12. LA REVOLUCIÓN BLANCA
Luis se detuvo en el portal de un viejo edificio de aquella cuadra, cerca de donde se había encontrado con el daimon, con la treinta y ocho en la mano derecha. Para su sorpresa, los tres jóvenes se escondieron en una de las entradas de los edificios cercanos a la esquina por donde habían aparecido y uno de ellos miraba continuamente calle abajo, seguramente para verificar si había rastros de los perseguidores. Luis guardó la pistola en el cinturón.
Fue ahí, mientras esperaba para descubrir quién era el que perseguía a estos jóvenes, donde vio su aspecto por segunda vez después de muerto. La primera, había sido en el espejo del baño de “La Esquina del Sol”. Ésta fue en la chapa del portero eléctrico de aquel edificio.
Deformado aún más por la naturaleza del elemento en que se veía atrapado, su reflejo convertía a Luis en un monstruo. Su cara estaba demasiado amoratada y le faltaban pedazos de carne en algunos lugares. En el pómulo izquierdo del reflejo, que sería el derecho en la realidad —¡la realidad!, pensó Luis, era una palabra demasiado obscena y soberbia como para nombrarla en aquellos momentos— había aparecido una mancha blancuzca. Al acercar su faz al portero, Luis se dio cuenta que aquella mancha no era más que el principio de su propio hueso. ¡Así que los gusanos habían disfrutado su cena de madrugada!
Rápidamente, se llevó la mano a la cara para tocar aquella zona. Al hacerlo constató nuevamente que su mano no le transmitía ninguna sensación táctil. La única bendición había sido perder el sentido del olfato, ya que gracias a eso no podía sentir su propio olor a podrido. Luis se dijo que, tal vez, todo fuera plan de un dios inepto que había fallado al resucitarlo completamente; lo había dejado en este estado, muerto, y con los sentidos táctil y olfativo atrofiados. Tal vez, las mismas leyes que actuaban en el nacimiento, lo hacían para la resurrección; él se había levantado antes de tiempo y, prematuro, estaba pagando las consecuencias de este desliz divino. Siguió mirando su cara por unos segundos, elevó los dedos de su mano izquierda y se los quedó mirando asombrado.
El dedo índice había perdido la carne que lo recubría y la falange estaba completamente desnuda, en la superficie, brillando por los reflejos de las luces de mercurio de la calle. Su uña parecía haber crecido. ¡Así que había empezado la revolución!, pensó Luis. Piel y carne reemplazadas por sucia blancura. Mientras articulaba la falange delante de su vista no pudo evitar volver a preguntarse quién le había hecho volver a la vida y para qué. No había razones en este momento y Luis pensaba que tampoco las habría en el futuro. Simplemente, era el sueño de la eternidad frustrada, porque él, sin vida, podía ver cómo se estaba pudriendo. ¿Cuantos días faltarían para que sus ligamentos y huesos se empezaran a romper y debiera arrastrarse o quedar tirado en el piso?
¿Qué razón tendría aquella existencia?, se preguntó Luis mientras bajaba su mano y escuchaba las asustadas voces de los jóvenes. Pensó que si realmente existía un Dios, éste debía estar más loco que el daimon pistolero. En ese momento, el pequeño parlantito incrustado dentro del portero del edificio comenzó a chillar interferencias.
El murmullo metálico subió de tono y se escuchó un chasquido. Alguien iba a hablar de algún piso de aquel viejo emporio. La voz del daimon fue claramente identificable. Tranquila y chillona a la vez:
—Tenés trabajo que hacer, Luis… Ellos están por pasar y va a ser mejor que los sigás… No podés quedar mal en tu primer día. Tu cuerpo te lo va a agradecer—Calló por un momento y luego gritó:—. ¡Suerte al zombi!
El portero hizo un último chasquido y quedó callado.
Los jóvenes salieron de su escondite ante el aviso del que miraba calle abajo.
Luis se asomó y miró. Los tres chicos que venían corriendo estaban muy asustados.
El joven muerto se escondió nuevamente en la entrada del edificio y vio cómo las tres siluetas de los chicos cruzaban por un segundo ante su campo visual y seguían corriendo calle abajo. Se dio cuenta que era el turno de los perseguidores y se mantuvo apretado contra la pared. Al rato aparecieron.
Éstos eran dos y estaban muy agitados, por lo que habían dejado de correr y pasaron caminando frente a Luis. Uno era un joven alto y flaco de melena larga y negra, que movía su cabeza exageradamente mientras caminaba y, exhausto, abría la boca para dejar entrar aire en sus pulmones. El otro era mucho más bajo y llevaba pelo corto negro, crispado, y miraba al cielo mientras respiraba con dificultad y puteaba. Un punk moderado, pensó Luis y se fijó mejor en el de pelo largo; llevaba una navaja en su mano y su mirada inyectada en sangre denotaba que estaba muy puesto.
Al llegar a la esquina, el más alto gritó, maldiciendo y alentó al otro para que empezara a correr. Los dos se internaron calle abajo. Luego, volvió el silencio.
Luis Marte vio como el alumbrado público de aquella cuadra chisporroteaba y se apagaba. Trató de ver su cara nuevamente en el portero. No pudo, la luz de la luna no era suficiente. Entonces salió de su escondite y, recordando las palabras del daimon, fue tras aquellos lunáticos.
por Adrián Gastón Fares
PD: Seguirá ¡Suerte al zombi! Pero me gustaría también que lean esta entrevista en la que hablan de Beethoven:
http://negratinta.com/sergi-bellver-beethoven-llego-a-ser-un-genio-porque-se-empecino-en-ser-libre/
y que vean esta película (no se han hecho muchas sobre Beethoven) No hay mucho para elegir. Aquí un usuario la subió gratis en español. Yo la encontré en alta calidad en inglés. Se llama Copying Beethoven (La pasión de Beethoven en español) y fue dirigida por Agnieska Holland en el año 2006 (hace más de diez años).
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