Suerte al zombi. 3. Calles céntricas.

3. CALLES CÉNTRICAS

Las calles céntricas lo acogieron, deslizándolo entre empujones y golpes por sus veredas repletas de personas en ese rojo atardecer. Luis se abría paso entre las personas caminando rápidamente, como si tuviera que llegar a algún lugar o necesitara concretar algún hecho importante. Caminaba como un héroe de película; con una cara de preocupación impuesta dirigida hacia el horizonte, sus pasos rápidos y firmes.

Nunca se fijaba en las personas, su vista estaba clavada en un punto más allá. Los transeúntes intentaban, pocos con éxito, apartar la vista del extraño y atormentado joven.

Parecía caminar solo en un desierto, en el que una avalancha constante de arena arremetía contra su cara y le hacía cerrar los ojos y arrugar la frente. Trataba de convencerse de que tenía un objetivo; ¡tenía que llegar a algún lado!

Dos nenas que iban de la mano de su madre empezaron a llorar al fijarse en aquel desconocido y se lo señalaron. La madre se agachó y las abrazó para apaciguarles. Todo esto mientras Luis se adentraba todavía más en el corazón de la ciudad y se daba cuenta que ya no había lugar para él. Las baldosas le parecían demasiado chicas, las vidrieras eran ornamentados monstruos de los que había que escapar. Sentía que la ciudad lo había descartado y que su lugar ya había sido ocupado por otro.

Sus pasos eran firmes, pero odiados por el suelo ya que no deberían ser dados. De repente, se animó a mirar a los ojos de las personas y notó cómo apartaban rápidamente la vista, como si hubieran visto algo obsceno. Algunos se apretaban la nariz al pasar junto a él.

Dejaba atrás una cuadra y llegaba a otra venciendo al imán que trataba de atraerlo. En esa caminata por las calles céntricas, desafió a los autos, a las personas, a los perros y a las manos que apretaban narices y se entrenó para olvidar, objetivo que logró recién al anochecer.

A esa hora le empezó a interesar la ciudad y su gente, mientras las luces se iban prendiendo y las calles iban pareciéndose a un enorme árbol de navidad caído, acostado a lo largo de una transitada llanura.

Luis Marte iba caminando por la ciudad sin darse cuenta que su cuerpo había empezado a pudrirse y que su corazón no latía desde hacía casi dos días.

por Adrián Gastón Fares

 

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