13.
La invitaron a sentarse a la mesa. Con la espalda apoyada en el respaldo de la silla, muy erguida y con los hombros separados, Gema los miró con una mirada vacía.
Le convidaron una manzana. Negó con la cabeza.
Tenía la cara y el cuello bronceados por el sol. Dieron por sentado que era lampiña, más que rasurada, los pelos de las cejas parecían rubios, pero dos o tres y no había rastros de pelusas en su labio superior ni cabello en ninguna parte de su rostro, antebrazos y manos.
No era tan alta como parecían ser algunos de los demás que habían visto en las terrazas. Parecía ser de la misma altura que Manuel, que medía un metro ochenta y cinco.
Silvina no anduvo con muchas vueltas:
—¿Conoce a Riannon?
Gema levantó y sacudió su dedo índice.
—¿Dónde está? —insistió Silvina bajando las cejas y clavando la mirada en los ojos de la mujer como si tuviera que resolver un crimen.
Gema hurgó en la parte superior de su calza, sacó su celular y escribió algo.
Decía: No Rano.
Silvina escribió en el bloc de notas de su celular el nombre Riannon y se lo mostró a Gema, sosteniendo la mirada en la inclinada pelada de la mujer, que en seguida levantó la cabeza y la sacudió fervientemente, como para terminar con las preguntas.
—¿Cuántos son en la colonia de sordomudos? —preguntó Manuel.
Gema volvió a escribir en su teléfono con rapidez: No sordomudos.
—¿Sordos? —dijo Silvina.
Gema escribió y les mostró la pantalla de su celular: NadaNo, decía, así, sin puntuación ni separación entre las palabras como si la mujer ya quisiera sacárselos de encima.
—¿Personas sordas? —intentó Ersatz.
Gema no movió la cabeza y no contestó la pregunta. Un rayo de sol traspasó las hojas del olivo y marcó su cara. Cerró los ojos.
El teléfono de Manuel vibró. Lo tomó. Era un mensaje de Silvina que había escrito al grupo La Oreja.
Ersatz, sentado a la punta de la mesa cercana a la puerta de la escalera trasera, no podía quitar los ojos del perfil estoico de Gema; estaba pensando si se parecía a alguna ex vecina. No recordaba a ninguna con ese rostro… Vio el mensaje de Silvina, pero no le dio importancia.
El mensaje decía:
No tiene nada en el oído.
Manuel frunció la boca, como no dándole importancia a ese detalle.
—¿No usan ninguna prótesis? ¿Lengua de señas para comunicarse? —preguntó Silvina.
Gema abrió los ojos, los achinó, por primera vez cambiando un poco la expresión de su rostro, y escribió, ya medio cansada de las preguntas:
Esto.
Se quedó con la cabeza inclinada observando su celular.
De repente, el teléfono vibró y apareció un mensaje. En negrita vieron que el remitente era un tal Roger. Debajo se veían dos símbolos, separados por varias palabras. Los símbolos no eran emoticones, no tenían color; eran simples símbolos alfanuméricos. Gema levantó su celular y contestó el mensaje.
Silvina, que de repente parecía competir con Gema en velocidad de tipeo, escribió en el grupo La Oreja:
¿Vieron algo? ¿Qué decía?
Manuel leyó el mensaje y la miró, perplejo. Ersatz vio el mensaje, apretó los labios y miró hacia abajo.
Silvina quitó la mirada y la dejó caer más allá de la espalda de Gema, como perdiendo la paciencia y a la vez buscando una explicación que se ajustara a lo que había pensado que ocurriría cuando Riannon los recibiera.
Luego, todos miraron de lleno a Gema, que seguía tecleando en el celular, aparentemente despreocupada. Las uñas que tenía eran bastante largas y estaban un poco sucias.
Gema se levantó de la silla, se acercó a la estufa en el vértice de la habitación, se agachó para juntar una de las rosas enanas que estaba en el piso, la ubicó al pie de la Virgen negra con las otras y juntó las palmas de las manos. Hizo una reverencia. Giró en redondo y caminó hacia la escalera por donde descendió sin apuro.
Los tres se miraron desconcertados.
—¿Dónde encontraste esa nota que nos pasaste? —preguntó Ersatz.
—En Internet. ¿Dónde va a ser? —dijo Silvina.
—Pensé que te la había recomendado alguna del foro.
—No.
Ersatz sonrió. Manuel lo siguió. Silvina apretó la boca y cerró los ojos, molesta.
—Yo vi el símbolo del sol —dijo Silvina—. El signo astrológico del sol, un círculo con un punto. Estoy segura. Y entremedio era castellano mal escrito. Después había algo más que no vi.
—A mí me pareció ver un jeroglífico egipcio… En serio digo, eh —dijo Ersatz.
—No estoy seguro… —dijo Manuel.
—Pensé que aunque sea nos iba a pasar el número de teléfono —se lamentó Silvina.
—No nos conocen todavía… —comentó Manuel.
—¿Nadie entendió la oración completa? —preguntó Silvina.
—Yo vi algo que parecían tres alambres; uno arriba de otro —dijo Manuel.
—Ése digo yo… Es el que me pareció un jeroglífico. —Ersatz miraba los libros que había en los estantes superiores del mueble que separaba el vestíbulo de la cocina. Uno, de tapa grande, se llamaba Los misterios del Nilo.
Silvina siguió la mirada de Ersatz.
—Nada de Egipto.
—¿Maya? —preguntó Ersatz.
—Y después decís que yo creo en cosas raras… Nada de eso… Eran símbolos simples. Y el resto, palabras, castellano, basta. —Silvina fue tajante.
Convinieron en que era imposible descifrar las pocas palabras que habían visto en el celular de Gema.
Silvina, que seguía empecinada en demostrar que no se había equivocado, aunque no había signos de Riannon ni de comunidad sorda, se levantó y bajó corriendo a la calle por las escaleras.
Ersatz y Manuel la siguieron.
por Adrián Gastón Fares
Seré Nada / Serenade. Todos los derechos reservados. Adrián Gastón Fares.
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