Fue en la primera fiesta organizada por el festival de Sundance. Habían puesto música. Rigoberto bailaba pegado a Marta, y Rose, mi amiga estadounidense, no le sacaba la mirada de encima.
Después de eso, salimos a caminar por las calles de Park City. Rose se quedó bailando con un chico español que había conocido.
En la caminata, mientras Marta, un poco borracha, iba detrás, Rigo, como le decían, me contó cómo había contratado a Marta. ¿Contratado?, le pregunté casi a los gritos. Le dije que pensé que eran la pareja más feliz del mundo.
No era así.
Al igual que yo, Rigo usaba audífonos. Al igual que yo tenía un certificado de discapacidad por la sordera. Y, más o menos como yo, no tenía familia o le quedaba muy poca.
Cuando tomó la decisión vivía en Ituzaingó, me contó, en el oeste de Buenos Aires, cerca de Perrone, recalcó, cineasta al que pusimos de ejemplo porque filmaba siempre como podía, con VHS, con Super8, con lo que fuera. Como a mí, le caía muy simpático Raúl Perrone y era un ejemplo a seguir. En mi caso también habían sido ejemplos a seguir los cineastas que hacían terror independiente, como el grupo de Farsa, también del oeste (en el oeste está el agite es una frase verdadera, hay un sentimiento de amistad, de efervescencia, en ese lugar de Buenos Aires que no existe en Lanús, por ejemplo) o los platenses de Paura (yo siempre recordaba a Hernán Moyano que en un festival de Mar del Plata me había dicho que jamás me pusiera un quiosco porque cualquier tipo de emprendimiento era más lucrativo que el cine y eso haría que dejara el cine inmediatamente) Yo sentía que haría las cosas de otra manera, pero la forma de producir de esa gente me gustaba mucho. Cuando hicimos Mundo tributo con Leo Rosales, tanto Perrone como los que hacían cine de terror independiente nos influenciaron.
Esas cosas le comenté cuando íbamos caminando con Marta atrás recuerdo. Rigo me confesó que no le gustaba el terror, no quería saber nada. El terror, la intriga y la fantasía eran vitales para mí, por lo tanto, hablar con Rigo era siempre un poco aburrido, más allá de las experiencias en común con la sordera. Mi nuevo amigo carecía de imaginación. Para mí, charlar con una persona con gustos tan diferentes era como asomarme a una habitación mal iluminada.
En fin, después de tomar la decisión de que solo no podía seguir, Rigo puso un anuncio en la redes sociales. Después de todo, estaba claro, tenía discapacidad. Eso significaba que necesitaba alguien en qué apoyarse o algún tipo de ayuda, ¿no? Yo estaba totalmente de acuerdo con eso, pero por mucho tiempo en mi vida no había podido ver que las cosas eran así, a pesar de que lo hubiera practicado sin saberlo (el apoyarme en alguien, claro).
Rigo lo supo siempre pero nunca había podido ponerlo en práctica del todo. El anuncio de Rigo consistía en el pedido de una ayudante, con un pago fijo por mes. Era como una especie de acompañante terapéutica me dijo él, pero él no necesitaba eso. Quería alguien donde su amor por el cine rebotara, el entusiasmo creciera, y que eso le sirviera para volver a agarrar una cámara con confianza y producir una película. Por otro lado, necesitaba alguien que manejara sus proyectos, los enviara a festivales de cine y moviera un poco los guiones que había escrito. Debo admitir que en ese momento se me prendió una lamparita, yo con tantos trabajos literarios, más cinematográficos, necesitaba lo mismo.
Justo un año antes del momento en que me había contado eso en Sundance, le llegaron los emails respondiendo a su aviso a Rigo. Él apenas tenía fuerzas. Además que no sabía cómo hacer para filmar, tampoco tenía ganas. Ya todo le daba lo mismo.
No había nada de qué aferrarse y le parecía que cada vez escuchaba menos, incluso con audífonos. La perspectiva del implante coclear lo asustaba un poco. Todo eso era demasiado importante como para pensar en el cine. Descartó a unas cuantas sugars (justo él, manteniendo a una pendeja para fines sexuales, no necesitaba eso porque se había negado a abrirle las puertas a unas cuantas jóvenes que de manera totalmente gratuita querían darle ese servicio) Además ya no le gustaban las muy jóvenes, las veía como nietas a esa altura (Rigo tenía cuarenta y dos años) así que prefería una mujer más madura, de unos treinta años para arriba.
Destelló Marta. Le habló de Italo Calvino, de viejos cuentos italianos, de la magia del caos, de novelistas gráficos, de todo eso le habló Marta en un mail que le escribió.
Se conocieron, Marta viajó a su casa, tomaron mate, charlaron, y al otro día arrancaron a trabajar. Rigo tenía un guion que había escrito que era muy fácil de filmar en el barrio donde vivía. Comenzaron a hacer pruebas de cámara. Marta tenía unas amigas actrices a las que convocó (en el guion participaban sólo mujeres) Día a día, la película cobró forma. Jamás discutieron por algo creativo ni se pelearon por las ejecución de lo planeado; eran como hermanos. Le dije que así era como Billie Eilish se había hecho famosa: hacía todo con el hermano. Él me contestó que hasta Herzog hacía todo con el hermano. Agregué que también estaban los hermanos Muschietti. Y él nombró a las Wachowski. En esta época que no hay mecenas, convenimos, no tener hermanos era un ticket al fracaso. Por ese sincronismo de la vida, justo aparecieron en una esquina los hermanos Duplass. Seguimos caminando como si no los hubiéramos visto mientras escuchaba a Rigo.
Al terminar el proyecto, una película de ficción sobre el tema del maltrato y la indiferencia social, Rigo y Marta brindaron con unas copas de vino. Rigo negó el primer avance de Marta, luego se fue al baño en el segundo, pero sucumbió al tercero y terminaron en la cama haciendo el amor.
Al otro día, ya eran una pareja. Salieron a la calle y Marta lo tomó de la mano (en los días que siguieron Marta siempre llevaba la mano de Rigo a sus labios para besar el puño, como si lo reverenciara; algo parecido a lo que hacía Frida Kahlo, con Diego Rivera, salvando las diferencias, agregué)
Rigo, que ya no necesitaba a Marta para hacer tantos trámites porque estaba entusiasmado, envío él mismo la película a muchos festivales. El éxito fue inmediato.
Llegaron notas en la prensa, llegaron invitaciones a festivales, llegó Sundance e incluso distribuidores que ya habían comprado la película, que era realmente buena, antes de que Rigo y Marta viajaran al festival de cine donde los conocí.
¿Qué hacía yo ahí? Me habían invitado a ser jurado de una nueva sección, la sección dedicada al cine de género fantástico, ciencia ficción y, cuándo no, terror. La película de Rigo no estaba en esa sección así que caminar con él por las calles que rodeaban a la sede del festival no entorpecía mi labor de jurado.
O sea que Marta era una chica que había contratado con el fin de llegar exactamente a donde estaba. Y que todo había salido bien. Pero había algo que lo preocupaba. Él no estaba enamorado de ella. Ni siquiera le gustaba. La quería como amiga, la respetaba como empleada, la admiraba pero no había ningún amor más allá de eso. ¿Cómo iba a hacer? Al otro día tenía que hablar con los periodistas, iba a ser invitado a una fiesta, hasta Tilda Swinton se había interesado en él y quería producir su próxima película.
Yo ya sabía todo sobre Rigo, Marta nos alcanzó, y giró sobre sí misma como no pudiendo creer que estuviera ahí, en Sundance con la película que había ayudado a crear. Tomó de la mano a Rigo y siguieron caminando. Yo retrocedí hasta el hotel.
En la fiesta del día siguiente, pude ver como Marta estaba en un vértice de la sala, mientras Rigo no paraba de hablar con Rose en la barra. La mirada de Marta era desoladora. Rigo rebosaba vida, ni siquiera le molestaba, como a mí, la música tan fuerte. Yo no aguantaba en los boliches. Me tenía que ir directamente, los graves muy altos eran de lo más molestos y además tenía miedo que las prótesis auditivas más el sonido alto me terminaran dejando más sordo.
Me dio pena Marta, así que la invité a alejarse conmigo de la fiesta. Caminamos por las calles desoladas de Park City, que a mí me hacía acordar un poco a Ushuaia, la verdad, con esas montañas grisáceas. Ahí me confesó que estaba desesperada, que no sabía cómo seguir porque había notado que Rigo se había desinteresado totalmente de ella. Nunca se le había cruzado por la cabeza, al conocerlo, que se terminaría enamorando de Rigo.
Marta no quiso contar cómo había surgido la relación. Así que tuve que llenar los huecos de lo que no contaba con lo que me había contado Rigo. Dimos una vuelta a la manzana y cuando volvimos al bar, encontramos afuera a Rigo con Rose. Los dos estaban sentados en el bordillo de la acera, detrás del espeso vapor de un cigarrillo electrónico, hablando como si el mundo se fuera terminar al otro día.
Los días siguientes encontré a Marta cada día más sola. A Rigo lo llamaban para hacerle entrevistas de todos lados, lo invitaban a más festivales, se lo veía tan fuerte y tan activo, que durante el festival pareció crecer en estatura.
Cuando terminó el festival, Marta no tuvo más remedio que volver a Buenos Aires. Rigo se quedó para firmar un contrato para su próxima película.
Volví a Buenos Aires, por suerte, yo también había encontrado financiación para una película. Sabía que esto de las relaciones sociales daba resultado. Finalmente, iba a poder filmar, aunque a diferencia de Rigo, sin Tilda Swinton. Como había que esperar para empezar la preproducción, me dispuse a contactar a Marta. Había quedado un poco preocupado por ella.
No sabía donde vivía. Ya no estaba en la casa de Rigo. A través de una red social di con ella y le pregunté cómo estaba. Nadie contestó. Le escribí a la hermana, que encontré a través de la misma red social. Me comentó que Marta había vuelto muy triste de Estados Unidos. Con los días fue empeorando su situación. No sabía qué hacer con su vida. Hasta le habían salido zumbidos. A veces deliraba y decía que se los había contagiado Rigo.
No había quedado más remedio que internarla en un hospital para su rehabilitación. Cuando fui a visitarla, me vio, y negó con la cabeza. No quería saber nada con personas que tuvieran déficit de audición.
Ahora Ringo preproduce, acompañado de Rose, que es su productora, su próxima película, financiada por varios países europeos. Vi una fotografía de él en la prensa. Se lo ve serio, por costumbre, me parece, pero en la mirada brilla una sonrisa muy segura.
La última vez que hablé con la hermana de Marta, me comentó que Marta ya no podía valerse por sí misma y agregó que ella como estaba casada, con hijos, no podía ayudarla mucho. Me dijo que estaban tramitando un certificado de discapacidad para Marta, para que pudiera tener un acompañante terapéutico que la ayudara a salir adelante sola.
por Adrián Gastón Fares.