Suerte al zombi. 41. El montículo prominente.

41. EL MONTÍCULO PROMINENTE.

La linterna que arrojó Garrafa terminó a ocho metros de distancia de la escena principal y enfocaba caprichosamente hacia los dos hombres que descargaban sus palas contra el cuerpo. En la pared del mausoleo que estaba detrás del banco de piedra, las sombras de dos hombres copiaban los movimientos de bajar y subir, hundir la pala y sacarla. A veces las palas tocaban el cemento y el acero gemía. El cuerpo de aquel joven parecía estar desgastado y las extremidades se desmembraban con facilidad.

Fue así como Luis Marte quedó diseminado en varias partes, al compás del ritmo decadente danzado por los cuerpos de aquellos seres vivientes. En aquel momento, cortar y mutilar se volvió en un ritual sagrado para los sepultureros. Algo que habían llevado dentro mucho tiempo resurgió y se adueñó de sus carnes. Al moverse locamente alrededor del cuerpo, levantaban el polvo acumulado en la calle principal del cementerio y respiraban las finas partículas, sintiéndose fuertes mientras llevaban a cabo su trabajo bajo la luz de la luna.

Más tarde, sus manos fueron instrumentos tan útiles como lo habían sido la palas. Éstas fueron abandonadas cuándo la madera vieja del mango había empezado a llagar las manos.

Brazos, antebrazos, piernas, cabeza, manos, pies, cuello y torso diseminados por el suelo. Conformaban un macabro universo en torno a los verdugos.

Pronto, Luis Marte quedó reducido a un montículo prominente. Entonces, se dieron cuenta de que era tiempo de parar. Lo hicieron.

Un tímido fulgor los amaneció camino al cuartucho.

por Adrián Gastón Fares.

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