Vanina estaba esperando en la parada de colectivo de la esquina que no tenía ninguna señal. Apenas llegó Gastón apareció el colectivo, que venía bastante lleno. Arrancó por 25 de Mayo hacia el centro de Lanús. Se agarraron de las arandelas que colgaban del techo, Vanina mucho más seria y preocupada que Gastón, al que no dejaba de parecerle una especie de excursión lo que estaban haciendo. Estaba cansado de pasarla con los androides o en esa casa todo el tiempo. Nunca tenía motivos para tomar un colectivo así que le parecía extraño volver a estar encima de uno. Vanina tenía el ceño fruncido. Debía estar pensando en su ex novio, pensó Gastón. Él miraba para todos lados. Le llamaba bastante la atención cómo había cambiado la zona céntrica de Lanús. Había edificios altos por todos lados, mezclados con fábricas y negocios antiguos. Las calles estaban bastante deshechas por lo que el colectivo cada tanto daba una sacudida y varias veces se rozaron los hombros los dos. Bajaron y Vanina ya tenía las llaves en la mano. Pasaron por delante de dos edificios que tenían pantallas planas con vigiladores. Las miradas de los vigiladores los siguieron.
La casa donde vivía Vanina era una antigua, con un jardín delantero dividido por un sendero que tenía plantas suculentas de un lado y del otro hortensias azules. Ella abrió la puerta y Gastón la siguió por una sala de estar amplia iluminada por la luz amarillenta que entraba por la ventana que daba al jardín. En ese trayecto el sol terminó de ocultarse en el horizonte y las luces del jardín se encendieron. Gastón se quedó pensando en qué lugar del jardín habría enterrado Vanina a la Y-700. Luego se distrajo constatando lo encajonado que estaba ese jardín entre tantos edificios altos. Lo extraño era que las luces de los balcones y las ventanas estaban todas apagadas. Vanina volvió con una pala que sacó de un cuarto y lo guió hasta debajo de la copa de un pino enano. A pesar de las sombras que generaba el pino, Gastón distinguió que la tierra estaba removida. Vanina lo apartó y clavó la pala. Gastón le tocó el hombro y le hizo una seña de que él se encargaba. Se sintió extraño al clavar la pala en la tierra. Como si fuera cómplice de un crimen que jamás había cometido. Pensó que la habría enterrado en la superficie pero el montón de tierra fue creciendo y Gastón sudando cada vez más. Al final, la punta de la pala chocó contra una madera. Gastón miró a Vanina con aprensión esperando un permiso para continuar, como si lo que estuviera enterrado ahí fuera alguna mascota muy querida. La mirada al borde del llanto de Vanina sugería que para ella era eso o incluso algo más. Gastón se arrodilló y con las manos encontró una soga que sobresalía de la tapa.
—¿Qué es esto?— preguntó.
—Un cofre que antes usaba de banco.
Gastón asintió y levantó la tapa. Del cofre, contrario a lo esperable, salió un aire fresco, casi helado. Gastón se incorporó y dejó que Vanina se adelantara, como si fuera a reconocer lo que estaba en la caja. Vio que los hombros de Vanina descendían, se mecía un poco como si se fuera a desmayar y luego se llevaba las manos a la cara. Se volteó y con lágrimas en los ojos le dijo:
—No sé cómo pude hacer esto. Tan abandonada. Encerrada ahí. Parece tan triste.
Gastón se acercó a observar lo que había adentro del cofre. La Y-700b estaba en las mismas condiciones en que la había visto por última vez. Sin embargo, por las sombras del follaje del pino que caían sobre su rostro, daba la impresión de que tuviera la boca apretada y que esa semi sonrisa que tenían se había diluido. Sin embargo, la Y-700b para él no parecía triste. Si uno no miraba la boca, el resto del semblante, con los ojos abiertos y las pecas, daba la misma impresión de altiva serenidad de antes. Así y todo a Gastón le pareció que debía abrazar a Vanina. Lo hizo. Vanina le apoyó la cabeza en los hombros y lloriqueó. Luego, rebuscó con su boca la de Gastón. Comenzó a besarlo y Gastón la abrazó más. Ella bajó sus manos, la metió por debajo de su cinturón y siguieron besándose. Tomó las manos de Gastón y lo guio hacia la puerta trasera de la casa. La Y-700b quedó en el cofre, la luz de la luna hacía brillar sus ojos claros. Vanina se arrojó encima de él en la cama. Se siguieron besando mientras se iban quitando las ropas.
por Adrián Gastón Fares.