21. TENEMOS TRABAJO HOY
Las negras paredes y el cemento de la celda atormentaron a Garrafa durante un mes. Las rejas le demostraron que su vida había sido buena hasta ese momento. Se dijo que a pesar de no tener dinero, llevaba una vida interesante comparada con la de otros. Cuidar de un cementerio en el medio de la noche, “¡eso era una tarea para hombres!”, pensó mientras miraba a la carcelera morocha de unos cincuenta años que, agachada en el pasillo de aquella vieja cárcel, fregaba un trapo por el piso.
El lugar estaba impregnado de un fuerte olor a orina. Al principio le producía arcadas pero con el pasar de los días descubrió que el olor aletargaba sus sentidos. De noche, cuando recordaba a los muertos que debían estar reclamando su cuidado, Garrafa lloraba y le pedía a gritos a la carcelera que lo dejara salir. La mujer le contestaba que estaba loco y Garrafa le describía detalladamente cómo había cuidado la lápida de su abuela, pidiéndole que reconsiderara su actitud ya que López no era tan delicado. La carcelera lo dejaba siempre hablando solo y desaparecía por el pasillo para luego retornar con un mate, que tomaba mientras leía el diario sentada en un destartalado banquito.
Las celdas contiguas contenían a jóvenes delincuentes que entraban y salían de la comisaría más veces que las ratas.
López lo iba a ver cada semana y le llevaba cigarrillos. Garrafa no comprendía el origen de una ofensa de semejante calibre a él, que era tan importante para Mundo Viejo.
Una noche empezó a llorar silenciosamente y se llevó la mano a sus bigotes. Agarró un pelo cuidadosamente, lo estiró y se lo arrancó. Luego empezó con otro. Estuvo haciendo ese trabajo toda la noche, hasta que cayó rendido por el sueño. A la mañana siguiente, el bigote de Garrafa había desaparecido. Sangrantes agujeritos enmarcaban su abultado labio superior.
Un día la carcelera se acercó y abrió su celda. Garrafa caminó por el pasillo y se obligó a escupirlo antes de salir al sol del mediodía. Se puso triste porque afuera no había nadie para recibirlo. Luego se dirigió a un almacén, no al de Rulfo, y se compró una cerveza. La tomó mientras se dirigía al viejo camino que llevaba al cementerio.
López salió del cuartucho y lo recibió con un abrazo. Luego, le señaló el fondo del cementerio, donde había un grupo de personas que estaban reunidas alrededor de una parcela de tierra removida.
—Tenemos trabajo hoy…, del verdadero eh…—dijo López y sonrió mostrando sus rojísimas encías—. ¿Seguro que no querés seguir con el otro laburito?… El mayordomo siempre me pregunta.
Garrafa miraba callado hacia el fondo del cementerio. López le preguntó por los bigotes. Garrafa no contestó y se dirigió al cuartucho.
por Adrián Gastón Fares.
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