la idea de unidad que enlaza la trama desequilibra cualquier crítica; cómo no sentirse gratificado ante la imagen final del protagonista bajo la lluvia imitando a Frankestein (recordamos que en el film nos sugirieron la inquietante relación padre-criatura entre James Whale y su jardinero).

No hay duda de que las películas más interesantes, como los mejores libros (Stevenson creía que ninguna floritura de estilo podía reemplazar una buena historia, una idea bien desarrollada), tienen una o varias de estas imágenes poseídas (de la trama, del personaje, etc.), “significativas para el ojo de la mente”. Comprobamos, en esta insignificante enumeración, que la ubicación de las mismas en la trama suele ser el desenlace, aunque no siempre es así, y en algunos casos cierran la introducción. También que no abundan los ejemplos; esto puede ser resultado de la dificultad: encarnar un complejo carácter o un pensamiento en una situación o un acto simple no es nada fácil. Y si seguimos con la metáfora de la posesión, y la trasladamos a medias, convenientemente, a la creación; sabemos que el demonio no elige a cualquiera.

Por Adrián Gastón Fares

Nota: En nuestras librerías no será fácil encontrar los ensayos de R. L. Stevenson; los interesados pueden dirigirse al sitio http://www.gutenberg.net, la mejor librería virtual gratuita (en inglés) de la web. Estos libros son un poco incómodos; por lo menos no tienen pulgas.

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Todo termina que es un sueño

Juan estaba sentado en los parlantes y había terminado el trago cuando vio a la chica parada en la mitad de la pista. Tenía puesto un vestido blanco con rombos negros. Creyó haberla visto antes. Él la miró fijo y ella le devolvió la mirada.

Había perdido a sus amigos. El boliche tenía varias pistas. Los perdió porque al entrar estaban todos borrachos y empezaron a sacar cualquier gato que se les cruzara. Cuando se quisieron acordar estaban cada uno en una punta distinta del boliche, y si bien los demás se encontrarían más tarde, Juan no los vería nunca más.

Pensó que sería mejor bajarse y abordarla, si no sabía el tipo de infierno que le esperaba. Vio que un tipo le había ganado de mano. Ella rezongaba y el tipo le daba unas palmadas en el culo.

Sentado otra vez en el parlante, habló con una morocha que se le había sentado al lado. Le costaba cerrar los ojos y asombrado comprobó que no podía parpadear. Levantó la vista y el haz de uno de los reflectores lo alcanzó de lleno. Todo se volvió negro.

Despertó en un banco de la plaza San Martín y supo quién era pero no qué había hecho. Le pareció haber estado escuchando, en sueños, una versión de cajita de música de Para Elisa. Buscó un pañuelo y se lo llevó a los ojos. Le ardían muchísimo. Vio que tenía las manos llenas de sangre. Pensó que le sangraba la nariz. De pronto, entendió que había hecho algo muy malo, aunque no sabía qué era. Seguía con los ojos congelados y hasta el reflejo de la luna en un charco de agua lo mareaba. Parecía que el funcionamiento del nervio óptico había sido afectado de alguna forma. El diafragma ya no regulaba la luz. Cualquier reverbero podía hacerle perder la conciencia. Entonces era como tomar mucho whisky. Juan era otro. Algo le había hecho la mirada fija de la chica.

Volvió a su departamento y estuvo toda la noche mirando el techo manchado por la humedad. Una mosca frotaba sus patas en los bordes de la pantalla del velador. Eso evitó que se volviera loco.

Por la mañana, encontró un sobre de papel madera al lado de la puerta. Lo abrió y vio fotos de él arrastrando, en un páramo, el cadáver de la morocha que conoció en el boliche.

Quemó el sobre y las fotos. Decidió salir a buscar a la otra chica del boliche, la que lo había mirado fijo. Y como no sabía dónde empezar a buscarla, miró fijo el sol. Su oscuridad empezó a llenarse de Para Elisa.

Despertó en la cama de una habitación fría. En algún lugar entre Temperley y Longchamps, le explicó la chica albina y pelada (notó que era albina por las cejas y la piel) que le ponía paños fríos en los ojos. Apartó las sábanas y corrió por los pasillos de la mansión hasta dar con una puerta doble. Entró a un recinto donde un hombre lo esperaba de pie al lado de un ventanal. Se dio vuelta y vio que dos patovicas estaban parados atrás suyo a los costados de la puerta doble.

Escuchó los llantos de la pelada albina del otro lado de la puerta.

Un reloj de péndulo da la hora en una vitrina. Gerardo, que es el tipo que estaba con la chica que lo miró fijo en el boliche, le cuenta que es el dueño de una red de prostitución de jovencitas. La que mató Juan, la morocha, era una de sus empleadas más requeridas. Saca un arma con silenciador y va a dispararle cuando el sol da de lleno en el péndulo del reloj y el reflejo trae lo negro y la música para Juan.

Al volver en sí se limpia la baba y se baja del imponente escritorio de caoba, donde estaba subido como una gárgola. Camina pateando pedazos de carne con retazos de ropa de los dos patovicas y Gerardo. Un brazo por acá, un dedo por allá, un torso, una oreja. Llega a la puerta que se abre y descubre al costado a la albina pelada que esperaba sumisa, dispuesta a recibir un golpe o vaya a saber qué. Lo agarra de la mano y lo lleva por el pasillo hasta una habitación llena de peluches rosados donde la chica que lo miró en el boliche duerme tranquilamente con la mejilla sobre las dos manos cuyas uñas están pintadas de negro.

La chica se despierta. La albina sonríe y abre un cajita de música de la que sale otra cajita de música de la que sale otra más y va abriendo todas las tapas como subiendo el volumen de la difusa versión de Para Elisa que empieza a sonar.

Entonces la chica de pelo negro agarra a Juan de la mano y le dice que lo estuvo esperando. Y que deben huir. La albina asiente con la cabeza y ríe, ocultando sus desparejos dientes con una mano. Juan corre por los pasillos hacia la triunfal puerta, pero a mitad de camino se detiene y le pregunta a la chica por qué corren y ella le contesta porque así es más lindo. Cuando llegan a la puerta de la calle la cajita de música se detiene, ella abre la puerta encegueciendo a Juan y la cierra de golpe dejándolo del lado de afuera. Un enorme dogo blanco corre hacia Juan desde las rejas del jardín.

Juan no se desespera. Se vuelve, apoya la oreja en la madera de la puerta y oye el susurro de la chica que le pide perdón y le revela que él y su historia es un sueño que ella sueña casi todas las noches.

Adrián Fares