Con tristeza entendemos que nosotras recibimos los golpes, las bromas, las burlas. Es porque los alegra, porque eso los libera como a nosotras patear una puerta. No pueden crear belleza y es lo único que les queda, no pueden apreciar la belleza y es lo único que les queda dejarnos un arma descargada para que la usemos en la desesperación.
Hay que patear más puertas para ver lo que sienten ellos cuando nos denigran con su insensibilidad, cuando nos usan. Lo que sale, lo que flota después de golpear una puerta es eso que ellos sienten después de usarnos a gusto.
Nunca desquitárselas con humanos porque vamos a caer tan bajo como ellos y nosotros ya no somos humanos. Dejamos atrás ese paradigma. Buscamos otros. Encontramos otros. Aparecieron otros.
Algunos trashúmanos, decimos, porque usamos aparatos, porque sin la tecnología no veríamos, porque sin la tecnología no caminaríamos, porque sin la tecnología no oiríamos. Sin la tecnología no tendríamos tacto, no podríamos acariciar por última vez el hocico de nuestro perro muerto. Aunque nosotros somos conscientes de la paradoja de que tal vez la tecnología no funciona, de que tal vez con ese guante que desarrollaron nos imaginamos que tocamos, nos liberamos de las ataduras que no nos permiten sentir más allá de nuestro cuerpo y es eso y no lo otro.
Y cuando acariciamos a nuestro perro en vida, otra deva, los ojos nos brillan como antes de que nos arrojaran al vacío, como antes de que nos hicieran ver la negrura de La Sima, los que tienen los ojos abiertos y no ven nada, los que tienen los oídos perfectos y no escuchan nada, los que tienen las piernas bien y no caminan nada. Nunca los vamos a entender, nunca las vamos a entender. Nunca nos vamos a entender. ¿Para qué nos preocupamos? ¿Por qué nos afectan?
¿Por qué tenemos piedad? ¿Para qué la compasión?
¿Por qué no crear alas sintéticas, alas mecánicas, extensiones de nuestro cuerpos pegadas a nuestras espaldas? ¿Así no recuperaríamos las que teníamos? ¿No sentiriamos que podríamos volar aunque esos aparatos no funcionaran? ¿Aunque fuera una mentira?
Ya nos mintieron tanto.
Y nos cincelaron hombres de uñas largas, nos reprimieron, nos oprimieron, nos amedrentaron con sus paradigmas fáciles de caretas de fakir con un cuchillo clavado en la sobresaliente mejilla izquierda, con sus paradigmas de mil quinientos pesos la media hora, con sus paradigmas de ascensores y tronos de metales imprecisos, se elevaron ante nuestros ojos, se endiosaron, nos miraron con cautela y nos sacaron el brillo de los ojos, nos borraron la sonrisa, nos dejaron sin poder llegar al final de la página, nos dejaron sin atender a los llamados, nos invitaron a nuestra propia boda burlesca, con la correa ríspida en el cuello hasta el altar de las palomas sin pico, nos llenaron de lugares comunes: nos quitaron a nuestras mujeres, destruyeron a nuestros hombres.
Los echaron de sus trabajos de años, sus trabajos de toda la vida, y sabían que ninguna indemnización los iba a salvar, sabían que esa parte de su vida que era nuestra noche compartida, nuestros fines de semana compartidos, ni bien liberaran el cordel se iba a terminar también. Nuestros hombres se enfermaron, negaron con las cabezas hasta cavarse un agujero en el aire, se nos fueron yendo así como quien no quiere. Perdiendo la malafortuna que se habían ganado con tanto esfuerzo y sacrificio.
Con su sacrificio nos sacrificaron.
Nos enterraron en el pasado que vuelve una y otra vez para cambiarnos de tumba, bajarnos al nivel del suelo y cerrar la puerta de nuestro sepulcro salvaje de baldosas estalladas. A brindar entonces dijeron, a tomar nuestras cervezas artesanales, a entrechocar las copas repetidas en lugares todos iguales, lugares repetidos, no lugares y ya, al son del chan chan de Sultanes del Ritmo, al son de alegres gaitas engatusadoras que no molestan tanto nuestros sentidos como el punk sobrio que nos gustaba antes de ser concebidos.
¿Tenemos la llave? ¿Es verdad? ¿O la tienen ellos? ¿Quién aseguró entre nosotros que teníamos la llave? Que de un paso adelante. ¿Quién nos hizo comprar el libro sobre el imperio de los soles? Éramos chicos y en la cama y nos perdíamos con estatuas entre hierbajos que no sabíamos ni dónde quedaban.
Nos lo tiene que explicar y lo vamos a perdonar porque es parte nuestra perdonar. Es parte del ser de ojos rasgados, del paradigma de aquel hombre de ojos rasgados, de orejas puntiagudas, de lóbulos largos, del nacimiento sin lágrimas, lo seco que lo inunda todo, que lo rebalsa todo como la verdad sobre la mentira.
¿Por qué no lloramos al nacer? ¿No era más fácil que hacerlo después de grandes? Nacimos valientes ya, nos decimos, nacimos así, se ve. Tiene que ser eso. No somos magas. No somos magos.
Venimos del este y miramos hacia el este, nos prosternamos hacia el este sin saber por qué, como Ballard. Pero manipularon la bondad de nuestros hombres, la bondad de nuestras mujeres.
Y por más que no queramos hay un aire en el piso que nos gira hacia el este, es raro ver que nos fuimos girando solos en el piso, hacia donde sale el sol en esta tierra rancia, llena de narices que huelen.
Huelen el agrio de lo chamuscado que nos repiquetea en la nariz como el perfume abaratado de nuestros yoes, el aroma de acero recién fundido de collares de semillas que nos llega cuando estamos in, el tufo verdegris de la salvia, el picor de la hierbabuena negra salvadora de muelas, el olor a iniciación, a pintura acrílica de amarillo desramado con el que nos pintan, con el que nos visten y que pueden quitar a gusto cuando se les canta, una lechuza de cerámica menos en la colección, como una fotografía de perfil de estos tiempos, ellos que inventaron los caminos, ellos que pintaron las innecesarias señales modernas.
Ellos que bordean los portones de amarillo tiza para guiar a los camiones con seres como nosotros en contenedores hasta el interior enchapado de los estacionamientos en donde nos apilan. Tráfico nocturno ¿Dónde los llevan? ¿Dónde nos llevan?
¿Por qué resurgieron? ¿Cuándo resurgieron?
Ellos no son naturaleza, ellas no son naturaleza, se alejaron, la escupieron, se la bebieron, la enchastraron. Derriban los árboles, ofertan a las plantas y arrancan a los yuyos lindos, ellos deciden qué crece y que no. Son como soles inmaduros. Son como reflectores que ciegan nuestra capacidad de decisión con tantos gritos, tantas palabras, tantos empujones casuales, inventados y ya, tanto verso vacío, tanto General en sus cuadros, tanta mala junta. ¿Cómo se atrevieron a jugar con nosotros? ¿Cómo se atrevieron a jugar con nosotras?
Y nosotras con el poder del perro que es útil para las señales de lejanas huestes nunca aireadas, nunca cepilladas por los arqueólogos que temen maldiciones leves. Debemos renovarlo, tenemos que usarlo al poder, arrancarse las remeras y dirigir las palmas abiertas hacia el sol, levanten los cuellos orgullosamente y dejen caer hacia el costado sus cabezas, mientras miran a la cámara de refilón. Griten Correr. Griten Huir.
Todavía se puede volver al pasado y avisarnos a nosotros mismos de que esto iba a pasar. De que todo era un plan no cantado. Hay que concentrarse en los vértices de las paredes de nuestros dormitorios hasta que el cielo raso empieza a difuminarse, hasta que todo lo demás se difumina, hasta que el espacio tiempo se mezcla como nuestra proteína con las frutas en nuestras licuadoras de botones saltados. En el pasado tocarnos el hombro y susurrarnos al oído la verdad. O llamarnos a nosotras mismas al teléfono de nuestra antigua dirección y dejar sonar nuestra Familiar Canción y agregar otra solo conocida por nosotras. Soltarnos a nuestra doble el bretel para que nos detengamos en el momento justo a acomodarlo y nunca lo conozcamos. Nunca la conozcamos. Danzar con las mascotas bestias en futuras plazas sin pasto, donde vuela la tierra que entrecierra los ojos.
¿Y entonces?
Continúa el ‘tour de force’ con tus (nuestros) fantasmas.
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