Este año y el pasado estuve desarrollando nuevas novelas. Las tramas, las historias, que más me gustaron, son las de 1995, una ucronía, y Voraces también ciencia ficción. Por otro lado, estoy escribiendo la continuación de Seré nada, que se centra en el personaje de Fanny y cuya trama descansa en el regazo de la bien conocida, y tal vez por eso, huidiza dama llamada Terror (esa trama tampoco deja de lado la ciencia ficción, claro) También me queda armar la edición digital de Yo que nunca fui, la novelita que escribí luego de Seré nada y que ya está publicada en este blog. A. G. F.
Este es el Prólogo de 1995.
Acá no vamos a dar vueltas porque ya nos dieron demasiadas. Estamos en 1995 en el aula de profesores de la Universidad de Buenos Aires. Albatracio Mercedes Sanone Décimo Quinto, profesor de estructuras narrativas, prepara algunos apuntes con la buena intención que sus alumnos los relacionen con una lista de películas de ficción. Es la facultad de Arquitectura y Urbanismo, la carrera es una más o menos nueva: la de Diseño de Imagen y Sonido. Albatracio, que está de espaldas a una ventana abierta que da al río, frunce la nariz, distraído por los quemados vapores que llegan de la cocina del patio de comidas colindante al refugio de profesores, que forman en su cabeza la imagen de una detestable hamburguesa, y en ese momento, el mismo viento que empuja hojarascas dentro del aula hace que tres hojas de papel de una monografía que él había separado cuidadosamente, se levanten, vuelen y queden finalmente entre los otros papeles cuyos impresos nombres inminentes aceptan a los otros, autores menos conocidos, sin ningún resquemor.
Albatracio se da vuelta, recoge los apuntes, cruza la sala de profesores ante la mirada un poco hostil del resto de los profesores, que no pierden oportunidad para burlarse mentalmente, aunque sea, de su nombre, y también de sus estudios de literatura comparada, y se va directo a la fotocopiadora. Deja los apuntes y siente alivio por dar terminada su tarea.
Tiene pocos alumnos, es la primera clase a su cargo, de una cátedra que quedó desierta, y esos mismos alumnos, seis, el mismo día, antes de salir disparados de vuelta hacia los cuatro puntos cardinales que los trajeron, se hacen con una copia cada uno del ya famoso, por lo menos en esta mini cofradía de fans de Star Trek, y perdido original.
Al otro día, viernes por la tarde, luego de la cursada de Montaje cinematográfico, nos juntamos en la concesionaria de autos. No sabíamos que nuestra historia cambiaría para siempre.
por Adrián Gastón Fares.