El Sabañón II. ¡Sabañón!
Vilma Banky, actriz húngara importada a Hollywood en 1925 por Samuel Goldwyn, fue una estrella del cine mudo. “La Rapsodia Húngara”, como supieron publicitarla, actuó en dos films con Valentino y formó pareja en cinco con Ronald Colman. Con las primeras producciones sonoras, el público escuchó las voces de sus estrellas favoritas; Vilma hablaba inglés con un acento poco conveniente para encarnar heroínas americanas. La pronunciación clara de Colman hace que su carrera no decaiga al permitirle personificar caracteres británicos; otro cantar para Vilma, que quedó sin trabajo.
En cierto modo, más de una vez me pasó lo de Vilma, arruinarlo todo al hablar digo, especialmente cuando alguna chica me importa de verdad. La frente contra el vidrio del colectivo, una lucha inútil contra el sueño que siempre gana en su palestra; miro hacia arriba, trato de comprobar si alguien me vio y se ríe, pero ¿será que me creo el único? Ahora la mirada en la calle, en los conductores que se maldicen en silencio, no tanto porque suena un bocinazo y una ambulancia desparrama la fila.
¿Miré mal o es ese nombre el de una de las patentes, la de un taxi? Sí que es; EMA 567. Y justo que me acordaba del mensaje del moribundo y empezaba a imaginarme a Ema como más me gustaría que fuese. ¿Hay tantas patentes con la misma sucesión de letras que es fácil encontrar una que forme el nombre, o es un llamado de atención? Y si lo es, ¿para qué y de quién?
En la vereda camino demasiado rápido, con las manos en los bolsillos porque hace mucho frío y ni los guantes me protegen. Empujo la puerta, el guardia me pide el documento y anota mis datos en un libro; alcanzo el ascensor con unos cables, que al acomodarse dejan ver al eléctrico que los lleva con cara de no aguanto más. La productora dice que a las once nos mudamos a Caminito (y recién termina de atardecer) para filmar la escena nocturna con el actor principal y los pibes de la calle.
En Caminito las calles están desiertas y contratan a un policía por dos mangos para que no afanen los equipos. Comento algo que no concuerda con el guión; el director hace que no escucha. La asistente de producción se acerca y señala a los técnicos. Dice que falta el extra, que necesitan mi ayuda. Me tiran cincuenta mangos si acepto. Acepto. Uno de los pibes me mira y cometo el error de sostener su mirada, que no es nada amigable (debe ser porque me negué a darle un cigarrillo; me pareció demasiado chico y era el último que tenía) Ahora habla con los demás mientras me mira de reojo.
Lo que tengo que hacer es reemplazar al actor principal, Juan Rocha, en la subjetiva en que lo revientan a patadas. Me tiro al piso, avanzan los pibes de la calle (que en realidad son ex–pibes de la calle, encontrados por la asistente de producción en una parroquia) y empiezan a tirar patadas. El director debe estar muy contento, mientras trato de retener las zapatillas de los pibes (duelen más los dedos que deben estar sangrando un poco, más morados e hinchados que antes) para que no me den de lleno en las costillas.
De pie, intuyo la sonrisa de todos, camino hasta la asistente de producción y me guardo los cincuenta pesos. Le pregunto si conoce a una tal Ema Gutiérrez, extra de cine y televisión. Se ríe; el Polaco deja la cámara y se acerca. Él sí que la conoce, dice que es linda y simpática, que hace de enfermera en la otra serie que graba y habla con él en los descansos. Que si quiero conocerla debo apurarme; quedan dos grabaciones y parece que todo se suspende por bajo rating.
En el colectivo otra vez, pero ahora con una invitación a ver la filmación de Insuperables. Se resienten un poco las costillas. Las sombras se deslizan de adelante hacia atrás, donde estoy yo sentado porque de vez en cuando me gusta ir atrás de todo, en el asiento del medio, viendo los juegos de sombras que corren de punta a punta.
Una noche de pesadillas. Al levantarme compruebo que no hay mensaje en los papelitos, a no ser que Anatkh sea el mensaje (lo dudo) o el hecho de entregarlo confirme algo, con lo cual la entrega del mensaje sería ya de por sí un mensaje. En fin, con dolor de cabeza a las siete de la mañana y todavía todo el día por delante.
“¡Sabañón!”, grita el Polaco. “Sí que se divirtió barato el director ayer, che” Amago darle un empujón y aprovecha para retenerme “Ahí está la mina” Me doy vuelta y veo a una chica de espaldas, tomando un café (el vaso de plástico a un costado, ahora lo levanta y desaparece; lentamente vuelve a la posición original, junto al bolsillo del delantal blanco, y veo que la mano es agradable, una mano hecha para sostener el vaso de esa manera, evitando que el dedo meñique resulte demasiado evidente y parezca un refinamiento innecesario)
Llevo la mano al bolsillo trasero del jean y siento la textura fría y cortante de los papelitos que el moribundo me dejó como abandonando un bebé en la puerta de una mansión (salvo que yo soy el menos indicado para el asunto; un bebé hambriento dejado frente a una cucha)
El Polaco quiere saber qué me pasa y mientras miro a Ema empiezo a hablar de cualquier tema con él, de las últimas películas que vio y si le gustaron o no, de cómo anda nuestro amigo en común de facultad, cualquier cosa para dilatar la entrega del papel; quizá saboreo un momento que se perfila eterno, ignoro porqué, pero ya sé cómo va a terminar esto hoy.
Ema desaparece con otra mujer y dejo de hablar con el Polaco, de repente la conversación pierde interés y la emoción que revolvía en mi interior tantas preguntas para el Polaco se fue y quedo ahí desilusionado por haber perdido la oportunidad de aligerarme de los papelitos del bolsillo.
“¡Acción!” Ema aparece en escena, avanza con el silencio ceremonial de todo extra, el encanto del cine mudo pero sin la velocidad entrecortada de los movimientos. Al verle la cara entiendo que tengo un problema más. Cortan la escena, nuestras miradas se encuentran (ella desvía rápidamente la suya). Permanezco parado, mirándola de a ratos hasta que ya no la puedo encontrar, la escena terminó y seguramente ya se fue.
Vuelvo a casa apretado en el colectivo, molesto por un sentimiento extraño; puede ser una resaca de siglos, un encontrarse con la vida de frente para perderla otra vez esperando otra oportunidad. Acaricio los papelitos, los mensajes que ya deberían estar en sus manos. Contento, pero no tanto, porque queda un día más de filmación para hablarle.