Anotaciones del Cuaderno del Chino.
Bárbara, que había apoyado un codo en el piso y tenía la cabeza ladeada para poder sortear una de las columnas, fue la última en levantarse. Yo la seguí. Lucas abrió la puerta y lo único que entraron fueron hojas de árboles amarillentas. No había nadie. Pensamos que debía ser algo que el vendaval había arrojado contra la madera. Laura sugirió que tal vez la persona que había golpeado se había escondido en algún lugar del jardín. Pero Lucas cerró la puerta antes de que alguno se aventurara afuera.
Todos le dimos la espalda a la puerta menos Laura. Cuando me di vuelta la vi de cuclillas mirando el suelo. Lucas le preguntó si había entrado algún bicho. Pero lo que Laura tenía entre las manos eran unas fotocopias amarillentas. Le pregunté a Martín qué estaba diciendo Laura. Estaba concentrado escuchando y giró la cabeza recién la segunda vez que lo interpelé.
-Es una fotocopias de los rituales de los indios Uta.
-¿Y quién la escribió?
-No sé. A ver.
Martín se acercó a Laura y le quitó las hojas de las manos.
-¿Rituales de los indios Utas por Amancio Valverde? -gritó.
Lucas, ya sentado en el sillón, hizo una mueca de menosprecio.
-Deben ser cosas de mi tío. Se metía en cada lado para cazar. Hasta que conoció a la mujer. Ahí la mujer lo empezó a cagar a pedos si mataba animales. Habrá intentado quemar eso en la parrilla para que no lo vea la jermu pero bueno… ahí está.
-¿No es demasiada casualidad? -sugerí.
Todos asintieron con la cabeza.
En lo alto escuchamos un ruido sordo. Parecía una estantería que se vino abajo. Libros sobre libros. Nos miramos entre todos para ver si alguno se animaba a subir la desproporcionada -de acuerdo al espacio restante- escalera y antes de que yo volviera a mirar hacia arriba, Laura ya había dejado atrás la mitad de los peldaños. Los trekkies la seguían como dos escoltas. Lucas levantó el cuerpo del sillón, sosteniéndose con una mano en el apoyabrazos, murmuró algo que sugería que eso sí le preocupaba y volvió a recostarse.
-Ratas -gritó estirando el cuello hacia atrás como para que Laura lo oyera.
Cuando me quise acordar por un impulso indescriptible yo estaba arriba también. Miraba por encima del hombro de Laura. Había abierto la puerta de la oficina con el cartel Mastronardi hijo. Vi un escritorio enfrentado a la puerta y detrás una de las hojas de la ventana estaba abierta. Nos acercamos al escritorio y descubrimos que había una huella. Una pisada. Debían ser unos pies descalzos y muy transpirados porque el soplo de aire que entraba por la ventana todavía no la había secado. Vimos cómo se fue borrando. Entonces Lucas apareció, se nos adelantó a todos y cerró el ventanal.
-¿Qué dijo? -le pregunté a Martín.
-Que es un basurero ahí atrás.
-Se nota -dijo Roberto. Acababa de recoger algo de las patas del escritorio. Era un zapato blanco. Con tacos y todo. Estiró la mano para ofrecérselo a Alberto, que retrocedió inmediatamente.
-Está en mi derecho rechazar un zapato cuya huella parece ser tan nauseabunda -dijo Alberto.
Bárbara se lo quitó de las manos a Roberto. Yo me acerqué porque quería conocer su opinión del asunto.
-Este zapato es el que usa Drusila. La jefa de la otra cátedra de Estructuras narrativas.
Lucas se movió rápido. Tomó el zapato, entreabrió la ventana y lo lanzó fuera.
Laura apoyó la palma de la mano sobre el lugar donde había estado la huella del pie.
-Admiro a Drusila.
Los trekkies fruncieron la nariz. Yo también.
En ese momento me di cuenta de que ese brillo que en la planta baja teníamos en los ojos se había esfumado. Lo noté hasta en la mirada tenue de Laura. Y luego en la de todos los demás. Necesitaba verme en un espejo. No se me ocurrió donde podría haber uno y no me animé a preguntarle a Lucas dónde podría estar el baño.
por Adrián Gastón Fares.