1995. El paradigma perdido. 10.

Anotación del cuaderno de Martín.

-Acá no vamos a jugar a ninguna búsqueda del tesoro -dijo Laura mientras se levantaba con los dos puños cerrados apuntando al piso.

Lucas la miró por encima del hombro mientras se acercaba a la heladera.

-Qué ganas de lastimarme tenés vos.

-¿Lastimarte? ¿Escucharon? Vengo de una familia de arquitectos.

Todos la miramos sin saber qué contestar. Menos Alberto.

-Eso significa que está familiarizada con ese tipo de escaramuzas familiares, en general son juegos inocuos, ya saben qué inventaron los arquitectos y constructores.

-¿Qué inventaron? Edificios, catedrales -dije yo.

-Alberto se refiere a algo de lo que no conviene hablar. Y está equivocado. No es la familia la que suele jugar con los futuros arquitectos. Eso ocurre cuando desafían alguna de las tradiciones vigentes y a la vez son provechosos para el ramo. Ayn Rand, etc… ¡Etc…! Pero Lucas, que yo sepa, no va a ser arquitecto y, a la vez, esto suena a un juego de familia. Lo más probable es que no encuentre nada.

-Peor es perder el tiempo haciendo esa monografía que ni sabemos con qué texto empezar -dijo Lucas, que ya tenía una cerveza en la mano-. Tengo razones de sobra -agregó girando las palma de la mano libre de modo que señalaba lo que tenía enfrente- para afirmar que mi familia tiene más de lo que parece. Miren, ahí hay una cruz que está torcida. Puede ser una pista.

Tenía razón. En el dintel de la puerta principal había una cruz levemente inclinada. De repente, sentimos un golpe sordo en la puerta. Era el repartidor de pizza, que nos dejó las tres cajas y nos miró mal por no dejarle propina.

Hicimos un interludio en las preguntas que la situación generaba. Volvimos a agruparnos alrededor del sillón de Lucas. Desatamos con paciencia los piolines que ataban las cajas. Algo poco habitual por lo menos en mí que suelo preferir cortarlos con un cuchillo. Y luego engullimos unas pizzas chatas y secas. Los trekkies ni se sentaron en el piso. Desde esa posición Roberto dijo:

-¿Para qué imprimen esa frase en la base de la caja?

Bárbara estiró el cuello para mirar una de las cajas, que descansaba sobre la mesa ratona.

-Es grasa. O sea, la grasa dejó escrito eso.

-Pero dice algo-dijo Alberto.

-Lamentablemente, sí – dijo Laura.

-Dice: El mundo dado vueltas – leyó Bárbara.

-Hay un papel debajo de la última porción de la otra caja. ¿Quién la quiere?

Todos contestamos que estábamos llenos. Laura tomó el papel. Era otra fotocopia que parecía pertenecer al manojo de las de Albatracio. Laura la iba a leer en voz alta pero todos nos quejamos. Pedimos un resumen.

-Sigue con lo de Uta y Asperger. Pero acá queda claro que está hablando de un síndrome, así le dicen, propuesto por el tal Asperger, un pediatra austríaco, y que puso en valor una psicóloga británica que se llama Uta en 1991. Ven, hasta tener algo legible no se puede opinar. Lo que no entiendo es por qué me siento tan identificada con esto. ¿A todos les pasa lo mismo?

-Todos nos sentimos Utas por un momento -dijo Bárbara.

-Yo todavía lo siento-dijo Alberto.

Convenimos en que el síndrome de Asperger nos caía como anillo al dedo.

(esta anotación de Martín continúa en otra hoja de su cuaderno…)

por Adrián Gastón Fares.

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