10.
Ersatz introdujo la llave en la cerradura y la giró dos veces. La puerta no se abría. Silvina probó y comentó que estaba trabada. La puerta se había hinchado… Manuel los apartó y la abrió con un golpe de hombro. Ersatz lo miró con reproche, pero no quería retar a su amigo en un momento tan importante como la llegada a su antigua casa.
Sabía que adentro debía actuar con más frialdad. Que no debía dejar que los recuerdos duros lo alcanzaran. Ya había pasado por ahí en la penúltima epidemia, antes de que todos se fueran. Ya había tenido tiempo para repasar su vida mucho antes, las otras veces que había vuelto a la casa de sus padres. Como en ese feriado donde había enfrentado al fantasma del otro adolescente que había sido, ese que no sabía que tenía sordera e iba a un secundario con chicos que no sabían que podían escuchar normalmente. Era otra manera de pensarlo, se dijo.
Para él estaban frente a una casa a la que había vuelto ahora por esas cosas raras que tenía la vida. Estaba con sus dos mejores amigos, personas en las que se veía reflejado y con las que se entendía casi sin hablar.
Palpó la rugosa pared en la oscuridad. Prendió el interruptor de la luz. Ante ellos se iluminó la larga y empinada escalera que llevaba a la planta alta. Ersatz les dijo que subieran mientras extraía su linterna de la mochila y se metía por una puerta al costado, dejando la luz cálida recién encendida para hacer una pausa en la penumbra. Esa planta, más allá del garaje donde su madre enseñaba música, había quedado sin construir. Buscó con el haz de luz al piano hasta que recordó que sus padres lo habían regalado. Por suerte, había sido mucho antes del Tyson21, si no tal vez los hubieran diagnosticado.
Encontró cucarachas muertas dispersas. Se detuvo a mirar a uno de los insectos muertos que, en su eternidad boca arriba, parecía sonreír.
Sin el lustre de correoso bronce que hace que una cucaracha parezca un bicho pegajoso, el que le erizaba la piel a Ersatz que las detestaba, la cucaracha era un insecto amigable, que parecía haber muerto feliz, con sus ojos sobresalientes y su estómago hundido y blanco. Ersatz no sabía si la costra blancuzca era por la putrefacción o si eran rastros del veneno que la había matado…
Silvina y Manuel lo estaban esperado arriba. Las luces del vestíbulo y del comedor no encendían. Manuel alumbró todos los adornos que habían dejado los padres de Ersatz, unos leones chinos, un sol azteca, jarrones y platos cerámicos en la pared. Todos, incluso Ersatz, se sobresaltaron cuando iluminaron a la dentadura del tiburón que estaba colgada en la pared del comedor, al lado de la ventana que daba al fondo.
Ersatz los tranquilizó explicándoles que sus padres habían traído ese pequeño adorno de su viaje de luna de miel en Punta del Diablo… pero también les dijo que no se explicaba la intervención que le habían hecho.
El cartílago de la mandíbula del tiburón antes había sido de un color blanco amarillento. Ahora estaba pintado de negro azabache y los dientes replegados no parecían pertenecer a una criatura muerta de este planeta. Debajo del esqueleto del escualo, había otra cosa oscura. Una Virgen de unos veinte centímetros. A sus pies tenía un colchón de pétalos de rosas enanas, parecidas a las que habían visto en el vivero.
por Adrián Gastón Fares.
Seré Nada. Serenade / Todos los derechos reservados. Adrián Gastón Fares.
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