Nunca olvides nuestra intención.
Si no pasa, debería haber pasado.
Conocemos las maneras de tirar del hilo
que deshilacha la realidad.
De acceder a las cañerías del gigante dormido en una terraza.
Tal vez caminar tanto nos cansó.
No era nuestra idea.
Por eso volamos.
Recuerda que en los pastos negros de la ciudad una noche:
Una mujer espera afuera de un casorio porque no aguanta la iglesia y no aguanta lo que dicta el amor. Mira un destino más allá de la oscuridad y un joven, un conocido, pasa de los brazos de otra que lo iba a llevar
¿Adónde?
Pero las miradas se cruzan.
Y todas van más allá.
Allí estamos.
Alineadas.
Si tu vida es vieja
Pero no tanto
Y la zozobra y el llanto
Te enseñaron el canto.
Calla.
Porque es hora de retroceder en el tiempo para esculpir un grito.
Nuestro trabajo,
La puerta entornada.
Él y ella sueñan despiertos.
No podemos.
No usarlos.
El tren de la oportunidad
Pasa infinitas veces.
Nosotras no.
Nunca hubo escrituras que nos descansaran.
Las tres les diremos:
De aquí en más,
jamas nos separaremos.
Nada era auténtico.
Nunca escriban en las vísperas cartas de amor.
Antes borramos los libros de
literatura comparada y maniobramos por la ciudad
hacia la bruma que no alcanza para bañarnos.
Las pantallas bajan solas su nivel de brillo.
Justo a tiempo.
A cosechar pasillos.
A traspasar muros.
Mientras, sostenemos la repisa donde descansan las biografías de los abecedarios.
Es que nuestra empresa es la más grande proveedora
de lo que flota
entre letras y murmullos.
Silencio.
Juntos.
No paramos hasta el barrio de las intuiciones.
Falta poco.
Nuestras manos tiemblan.
Por Adrian Gastón Fares.