Escribo en el restaurante, mientras espero que aparezca el hombre de mi hermano. Ahora creo que uno de los misterios está resuelto. Es muy posible que los lastimeros ladridos del perro que yo escuchaba fueran los del pequinés de Amanda. La mujer rondaría mi casa con la intención de escuchar mis conversaciones con la pobre Lorena.
En cuanto al tiempo, no deja de llover.
No sé qué sería ahora de mi vida si Luciana hubiese muerto. Estoy demasiado sensible. Me molestan las miradas de las personas y el paso de los coches afuera. Sé que todos llevan existencias secretas, mienten, encubren algo.
Uno cree que tocó fondo, pero siempre hay un escalón más que descender. Nunca se puede empezar de cero y olvidar lo que intentamos ser.
Acabo de releer este cuaderno. No me quedó otra que acordarme del sueño en que me transformaba en ballena, del hermético e incomprensible cansancio que me aletargaba, que ahora entiendo.
por Adrián Gastón Fares.