We are lost in the marvellous prison
and theres is no reason..
El joven pálido pensaba en el poco inglés
que sabía, el de las canciones…
Así que se inventó una.
La arboleda y el camino de tierra
se hacían más reales,
gracias al peso de la mochila.
Peso suficiente,
inesperado
(nunca había pensado que iba a terminar llevando eso por los senderos rústicos de su país),
en la cabeza y en la espalda.
Vayamos de frente lo que el joven pálido iba a hacer,
era buscar a la madre de su hijo.
Hija de un estanciero.
Mientras el joven pálido bajaba de la camioneta que lo acercó al pueblo,
la chica arrancaba zanahorias de una huerta.
Racista y a la vez activista
de la ecología,
había donado a la ciencia
la flor de su descuido
el feto empedernido
que había intentado nacer.
El kilometro 112.
El joven pálido caminaba decidido hacia la casa de su ex
con la mitad de una sonrisa en la cara.
Escuchó una voz a su derecha que le gritó:
-¡Bobo!
Llegó a ver como el chistoso se escondía en el maizal,
los dientes desparejos, los anteojos negros embutidos en la cara;
¿de dónde había salido ése?
El joven pálido, exactamente una hora antes de que el padre de su ex disparara al aire
y lo amenazara de muerte si volvía a esa casa
a sacudir al feto en la cara de su hija,
escupió
y dijo
-Nene, ahora vas a verle la cara a tu mamá.
Las entrañas ya las conocés.
Pero en este mundo, lo que importa es la apariencia.
El feto maloliente no contestó.
Le cayó otra piedra.
Se detuvo en seco.
Nene. Como éste hay unos cuantos. Siguen la luz o la oscuridad, son clase alta
o clase baja, limpios o sucios, inteligentes o estúpidos, pero están corroídos por dentro
y por fuera.
Ellos son lo que hacen nada más.
En un momento una cosa y en otro, otra.
Vos hacé la tuya, sin mirar a los costados.
Miró atrás
y arriba.
La segunda piedra no era una piedra
negros pájaros carroñeros
lo venían siguiendo
y se mandaban clavados en el aire
y sobrevolaban la mochila
El joven pálido se puso los auriculares
del walkman.
Estamos en los noventa,
aunque nadie se dé cuenta
Apretó el paso.
De vez en cuando,
tiraba manotasos
para alejar a los pajarracos.
por Adrián Gastón Fares
Gran contenido, gracias por tus palabras.
Saludos desde Santiago.
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Muy relato en clave de poesía pero sin llegar a serlo. Bah no sé como definirlo pero lo voy a intentar. Muy bueno e intersante. Te felicito. Saludos!
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