VORACES. Novela. 18.

Vanina empujó a los demás pasajeros, que empezaban a despertar de ese sueño compartido que parecía flotar por el interior del vehículo y llegó hasta Gastón.

—Nos está llevando a la Gran Carrera.

Gastón caminó hasta el conductor y lo enfrentó.

—No queremos ir a la Gran Carrera.

El colectivero lo miró, no contestó y pisó el acelerador más fuerte.

Gastón volvió, empujando a personas que vitoreaban y otras que se quejaban, y llegó hasta Vanina.

—Mejor que te agarres fuerte.

Para entender esta parte de mi relato de las circunstancias que rodearon lo que algunos de nosotros vemos como el despertar de nuestra mente, el inicio de nuestra especie androide, debo describir antes cómo eran los vehículos de esa época. Si bien todos estamos al tanto de cómo eran esas latas gigantes llamadas colectivos o autobuses, se nos hace difícil visualizar, sin mover varios recursos que nos dejan sin energía habitualmente para otras tareas más importantes, cómo el pensar en por qué hay algo en vez de nada en el universo, tareas que han quedado irresueltas por nuestros antepasados y por los humanos. Por lo tanto, dejo en claro que los vehículos en aquella época no son como en esta, esferas rodantes, continentes de nosotros, sino que había una mezcla de modelos anticuados para esa época, como las camionetas que eran una especie de grandes carretas poco ergonómicas con cuatro ruedas y otros vehículos, más modernos, y menos ergonómicos todavía pero más útiles al tipo de vida que se llevaba en ellos, que eran rectángulos verticales con ruedas, algunos incluso con escaleras internas, como para poder cumplir con las necesidades de una vida trasladada del interior de un hogar a otro con ruedas. Nuestros vehículos actuales, que son capaces de rebotar entre ruinas sin que nosotros suframos ningún daño, e incluso colisionar y salir indemnes, no tienen punto en común con la mezcla de vehículos que vamos a encontrar hacia dónde se dirigen Gastón y Vanina.

Estaban bien aferrados a las arandelas cuando entraron al autódromo municipal. Así y todo la aceleración brusca que dio el conductor para meterse a través de la entrada y encontrar un hueco entre los vehículos que ya estaban en esa ronda veloz, arrojó a varios pasajeros hacia una punta u otra del colectivo. El conductor supo encontrar el hueco entre una camioneta y uno de esos vehículos rectangulares. Ahí tuvo que acelerar para evitar colisionar con la camioneta, que quedó atrás. Enseguida aparecieron dos coches más que superaron en velocidad al colectivo y a los otros dos autos. El conductor aceleró. Los pasajeros, ya aferrados a las arandelas y a los apoyamanos de los asientos, miraban hacia adelante, a la pista. Algunos pegaban gritos emocionados y otros de terror. Gastón y Vanina no hacían ninguna de las dos cosas. Maldecían cada tanto y trataban de aferrarse con fuerza para no terminar en el fondo del vehículo. El conductor aceleró de nuevo para pasar a otro coche en la curva. Dos ruedas del colectivo se levantaron del pavimento y Gastón y Vanina se vieron expulsados hacia los asientos a los que antes les daban la espalda. Al girar por la velocidad, vieron como otros coches pasaban más rápido por esas ventanas. Cuando al colectivo no le quedó otra que quedarse detrás de una de las camionetas anticuadas, Gastón abrazó a Vanina.

—Nunca entendí por qué le llaman la Gran Carrera si no hay premios ni nada.

—No es una carrera —contestó Vanina.

—Es para mantener la adrenalina a un nivel aceptable. Las vidas en esos coches afectan la química del cerebro. O también puede ser para bajar la oxitocina. Parece que la empatía puede ser un impedimento. Si hay demasiada, quieren salir de esas carcasas para buscar pares. Eso genera conflictos familiares.

—Debe ser por eso —dijo Vanina. Y pegó un grito porque el conductor había vuelto a acelerar en otra curva. Cuando las dos ruedas del colectivo chocaron otra vez contra el suelo y el vehículo zigzagueó. Vanina miró a Gastón.

—Por si pasa algo, me alegra haberte conocido.

—No son momentos para pensar en eso— dijo Gastón mientras se le escapaba un grito a la vez. El colectivo seguía zigzagueando para dejar atrás a uno de los vehículos rectangulares—. Por las dudas: a mí también me alegra. Estaba esperando que llegara algo definitivo a mi vida. Y uno no siempre obtiene lo que quiere, pero conocerte me hizo bien.

Con rapidez, y calculando el arranque para no golpearse la cabeza contra la de Gastón, Vanina alargó su cuello con ímpetu y lo besó. Fue un segundo donde la velocidad mayor del colectivo y un nuevo sacudón los alejó. Vanina salió disparada hacia atrás del vehículo y Gastón terminó en los regazos de dos monjas que iban santiguándose detrás de él. Cerró los ojos porque el movimiento lo había mareado. Al abrirlos vio que las monjas parecían gemelas, o debía ser alguna alucinación fruto de la adrenalina, el estrés y la velocidad. En ese momento, como si hubiera recuperado las fuerzas, Gastón se vio expulsado de golpe. Hasta que dio contra el costado opuesto del colectivo y logró agarrarse de las arandelas otra vez. Vanina seguía en el suelo, en el fondo, cerca de la portezuela. Gastón miró hacia atrás y vio cómo dos coches, uno rectangular y el otro anticuado, chocaban. Uno giró a más velocidad hasta que lo perdió de vista. En ese momento el colectivo se vio impulsado a más velocidad hacia adelante y chocó contra dos camionetas anticuadas. Las camionetas salieron expulsadas una para cada lado y el colectivo se ladeó. Miró a Vanina que seguía en el suelo cerca de la puerta aferrada a las piernas de una pareja que viajaba en los asientos del fondo. Luego el colectivo cayó hacia ese costado. Gastón vio como el pasajero que estaba sentado se golpeaba la cabeza contra la ventana de manera brutal. Luego Gastón perdió el conocimiento. En ese estado, seguía sintiendo que cada tanto golpeaban el chasis del colectivo. El colectivo temblaba como si otros coches le dieran de refilón. Cuando abrió los ojos le pareció ver a un hombre con ropa de trabajo, un albañil que le tendía la mano. Luego, volvió a desmayarse.

por Adrián Gastón Fares.

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