Suerte al zombi. 42. Atajala.

42. ¡ATAJALA!

El sol convirtió aquella noche fresca en una mañana calurosa. Luego de lavarse las manos y mojarse la cara, Garrafa caminó hacia López. Su amigo ya se había aseado y se encontraba mirando el montículo con fascinación. Lo contemplaron callados juntos por unos segundos.

Levantaron los restos de Luis. Los metieron en una bolsa de residuos negra. La sostuvo Garrafa entre sus manos y, cuando estuvo suficientemente llena, la dejaron en el piso y siguieron tirando extremidades dentro. López se agachó para mirar lo que quedaba de la cabeza de su víctima.

—Garrafa, el ojo de esta porquería se está moviendo.

—Estás más borracho que yo, viejo… yo no veo nada que se mueva—dijo Garrafa mientras entrecerraba los ojos y fruncía la frente.

—Agachate, boludo. ¡Si sos más ciego que una lombriz!

Garrafa se acercó a la cabeza de Luis y la miró por unos segundos. Luego, torció su cabezota hacia López.

—Es verdad que se mueve el ojo del guacho—Le echó una escupida a la cabeza.—¡Ja!…si hasta pestañea el hijo de puta.

—¡Qué raro, Garrafa! ¡Qué raro! En veinte años de andar con fiambres, nunca vi ni que se tiraran un pedo.

—Pero eran muertos normales, no engendros como éste ¡Nunca enterré a un anormal en mi puta vida!—dijo Garrafa.

—¡Ajá! Puede ser eso—admitió López—. Capaz que son tan tontos que ni se dan cuenta que están muertos.

—Creo que sé lo que es este tuerto, López—Garrafa dibujó una sonrisa cómplice en su cara—. ¿Sabés lo que es?

—¿Qué?—dijo López mientras se erguía tocándose la espaldas con un gesto de dolor.

—Un zombis.

—¿¡Un zombis!?

—Sí, un zombis. Más vale que lo juntemos rápido y lo llevemos al horno. No quiero zombis en mi cementerio. No vaya a ser que se reproduzcan.

Volvieron a mirar callados lo que quedaba de Luis. Después, López comenzó a reír a carcajadas.

—¡Un zombis en tu cementerio!—Miró el montículo, donde el ojo de Luis los observaba desde su cabeza pestañeando mecánicamente de vez en cuando.

Garrafa le guiñó el ojo a López y soltó una carcajada. Rieron juntos. Luego, Garrafa levantó la bolsa y se la pasó a su amigo, diciendo:

—Lo quemamos y, ya que estamos, le llevamos el cuerpo de la piba al pálido: el cementerio va a estar cerrado hasta el mediodía.

—Pasame la cabeza—dijo López mientras abría la bolsa.

Garrafa se agachó y la levantó.

—¡Atajala!

por Adrián Gastón Fares.

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