Anotaciones del cuaderno del Chino.
Uno de los trekkies se había mojado las medias al pisar por el camino una zanja. Les decíamos los gemelos porque eran de la misma estatura y muy parecidos aunque no tenían familiares en común. Cada uno tenía una insignia de su serie favorita, un alfiler dorado clavado en las remeras a la altura del pecho, y a mí me parecían lampiños. Estaba acertado porque en el tiempo que pasamos acá a mí me creció una molesta barba pero ellos siguen como el primer día. Uno se llama Alberto y el otro Roberto. Son nombres un poco de persona grande para la edad que tenemos. El promedio es 20 años o menos. Laura y Bárbara son las únicas mujeres del grupo.
La concesionaria donde estábamos era del tío de Lucas. Lucas es mecánico, o mejor dicho trabaja en un taller mecánico, siempre con las uñas sucias y las manos engrasadas, no sabemos muy bien qué hace estudiando cine. Él mismo dice que no le gusta el cine. Tal vez antes de que termine de escribir esto logre desatar algunos nudos del misterio que nos rodea pero no creo que vaya a comprender por qué Lucas estudia con nosotros. ¿Cine? Nunca habla de películas.
Por lo demás, es el más alegre del grupo y el primer día apenas entramos al lugar se tiró en un sillón, cruzó las piernas y declaró que se había olvidado las copias de sus apuntes.
Propuso que, antes de que el negocio cierre, fuéramos al supermercado a comprar varias cervezas, Coca Cola y algunos vinos y dejáramos el trabajo práctico para otra ocasión. Si lo hubiéramos escuchado -admito que yo no soy muy bueno escuchando- esto no hubiera ocurrido. Pero, ¿quién cambiaría el pasado reciente? Con todas las cosas que llegamos a entender… Parece inadmisible.
Nadie lee dos páginas fotocopiadas y siente una revelación. Por lo menos, ni yo, al que gustan de llamar Chino -en dinámica de grupos de varones es impresionante la rapidez con la que uno se gana un apodo-, ni Martín, que somos los que más leemos -devoramos todos los cuentos de Lovecraft, no somos de esos que miran películas nada más- pensábamos que leyendo tan poco se puede ganar tanto.
A los trekkies no los cuento porque son una especie de genios. Las revelaciones, especialmente las creativas, no parecieron serles indiferentes en sus vidas. Entre los dos escribieron una versión de Star Trek ambientada en la época victoriana. Y otra inspirada en Chesterton. Sólo sé que hay un sacerdote a lo Alien3 (no es lo mejor recordar esa película ahora que estamos encerrados en estas celdas tan desagradables, una cosa es estar encerrado en una nave, que ya de por sí es una especie de prisión, y otra en una celda la comisaría 9na de Lanús) que resuelve casos detectivescos.
A Martín y a mí nos gustan más las películas de John Woo, vimos todas las de Tarantino, claro, y deliramos bastante con lo que hace Lynch, aunque no entendamos realmente mucho esas tramas tan densas. A la vez, tenemos como una especie de deidad a George Romero e incluso podríamos competir con los trekkies porque escribimos una monografía sobre su trilogía zombi (pero comprendo que el ensayo es un arte menor a la ficción). Tratamos de dejar de lado las de Fulci, aunque fue imposible.
Todavía no sé bien qué le gusta a Bárbara. Creo que la música, por lo menos habla bastante de The Cure y otras bandas que también me gustan. Laura era fanática de X Files y estaba entre estudiar lo nuestro, o sea cine, o arquitectura. Creo que la esperanza secreta de sus padres era que dejara lo nuestro, o sea el afán por algún día dirigir películas y escribirlas, en cuanto viera lo insulsas que podrían ser nuestras charlas. Por lo menos, eso era lo que ella decía cuando peleaba en broma.
Ahora bien, paso a describir a los personajes de este misterio dramático educativo, como lo llaman los trekkies, personajes entre los que, no diré lamentablemente porque confío en que algún familiar me sacará de esta prisión, me encuentro.
Lucas, el más flaco y alto, medio dormido en el sillón, Martín un rubiecito compacto y de pelo enrulado, yo, el más petiso, con los ojos medio achinados, pelo oscuro y cuello largo -me decían Jirafa en el colegio, en otra dinámica de grupos- y las chicas: Bárbara, de tez muy pálida y pelo largo oscuro; Laura, grandota, bien morena, y con una campera de jean y un buzo atado a la cintura que ahora mira hacia cualquier lado -los policías decidieron que debíamos compartir la celda, chicas y chicos- mientras escribe también notas sobre lo ocurrido en su libreta.
Nunca vivimos algo como esto y hay que escribirlo. Además si nadie nos viene a sacar de acá, vaya a saber cómo podemos terminar. Resulta que encerraron a los asaltantes con nosotros también. Bueno, no a todos. Falta uno. Creen que son estudiantes. En eso seguramente la imagen de Lucas ayudó bastante. Más allá de estas elucubraciones, creo que es la única celda que hay en la novena, tal vez sea esa la única razón de que la compartamos.
Para terminar la descripción faltan los trekkies. Ni en una celda se los puede ubicar. Logran pasar desapercibidos. Siempre andan por ahí como si no estuvieran. Podrían estar en el centro del grupo mientras escribo esto sentado en este duro banco y yo no verlos. En fin, basta de personas, pasemos a los objetos. Primero, el más grande.
El lugar, claro. La concesionaria. ¿Cómo es la maldita concesionaria?
Hay una escalera que desemboca en un pasillo en el que están apostadas las oficinas superiores. Si antes de entrar a las oficinas superiores uno se da vuelta puede mirar por los balcones hacia abajo y ver la sala grande.
En el pasillo superior, la oficina de un tal Mastronardi está en el ala derecha. Y la de un tal Mastronardi hijo en el ala izquierda. En realidad no se puede mirar muy bien hacia abajo porque uno, por lo menos yo, se impresiona con las cornamentas de las cabezas de los animales colgados del entablamento. Mientras escribo esto apenas me animo a recordar el ojo del león rugiente. De los colmillos parecían suspenderse hilos de baba (tiene que ser el efecto de alguna gotera en el techo, qué otra cosa puede ser). El alce es más difícil de describir, tal vez porque no estoy demasiado seguro de que sea un alce. Podría ser el fauno más natural que vi. Creo que es un bisonte. Pero hay también unos cuantos alces. Esos me dan más pena, ahí colgando muertos con sus cornamentas.
Fuera, después de la puerta amplia y los ventanales vidriados, hay un camino de cemento, flanqueado por dos jardines con gravilla entre los que están en exhibición coches y motocicletas y algunos granados plantados. También hay una parrilla en la que pensamos hacer un asado. Pero dadas las circunstancias parecía una aventura demasiado irresponsable.
Falta describir a alguien más. Es el tío de Lucas, que por lo menos Martín y yo, creemos que estaba oculto en algunas de las oficinas. Además de la subrepticia Drusila. Estos dos actantes son las únicas explicaciones que encontramos a lo que no podemos explicar.
por Adrián Gastón Fares.