El taller de Perrone
“No importa el formato en que filmen, lo que importa es que cuenten una historia”, dijo alguna vez Nicholas Ray.
En el estreno de las películas de Perrone uno se siente intruso. Los demás espectadores repasan anécdotas y gritan, cómplices, ¡Cuándo no!, tras el anuncio del retraso del director para la charla preliminar. Entre los presentes no se puede terminar de desconocer a alguno; los que actuaron y actuarán se saben inútiles ahora y esperan reconocerse en el film.
El pasado jueves (8 de junio) se estrenó en la muestra “Los cineastas y el siglo XXI” *, en el Cultural San Martín, su última película: La película del taller. El título nos remite a dos espacios de trabajo: el ficticio de la imprenta en la que trabaja Víctor, el protagonista; el real que el director coordinó este verano en Ituzaingó. Allí está su barrio y también las locaciones de todos sus films. Los alumnos del taller ayudaron a realizar la película y algunos actuaron. Perrone afirma en la charla que no existió guión; la trama se iba creando día a día según ocurrencias, circunstancias e imprevistos. Agrega que le interesa más la idea que la forma.
Cuatro semanas, fijadas ahora en cuarenta minutos, le bastaron para el desarrollo de estos caracteres: un empleado de una imprenta, separado y a cargo de su familia (un hijo menor atorrante y una hija mayor que aprendió a no necesitar ningún padre) y un amigo (dueño de la imprenta) que le anuncia que lo debe despedir porque el negocio está perdido. Según el punto de vista, la película puede no ser mucho más que eso o sí; también puede ser un mediometraje largo y rehuir la solemnidad de la palabra film. Eso importaría si el director afirmara su pertenencia a la industria y fuera menos lacónico e irreverente en todas sus declaraciones sobre las instituciones cinematográficas (pregúntenle qué piensa de las escuelas de cine). En este caso sabemos que estamos en presencia de un autor que encontró una forma de expresarse verdaderamente independiente para bien de un público contado pero leal. Lo descubrieron con Labios de churrasco, su debut, y lo siguieron en Graciadió y 5 p’al peso (ésta en 16mm; el soporte de las demás era video). No seas cruel, fueron unos pilotos televisivos nunca emitidos.
Corresponde notar que encontramos al autor Perrone en sus películas. En un director de películas que rondan 60’ agrada que todos sus filmes parezcan uno. En La película del taller otra vez las calles exhalan sordidez y tristeza; otra vez sigue al protagonista mientras avanza cabizbajo por su barrio. El travelling de acompañamiento a mano, de frente o espalda del personaje avanzando es una repetición frecuente del director. También el travelling atrás que abandona el escenario de la acción sin que haya concluido nada, que simula un final cuando no lo hay o, tal vez, lo propone.
El uso de un leit-motiv musical, una canción en particular, se repite en los travelling señalados y nos recuerda a Wong Kar-Wai. En cuanto a temática, sigue hablando de marginados y afines. Ésta vez agrega las máquinas –los engranajes de las sucesoras de los caracteres móviles–; siempre intrigantes y efectivas en la cinematografía (Los actores suelen quejarse al actuar junto a niños y animales: sería coherente que nombren también bicicletas, pistolas, grúas, autos y trenes) En los primeros planos de máquinas trabajando se palpa cine: una máquina (el cinematógrafo) revelándonos otra máquina desconcierta.[i]
Raúl Perrone es también caricaturista; sus personajes del cine están lejos de esa propuesta del dibujo. Sin embargo, su última película es un ejercicio, quién quiera entenderlo mejor lo hará viendo las otras.
Entretanto, La película del taller no se verá más que en alguna muestra, reunión especial o retrospectiva. Como la que se realizará en una de las sedes de una importante multinacional de cine (¿paradoja?) en la segunda mitad del año y que durará un mes y medio. Por esos meses habrá nueva película y tendremos la oportunidad de ver la obra completa de uno de los autores (e impulsores) de nuestro cine actual.
Adrián Fares
[i] Nota agregada lunes 03 de marzo de 2008: de la maquinaria también se favorece Petróleo Sangriento, película increíblemente sobrevalorada si pensamos el cine como un arte cuya narrativa debería haber evolucionado y no como figurines proyectados a la manera de principios del siglo XX, vistos a través de teorías cinematográficas; en fin, película de una intensidad estéril, redundante, como casi todas las demás, salvo Embriagado de Amor, quizás –aunque ya no estoy tan seguro–, de Paul Thomas Anderson.