22.
Se detuvieron en la esquina. Ersatz esperaba que estuviera inundado en Marco Avellaneda. Pero no se imaginaba los anegamientos de las demás calles.
El agua se metía por los pastos altos y llegaba hasta los garajes de las casas.
No había manera de tomar el camino por el que habían llegado.
Seguía lloviendo, y aunque habían rescatado unos paraguas viejos de la casa, estaban empapados de pie a cabezas, por lo que los tiraron y volvieron para probar por la otra esquina de la cuadra.
Hicieron dos cuadras por 1 de Mayo hacia la avenida y no pudieron seguir avanzando.
Manuel, que fue el que más se aventuró, recibió una descarga eléctrica al sumergir la mitad del cuerpo en el agua. Hacer tantas cuadras con la mitad del cuerpo sumergido, entre cables de electricidad, hierros y escombro, les parecía un peligro mayor que la incertidumbre que les daba ese barrio de locos.
Al mediodía estaban otra vez en la casa, cansados y decididos a esperar que bajara el agua para partir a pesar de la advertencia de Roger.
Ni bien entraron a la casa de Ersatz subieron a la terraza para ver qué encontraban. Antes se cercioraron de que Gema no estuviera erguida en el tanque. Al llegar al enrejado notaron que, aunque la lluvia había cesado, no había ninguna persona en las terrazas. El cielo estaba plomizo y no había señales de que fuera a salir el sol. Las chimeneas metálicas de la fábrica parecían coloridas entre el cielo grisáceo y el portón pintado de negro.
Bajaron. Silvina se remangó el pantalón y la remera.
Manuel se desnudó, se puso una remera ajustada blanca con escote en V y un jean que le quedaba apretado de un exnovio de la hermana de Ersatz que encontraron en un ropero. Zapatillas no había para nadie y era mejor quedarse con las que tenían puestas por las dudas. Ersatz no quiso saber nada con su antigua ropa. Escurrió su remera y volvió a ponérsela.
Volvieron a trabar todas las puertas con muebles y se pusieron a ver una copia VHS que había en la casa de La Quimera de Oro y luego pasaron a un western crepuscular de Sam Peckinpah, Duelo en Alta Sierra.
Se identificaron bastante con los personajes de la última, ya no tenían nada que perder. Les hubiera gustado dejarse llevar por sus caballos de un lado para el otro, entre sol y sol, dejando huellas en los valles. Siguió El hombre que pudo reinar.
Si tan sólo hubiera un rey que derrocar… Y más lágrimas que verter, pensaba Silvina, animada por la película.
Por la mitad de la tarde, golpearon en la puerta de la casa. Espiaron por la ventana. La que estaba afuera era la mujer de rodete. Podían verle el rodete cuando se alejaba porque de cerca era tan alta que sólo veían el cuello.
Silvina se dio vuelta frente a la abertura de la ventana para preguntarles si le abrirían. Manuel la corrió para volver a mirar él y vio que la mujer sostenía en alto, como una ofrenda, una cacerola que humeaba. Ersatz miró a su vez y los ojos de la mujer le parecieron de lo más bondadosos. No tenía sentido estar escondidos ahí como si les hubieran hecho algún mal. Roger parecía no estar en sus cabales. Además, tenían hambre.
Corrieron la máquina de coser que habían puesto para bloquear la puerta. Ersatz tomó de las asas la cacerola caliente.
Vieron que era polenta con salsa y queso derretido.
Comieron hasta saciarse.
Sabían que había algo que los unía más que la pérdida de audición. El pico de estrés les bajaba las defensas y no les dejaba pensar bien. Cada uno de ellos sabía cuánto podía soportar. Se los había enseñado Silvina, que lo había descubierto sola.
En cuanto sentían aburrimiento, desgano y desazón sabían que el vaso de la tensión que soportaban se estaba llenando.
Si se llenaba más, la copa desbordada generaba diferencias, gritos y peleas.
Intentar escapar sin éxito del barrio los había agotado.
Necesitaban descansar para pensar bien y ver las cosas de otra manera. Ni siquiera toleraban más películas porque movían las emociones hasta dejarlas a flor de piel.
Mientras afuera lloviznaba, se aseguraron de que las aberturas de la casa estuvieran bien bloqueadas. Luego, se retiraron a sus dormitorios.
por Adrián Gastón Fares.
Seré nada. Serenada. Todos los derechos reservados. Adrián Gastón Fares.
¿De qué trata Seré nada?
Seré nada es la historia de tres personas con sordera que tratan de encontrar una mítica comunidad de sordos en el Gran Buenos Aires. Dan con una colonia silente pero, ¿son personas sordas…?
Un poco sobre mí.
Soy escritor, guionista y director de cine. Estrené la película documental Mundo tributo como guionista y director, que fue emitida por Cine.ar y vista en varios festivales de cine, y tengo cinco proyectos de largometraje para cine también como guionista y director (algunos premiados internacionalmente y seleccionados como Gualicho y Las órdenes) y tres novelas más (Intransparente, ¡Suerte al zombi! yEl nombre del pueblo) además del libro de cuentos de terror Los tendederos. Pueden encontrar la edición digital en .pdf de Los tendederos y mis tres novelas anteriores en este mismo blog. Agregaremos que soy una persona con hipoacusia en ambos oídos que usa audífonos.
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