Hoy un muchacho me vino a visitar. Se comunicaba suavemente, pero estaba asombrado, tenso y triste. Creía que la vida —el mundo pensó él— le tomaba el pelo.
Parece que pasar por la Biela le recuerda mis aventuras amorosas. En cambio, cuenta que una vez se encontró con una chica linda en la plaza, y se la trajo. Mientras él estaba sentado en uno de los bancos de piedra, la chica fotografiaba a los gatos y a los ángeles. Después fueron hasta el fondo de un pasillo, cerca de la entrada, y le hizo saludar a los curas que ahí descansan.
Noté que no era su intención visitarme; había salido a caminar sin rumbo.