Suerte al zombi. 39. Garrafa y López versus Luis Marte.

39. GARRAFA Y LÓPEZ VS. LUIS MARTE

López se acercó aún más al joven y advirtió que seguía moviéndose.

El palazo le había partido el cuello y la cabeza colgaba de los hombros; sin embargo, el joven seguía abrazando a la muerta. Incluso los disparos de Garrafa no parecían haberle molestado.

Garrafa apretó el gatillo de vuelta. La pistola hizo un chasquido y no disparó. Había gastado las únicas tres balas que tenía. Apoyó la pistola en el piso y se acercó a una pared que había cerca. Dejó a López en la oscuridad junto al engendro y regresó empuñando una gigantesca pala. Caminó hacia López, mientras sostenía en una mano la pala junto con la linterna y con la otra se sacaba la sucia remera blanca. Arrojó la remera al piso. La enorme barriga se bamboleaba sobre sus gastados jeans. En sus ojos brillaba una luz desafiante, la que reflejan en la noche las almas furiosas.

Los ojos muertos de Luis habían llevado aquella luz en La Esquina del sol, cuando se adentró en la pista de baile aquella noche. Esos ojos también habían reflejado la luz varias veces; cuando mató a los que serían sus amigos y al remisero, al optar por caminar para siempre y al decidirse a sacar a Fernanda de su nueva casa en el cementerio. Sin embargo, aquella luz se había extinguido para siempre, tal vez por culpa del aire fresco que entraba en aquella cabeza abierta de un golpe.

Ahora, los ojos de Garrafa eran los que brillaban; los de Luis eran más que nunca dos canicas lecheras dispuestas a rodar. No todo era malo; sus ojos blancos no brillaban pero reflejaban la cara de Fernanda. La suya era una derrota alegre; seguiría luchando por lo que quería, por su amada Fernanda, porque otra cosa no había. Y era un buen motivo. El único que tenía en ese momento.

Los muertos mueren, y algunos no se mueven como Luis, pero todos siguen girando en la órbita del planeta. Y esa órbita a él lo había acercado a lo que él percibía como cariño y amor y responsabilidad; aún siendo un muerto viviente.

Miró otra vez de reojo, sin poder mover la cabeza, y vio que la mole se acercaba con la pala gigante. Clavó su mirada en los párpados pegados en la funeraria, ya no tanto, de Fernanda. Algo se entrevía, algo blanco; el repetido, triunfal, blanco.

Nada hay tan oscuro como el blanco.

por Adrián Gastón Fares.

 

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