Kong 12

Estimado Adrián,

Cómo estás? Debo decirte lo que no te estoy contando.

Ya casi no siento que seamos amigos. Confiaba en vos en un principio pero la falta de comunicación en este tiempo hizo que nuestra amistad trastabillara. ¿Estás realmente ahí? ¿Cómo es que nos comunicábamos como si nada cuando yo estoy en otro siglo? La realidad es que tus mensajes me llegaban como si fuera un médium. En el siglo XIX toda esa locura con los médiums y no se dieron cuenta que estaban hablando con mentes del futuro, ni fantasmas, ni entes demoníacos, ni intermediarios, gente del futuro, a veces futuros descendientes, que se acercaban a conversar.

No es el tiempo el que separa a los amigos sino los pensamientos. Y te escribo para hablar de eso.

En los momentos duros uno no puede comunicarse. Todas mis energías estaban puestas en recuperarme y en vivir la tristeza de la manera más vívida posible.

Algunos dicen que lo queda es transitar esos momentos al menos con dignidad.

Y si de algo estoy seguro es que a veces no podemos sacrificar la persona a la dignidad.

Así que si mis mensajes no te llegaron es porque me la pasé ovillado en la cama, tirado en el piso, pataleando, llorando. Bernard Shaw decía que lo diabólico de una mujer es que puede llevarnos a desear nuestra propia destrucción. Más patético es mi caso, donde mis pensamientos suicidas estuvieron apuntalados por un No-ser. Pero ese No-ser significaba otras cosas para mí, sin ninguna duda.

Así que un buen día, mientras estaba en mi despacho de Impresoras Riviera solo, sin ningún No-ser a qué perseguir, con la línea difusa entre lo que era presente y futuro, comencé a llorar sin poder detenerme. Lloré tanto que me empezó a doler la cabeza. Decidí ir a ver al doctor Sartori y me dijo que en mi estado lo que convenía era ingresar a un “Hospital de día”

Estuve casi un mes en una de esas instituciones y desde el momento que di el primer paso, no tuve otro pensamiento que el de dejarla.

Mis días se sucedían de esta manera.

Me levantaba tarde, tipo once de la mañana, y fumaba un cigarro tras otro hasta entrar a la institución. Ahí me llevaba cigarrillos para seguir fumando en la terraza. En este caso, la nicotina y el alquitrán tapizaban el sendero en el que me encontraba con otras almas en pena.

Debo aclarar que estas instituciones no existen para No-seres. Ya que un No-ser cuya mente comienza a divagar o se autoelimina o es encarcelado y apartado de la sociedad. Es mi trabajo, claro, en parte.

Ni bien llegaba a la institución, caminaba hasta un comedor, donde me recibían personas que iban variando según el día. En general, un hombre mayor (unos cien años) que se mantenía callado y cuya mandíbula cada tanto cedía a la ley de gravedad hasta que el hombre la desafiaba y volvía a colocarla en su lugar. Una maestra depresiva. Carlos, un chico de cuarenta años. Había que verlo. Trataba de hacer reír a la maestra mirándola fijo. No sé bien qué tenía Carlos, o prefiero no contártelo, pero casi siempre estaba contento y trataba de hacer reír a esta chica mirándola fijo. Inevitablemente, la maestra soltaba una carcajada. Yo ya no sabía lo que era reír.

No aguantaba ver televisión, no podía escuchar música, no quería leer, ni libros ni diarios. Me di cuenta que de los que estaban ahí, con problemas muchos más serios que el mío, todos podían sonreír, podía hacer chistes, podían REÍR. Pero yo no.

Y pronto me uní al Club de los Fumadores. Otros pacientes, que se escondían entre plantas exóticas en una terraza de cielo plomizo.

To be Continued, Adrián, el deber me llama.

Best Regards,

Von Kong.

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