Kong 17

Querido Adrián (¿o debo llamarte Gastón como te dicen algunos extranjeros?)

Jamás he vendido una Impresora Riviera. Sí tuve un romance ocasional con una vendedora cuando recién había sido incorporado a la empresa.

Nos suelen sacar las impresoras de la mano, como diría un vendedor, así que la publicidad que hacemos es mínima. Los No-seres son tan útiles para los humanos que la gente sólo piensa en traerlos al mundo.

Toman agua, ya que son organismos como cualquier otro, y toleran mejor el cloro que nosotros. Claro que depende del No-ser.

He llegado a ver un No-ser creado por un panadero que era un brioche. Al panadero le encantaba que el pancito respirara, su parte superior se elevaba y bajaba. Lo usaba para decorar la vidriera de su panadería francesa. Como supondrás este organismo ni tomaba agua ni comía, sólo se cargaba o alimentaba con los rayos solares.

Así que a algunos les gusta crear estos organismos simples que a mí me tienen sin cuidado.

Más allá de eso, un pan que respira es algo hermoso.

Por lo demás, el gorila que lleva mi apellido me estuvo espiando. Conoce todos los lugares que frecuento gracias a Taka. La intención de este grupo está clara: quieren liberar a los No-seres que tenemos presos en la zona de seguridad de la empresa. Aclaro que los No-seres no estaban organizados antes y hace pocos años que algunos se unieron para defender unos derechos que nunca tuvieron y declararnos la guerra.

El otro día apareció en la reserva ecológica una almeja gigante. Me encomendaron el caso junto al inspector Paulo. Es más robusto que yo, tiene mi edad pero parece mayor. Es confortable tener un compañero. Desde que Taka se pasó al otro bando, al que en realidad siempre había pertenecido, hacía mi trabajo más bien solo.

Sobre el río, detrás de la almeja gigante, flotaba una lancha. En el vehículo el gorila hacía retumbar su pecho con los golpes secos de sus puños peludos. A su lado estaba Taka. La encontré más bella aún. Parece haber mejorado su postura y su vestimenta. Pude ver que llevaba un vestido con el cuello redondo, de color azul.

Detrás del gorila y Taka estaba un hombre de traje negro con la cara muy larga, desproporcionada con el resto del cuerpo. No se trataba de un enano, si no de un No-ser de un metro setenta, pero repito, su cara angulosa y puntiaguda llegaba hasta la mitad de su torso. La melena larga y negra. Me habían hablado de este No-ser que era probable que fuera el cerebro de los insurgentes y la actual pareja de Taka. Así que me entristecí. Pero enseguida dominé la tristeza y recordé las cosas que tenía que recordar sobre Taka.

Ella apareció por primera vez entre los senderos de una plantación de flores un día en que los rayos solares fueron tan potentes que arruinaron toda la cosecha de ese año. La encontraron riendo sin ningún motivo en el campo.

Pero no quiero desviarme de mi narración. La lancha se alejó a toda marcha. Pensé que tal vez era la última vez que vería a Taka, aunque a ciencia cierta no lo podía saber. Antes de perderla de vista, Taka se desabrochó su abrigo y en la remera que tenía debajo figuraba una inscripción en hiragana. Pude leer Itsumade. El significado de esto no me quedó claro, ya que no sé bien japonés. Sí entendí que el gorila que la acompañaba era un guardaespaldas. El semi animal contrastaba con la pequeñez de Taka. ¿Qué me estaría queriendo decir Taka? No era un buen momento para pensarlo.

La denuncia de la almeja gigante en la reserva la hizo un cuidador. El hombre no paraba de reír. El No-ser emitía un gas de tonalidad azulada que se estaba extendiendo por la costa. Las valvas de la almeja estaban casi cerradas, pero de su separación sobresalían dos tentáculos. Uno de ellos, el sifón exhalante (las almejas tienen uno inhalante también) expelía el colorido gas.

Convenimos con Paulo en que no podíamos llevarnos en la camioneta a semejante monstruosidad. De hecho, el No-ser que había dejado el hombre de cara larga y sus secuaces tenía un tamaño de tres camionetas apiladas una encima de otra.

Bajamos de la camioneta con guantes y máscaras antigás.

Lo primero que pensé fue ¿cuántas paellas podrían hacerse con semejante bicho? Me dieron ganas de reírme, pero me di cuenta que el gas de alguna manera se me estaba colando en la máscara y era la razón de la alegría estúpida que me dominaba. El cuidador no paraba de largar carcajadas señalando la almeja y se había orinado en sus pantalones.

Entonces, mientras veía la línea oscura que dejaba la lancha en el río y la espalda peluda y enorme del gorila que se alejaba en ella con Taka y el otro No-ser, me di vuelta para mirar hacia donde se dirigía el gas. Se iba expandiendo por la costa pero también flotaba sobre las malezas a mis espaldas.

Había varios árboles. Alrededor de uno de estos, una higuera, el gas se había instalado. Caminé con Paulo hasta el árbol. Los frutos eran nada menos que caras. Las caras, de facciones orientales, parecían pequeños dioses budistas y no paraban de reír.

Taka me había contado una historia parecida. A Taka le gustaba contar historias, es una de las cosas que extraño de ella. Ese árbol tenía que ser su creación.

Si estábamos en la historia que yo pensaba entonces había una manera de recoger esos frutos.  Les pregunté, con voz gangosa a través de la máscara, qué pensaban hacer el fin de semana. Sin parar de reír, las caras-frutos se miraron unas a otras.

Una debía estar más madura que las otras ya que se envalentonó y respondió lo siguiente: Reírnos.

Ni bien la cara-fruto terminó de decir esto cayó al suelo. Paula la recogió y la metió en una bolsa de arpillera grande con la R de Riviera tejida en color rojo que tenemos para estos casos. No debíamos dejar rastros de ese árbol del demonio que podría contagiar la risa insoportable a los humanos.

¿Eran sólo unas caras risueñas o tenían un mísero nombre?, les espeté para molestarlas un poco. Contestaron todas juntas nombres inteligibles y se desprendieron y cayeron al suelo como paltas maduras.

Recogimos todas las caras-frutos del suelo, que ya no reían y las dejamos en la camioneta.

La almeja, con sus estrías azuladas, sus valvas entrecerradas y sus tentáculos casi hundidos en la arenilla era intransportable para nosotros. Seguía despidiendo ese gas que lo nublaba todo y que había convertido al cuidador en una especie de bebé incapaz de controlar sus esfínteres. Nos volvimos a acercar, pero a la mitad del camino el No-ser separó sus valvas y expulsó a un segundo ser de cara larga.

Bañado en una especie de plasma rosado el nuevo No-ser se incorporó, se deshizo de la baba que lo recubría, cortó un asqueroso cordón umbilical que lo unía al molusco, y empuñó una ametralladora que sacó de su traje en un santiamén, con la que nos apuntó y disparó.

La niebla le jugó una mala pasada porque la ráfaga de disparos fue a parar al árbol de las caras, ya sin esos molestos frutos por suerte, que se derrumbó a nuestras espaldas y que para colmo se prendió fuego.

El custodio de la reserva fue alcanzado por la ráfaga de disparos y dejó de reír y de orinarse en los pantalones. Cayó muerto.

Nos dio tiempo para sacar nuestros pistolas con dardos tranquilizantes para No-seres y disparamos. El No-ser de cara larga, que era una especie de gemelo del de la lancha, quedó tendido en el suelo frente al molusco gigante.

Nos comunicamos con nuestros jefes para que enviaran un vehículo que pudiera remolcar a la almeja hasta el hangar donde guardamos los especímenes más grandes. Mientras tanto, el No-ser de cara larga despertó, se llevó algo a la boca y luego de succionarlo comenzó a convulsionar. Tratamos de interrogarlo pero murió en nuestros brazos.

Lo empaquetamos para trasladarlo a la morgue de Impresoras Riviera. La autopsia de los No-seres es un proceso delicado que sólo tres científicos argentinos especializados en estos organismos pueden realizar. Suele ocurrir que un No-ser muerto se levanta como un zombi y debe ser neutralizado.

A veces proyectan su verdadero ser, podemos decir, que no era otro que el que estaba oculto en el No-ser que lo contenía, así que un nuevo cuerpo se despega del No-ser muerto y ensaya un sucedáneo de viaje astral para escabullirse de la camilla.

Por lo general, en estos casos quedan flotando en un vértice de la habitación y hay que capturarlos.

Bueno, la almeja gigante, que cesó de expeler ese gas inmundo, está en nuestra área 51, como me gusta llamar al lugar donde sólo los inspectores de alto rango como yo pueden acceder.

Tengo otro caso ya mismo. Sólo te adelanto que una otaku (o amante de la cultura japonesa, como sabrás), creó un No-ser que es un fantasma nipón, de cuello largo, varios metros, que termina en una cabeza humana horripilante, pelada y con los dientes ennegrecidos.  Y que la cabeza, siguiendo estos cuentos, se mete en la casa de cualquier vecino para robarles el oxígeno y comerse a sus mascotas.

Allí iremos con Paulo, porque el deber nos llama.

Estaremos en contacto, Adrián.

Von Kong.

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