El aguante

Fin de año. El calor era agobiante. ¿Dónde estaba la que le gustaba?

 ¿Y la otra?

Mejor sostener la mirada en el horizonte de cemento del patio. La bandera le pesaba demasiado. ¿Cuánto más podía aguantar?

Si se le caía quedaría como un payaso ante todos. Con la que le gustaba. Y con la otra también. Con todos.

El gel con el que había domesticado sus rulos le ardía en la cabeza. El dolor en las vértebras de la espalda se aguzaba. Cerca, una compañera sostenía la bandera papal sin señales de agitación. ¿Quién era?

¿Qué pensarían sus compañeros de él? No se había propuesto estar ahí. Hubiera preferido estar abajo con todos los demás, esas cabezas de alfiler que lo miraban o no lo miraban y que estaban tan perdidos en un mundo alterno como él. Un mundo alterno que era un reflejo de ése donde estaba con la bandera y que no lograba comprender, el mundo alterno, decimos, no lo lograba comprender, porque era más oscuro que ese mundo donde todos eran compañeros y estaban en un acto en un colegio siguiendo un protocolo.

La bandera ¿Qué significaba? Algo importante. Alguien hablaba cerca de él en el escenario, una compañera que leía una carta, con una monja al lado.

Debía ser cumplir órdenes, lo que significaba para él era cumplirlas estar con la bandera ahí para que su mamá y su papá estuvieran contentos. Pero eso no alcanzaba porque tenía que dar inglés en el verano. Tenía que terminar la novela de Maugham.

Las monjas estarían fijándose que las polleritas de las chicas acariciaran las rodillas, que los chicos no tuvieran el pelo rozando la espalda, que no hubiera tatuajes ni aros ni nada que atentara contra los símbolos que ellas habían impuesto. Y él era otro símbolo, eso podía entenderlo.

Los guerreros se identificaban y unían sus fuerzas con símbolos, con estandartes, con banderas como la que él llevaba, había leído en un libro de estrategia asiático. Y había otra cosa.

La directora del colegio era una hermana exorcista. No sabía de qué orden, ni nada. Solo el atuendo negro que arrastraba. Pero sí sabía, y lo sabían todos, que la monja era, y esto no era una película de los sábados ni un cuento barato de esos libros ilustrados de la Obelisco, una monja exorcista. De ahí que hacía poco los hubiera llevado a una escuela en las afueras de Buenos Aires donde un cura les había hablado de los casos de posesión que él había estudiado, de ahí que increíblemente pusieran el casete de Xuxa en reversa para convencer a los alumnos que la animadora infantil rubia lo que hacía en sus canciones no era cantarle a los niños sino invocar al demonio. Los padres se habían quejado de esta excursión al mundo de los exorcistas porque los chicos volvieron un poco asustados.

Pero así era el mundo, tenía la bandera, en un colegio presidido por una monja exorcista, se había equivocado porque estaba estudiando para perito mercantil y él odiaba la contabilidad, pero en el fondo no había opción; no había elegido nada, lo único que quería era seguir con sus amigos de primaria. Que las cosas siguieran igual. Pero, ¿dónde estaban sus amigos? No los veía entre el tumulto de alumnos de todas las divisiones. Las filas eran perfectas pero se confundían de tan pegadas que estaban.

Y la bandera de alguna manera le hablaba, le susurraba promesas del país, quizás también de personas que ya habían sacrificado su vida a ella, no podía escuchar lo que leía la chica en la carta pero sí ese murmullo de los muertos que habían poseído la bandera y que a través de la tela transmitían sus historias. ¿Cuántos había matado el país? ¿Cuántos habían sufrido esos matices que copiaban los del cielo? ¿No estaba pesando más la tela? ¿No era ese brillo entre la línea celeste y blanca sangre?

Era sangre, pero sería que se le había reventado un grano de la cara o el cuello. Y ahora era peor. Estaba delante de todos con el grano sangrante ¿No era mejor lanzarle la bandera a la monja y clavársela en el pecho? ¿No estaría ella misma poseída? Tal vez fuera un vampiro y el asta que él sostenía era la mejor salida en estos casos. Aunque, ¿no se estaba haciendo la señal de la cruz la monja exorcista?

Espiaba de costado a la que sostenía la otra bandera. A sus escoltas no las veía.

¿La chica no lo estaba mirando? ¿Qué le estaría pasando a su cara? Los pelos de la nariz le habían crecido de repente. Otra cosa no podía ser porque le picaban. Tenía ganas de arrancarse uno pero no podía moverse. Estaba prohibido.

No tenía fuerzas, apenas podía sostener esta sábana gigante, y no podía quedar mal. ¿Qué sería de él si no aprovechaba esta oportunidad de sostener la bandera como se debía? ¿Qué pensarían los demás? ¿No se estaban riendo? Una profesora lo señalaba, creyó que se había dado cuenta de que no toleraba más el peso de esta tela sangrante. Las reglas eran claras. El abanderado no podía desplazarse.

El asta sólo podía apoyarse en el hombro cuando el abanderado se desplazara.

La tela sobre los hombros, como si tuviera la cabellera larga temida por las monjas, le daba calor. Esa tela celeste y blanca que reflejaba las luces que venían del techo de zinc agujereado, con nidos de palomas y de sueños suyos y de sus amigos.

Cuando el peso y el dolor era más insoportable y no había manera de seguir sosteniendo la bandera sintió que se iba a desmayar. Pero eso no pasó.

En cambio, sintió cómo el calor retrocedía para él, pero a la vez avanzaba como una ola contra los que estaban abajo. Las caras y los cuerpos ardían.

Enseguida el fuego peló todo. Sólo quedaron las calaveras y los esqueletos de las chicas y los chicos que lo estaban mirando. Las calaveras se cayeron de los troncos, y luego los esqueletos enteros se desmoronaron. El fuego seguía ardiendo y consumía a las monjas, a las maestras, al techo, al Cristo colgado más atrás, a la cabina de música de dónde provenía el himno. Todo se desmoronaba y él seguía ahí soportando a la bandera.

Entonces tuvo una revelación.

El asta de la bandera podía apoyarse en el suelo, es más, debía apoyarse en el suelo, nadie se lo había advertido, pero al ver cómo la sostenía la abanderada papal lo notó. Él simplemente había aguantado todo el peso, con la punta inferior del asta apuntando hacia el patio. Era un idiota.

Y había algo más. Algo clave. Se dio cuenta que estaba haciendo un esfuerzo extra. No tenía que ver con el peso de la bandera, no tenía que ver con su equivocación de no apoyar el asta en el suelo, no tenía que ver con estar expuesto ahí arriba, no tenía que ver con el crecimiento, con el paso de la pubertad a la adolescencia. Había algo, enteramente suyo que tenía que comprender.

 

Adrián Gastón Fares.

15 comentarios en “El aguante

    1. Adrián Gaston Fares Autor

      Hola! Supongo que debe ser porque me seguiste o nos seguimos y cuando posteo algo te aparece en el email. Yo no llegó, es WordPress. No tengo manera o por lo menos no sé cómo llegar a alguien por aquí por email, nunca lo hice. La única respuesta es que te hayas suscripto para que te llegaran mis posteos o que me sigas, hasta lo que yo sé. Gracias y saludos!

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  1. robgradens

    I confess I didn’t read the entire sketch. I read something about the girl picking her nose, and the noun «bandera» came up repeatedly and significantly. Well, I tried. Is it reasonable to request translation into English for your American readers? I know it’s a pain, but I might have feedback useful to you if I could only interpret the text in the first place! Merry Christmas, Adrian.

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    1. Adrián Gaston Fares Autor

      It´s reasonable, dear Rob. But it´s a lot of work thinking the story, writing it in Spanish and later doing the best translation into English. I will try to work with a literary english translator. But´s it´s money, and with my work in cinema (and the big headaches it´s giving to me in this moment) I can´t do it right now. I´m fighting now to make Gualicho -Walichu- our award winner film, the one I wrote and will direct) happen. It´s an award, after years of working writing stories and shooting them, I can´t enjoy right now for injustices inherent to my country´s cinema institute and other awful things. I hope tomorrow I can tell you that everything is ok, and that I will have money and time to work in the translation into English of my stories, but I simply don´t know if that will be the situation. Maybe the best is if anyone here would like to contribute to the translation (like Evelyn Postale did with my short-story Los tendederos into Portuguese). That would be perfect. Thanks for your effort! Best wishes, Adrián

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  2. elarbolsuicida

    Está muy genial el cuento. Evocas muy bien las imágenes de inseguridad y cansancio que sufre el personaje. No estoy muy seguro, pero veo el cuento entero como una alegoría de lo que mencionas al final: el paso de la pubertad a la adolescencia.
    ¡Saludos desde México!

    Gamaliel Figón

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    1. Adrián Gaston Fares Autor

      Gracias, Gamaliel! En general trato de no escribir alegorías de nada, por eso nombro al final que no es esa transición lo que le pasa al protagonista del cuento. No sabemos qué le pasa. Pero si lo viste así está bien, cada uno interpreta lo que quiere, eso es lo bueno. Te vuelvo a agradecer tu atenta lectura y comentario. Saludos

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  3. Martín Sáz

    ¡Muy buen relato! Me encantó, como alguien que supo llevar la bandera -en ese entonces no tenía idea de la imprtancia, como el protagonista- me identifique de inmediato.
    Hoy ganaste un seguidor más, voy a seguir leyendo tus publicaciones.
    ¡¡Saludos!!

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    1. Adrián Gaston Fares Autor

      Muchas gracias, Martín! Todos llevamos alguna bandera o alguna mochila, a veces las dos cargas se parecen bastante. Y en sus días una cosa llevaba a la otra, la mochila con los libros y los cuadernos a la bandera, quizás. Saludos! Adrián

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