Los padres de Glande se fueron unos días a la costa y en la casa había quedado su abuela materna, quien le estaba contando que los golpes a la puerta, por los que antes tuvieron que cortar la conversación, eran de Jorge, el vecino de enfrente.
Glande se había mudado a vivir al centro. Jorge, unos veinte años mayor que Glande, fue durante mucho tiempo el único interlocutor que Glande había tenido para hablar de música y de películas.
Compartieron un recital de Ritchie Blackmore y a veces se encontraban en Lavalle y se metían en algún cine, cuando Jorge terminaba su recorrido con el taxi y Glande no tenía que ir al conservatorio.
De vuelta a Lanús, no hablaban mucho más que de música y de la película que habían visto, ya que Glande no sabía qué más hablar con un taxista y Jorge no sabía qué contarle a un chico que se la pasaba casi todo el día encerrado tocando la guitarra. Ahora el vecino, cuya esposa estaba con las hijas en la costa mientras él cumplía con su trabajo, aparentó estar interesado en la salud de la abuela de Glande pero en realidad lo que quería era preguntarle si lo dejaba quedarse a dormir en el sillón. Finalmente, recapacitó y volvió a cruzarse a su casa.
Está habitada por un fantasma desde hace años. La historia, que no ventilaremos completamente, tiene como protagonista a un profesor de biología. Antes de seguir dejaremos en claro que Lanus Oeste también es visitada por seres de otro planeta, por lo que parece ser un pueblo de una de esas series norteamericanas más que el lugar aburrido que siempre fue.
En el fondo de un chalet californiano una mujer recibe mensajes de extraterrestres hasta el día de hoy, muchos años después del llamado de la abuela de Glande, tantos que ya ni Glande puede atender los llamados de su abuela porque ya pasó a mejor vida.
Pero hay que volver atrás, olvidar la muerte, los ovnis, las noches y los días que pasaron desde el llamado de la abuela de Glande. Volver atrás en un pestañeo o como si el vecino de Glande pusiera marcha atrás a toda velocidad en su taxi para hacer desaparecer a los templos evangelistas que suplantaron a los cines como el Ocean y tal vez, de yapa, plantarlo a Glande de nuevo contra el paredón dando su primer beso, un beso seco a una hermosa venezolana. O arrimarlo a esa reunión en la casa de un amigo en que había pensado que la chica más bella de su curso estaba enamorada de él. Y que su vida sería como una de esas diapositivas de luna de miel que pasaban sus padres los sábados. No hay árbol que de frutos tan dulces como algunas tardes de la pubertad; no hay oleo 25 que refresque los sentidos como haber pensado que la vida sería buena, que el amor se encontraba en un bajar de párpados, casi como lavar las ropas en una comunidad en esas películas postapocalípticas al lado de la chica con la que cambiarás el futuro.
Pero estábamos contando una noche de las noches más comunes y no trascendentales en que el taxista temía al fantasma del profesor de biología.
Entonces diremos que el profesor de biología murió al ser fulminado por un rayo cuando orientaba la antena de televisión.
El resultado fue tan nefasto que de alguna manera el espíritu de este hombre, que vivía con los que compraron la casa tenía un dominio total sobre todas las telas y ropajes de la casa. Cosas de la energía.
Así, podía hacer flotar las cortinas de las ventanas y simular que había una forma femenina detrás.
Podía dar vuelta el moño de una escarapela, deshacer el nudo de las corbatas, hacer levitar un pantalón, arremolinar las sábanas de las habitaciones.
Un día, los vecinos de Glande entraron a un cuarto que tenían vacío y descubrieron donde estaban las zapatillas de gamuza, las toallas, los repasadores, las medias, los manteles que faltaban, todo eso estaba amontonado formando un bulto como una serpiente cuya cara estaba conformada por un traje raído del ex profesor y por dos ovillos de lana que simulaban ojos asomados a los bolsillos. Era como un amigurumi gigante. Pero los amigurumi no se lanzan sobre los que abren las puertas como pasó ese día. Tuvieron que cerrar esa habitación para siempre.
En un asado nocturno, el padre de Glande le preguntó a Jorge, alzando la voz en un intento de superar el volumen del televisor, si había presenciado alguna aparición. El vecino respondió que, además del anélido gigante de tela, había visto algo impresionante, que no se atrevía a contar. Otra vez, la hija mayor de Jorge estaba sentada en su cama y sintió una fuerza que le arrancó la almohada y la arrojó por los aires. Y el fantasma tiraba la cadena del baño como si todavía lo usara.
Glande no sabe cómo reaccionar ante estas historias. Él no cree en los fantasmas, pero mientras trata de dormirse se tapa la cara con las manos. Se debe a que repetidas veces el tema había rondado su infancia. Por ejemplo, uno de sus familiares había visto el fantasma de su abuelo en la casa de Mar de Ajó, merodeando el fondo. Y una ex novia de Glande sintió a una persona detrás para darse vuelta y no encontrar a nadie.
El día anterior al de la muerte de su abuela paterna, Glande tenía un año y estaba en la cuna, cuando sus padres escucharon un grito salvaje, indescriptible. Por como su madre cuenta el suceso, el grito venía de la pieza de Glande, que siempre se sintió un poco culpable y suele preguntarse qué habrá visto para gritar así. Eso lo aterra. Pero más que sus padres creyeran que ese grito inhumano provenía de él.
Un recuerdo elemental, está enlazado con otro, pero Glande no puede discernir qué hecho sucedió primero. Sus padres estaban mirando una película. Era de una mujer que se convertía en algo, que su madre identifica como una araña. Glande tuvo un ataque de pánico y estuvo gritando hasta que lo sacaron de la habitación donde estaba el televisor. Hasta el día de hoy, cuando pasan películas clásicas de terror en el cable, Glande teme dar con la escena de la transformación de la mujer araña (que por lo que sabe Glande en la actualidad también podría ser una mujer abeja)
El otro recuerdo, mucho más nítido, es el de estar durmiendo en brazos de su madre, cerca del pasillo oscuro que da a los dormitorios de la casa, en la época en que sus padres vivían arriba y alquilaban la planta baja (ocupada por evangelistas que celebraban reuniones hasta tarde; ahora Glande cree que esos cónclaves eran las reuniones secretas en las que planeaban destruir a los cines de la calle Lavalle), y sentir una presencia inclasificable que se acerca a observarlo desde la oscuridad.
Glade puede reconstruir en su mente el miedo que esa presencia le provocó, que de alguna forma relaciona con el concepto de la mujer araña (o abeja)
Con el paso del tiempo, en la imaginación de Glande, esta mujer empezó a convertirse en la personificación del miedo, pero también de la añoranza y el amor, no sólo hacia su madre y el hogar en que se sentía protegido en su infancia, sino hacia las mujeres en general. De algún modo, esa forma femenina parda e indescriptible que lo perseguía en su niñez, reaparece en los momentos que Glande cree cruciales en su vida, pero ahora personificando a un cálido temor indescifrable, que tiene significados esquivos tal vez porque están aferrados a los procesos de cambio en su vida. Sin embargo, él no quiere tocar a fondo el tema. Dice, citando el pasaje de una entrevista a Robert Graves, que no está dispuesto a tentar su suerte.
Pero, después de cortar con su abuela, a Glande se le ocurre que el fantasma del ex profesor de biología que vivió enfrente de su casa pudo ser la presencia que se le había acercado cuando estaba en los brazos de su madre, quizás para saludarlo y darle la bienvenida al barrio. Quizá convertido en una mujer. En la Gran Ovilladora, un mito oriental.
Aunque también podían ser otros, teniendo en cuenta el destino incierto de los integrantes de su familia que vivieron y murieron antes que él.
Y para recrear, terminar con el cuento de terror esta también aquel hombre que visitaba el trabajo de su padre que le había hecho una carta natal. Su padre decía que las uñas del hombre eran largas, duras, casi espiraladas en sus bordes por la longitud, esas uñas que habían señalado o inventado su futuro, ese futuro donde también había una llamada de su abuela, de esas que no aparecen en las cartas natales.
Si Glande hubiera sabido que su abuela no viviría mucho más habría vuelto esa noche a Lanús para enfrentar al fantasma del profesor y tal vez escuchar el mensaje de los extraterrestres.
por Adrian Gastón Fares
21 de Marzo 2019
Reblogueó esto en El Noticiero de Alvarez Galloso.
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Me encantó. Te invitó también a leer mi blog. Te espero!
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